22
—Hablemos de Polly —dijo Williams el lunes por la tarde.
—Usted primero —replicó Flaherty. Una ocurrencia que todo el mundo le rió, salvo Mary. Durante todo el día anterior, después de haber recibido la nota de la mujer que hizo de Della Williams en la fiesta, se había sentido inquieta. No podía quitarse de encima el temor de que cualquiera podría ser un potencial actor en aquel juego. En el comedor, mientras recorría la línea de los que se servían, tuvo la sensación de que los ojos de todos estaban fijos en ella. Oyó a los estudiantes en su clase de literatura hablar acerca de Auster y de Quinn, y se preguntó si también Ciudad de cristal formaría parte de alguna manera del plan de Williams. Tenía la sensación de estar llegando al punto crítico de aquel juego, corriendo hacia su clímax. Se hallaba a una semana y media de la fecha límite y aún no había encontrado ninguna prueba consistente. En muchos aspectos, no estaba ahora más cerca de la resolución del caso de lo que había estado la primera semana de clases.
—De acuerdo —asintió Williams—. ¿Qué creen ustedes que Polly siente ahora? Imagínenla. Cierren todos los ojos e imagínenla. —Todos los presentes en la clase se pusieron a pensar en aquella muchacha imaginaria y en su posible estado emocional.
—Está asustada —dijo alguien al fondo. Mary se volvió a mirar y vio que la que había hablado era la chica que habitualmente se sentaba junto a Brian House, cuyo asiento estaba ahora vacío.
—Tendría motivos para estarlo, ¿no? —preguntó Williams en voz baja—. Viéndose ya tan cerca del final. Cuando solo quedan nueve días. —Todos sintieron la contundencia de aquellas palabras: nueve días—. ¿Dónde se encuentra?
—En un sótano, pienso.
—En un sótano —repitió Williams—. O sea que no puede ver nada fuera. La mantiene atada. ¿Puede comer? ¿Cómo vive?
—Él le trae agua y comida todos los días —dijo Flaherty—. Quizá le meta la comida en la boca como cuando era niña. Tal vez cuida de ella.
«Eli», pensó Mary.
—¿Grita pidiendo ayuda?
—A menudo. —Era Mary ahora. Empezaba a meterse en el ejercicio. Veía a la chica maniatada, debatiéndose, con las ligaduras lastimándole los brazos, la atmósfera cargada que el polvo hacía asfixiante... Estaba esperando a que el hombre abriera como cada día la puerta y entrara para alimentarla. ¿Qué más le hacía? ¿Le lavaba la cara también? ¿Se comportaba amablemente con ella? ¿Le decía que le quedaban solo unos pocos días de vida, a menos que alguien la encontrara, o ella sabía ya que iba a morir asesinada?
—Trippy dice que está en un almacén en Piercetown, al borde de la interestatal 64.
—Allí es donde se encuentra ese centro —dijo uno—, la escuela técnica Grady.
Mary abrió los ojos. La había sentido: la descarga eléctrica, la inminencia de una información vital. La tenía allí mismo, tras los ojos cerrados de Williams: si averiguaba lo que sabía el profesor, podría encontrar a Polly.
No estaba razonando de una manera lógica, y lo sabía. No estaba viendo las cosas de la forma como se le ofrecían. Había estado todo el rato jugando con comodines, pensando que era lo más seguro. «Pero ya no más», se decidió.
—Si Trippy sabe dónde está Polly, eso reduce el número de nuestros sospechosos —afirmó con voz clara y rígida.
—Lo hace, efectivamente —admitió Williams.
—A Mike o Pig —dijo otro.
—O al propio Trippy —puntualizó Dennis Flaherty.
Espera, pensó Mary.
Williams le había dado la pista. Sí. La tenía ante sus narices.
«Interestatal 64.»
«Allí es donde se encuentra ese centro, la escuela técnica Grady.»
