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El miércoles, Mary se dio cuenta de que dos o tres de las chicas matriculadas en la asignatura no estaban en la clase. Se preguntó si se debería a que la foto de la ejecución hubiese asustado a alguna. Se preguntaba si tal vez se les pasaría por la imaginación denunciar a Williams por haber enviado una foto así a través del correo del campus y si aquello pudiera traerle problemas. Pero, sobre todo, estaba intrigada por Polly y dispuesta a contrastar sus teorías con el profesor Williams. Había pasado la noche anterior desarrollando esas teorías y, aunque se había sentido agotada para seguir la clase de literatura del doctor Kiseley aquella mañana, le parecía que la descarga eléctrica que había sentido el lunes después de la clase se reavivaba.

Cuando Williams entró en la clase, vestido de nuevo con tejanos azules y la camiseta de la Universidad de Winchester, llevaba un rotulador para pizarra blanca y unas cuantas hojas sueltas de papel transparente. Ocupó su lugar en la tarima.

—¿Alguna pregunta? —dijo sin saludar.

Mary ya había organizado mentalmente su primera teoría, pero en el momento en que estaba a punto de hablar, Brian House dijo en voz alta desde el lugar en que se hallaba sentado a su espalda:

—Todos queremos saber de qué va esto.

—De qué va ¿qué? —preguntó Williams sin levantar la voz.

—Esto —dijo el muchacho—. Todo esto... Esta clase. Polly. Esa... —iba a decir «fotografía», pero no añadió la palabra.

—Pues esto es Lógica y Razonamiento 204 —dijo Williams, desestimando el sentido de la pregunta. Unos cuantos estudiantes rieron.

—No es eso lo que quiero decir, y usted lo sabe —dijo Brian. Se había puesto en pie ahora y señalaba al profesor con el dedo, en actitud acusatoria.

—¿Está usted queriendo decir, señor House —era la primera vez, y lo advirtieron todos, que se dirigía a alguno de ellos llamándolo por su apellido—, que todo esto es un engaño?

—Sí, bueno... Exactamente. Eso es exactamente lo que estoy diciendo.

—¿Y acaso no es un engaño todo conocimiento? ¿No está el mundo racional, en sí mismo, lleno de inconsistencias y trucos? ¿De trampas? ¿De falsos retos? ¿Cómo sabe usted que cada día, cuando camina a través del campus, está nadando en realidad a través de un mar de mónadas? Porque se lo explicamos nosotros. ¿Cómo sabe usted que Orgullo y prejuicio es una obra maestra? Porque nosotros decimos que lo es. ¿Cómo sabe usted que cierto experimento explica la naturaleza de la luz o la velocidad de propagación del sonido? Porque así está escrito en un libro. Pero... ¿y si la ecuación no es correcta? ¿Y si el experimento no es el adecuado? ¿Y si resulta que las mediciones son falsas? ¿Y qué pasaría si lo que siempre les ha parecido a ustedes un pensamiento lógico resultara, ¡Dios no lo quiera! , ¿una equivocación? El mundo está dictado por una serie de principios, y la mayoría de estos principios se les ofrecen a ustedes aquí, en estos ornamentados edificios —concluyó Williams, acompañando las palabras con un ademán para abarcar los muros, la luz y el polvo que danzaba en ella en el ala este del pabellón del Seminario.

—¿Está usted diciéndonos que todo lo que aprendemos en Winchester es una mentira? —preguntó algún otro.

—Todo no —dijo Williams—. Todo no, pero sí algunas cosas. La cuestión está en averiguar cuáles son reales y cuáles falsas.

—¿Es esto lo que tenemos que hacer en esta clase?

—Ni más ni menos —afirmó Williams tajantemente—. Lo que quiero decirles es que la mejor forma de aprender lógica es descifrar un enigma. Y eso es lo que hay en la desaparición de Polly: un intrincado enigma. Puede ser que a algunos de ustedes les disguste esto. Tal vez haya quienes se escandalicen de mis métodos pedagógicos. Pero ustedes aprenderán a pensar, a inducir y a cincelar las malditas rebabas del pensamiento perezoso: sus falacias, indiscreciones y rodeos. Solo los mejores de ustedes encontrarán a Polly, y serán los estudiantes a los que les pondré un sobresaliente.

Brian se sentó. Pareció satisfecho con aquella respuesta. Se puso a mirar las uñas mordisqueadas de sus dedos.

Mary tenía ya formada su teoría:

—El padre de Polly la raptó —dijo, pronunciando las palabras más atropelladamente de lo que hubiera querido. Al acabar, estaba casi sin aliento. No quería mostrarse desesperada... , no, al menos, en aquella fase del juego.

