18

Aquella noche Mary estaba metida de nuevo en Ciudad de cristal. Quinn descifraba los pasos de Stillman a través de la ciudad en letras que componían la torre de Babel. Finalmente, a Mary la había intrigado la trama. Auster la tenía en sus manos, y ella estaba empezando a inquietarse por la salud mental de Quinn... , por cómo iba a poder vencer esa adicción por Stillman, esa obsesión suya no necesariamente por resolver el enigma, sino por el enigma mismo.

Todo le resultaba familiar ya. Y, aunque se daba cuenta ahora de que descifrar el código de la clase de Williams —descifrarlo realmente, encontrar la solución del enigma— iba a ser imposible por la excesiva abundancia de giros, vueltas, incongruencias y pistas falsas, iba a tener que decidirse por una teoría y lanzarse con ella. Lanzarse de cabeza con ella. No existía otra manera de aplacar su mente. Dos años antes se había dicho a sí misma que Dennis había cambiado («Los chicos cambian, Mary», le había dicho Summer McCoy), y eso le había permitido encontrar por fin un poco de paz.

Ahora iba a tener que decidirse por un plan y actuar conforme a él. ¡Al diablo las consecuencias si estaba equivocada! Tenía que ponerse manos a la obra, dedicar toda su mente a la tarea de encontrar a Polly. Vacilar sería una pérdida de tiempo, y con solo tres semanas por delante para encontrar a la muchacha desaparecida, el tiempo era algo que Mary no podía desperdiciar.

«¿Una nota para él mismo? —estaba pensando Quinn en el libro—. ¿Un mensaje?»

Sonó el teléfono.

—Brian al habla —dijo la voz al otro extremo de la línea—. He averiguado algo.

—¿Por qué te marchaste hoy de clase? —le preguntó Mary.

—Motivos personales. Mira... , no sé a qué otra persona llamar. He encontrado tu número en el directorio del campus. He pensado... , he pensado que querrías oírlo.

—Oír... ¿qué, Brian?

—¿Sabes ese detective... , Thurman? Es un impostor.

Mary dejó que calaran en ella las palabras. Por un segundo pensó que Brian pudiera estar intentando engañarla, haciéndole algún sucio truco. O, peor aún, que Williams había conquistado a Brian de alguna manera y estaban los dos juntos en aquel engaño. Tal vez el juego —la clase, el profesor, los estudiantes, la fotografía de Summer McCoy... — fuera todo una ingeniosa broma a costa de Mary. Todo esto pasó por su mente de una manera tan fugaz, que no pudo captar nada de nada. Se había presentado e ido antes de que a ella le hubiera dado tiempo de registrar su impacto, y Brian estaba ya hablando de nuevo:

—He telefoneado al departamento de policía de Cale. Nadie allí había oído nunca hablar de él, Mary. He mirado por los alrededores. Bell City, DeLane, Shelton... Nada. No existe ningún detective Thurman. Ni aparece su nombre en ninguna parte.

—¿Y esto qué significa? —preguntó Mary. El mundo era un ruido ensordecedor ahora a cada lado de ella, un zasss estrepitoso a través del plano de su percepción. Demasiado caos allí afuera. Demasiado desorden. Azar.

—Significa que Williams está jugando con nosotros. Es parte de la clase.

—Eso no va en contra de la ley, Brian —observó, poniéndose ahora de parte de Williams. Protegiéndolo.

—No va contra la ley, pero tiene que haber algunas normas éticas. Alguna previsión en los libros que prohíba esta clase de prácticas.

Brian estaba sin aliento, rabioso, casi desesperado.

—He dado algún paso, intentando ver qué podía hacer. Para... poner término a toda esta memez. Los de servicios al estudiante me dijeron que llamara al decano Orman, y eso he hecho —dijo.

—¡No! —exclamó Mary. Más tarde se preguntaría a sí misma por qué había tenido esa reacción.

—Le he contado todo. Lo de Polly. El detective. La falsa historia que Thurman ha contado. Tuve la impresión de que el decano se mostraba... preocupado por ello. Me dijo que él se ocuparía. Que no fuera a ver a Williams si me pedía que fuera a su despacho. Que si me cruzaba con él en la acera, siguiera caminando. Tuve la sensación de que él, Orman, había tenido algún problema con Williams en el pasado. Fue como si no le sorprendiera lo que le contaba.