De pronto, con sorprendente claridad, se le ocurrió. Lo tenía allí mismo, antes de darse cuenta, centelleando en su mente. Y comprendió que siempre lo había sabido y que tan solo necesitaba una mínima provocación que le sirviera de prueba.
—La moto —dijo Mary.
—¿Sí, señorita Butler?
—La motocicleta. La de Pig. La guarda en un almacén próximo a la interestatal 64. Allí es donde está Polly.
Todos los de la clase tenían ahora los ojos muy abiertos. Y la miraban sin disimulo. Mary notaba el zumbido del éxito, casi como el chisporroteo de un silbato eléctrico junto a sus oídos. De pronto se sintió eufórica. Casi no podía contener aquella sensación, que rebotaba dentro de ella, le mostraba el camino y, por primera vez en todo el trimestre, hacía que se sintiera viva, con todas las posibilidades que le ofrecía ese descubrimiento.
—¿Motivo? —le preguntó Williams maliciosamente. Pero Mary podía leerlo en sus ojos: lo había vencido. Había atado todas las pistas y se las había entregado a aquel hombre.
—Obsesión —se anticipó a decir Dennis Flaherty, sin dejar de mirar a Mary. Su mirada le decía todo lo que ella necesitaba saber: «¡Bien hecho, Mary!».
—Sí —asintió Williams. Estaba desorientado y desviaba la vista. Mary lo había sorprendido y ahora no sabía cómo continuar con la clase—. Bueno... , no olviden comprobar esta noche su buzón de correo electrónico. Puede que haya en él alguna información más acerca de Polly. El miércoles recapitularemos todo para nuestro examen final, y se lo pondré a ustedes la semana que viene. —Dicho esto, salió del aula. Hasta sus andares parecían vacilantes, alterados de alguna manera. Ninguno de los estudiantes se movió de su asiento, permanecieron todos sentados, escuchando cómo sus pisadas se perdían por el pasillo en dirección a las escaleras que subían a su despacho.
Después, mientras los demás se hallaban en el pasillo, charlando, Mary se apartó a un lado. Estaban todos contentos, conversando animadamente como si les hubieran dado sus notas finales de la asignatura. Ahora, por supuesto, todos recibirían una A, un sobresaliente, por Lógica y Razonamiento 204.
—Me chafaste mi teoría, Mary —decía Dennis Flaherty con una falsa nota de resentimiento en su voz—. Yo daba por seguro que el culpable era Mike.
Todos opinaban lo mismo: habían pensado que el sospechoso más obvio era Mike, el novio de Polly. Según ellos, Williams, como cualquiera que pretendiese insistir en una dirección equivocada, presentaba esa posibilidad de una forma tan evidente, que inducía a todos a desestimarla por su propia simplicidad. Pero, al final, tenía que ser Mike, como todos habían pensado de entrada. Mary, sin embargo, había sabido ver a través de aquella artimaña y había acertado al relacionar con Pig aquel almacén.
—¿Habéis visto cómo se fue del aula? —preguntó una chica—. Lo hizo como un chiquillo enfurruñado.
Williams, ciertamente, había parecido un chiquillo anonadado, contrariado. Mary debería haberse sentido contenta, pero había algo que la turbaba. Permanecía de pie, con el portátil apretado contra su pecho, pero con su mente lejos de allí.
Dennis la acompañó a la residencia de los Taus en busca de sus zapatos. Se disculpó por lo de la noche del sábado, alegando que ella había malinterpretado sus palabras.
—Fue solo una manera de hablar, ya sabes —le dijo Dennis bajando la mirada a la acera—. Pero que resultó ser una equivocación.
Estaba lloviznando, con una de esas lluvias de costado que te hielan el rostro. Mary debería haberse sentido feliz, como antes lo había estado. Pero la visión de aquella salida del aula por parte de Williams la turbaba sin saber por qué.
Una comedia.
