19

Mary llegó pronto aquel domingo a la casa del profesor Williams. Era una noche cálida, y había venido caminando a través del Gran Prado que se extendía frente a la biblioteca Orman y atajando después hacia Pride Street. Estaba solo una manzana de casas más arriba. Mary había pasado por allí muchas veces mientras hacía jogging por el campus. Era una casa con pocas pretensiones, sin ninguna en realidad: una sencilla construcción de ladrillo oscuro, con un camino de gravilla para coches y una furgoneta aparcada delante. En la parte de atrás ladraba un perro, sujeto a una cadena que se deslizaba por un tendedero. Todo era normal, extrañamente normal, incluso, y en absoluto lo que ella había esperado encontrar.

Dennis había telefoneado a Mary y le había pedido que se encontrara allí con él. Le dijo que había hablado con el profesor Williams y que habría sorpresas en aquella fiesta. Mary se la imaginaba como un crédito suplementario, una ventajilla sobre los demás de la clase. Dennis añadió que a Williams lo inquietaba que no se presentara nadie y que por eso había preparado una excitante velada en lo tocante a Polly.

Y, sí, Mary había tenido que vencer su impulso inicial. Pensaba en Brian House, en la desolación que manifestaba su voz a través del teléfono. Pero ella sabía lo que tenía que hacer. Esa noche, mientras cruzaba el prado caminando, sabía que ella estaba en un error y que Brian tenía razón. Era como la protagonista de una película de terror que abre la puerta aun a sabiendas de que no hay nadie en casa. Era exactamente igual que esa chica. Y, aun así, avanzaba con sus talones hundiéndose en la hierba húmeda y con las hojas susurrando encima y cayendo sobre su pelo.

Dennis la esperaba en la puerta y cogió su chaqueta. En aquella simple acción, Mary se dio cuenta de que Dennis había estado hablando allí con el profesor Williams. ¿Cómo explicar, si no, la seguridad con que se movía en la casa de Williams? Era algo innegable. Se llevó la chaqueta y fue a dejarla en alguna habitación a oscuras del fondo de la casa. Había unas pocas personas conversando, bebiendo cerveza en vasos de plástico. Mary reconoció a algunos de la clase y vio a otros que no le resultaron familiares. Troy estaba allí. Charlaba con una de las chicas de la clase; la saludó con una inclinación de cabeza en cuanto la vio. Y ella le devolvió el saludo de la misma forma. Había una mujer de cierta edad dentro de la cocina, apoyada contra la encimera y bebiendo una copa de vino. Mary supuso que se trataría de la esposa de Williams. Un chiquillo de unos cinco años corría chillando a través la estancia, mientras sus rubios cabellos se agitaban en su cabeza como si formaran un yelmo.

Vio a Williams fuera, en el patio, hablando con alguien y fumando un cigarrillo. Él y su interlocutor reían echando hacia atrás las cabezas como si nada fuera mal en el mundo.

—Della Williams —dijo alguien a su espalda.

Mary se volvió y se encontró a la mujer que estaba antes en la cocina. Con los labios pintados con una gruesa capa de lápiz color malva y una blusa muy escotada... , era una mujer hermosa. Demasiado guapa para Williams. Tendría diez o quince años menos que el profesor, lo cual explicaba la edad del pequeño. Los rizos oscuros de su pelo le caían graciosamente sobre los hombros y reflejaban la luz. Mary notó que la copa de vino que sostenía en la mano mostraba una huella de color malva en toda su circunferencia, como si la mujer hubiera estado haciéndola girar en cada sorbo.

Mary se presentó a la mujer.

—Y ese terremoto es Jacob —dijo Della mientras el ruidoso chiquillo corría a través de la sala a la altura de sus rodillas. La mujer sonrió a Mary como diciéndole: «¿Qué puede una hacer?».

Se produjo entre ambas un silencio incómodo. Mary clavó la mirada en el suelo y observó que aún eran visibles las huellas recientes del paso de un aspirador.