—¿Cómo? —replicó el profesor.

—¿Por qué? —intervino Dennis Flaherty, inclinándose sobre la hilera de asientos de delante para mirar burlonamente a Mary.

—Motivo —dijo el profesor Williams—. Lo que necesito saber ahora es el cómo. ¿Cómo pudo ser responsable de eso su padre?

—Porque... —empezó Mary, pero no pudo seguir. El profesor seguía interrogándola, y ella falló por segunda vez en responder a su pregunta.

—Por causa de Mike —apuntó Brian.

—¡Ah! —dijo Williams—. Mike. El padre y Mike... ¿no se caen bien el uno al otro?

—Probablemente no —sugirió Brian, tal vez porque él había vivido una situación similar: un padre amargado, una guapa chica, y telefonazos amenazadores del intolerante viejo.

—Está usted en lo cierto —dijo el profesor—. No se caen bien el uno al otro. De hecho, se aborrecen. El padre de Polly le espetó a Mike en una ocasión que lo mataría si alguna vez lo pillaba solo. Pero esto no responde a la pregunta que plantea implícitamente la señorita Butler: ¿Por qué el padre? ¿Por qué raptaría a su propia hija?

—¡Para protegerla! —casi gritó Mary. Notaba ya dentro de sí la vieja sensación familiar de encajar perfectamente las piezas de un rompecabezas. El ímpetu que prendía en su sangre. Tenía que estar cerca.

—Eso es muy interesante —concedió amablemente Williams. Mary lo miró y se dio cuenta de que la observaba de una forma que revelaba un claro interés en ella. Comprendió que intentaba mantenerla prendida en el extremo de un sedal dirigiéndola a un montón de intrincadas posibilidades. Hasta que, finalmente, sonrojándose, Mary desvió la mirada—. Para protegerla —continuó Williams—. Es decir, ¿está usted sugiriendo que Mike representa un peligro tan grave para Polly, que su propio padre se ve obligado a raptarla, a mentir a la policía, a mostrarse angustiado públicamente por la falsa desaparición de su hija y a arreglárselas para ocultar su estratagema durante casi un mes? Todo eso no es moco de pavo para un sencillo maestro de escuela retirado, que no dispone de mucho dinero en el banco.

Mary vio de pronto lo ridículo que parecía todo aquello en labios del profesor. No pudo hacer otra cosa que distraerse mirando el parpadeo del cursor en su ordenador portátil.

—Pero si el tal Mike es realmente peligroso —dijo Dennis apoyando a Mary—, si realmente es un psicópata de alguna manera, tal vez al padre de Polly le parezca que el peligro que corre su vida es un motivo suficiente para esconderla.

—Esconderla... ¿dónde? —preguntó Williams.

—En casa de una tía, por ejemplo —respondió Dennis. Mary no estaba segura de si Dennis creía en su teoría o si meramente se estaba agarrando a un cabo suelto e intentando tirar de él para evitarle la vergüenza.

—¿Cuántos de ustedes dan crédito a esto? —preguntó el profesor Williams a la clase. La luz del sol que entraba por la ventana se acercaba ya a la tarima. El tiempo de la clase se agotaba. Ni uno solo de los estudiantes levantó la mano.

—Pero, en un asesinato... —comenzó ahora Brian.

—En un secuestro —corrigió el profesor.

—... en un secuestro... , ¿no es el padre el primer sospechoso? ¿No es así, por regla general? Secuestran a una chica y el padre lo hizo. Tal vez padezca alguna desviación sexual...

—Se sospechó del padre de Polly, en efecto —dijo el profesor Williams, y el corazón de Mary dio un brinco de nuevo—. Pero nunca se sospechó de él por la retorcida razón que sugiere la señorita Butler. Veamos, señores... , ¿cuál es el verdadero problema que presenta la teoría de la señorita Butler?

De nuevo Mary ocultó vergonzosamente la mirada en la brillante luz de la pantalla.

Una chica, en la misma fila de Mary, levantó lánguidamente la mano:

—Que va a ser asesinada —dijo, y después dirigió una mirada a Mary como disculpándose.

—Piensen en eso —dijo el profesor, mostrándose por primera vez impaciente con ellos—. Les he dicho que va a ser asesinada dentro de seis semanas. Es un dato. En tal caso, ¿por qué el padre de Polly la rescataría de Mike, si él mismo, su papá, pensara matarla en el breve plazo de seis semanas?

