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Brian House había cruzado ya el límite del estado de Indiana cuando su obsesión se impuso en él.
Conducía con la radio apagada. Su plan era llegar hasta la I-71, entrar en Columbus, Ohio, y descansar allí durante la noche antes de cubrir la segunda parte del viaje a Poughkeepsie al día siguiente por la mañana. Eran ya casi las seis de la tarde. No podía dar media vuelta, o perdería dos horas y no estaría en casa hasta mañana por la noche. No... tenía que continuar. Tan solo deseaba que hubiera alguna forma de desconectar sus pensamientos para acallar el fragor de su mente.
«Mataron a Deanna Ward», pensaba.
«Cierra el pico.»
«El decano Orman quería muerta a Deanna Ward.»
«No.»
«Williams intentó detenerlos.»
«Deja eso, Brian. Para.»
«Williams no podía detenerlo, pero...»
«Pero... ¿qué?»
«Pero Williams no se lo contará a la policía. Se limita a inventar un enigma para...»
«Para ¿qué?»
«Para nosotros. Para aterrorizarnos. Como lo de Polly aquella noche en los hornos, aunque...»
«Aunque él no mencionó a Polly.»
Porque Williams no mencionó a Polly, ¿o sí?
En el coche, no había mencionado para nada a la muchacha que había conocido Brian. Lo había explicado todo, lo de su falsa esposa, lo del decano Orman y lo de Pig Stephens... , pero no había dicho ni una palabra de Polly.
¿Porque era hija suya? ¿Habría metido Williams en el juego a su propia hija?
No... , imposible. Polly andaría ahora por los cuarenta años. La chica de los hornos era mucho más joven.
Pero, entonces... , ¿qué se desprendía de todo aquello?
Se desprendía que aún quedaban muchas cosas ocultas. Que el engaño aún seguía en marcha. Williams les dijo que les había explicado todo, pero no lo había hecho. Quedaban todavía piezas del rompecabezas que aún debían encajarse en él.
«Y, si el enigma sigue sin resolver, eso quiere decir...»
«¿Qué?»
«Eso quiere decir que todavía miente.»
Y si mentía aún, su historia sobre el decano Orman era falsa. Solo una argucia más. Otra patraña. Significaba que Williams estaba tratando de implicar a Orman. ¿Para qué? ¿Por alguna antigua querella aún pendiente entre ambos? ¿Celos profesionales? Y significaba asimismo...
«¿Qué? Dilo.»
Significaba que Williams había matado a Deanna Ward.
Era la única explicación lógica. Y aquel pensamiento atormentaba a Brian, lo escocía como una especie de picadura. En algún punto —quizá mientras dejaba atrás la salida de Bell City—, sus pensamientos crecieron en progresión geométrica. Se transformaron en algo físico, que se proyectaba y abría paso en el interior de su cráneo. Con aristas que laceraban su cerebro.
Leonard Williams mató a Deanna Ward.
«Creo que no es fácil fiarse de él, considerando todo lo que nos ha hecho pasar», le había dicho Mary.
Todo encajaba a la perfección. Williams había matado a Deanna, y su remordimiento lo había llevado al borde de la locura. Para aplacar su sentimiento de culpabilidad había intentado implicar a un hombre que siempre había destacado por encima de él, que lo había superado en el prestigio académico, que había tenido una legendaria amistad con un famoso científico llamado Stanley Milgram: Ed Orman.
Lenta, implacablemente, el crimen había llevado a la locura a Leonard Williams. Montó un entramado en el que situar sus mentiras. Un sistema de intrincadas falacias. Un guión falso, que hacía que su interés pareciera meramente profesional. Con la hija adoptada, Polly. Con Williams como héroe. Con Williams como salvador. Sin embargo...
«¿Sin embargo?». Su conciencia azuzaba a Brian a seguir.
Era mucho más fácil imputar a Williams la muerte de Deanna Ward que responsabilizar de ella a Ed Orman.
Después de todo, era Williams, no Orman, quien había vivido cerca de Cale y de Deanna Ward en Bell City. Era Williams, no Orman, quien tenía un morboso interés en el caso y había inventado la historia de Polly con todos sus horribles detalles. Era Williams, no Orman, el aficionado a aquellos truculentos y espantosos tangrams que les había descrito Dennis a Brian y a Mary.
Necesitaba ver a Williams castigado por lo que le había hecho. Williams era un potencial asesino, y había atrapado a sus estudiantes en aquel retorcido juego porque...
«Sí... ¿Por qué?» Porque el hombre estaba rematadamente loco. Brian lo veía con toda claridad ahora. Por fin había podido verlo a través de las mentiras que Williams les había contado mientras volvían de Bell City aquella mañana. Todo había sido una mera cortina de humo.
Sintió de pronto un odio incontrolable hacia Williams.
El viaducto. La Cosa enterrada allí.
«¿Puedes hacerlo?», se preguntó a sí mismo.
¿Podría?
«¿Qué elección te queda cuando tu mundo ha sido puesto patas arriba por un juego cruel? ¿Qué haces cuando todas las claves y señales apuntan a una solución? ¿Qué haces cuando lugar, tiempo, motivo y circunstancias señalan a un solo hombre?», se preguntó Brian.
«Das media vuelta y vuelves para arreglar las cosas.»
Que es exactamente lo que Brian House hizo.