—Entonces... este semestre tenéis a Leonard como profesor —dijo la mujer.

—Así es —respondió Mary—. En lógica.

—Ah. La chica.

—Exacto. La chica.

Dio la impresión de que no había entre las dos ninguna otra cosa en común, pero en el instante en que Mary se disponía a escapar, lo vio allí delante, rodeando con el brazo a su esposa. Williams vestía una camisa hawaiana y pantalones de faena. La muchacha notó en él un tufillo a insecticida y un fuerte olor a cerveza.

—Gracias por haber venido —le dijo amablemente, aunque ella trató de ver en sus palabras algún sentido más profundo. ¿Había pensado que no iba a presentarse? Tal vez estuviera enterado de su discusión con Brian House... Pero... ¿cómo? De nuevo advertía en él aquella insistente mirada que le dedicaba habitualmente. Aquellos ojos encantados, casi atónitos.

Pero allí se hallaba también Dennis, dándole el brazo y conduciéndola al exterior. Le trajo una cerveza de barril, que ella aceptó y, por primera vez en muchos meses, saboreó el gusto del alcohol. Era una noche fresca, mágica, bajo un cielo profundamente negro, sin estrellas. El perro corría de acá para allá siguiendo el espacio que le dejaba libre su correa. Mary no se movió del lado de Dennis y buscó apoyo en él, al resguardo de la leve brisa.

—¿Cómo te van las cosas? —le preguntó Dennis, y Mary se lo dijo. Agobiada por las clases. Peleándose a diario, sobre todo, con Paul Auster y su Ciudad de cristal. Dennis hacía surgir algo en ella, un impulso a confiar en él, y, si hubiera tenido algunos minutos más, le hubiese hablado sin lugar a dudas de Brian y del detective Thurman.

Pero el profesor los invitó a todos a pasar al interior de la casa y se apiñaron en torno a él en la sala de estar. Williams se sentó en un taburete con ruedas, con el pequeño Jacob encima de una de sus rodillas. El pequeño tenía un camión de juguete, que hacía rodar por el muslo del padre. La madre, Della, regresó a la cocina y se quedó allí bebiendo el vino que aún quedaba en su copa. Todo resultaba hogareño y plácido. Mary se sintió de pronto contenta de haber ido.

—Ha ocurrido un evento —dijo Williams. La palabra pareció subrayada, acentuada, como escrita con letras mayúsculas: EVENTO—. Pero permítanme que les haga primero una pregunta. —El niño hizo rodar el camión por la pierna de Williams hasta que cayó ruidosamente al suelo; después se llenó de aire los carrillos y lo expelió imitando el sonido de una pequeña explosión—. ¿Está alguno de ustedes molesto conmigo?

—Aterrado. —Era la voz de Troy que a renglón seguido se rió y comenzó a tararear el tema de La dimensión desconocida.

—Bien —siguió Williams—, el caso es que ha habido algunas quejas. Conversaciones un tanto incómodas con gente de arriba. —Hizo un gesto con el pulgar señalando hacia el Carnegie, donde se tomaban las decisiones en Winchester.

—Usted los intimida —dijo Troy. Su semblante tenía una expresión seria y, cuando bebía, mantenía los ojos rígidamente fijos en Williams. Mary lo vio entonces: Williams era el patrón de Troy. Había una comprensión profunda y duradera entre ellos.

—Quizá sea eso —dijo suspirando el profesor—. Pero, aun así, necesito saberlo ahora mismo. ¿Se siente alguno de ustedes amenazado por mi clase? Se ha dicho que estoy llevando a cabo... experimentos. La administración empleó esa palabra en una carta que me dirigió ayer. Me dijeron... ¿cómo fue exactamente? ... que fuera con cuidado. Estaba firmada por el mismísimo decano Orman. Con membrete de Winchester y todo eso. Incluso me pareció detectar a través de la abertura del sobre un leve olor a bosta de caballo. —Williams se rió entre dientes—. Orman escribió: «Vaya usted con cuidado. Sus experimentos están causando cierta preocupación». Ignoro si algunos de ustedes están preocupados por el tema de Polly. Pero, si lo están, podemos parar aquí y volver al libro de texto.

