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—¿Hola? —llamó Mary siguiendo al hombre de la gorra de los Red Sox.

Silencio. En el interior del Seminario reinaba un profundo y pétreo silencio. Nada se movía.

Subió el tramo de escaleras hasta el segundo piso y se adentró en él. Al fondo del pasillo había luz en el aula donde había asistido a las clases de Williams. Caminó por él hacia aquella luz. «Y ¿qué haré si Orman está allí dentro? ¿Y si resulta que estoy yendo a una trampa?», pensaba.

Pero no podía detenerse ahora. El juego estaba llegando a su final, y ella tenía que completarlo o nunca se perdonaría a sí misma haber estado tan cerca de encontrar las respuestas y fallar. Tenía que saber cómo acababa todo. Deanna Ward seguía desaparecida, y alguien en aquella habitación sabía dónde estaba. Detenerse ahora equivaldría a sacrificar todo cuanto había aprendido en aquellas seis semanas.

Mary cruzó la puerta.