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Lo primero que vio Mary al entrar en el Seminario fue que el aula estaba llena de gente. Personas que ella había visto antes y que le resultaban vagamente familiares. Lo segundo, que Elizabeth Orman se hallaba de pie en la tarima en la que se situaba el profesor Williams durante sus clases. La mujer mostraba en su rostro una extraña y casi beatífica sonrisa.