49
Brian llegó al campus poco después de haber cerrado la noche. Las ventanas de las residencias estaban a oscuras y en su interior reinaba el silencio. No se veían coches circulando por Montgomery y hasta las farolas de las calles parecían arrojar una luz más oscura, nebulosa y agrisada, en lugar de la cegadora y anaranjada que proyectaban normalmente.
Dicen que uno se torna obsesivo tras las tragedias que ha vivido. Brian se preguntaba si sería eso, si su capacidad para dominar sus propios impulsos había quedado hecha añicos tras el suicidio de Marcus. Eso explicaría un montón de cosas: la persistente obediencia que sentía hacia el juego de Williams; su paranoia tras el encuentro con la chica en los hornos; su ansia por obtener esa misma noche una especie de conclusión sobre todo lo ocurrido.
Brian marcó el número del teléfono móvil de Mary, pero no obtuvo respuesta. Condujo hasta Brown, aparcó en la acera y dejó el motor de su furgoneta en marcha. Aquella residencia, como las demás, estaba vacía. Tenía que probar, sin embargo. Tenía que prevenir a Mary acerca de Williams antes de que ella se pusiera en contacto con él.
Subió en el ascensor hasta su piso y nada más salir al pasillo vio la figura agachada de una chica; estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta del cuarto de Mary.
—¿Polly? —le preguntó.
La muchacha levantó la mirada hacia él. Tenía los ojos enrojecidos y con expresión de cansancio. Había estado llorando.
—¿Quién? —replicó.
Era Summer McCoy, la amiga de Mary.
—Estaba esperando a Mary —dijo la chica.
—Yo he estado intentando llamarla —replicó Brian.
—¿Quién eres?
—Me llamo Brian. Soy... un amigo de Mary.
—Me ha hablado de ti —dijo Summer—. Te considera muy listo.
En otras circunstancias, Brian hubiera aprovechado aquel comentario para preguntarle a la chica qué era lo que había dicho Mary exactamente. Pero no ahora. Todo lo que dijo fue:
—¿Dónde está?
—No lo sé —respondió Summer—. Llevo una hora esperándola aquí, y no se me ocurre qué otra cosa hacer. Solo necesitaba decirle... —La muchacha calló. Había agachado la cabeza de nuevo. Las ropas que llevaba parecían quedarle demasiado grandes; tenía las muñecas finas y las mejillas hundidas. Estaba demacrada, consumida.
—Decirle... ¿qué? —preguntó Brian. Entretanto, se iba acercando lentamente a ella. Era un movimiento casi inconsciente, como si su cuerpo se separara de él ahora. Necesitaba estar lo más cerca posible de ella. Necesitaba oír lo que ella le decía, comprender por qué estaba allí, delante de la puerta de Mary, aquella noche en particular.
—Quería decirle que lo que le han estado haciendo está mal —respondió.
—¡Williams! —murmuró Brian. Su percepción se afinaba de nuevo, igual que antes en la furgoneta. La imagen de la chica se hizo borrosa en sus ojos, y apretó los párpados para evitar que el mundo siguiera girando. Después se apoyó en la pared opuesta y se obligó a sí mismo a respirar.
—El profesor —asintió Summer—, y los otros. No sé cómo se llaman. Nunca los vi personalmente. El doctor Williams se presentó una noche en mi residencia y me preguntó si estaría dispuesta a hacer algo para él: hacerme una fotografía con un chico. No era nada especial, solo una foto sentados los dos en un sofá... , un sofá verde. Lo recordaré mientras viva... , y él rodeándome con el brazo. Me dijeron que se la enviarían a Mary para un ejercicio en la clase de lógica a la que asistía. Nada de particular. Y yo acepté. No sabía qué significaba esa foto. Me pagaban por salir en ella, ¿comprendes? Una pequeña cantidad... , pero yo... necesitaba el dinero. Más tarde, cuando me enteré de que el doctor Williams había desaparecido del campus, telefoneé al número que me habían dado.
—¿El número?
—Estaba al dorso de la tarjeta de visita del doctor Williams —dijo Summer—. Por si acaso tenía problemas. Solo por si Mary empezaba a sonsacarme, a hacerme preguntas. Me respondió una voz de hombre. No era el doctor Williams. El que se puso al teléfono era alguien más joven... , como un estudiante. Le pregunté si el doctor Williams estaba bien, y él me dijo que no me preocupara por eso. Me dijo que no era nada, que se trataba solo de un rumor. Así que decidí meterme en mi coche e ir a verlo a su casa.
—¿Fuiste a la casa de Williams?
—Sí. A Pride Street. Y allí mismo, en el camino de acceso, estaba el coche del decano Orman. Lo conocí porque lo he visto muchas veces en el campus. Ocupa una plaza de aparcamiento en el edificio Carnegie, que es donde yo trabajo.
—¿Qué estaba haciendo Orman en la casa de Williams, Summer?