—No, no —protestaron todos, temiendo la otra versión de Lógica y Razonamiento 204 de la que ya habían oído hablar: la impartida por el doctor Weston, en la que los estudiantes se aprendían de memoria a Platón y los sorprendían cada semana con nuevas falacias.

—¿Y qué hacemos con Polly? —preguntó Williams.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó Dennis a su vez.

—Bueno... ¿no piensan ustedes que es una ficción?

Mary apartó la mirada. Sentía fijos en ella los ojos de todos. El profesor se estaba refiriendo de nuevo a la fotografía de Summer y, de repente, ella sintió vergüenza. Por fortuna, Dennis vino en su ayuda, como ya había hecho algunas otras veces en la clase de Williams:

—Ha habido ocasiones —admitió— en que me pareció que era alguien real.

—Pero casi todos ustedes son capaces de distinguir lo que es real, en sus estudios, de lo que no lo es, ¿no? —preguntó Williams.

«No —quiso decir Mary—. No cuando un falso detective se presenta en el aula y narra una historia acerca de una muchacha desaparecida. No cuando el mundo empieza a asemejarse a los personajes de su historia.» Era una comedia dentro de una comedia, como Hamlet, pero en la que el truco consistía en averiguar cuál de los dramas era el más real.

—Bien —dijo el profesor cuando nadie de los presentes manifestó objeción—. Sigamos con ello, entonces. —El pequeño estaba a sus pies ahora, jugando con el camión y pasándolo a través del grueso tejido de la alfombra. Della Williams se hallaba en la cocina lavando platos. Mary sentía a Dennis a su lado, saboreando en su bebida el suave olor a él—. Como les decía, ha ocurrido una novedad. —Se detuvo, suscitando su impaciencia. «Brum, brum, brum», siguió el pequeño dirigiéndose hacia la cocina con su camión—. ¿Se acuerdan todos de Trippy?

—¿Trippy? —preguntó alguno que estaba detrás de Mary.

—El novio de Nicole —apuntó otro.

—A Trippy lo han detenido por posesión de drogas —dijo Williams.

Hubo unos cuantos abucheos y pitos irónicos. Alguien dijo: «Asombroso», y todo el mundo se rió.

—Así que Trippy está en la cárcel —les dijo el profesor—, y les ha dicho algo a los detectives: ha admitido que sabe dónde está Polly.

Quedaron todos en silencio. Pensativos, mientras los árboles, fuera, se mecían por efecto del viento, emitiendo un rumor como de agua corriente. Y expectantes.

Cuando se hizo evidente que Williams no pensaba añadir nada más, alguien dijo:

—¿Y...?

—Continuará —concluyó el profesor ante la protesta general.

—Es decir, que Trippy la secuestró —resumió Mary.

—No necesariamente —la corrigió Williams. Se levantó del taburete, gruñendo al escuchar el ruido de sus anquilosadas rodillas e hizo un gesto invitándolos a reanudar lo que estuvieran haciendo anteriormente. Reapareció de nuevo el niño, esta vez en brazos de Della, y Williams pasó las manos por los finos cabellos de su hijo. Mary quería acercarse a él para hablarle de Polly y de su padre y de todo lo que había estado pensando, pero el profesor se vio rodeado de pronto por unos cuantos chicos. Se pusieron a hablar del equipo de rugby de Winchester.

De nuevo se colocó Dennis junto a su brazo.

—Ven —le dijo con naturalidad. Mary vio algo en sus ojos. El resplandor de otros tiempos. Él la condujo al piso de abajo, donde sonaba un viejo y polvoriento estéreo con un disco de Zero 7. Habían dispuesto allí una mesa bien surtida: una fuente con verduras, algunos emparedados. Ella y Dennis los comieron juntos, sentados en un viejo sofá que olía a guardamuebles. Algunos otros se dejaban caer por allí de cuando en cuando, pero la mayor parte del tiempo estuvieron solos.