Williams ordenó los papeles que había traído consigo. Apagó las luces del aula este del pabellón del Seminario y la estancia quedó tan oscura como podía estarlo teniendo en cuenta la luz que entraba por las ventanas. Se escuchó luego el zumbido de un proyector y un cuadrado de luz amarillenta, blanquecina, apareció en la pared norte del aula. Después, el profesor deslizó la primera transparencia y la introdujo en la máquina. Era la foto de una chica que llevaba un vestido veraniego. Estaba de pie en la hierba, descalza, y extendía un brazo con la palma de la mano hacia delante, como si no quisiera que le tomaran la fotografía. Williams no tuvo que decírselo: se trataba de Polly.

Colocó luego la siguiente transparencia. Era la foto de un joven tatuado, sentado en un sofá. Había bebido demasiado y tenía círculos rojizos bordeando los ojos. Aparecía con el torso desnudo y quemado por el sol, con los hombros enrojecidos y la piel pelándose. Una muchacha invisible, que estaba a la derecha, fuera de la foto, lo rodeaba con el brazo. Era Mike. En la tercera fotografía se veía a un hombre con algunos kilos de más, de pie a la derecha de una clase de niños. El padre de Polly. Todos los pequeños tenían los ojos tachados por finas rayas negras para no ser reconocibles. Había una cuarta transparencia. Era la foto de una casa sencilla, estilo Cape Cod, con un jardín de plantas secas a un lado y una bandera de Estados Unidos ondeando sobre el alero: la casa de Polly, el lugar donde fue vista por última vez.

—Así, pues —resumió el profesor Williams, volviéndose para escribir en la pizarra—, esto es todo lo que saben ustedes. —Escribió: «1 de agosto»—. Es el último día en que fue vista Polly. Saben también la fecha en que fue encontrado su coche. —Escribió: «2 de agosto»—. Saben también que Mike estuvo en la casa donde se celebró la fiesta toda la noche el 1 de agosto. Saben que el padre de Polly fue la última persona que la vio la noche del 1 de agosto, y que permaneció un rato mirando la televisión con su hija antes de que esta se marchara a la cama. Y saben que quienquiera que secuestrara a Polly es su potencial asesino. ¿Es así?

Ninguno de la clase respondió. En el piso de arriba, los estudiantes de Seminario 2 estaban saliendo de clase y el ruido de sus mesas al cerrarse se propagaba por el suelo con un ritmo casi musical.

Mary pensó: «Hay algo más». Pero no pudo organizar sus pensamientos y mucho menos verbalizarlos. Lo tenía allí mismo, delante de ella, flotando como una niebla.

—De acuerdo, entonces —dijo Williams. Reunió sus papeles, dejó el rotulador en la repisa, como un regalo para el siguiente que utilizara el aula, y apagó el proyector—. Les recuerdo que esta clase no se imparte los viernes. —Este era uno de los motivos que impulsaban a los estudiantes a matricularse en la asignatura de Williams: que solo se daba los lunes y miércoles. Los alumnos tenían, pues, libres las tardes del viernes. Por eso Mary era consciente de que no iba a poder hablar con el profesor hasta la semana siguiente. Lo que significaba que, o planteaba todas sus teorías ahora, o se arriesgaba a esperar y que otros estudiantes se adelantaran a dar en el clavo.

—La llamada telefónica —dijo Mary entonces. Le latía el corazón apresuradamente y notaba cómo le ardían las mejillas y se ponían encarnadas.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó Williams.

—«Estoy aquí»... —recordó—. La extraña llamada telefónica que recibió su padre. Aquella que parecía provenir de una chica en el fondo de un pozo. Polly lo llamaba. Tuvo acceso al teléfono de algún modo. Y...

—Oportunidad —comentó Brian burlón, y los de la fila de atrás soltaron una carcajada.

Williams tomó el rotulador y escribió en la pizarra: «4 de agosto».

Después dijo en voz baja:

—«Estoy aquí.» «Estoy aquí.» ¿Era Polly? ¿Se trató de una broma de mal gusto? Y, en todo caso, ¿a qué lugar se refería con ese «aquí»? —Apagó las luces fluorescentes del techo y el aula se llenó de una luz amarilla, casi dorada, por los haces de luz que se filtraban por las ventanas. El profesor estaba fuera de estos haces, detrás de ellos, casi invisible tras la cortina luminosa en la que bailaba el polvo del pabellón del Seminario—. Y ahora, damas y caballeros —dijo Williams tapando la punta del rotulador con un sonoro clic—, recuerden que tienen poco más de cinco semanas para encontrar a Polly y que, si no son capaces de hacerlo, la muchacha será asesinada.