La muchacha continuó. Tenía la mirada perdida y le temblaba la voz. No quería seguir, Brian lo sabía, pero ahora no podía parar:
—Estaba a punto de llamar a la puerta. Solo para decirle que no me sentía cómoda con lo que fuese que estuvieran haciendo. No quería engañar a Mary. Es la mejor amiga que tengo en Winchester. ¿Por qué iba a querer yo hacerle una faena...? ¿Comprendes?
—Los viste allí dentro, ¿no?
Summer asintió:
—Oí ruido de diversas voces que salían del interior, como si estuvieran celebrando una gran fiesta... Así que rodeé la casa y vi... vi...
—¿Qué viste, Summer? Dime.
—Vi que estaban atando a Williams. Que lo estaban maniatando con... , ya sabes, cinta adhesiva. O cinta aislante. Algo así. Después le ponían las manos a la espalda y le obligaban a pasear así por la habitación. Pero...
—Pero... ¿qué? , ¡maldita sea! —preguntó Brian, que se estaba impacientando con ella. El pasillo le daba vueltas y todo lo que podía hacer para no caer era apoyarse contra la pared.
—Se estaban riendo todos. Como si se tratara de una broma. Se hallaba allí el decano Orman. Y había otras personas que no reconocí. Pero, entonces... , ¡Dios santo...! , entonces Williams se volvió y me vio. A través de la ventana. ¡Me vio! O, por lo menos, me pareció que me había visto. No puedo decirlo con seguridad. Quizá solo lo imaginé. Pero te juro que me pareció...
—Peligroso —dijo Brian, concluyendo la frase por ella.
—Exactamente —asintió Summer—: peligroso. Pareció como si me hubiera pillado en algo. Y por eso escapé corriendo, me alejé del campus con el coche y he estado en el apartamento de una amiga mía en St. Owsley. He suspendido mis dos asignaturas. No les he dicho nada a mis padres. No podía...
—¿Has sabido algo más de esas personas? —le preguntó Brian.
—No. Llamaron a mi móvil, pero no respondí. De hecho, lo tengo apagado. No he hablado con Mary desde hace una o dos semanas. Probablemente pensará que me he muerto.
«Mary tiene ahora sus propios problemas», pensó Brian, pero no dijo nada.
—Anoche, sin embargo, lo entendí —prosiguió Summer—. Pensé en lo que había hecho... ¡Por cincuenta pavos! , ¿sabes? ¡Cincuenta cochinos pavos! ¡Por una maldita foto en un sofá verde! Y ya no he podido seguir callando. He pensado que Mary corría peligro. La forma como me miró el doctor Williams a través de aquella ventana... Me ha hecho pensar que tal vez Mary estuviera en algún apuro. Y me pregunto si tal vez yo soy responsable de alguna manera de...
Brian esperó, pero Summer no dijo más. Agachó la cabeza otra vez y empezó a sollozar. Un llanto silencioso al principio, que se transformó luego en profundo y entrecortado sollozo.
Él, con todo, ya no tenía su atención fija en aquella muchacha llorosa, sino que pensaba en algo que ella había dicho: «He pensado que Mary corría peligro».
Williams trataba de hacer daño a Mary.
Brian no se molestó en esperar el lento ascensor del edificio Brown. Se lanzó escaleras abajo a toda velocidad y se adentró en la noche. Sabía exactamente a donde necesitaba ir y sabía que la única manera de acabar con aquello era detener a Williams antes de que pudiera causar más daño.
«He pensado que Mary corría peligro.»
Brian se dirigió a su lugar favorito en el campus de Winchester: el viaducto. Pasó la pierna por encima de la barrera y la saltó. Después inició el descenso de la pendiente hacia el torrente de Miller, resbalando aquí y allá en el barro. Gracias a Dios, no había estudiantes mirándolo; ninguno pudo verlo gatear en el lodo con las manos y las rodillas, como lo había hecho en las primeras luces del amanecer tres años atrás, tan solo unos días después de haber vuelto a Winchester. Un foco de seguridad del viaducto le proporcionaba alguna luz, la suficiente para ver cómo sus manos se manchaban con el negro cieno mientras escarbaba en él.
No tardó en palparla. Seguía aún dentro de la toalla con que la envolvió.
Tiró para extraerla de la tierra, que se resistió produciendo un sonido como de succión, y desenrolló la toalla. La Cosa apareció bajo la mortecina luz del viaducto. Era una pistola: la Smith & Wesson de nueve milímetros que había empleado Marcus para suicidarse. Brian la había guardado porque no supo qué otra cosa hacer con ella. Durante semanas había viajado llevándola en la guantera de su furgoneta, desde la que la Cosa parecía irradiar una pulsante e invisible energía. Cuando llegó a Winchester la había envuelto en la toalla y sacado de allí. Y, cuando se dio cuenta de que no había ningún lugar donde tenerla realmente oculta, había decidido bajar a la orilla del torrente de Miller y enterrarla allí, que fue lo más parecido a destruirla que se le ocurrió.
Ahora, con los brazos y rodillas sucios del cieno negro de la ribera del torrente, y con la Cosa oculta en el bolsillo de su chaqueta, se encaminó al campus superior. A la casa de Leonard Williams.