—He pensado muchas veces en llamarte —dijo Dennis.

Mary no estaba segura de querer prolongar la conversación. Había una parte de ella que aún seguía enamorada de Dennis, pero él le había roto el corazón de una forma tan brusca que era casi como si hubiera empleado la violencia. Todavía pensaba en él, por supuesto, pero cada vez que lo hacía se obligaba a reconocer que jamás volvería a ella.

Y, sin embargo, lo tenía allí, en persona, en aquel húmedo y extraño sótano. Lo tenía a su lado. Mary casi no podía creerlo. Probablemente no lo hubiese creído de no ser porque sentía en su piel el calor del cuerpo de Dennis.

—Lo que pasa es que me he comportado como un estúpido —prosiguió—. Eso es... , como un loco, Mary. Me asusté de lo que teníamos. Porque me aterraba. Yo nunca había estado enamorado... , lo sabes. Y luché contra ello. Como un idiota. Lo reprimí en mi afán de mantener el control de la situación.

«¿Está ocurriendo esto de veras? ¿Lo vivo en realidad?», se preguntó Mary.

—Además, tú estabas ya casi en tu seminario —dijo él tímidamente, como un chiquillo. Y fue este tono suyo de timidez lo que a Mary siempre la había cautivado en Dennis Flaherty: el hecho de poder ser tan inocente, tan incapaz de hacer daño a nadie, por más que siempre estuviera presente su inteligencia, como una energía obstinada, capaz de revelarse en el momento más oportuno.

Siguieron charlando. Mary perdió la noción del tiempo. Al principio estaba nerviosa, escondía las manos en los cojines del sofá, sus risas eran demasiado ruidosas, se quitaba los zapatos y los desplazaba sobre la alfombra con los pies para que hubiera algún ruido de fondo... , algo que apartara su espíritu del estrepitoso latido de su corazón... , pero al cabo de un rato su actitud con él recuperó un tono de naturalidad. Como si estuvieran juntos de nuevo.

Cuando hubieron cesado los ruidos en el piso de arriba, el roce de los pies y el sonido de los tacones, Mary supo que se había hecho tarde. Pero allí estaba Dennis, asiéndola todavía del brazo, con los ojos fijos en ella. ¿Qué esperaba de Mary? Probablemente que las cosas volvieran a la normalidad, a como habían sido dos años antes. «Ni hablar», pensó Mary. No había forma de que pudiera olvidarse de Savannah Kleppers y de todo el daño que le había hecho a Mary dos años atrás.

—Te quiero, Mary —le estaba diciendo Dennis.

La muchacha respiraba y sentía el aliento de él a su lado. Un ritmo doble. De los cojines del viejo sofá emanaba un olor a moho, a rancio, cada vez que uno de los dos se movía.

—Dennis... —dijo finalmente Mary.

—¿Sí? —sonó como un murmullo, con una extraña nota de coquetería, inofensivo en todo caso.

—Me voy a ir a casa. Pensaré en todo esto y te llamaré mañana.

Él sonreía mirándola, pero sus ojos eran tiernos y suplicantes. Como casi todos los gestos de Dennis, su sonrisa hablaba. En este caso le decía: «Ven».

—Por favor... —dijo ella desviando la mirada. Los ojos de Dennis la siguieron, con el aliento fijo todavía en la nuca de la muchacha. De haber cedido a él, aún hubiese permanecido sentada allí otro par de minutos. En su interior comenzaba a forjarse el mismo confuso y ya perdido sentimiento de antaño. Aquella atracción.

Empezó a levantarse.

Y, entonces, tal vez porque sintiera que se le escapaba, Dennis le dijo:

—Sé dónde está Polly.