Mary le habló a Brian del asunto del plagio. Le contó todo lo que sabía: lo de la nota que vio en la mesa de Williams y su conversación con Troy Hardings, la extraña llamada telefónica que había recibido aquella noche de la policía del campus, e incluso la violencia que le había parecido notar en la oposición de Williams al cerrarle el paso ante la puerta del aula. Llegaba hasta ella la acelerada y fuerte respiración de Brian en el otro extremo de la línea mientras iba siguiendo su relato.

—Si viste una nota acerca de ella, y ese tipo, su ayudante...

—Troy —lo interrumpió Mary.

—Si viste una nota acerca de ella, eso debe significar que...

—Sí, así es. Consulté la base de datos de EBSCOhost y encontré allí un artículo relativo a ella. Escrito por... espera, lo tengo impreso aquí... , escrito por un tipo llamado Nicholas Bourdoix, de agosto de 1986.

—¡Dios santo, Mary! —exclamó Brian—. ¿Por qué haría eso Williams?

—La verdad es que no se me había ocurrido pensarlo —respondió ella. Pero no era cierto. Había dedicado mucho tiempo al tema desde el instante en que encontró el artículo de Bourdoix. ¿Había tenido Williams algo que ver con la desaparición de Deanna Ward? Ahora mismo volvió a encontrarse pensando en la terrible fuerza de Williams, en el tremendo peso de su cuerpo empujándola.

«Quédese.»

—Lo que yo me pregunto es por qué —replicó Brian, sacando a Mary de su ensimismamiento—. ¿Por qué sigue aún en Winchester? ¿No crees que hay algo que no funciona bien en él, Mary?

Ella no respondió. Por alguna razón pensó en Dennis, en la vez que la había acompañado a Kentucky dos años atrás, para el día de Acción de Gracias. Aquella primera noche su padre se la encontró mirando la televisión sola de madrugada. «¿No crees que hay algo que no funciona bien en él, Mary?», le había preguntado. Y cuando ella lo hubo reprendido por decir tal cosa, y apartado el rostro para que no se diera cuenta de que estaba llorando, el padre le había pedido perdón. Un mes después Dennis estaba con Savannah Kleppers.

—Para mí que es un tipo misterioso —prosiguió Brian—. En su forma de hablar. En la manera como actúa. Hay algo forzado en él, Mary. Como si estuviera siguiendo un guión. Sé lo que es eso. Lo he visto antes. Mi hermano...

—¿Qué? —preguntó Mary. Había algo que reprimía a Brian, algún límite íntimo que temía cruzar.

—Mi hermano era actor. Representaba obras de Shakespeare, sobre todo. En algunas compañías locales en el valle del Hudson. Era brillante. Acababa de incorporarse a una compañía comercial cuando se pegó un tiro.

Ninguno de los dos dijo nada durante unos momentos. Su silencio fue roto por un grupo de chicas que gritaban alegremente en el patio de delante del edificio Brown. Era viernes por la noche y Mary sintió de pronto una necesidad apremiante de estar de vuelta en casa, en Kentucky. Le vino tan de repente, que prefirió apagarla. Estaba metida en algo, pensó, en algo que, por primera vez, la importaba más que ella misma.

—De todas formas —dijo Brian—, no voy a volver a su clase.

—¿No irás?

—No, ¡maldita sea! Esa clase me saca de quicio. Lo decidí mientras el buen detective soltaba su perorata. Que les aproveche. Yo me quedaré con la idea de que la tal Polly es tan solo un juego, un engaño en masa.

«Es tan solo un juego», había dicho Brian. Pero Mary ya lo sabía. ¿No lo habían sabido todos siempre? Williams había admitido desde el primer día que se trataba de un enigma lógico, ideado para desarrollar sus habilidades de raciocinio. ¿Qué había cambiado? ¿Un detective que no es lo que parece, una falsa historia? ¿La historia de otra chica que había desaparecido? Era posible que el mundo real hubiera entroncado tan profundamente en el urdido, que hubiese espantado a ambos. Mary pensó en el Quinn de Ciudad de cristal. El misterio se había convertido en su vida, se había convertido en algo tan tangible como el cuaderno de notas rojo que sostenía sobre las rodillas y en el que garabateaba cosas sin sentido. Incesantemente, confundiéndolo, esas anotaciones iban a parar al cuaderno hasta componer allí el relato de su obsesión y su caída.

—Brian —murmuró Mary. Y, como no respondía, lo repitió más alto.

—Sí —dijo él—. Sigo aquí.

—Pienso que Williams es... —Cerró los ojos, incapaz de encontrar la palabra.

—Comprendo lo que quieres decir —dijo Brian.