37
La casa de la cresta del Crótalo era fácil de encontrar. Se hallaba en lo alto de la colina de enfrente del parador del Tiemblo en un corto tramo de carretera, sinuoso y con muchos cambios de rasante, conocido como St. Louis Street. A través de los árboles podía verse el tejado del parador donde doce horas antes habían estado haciendo preguntas al encargado del bar.
La casa estaba en ruinas y, probablemente, vacía; pero Dennis llamó a la puerta por si acaso.
—Aquí no hay nadie —dijo. Los tres se reunieron en torno al coche, como aguardando alguna inspiración divina. Eran ya pasadas las once de la mañana. Ya se habían saltado todas sus clases, y no habían hecho ningún progreso desde la noche anterior.
—Bajemos la colina y vayamos al parador —propuso Brian. Mary se encogió de hombros. No tenían nada mejor que hacer.
Ese día no había coches aparcados ante el parador del Tiemblo. El lugar presentaba una atmósfera de desolación, un vacío amenazador. Brian probó a llamar a la puerta de delante, pero estaba cerrada.
—¿Está cerrado? —preguntó. Miraron dentro a través de las estropeadas ventanas y vieron que en el interior no había ninguna de las mesas que habían visto la noche anterior. El reservado donde aquellos hombres jugaban al póquer había desaparecido. Hasta la barra había sido eliminada. Del techo colgaban cables metálicos donde antes estaban las luces de neón.
—¿Qué demonios ha ocurrido aquí? —preguntó Dennis.
Mary notó en el pecho la misma opresión que había sentido el día anterior en la casa de los Collins. Las cosas empezaban a moverse, comenzaba a mostrarse una pauta que ya conocían. Tenían que descubrirla antes de que llegara la tarde, antes de que expirara el plazo señalado por Williams.
—Vayamos a la parte de atrás —propuso Brian. Rodearon el edificio. Las puertas traseras estaban cerradas también. Y, al mirar dentro, encontraron lo mismo. Vacío. Sin mesas y sin taburetes. Nada más que las planchas de madera del suelo y las paredes desnudas.
—¿Qué deberíamos hacer ahora? —preguntó Mary. Empezaba a sentir una ansiedad como jamás había sentido. Se derramaba sobre ella, la abría de arriba abajo desde dentro. La hacía sentir cada latido del mundo exterior, del viento que la bañaba, de cada rayo de calor del sol. Y del movimiento de rotación del planeta bajo sus pies, también. Lo notaba todo, como una sensación extraña y excitante.
—¡Eh! —gritó alguien desde un lugar más alto en la colina.
Se volvieron los tres a mirar. Se hallaba de pie entre los árboles, a mitad de la ladera, apoyándose en un arbolillo. Y bajaba hacia ellos.
El encargado de la barra.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —le gritó Dennis—. ¡Hemos vuelto para hablar con usted!
El hombre no dijo nada. Giró sobre sus talones y comenzó a trepar ladera arriba. Aprisa, más aprisa aún... , agarrándose a los árboles mientras subía, levantando con los tacones de sus botas la hojarasca caída al tratar de abrirse paso en la tierra suelta.
—Allí hay un coche —dijo Brian.
En efecto. Podían verlo más arriba de donde se encontraban, aparcado delante de la casa vacía en la que habían estado en la St. Louis Street.
«¡Dios santo! ¡Viene por nosotros!», pensó Mary.
Pero antes de que pudiera decir nada, Brian estaba ya tirando de ella y corriendo los tres hacia el coche de Dennis. Entraron en él. Dennis se entretuvo buscando la llave de contacto...
—¡Date prisa! —le gritó a Dennis. Seguía mirando hacia atrás, por la ventanilla trasera, en busca del coche que habían visto. Finalmente, Dennis encontró la llave correcta y dio al contacto. El motor arrancó, introdujo una marcha y giraron de inmediato en el aparcamiento del parador del Tiemblo, dejando tras ellos una nube de gravilla.
—¡Ahí lo tenemos! —gritó Brian. Mary se volvió a mirar. El coche se alejaba por St. Louis Street y venía a toda velocidad hacia ellos. Viajaban dos hombres en el asiento delantero.
—¡Dios santo, Dios santo...! —murmuraba Dennis.
La cresta caía a ambos lados del coche y en algunos puntos de la carretera ni siquiera había guardarraíl. Mary miró a su derecha y vio copas de árboles. Lo mismo al otro lado. Detrás del Lexus, el otro coche se acercaba rápidamente, pero Dennis no daba la impresión de acelerar la marcha.
—¡Pisa a fondo, Dennis! —le gritó Brian.
—¡Voy todo lo rápido que puedo! —replicó Dennis. Su voz tenía un tono agudo, femenino casi—. ¿Quieres que acabemos en el fondo del barranco?