—¿Ocurre algo malo? —le preguntó Dennis. Ella no respondió, pero sí... , ocurría algo malo. Algo muy malo, pero que, por supuesto, no podía contárselo a Dennis. Este la dejó en la sala grande de la casa de la fraternidad, que se hallaba casi vacía. A las cinco de la tarde todo el mundo estaría fuera, en los autoservicios de la universidad o en alguna de las cervecerías de «la Frontera». Alguien tenía música de Oasis en una de las habitaciones de arriba. Mary podía percibir en la atmósfera el olor pegajoso de la marihuana. Paseó la vista alrededor de la sala. En una de las paredes había estanterías de obra. Pero, en lugar de libros, los Taus los habían llenado de DVD y CD, muchos de ellos pirateados de internet y rotulados con toscas cubiertas en las que aparecía su contenido. Revolvió entre las películas —filmes de acción, la serie de Austin Powers, escenas descartadas de filmes de kung fu...—, y estaba haciendo esto cuando vio algo esbozado en la parte de detrás del estante. Se inclinó hacia él para acercarse, pestañeando para que la imagen se definiera en la sombra.
La había visto ya anteriormente. Eran una S serpentina y una P entrelazadas. Estaban grabadas en el estante. Mary pasó la yema del dedo por encima y notó sobre ella la marca del corte.
La mano de Troy Hardings. Su tatuaje.
Mary hubiera deseado acercarse más para mirar mejor...
—¿Lista? —le oyó preguntar a Dennis. Giró sobre sí misma como si la hubiera sorprendido robando. Dennis tenía en la mano sus zapatos.
La acompañó de vuelta al edificio Brown. Estuvo en silencio durante todo el camino, y Mary se sintió de pronto apenada por él:
—Ignoraba que Troy Hardings fuera un Tau —le dijo.
—¿Quién? —preguntó Dennis.
—Troy. El ayudante del profesor Williams.
—No sé quién es.
Mary reflexionó. Se preguntaba qué significaría aquel dibujo, aquella S agresiva y la pasiva P entrelazadas como en una danza. Cuando de pronto le vino a la cabeza una idea absurda. Un pensamiento extravagante: «Salvad a Polly».
Quizá fuera obra de algún Tau que tiempo atrás hubiera asistido a las clases de Williams y que hubiese grabado ese símbolo en la pared. Tal vez Troy Hardings hubiese visto aquella imagen allí en una fiesta cualquier noche, y le hubiera gustado tanto como para pedir que se la tatuaran en su piel...
«Quizá», pensó Mary. Pero, de todos modos, había algo en aquella imagen que la espantaba. No le gustaba la forma como la femenina P era apretada y hostigada por la más masculina S. Había algo sacrílego en la imagen, una cierta mofa juvenil. Era un juego para entendidos. Trató de imaginar a Dennis tatuándose a sí mismo la imagen, desdeñando el dolor de la aguja introducida en su carne... , pero la idea era tan cómica que no se tenía en pie.
Más tarde, de vuelta ya en el edificio Brown, tomó el ascensor para subir a su habitación y se sentó frente a su mesa, observando cómo la lluvia discurría inclinada por la única ventana del cuarto.
Después, cuando se hizo de noche y la lluvia comenzó a arreciar, comprobó el buzón de correo de su ordenador. Había entrado un mensaje, cuyo título decía «¿Dónde estará?». Mary lo abrió y apareció entonces en la pantalla otra fotografía, esta vez de un almacén de alquiler de la cadena U-Stor-It, ubicado junto a una concurrida autopista.
Aquel era el único mensaje que había, lo que era como decir que Williams reconocía el lugar que le había asignado a Polly y la personalidad de su secuestrador.
Pero en el interior de Mary persistía aquella sensación de un asunto no cerrado aún. La misma que había sentido cierto día en el instituto cuando el profesor abandonó en una ocasión el aula durante un examen, y los estudiantes se apresuraron a sacar los libros de texto de sus pupitres para repasar febrilmente las páginas en busca de las respuestas.
Su victoria, pues, si así se la podía llamar, había sido realmente pírrica.
Encontrar a Polly... ¡había resultado demasiado fácil!