Durante un momento, ella no reaccionó a sus palabras. Él seguía mirándola, ahora con una expresión más activa. Pero, finalmente, Mary se dio cuenta de lo que Dennis le proponía, y la revelación cayó sobre ella como una losa. Como si su peso la hubiese aplastado y la inmovilizara.

Era eso, claro. Dennis estaba intentando llevarla a la cama a cambio de revelarle el secreto.

¡El maldito bastardo...!

Se las arregló para ponerse en pie. Notaba flojas las rodillas y se hallaba en esa etapa inicial de la embriaguez en la que todo parece tambalearse y ceder. Fue hacia la escalera con pasos cortos e inseguros, para subir los peldaños de uno en uno.

—Espera —la llamó Dennis.

Ella siguió caminando, subiendo hacia la luz que llegaba de la sala de Williams.

—Mary... —insistió Dennis—. ¡Tus zapatos!

Se dio cuenta, demasiado tarde, de que se había olvidado sus zapatos. Se los había quitado en el sótano y ahora eran el botín de Dennis Flaherty. No era una pérdida que la preocupara. En cualquier caso, eran viejos, puesto que los tenía desde sus años de instituto. Ya se compraría otros.

Mary emergió por fin en la sala de estar. Había todavía unos cuantos charlando entre ellos. Williams estaba sentado en uno de los sofás de cuero, hablando con Troy y gesticulando sin ningún empacho.

—¡Mary! —exclamó nada más verla, con voz demasiado alta, con excesiva torpeza. Se levantó del sofá y se acercó a ella haciéndole una pequeña y cómica reverencia—. Gracias por haber venido. —También él estaba un poco bebido y sus ojos se movían inquietos con demasiada viveza. Se fijó entonces en los pies descalzos de ella, y Mary le explicó que Dennis tenía sus zapatos y se los devolvería.

—Oh, comprendo —le dijo—. ¿Te veré mañana?

La muchacha no conseguía centrar sus ojos en él. Lo veía confuso, borroso. Atropellado. Otro momento incómodo fue cuando intentó estrecharle la mano.

—Bueno... —logró decir, y él le sonrió con aquella sonrisa suya postiza. ¿Cómo la había llamado Brian? Una sonrisa de guión. Sí... Mary tuvo que reconocer que era así. Había algo falso en ella, algo positivamente irreal.

Cuando ya se marchaba, recordó: «Mi chaqueta». Encontró el camino hacia la habitación de detrás. El pequeño Jacob estaba dormido en el dormitorio principal, y Della Williams se hallaba a su lado. Tenía encendido el televisor. Los abrigos de las visitas se hallaban amontonados en la cama contigua a la del niño dormido. Mary extrajo su cazadora del montón y se la puso. Cuando se disponía a cerrar la cremallera, la mujer se volvió a mirarla. Della estaba aún vestida y llevaba puestos los zapatos, de hebillas y con un cómodo tacón cuadrado. Mary se fijó en que no llevaba medias y mostraba algunas magulladuras en las piernas.

—Adiós —le dijo.

—Hasta otra —le respondió Mary.

—Necesitaba darle esto a alguien —dijo en tono de apuro—, pero no lograba decidir a quién confiárselo. —Tenía en la mano un trozo de papel, cuyos bordes parecían manoseados y húmedos—. No lo lea hasta que esté fuera.

Mary sabía lo que quería decir con aquello: «No deje que él lo vea».

Salió de la casa y corrió a través de Montgomery Street de regreso al campus, mientras las plantas de sus pies pisaban el pavimento. Después cruzó el césped del Gran Prado, notando cómo las ramitas le desgarraban las medias y la hierba mojada y fría se escurría entre los dedos de sus pies. Cuando estuvo bajo una luz de seguridad, en la avenida que discurría paralela a la biblioteca Orman y desembocaba en el viaducto, desplegó el papel que le había dado la mujer.

«Nada de todo esto es real —leyó—. YO NO SOY SU ESPOSA.»