La situación se complicaba por momentos, iban hacia el punto de ebullición. Mary se maldijo a sí misma por haberse metido en aquel lío y, en primer lugar, por haber ido a Cale y a Bell City. Ahora debería estar en Winchester, o en su casa, incluso, allá en Kentucky, donde todo era paz y seguridad.
El coche que los seguía era un Mazda RX7 plateado y herrumbroso. Lo tenían ahora pegado a su parachoques trasero. Mary podía ver ya las caras de los dos hombres; conducía el encargado de la barra, y el hombre que ocupaba el asiento del acompañante era aquel al que habían visto en la caravana: Marco. Había tranquilidad en sus semblantes... , placidez incluso. Como si estuvieran desempeñando una tarea de lo más normal. Mientras Mary los observaba, Marco se llevó a los ojos una videocámara. Pudo ver incluso el parpadeo de la lucecita roja. «¡Dios santo! ¡Nos están filmando!», pensó. La cámara suscitó un horrible temor en Mary, que se volvió y escondió el rostro entre las manos.
—La interestatal —anunció Dennis.
La muchacha abrió los ojos justo en el instante en que pasaba zumbando a su derecha el indicador de la I-64. «Siga recto.»
Dennis fue hacia ella. La cresta se convirtió en una recta y él pisó el acelerador hasta el fondo. Pero el coche que llevaban detrás siguió a su cola. Brian se hundió en el asiento. Estaba rezando para sus adentros.
—¡Allí! —gritó Dennis.
Mary miró al frente. Solo pudo ver el lejano trébol de las rampas de acceso de la autopista, que surgían del bosque a media distancia.
—¿Qué es? —le preguntó.
—¡Allí! ¡Allí mismo! —gritó nuevamente Dennis.
Y entonces la vio: una zona de aparcamiento justo antes de la rampa. Tal vez si Dennis pudiera realizar un giro perfecto, y si conseguía hacerlo en el momento justo, conseguirían...
—¡Entra allí! —le gritó Brian, jadeando ahora y apoyándose en el asiento delantero.
El Mazda se fue a la izquierda, por el otro carril. Dennis frenó el Lexus y se metió bruscamente en la gravilla del aparcamiento, mientras el Mazda pasaba rugiendo a su lado y se metía en la rampa de la autopista. Ya en la gravilla, las ruedas del Lexus perdieron tracción y la parte trasera del coche giró sobre sí. De repente el vehículo dio un trompo. Polvo y grava saltaron a su alrededor y, cuando Mary se volvió a mirar la cara de Dennis, vio que era la viva imagen del miedo. Cerró apretadamente los párpados y rezó para que el trompo no los devolviera a la carretera y chocaran allí con algún otro coche que viniera.
Pero no ocurrió. El Lexus se detuvo, con todas sus piezas descoyuntadas y gravilla cayendo de los laterales del chasis con ruiditos metálicos.
Permanecieron sentados un momento en silencio mientras el polvo envolvía al coche. Cuando se hubo asentado, Dennis abrió la puerta y salieron. Miró a su alrededor en busca del Mazda, pero no había ningún coche a la vista.
Mary salió también del coche. Le temblaban las rodillas, y tuvo que apoyarse en el Lexus para recobrar la serenidad. El polvo levantado empezó a ahogarla, y tosió con violencia escupiendo en el suelo. No tardaron en hacérsele incontrolables las náuseas y el deseo de vomitar. Cayó de rodillas mirando la grava; notaba cómo se le clavaban en las piernas las piedras, pero no podía evitarlo. Así que lloró. Sollozó primero en sus manos y buscó luego un lugar donde liberarse... , arrojar todo lo que sentía dentro de sí, todo el dolor y la frustración, todo lo que habían conseguido averiguar... , de lo que ahora se desprendía y lanzaba para que se perdiera en el viento.
—Ven... —Era Brian. Estaba detrás de ella y apoyaba la mano en su hombro. Al momento siguiente la ayudaba a ponerse de pie, y después se reunieron los tres junto al coche, intentando decidir qué harían a continuación. A Mary todo le parecía teatral ahora, como si estuvieran siguiendo un guión en el que ella actuara no por voluntad propia, sino siguiendo el plan de otro. Como si estuviera actuando de acuerdo con el guión escrito por el profesor Williams.
—Podíamos habernos matado —dijo Brian.
—Mirad —replicó Dennis.
Siguieron con la mirada el dedo con el que Dennis señalaba un letrero por encima de la autopista:
ALQUILER DE ALMACENES
Mary supo de inmediato qué era lo que aquello significaba.
—La moto de Pig —murmuró.
Se hallaban, precisamente, casi en el lugar exacto donde el profesor Williams había tomado la foto de aquel almacén de alquiler en el que encontrarían a Polly.