29
Salieron el martes a primera hora de la tarde, un día antes de la fecha tope que les había fijado Williams. Fueron en coche a Cale, sin saber por dónde empezarían una vez estuvieran allí. Mary tenía el proyecto de ir a ver primero a Bethany Cavendish de nuevo, pero entre todos decidieron que la Cavendish probablemente formara parte de la trama de Williams, puesto que había encaminado a Brian tras la pista de un libro que no era tal libro. Dennis pensaba que debían viajar hasta Bell City para hacer preguntas allí sobre la chica que le habían devuelto a Wendy Ward y a la que habían confundido con Deanna.
Pero decidieron dejar eso para después. Primero tenían que hacer algunas preguntas en Cale, porque era allí donde todo había empezado. Mary sugirió que fueran a la casa de During Street donde, si podían fiarse de la información facilitada por Cavendish, vivía aún el anciano matrimonio, y los chicos coincidieron en que era probablemente el mejor sitio para empezar.
Viajaban en el Lexus de Dennis Flaherty, lo que hizo que Mary sintiera cierta nostalgia durante todo el camino. Había pasado tanto tiempo en aquel coche... Allí había alargado el brazo cierta noche al regreso de una obra de teatro que habían ido a ver a Indianapolis para estrechar la mano de Dennis. Y allí él la había besado empujándola sobre el asiento y acercándola a él. Eran todos recuerdos que le causaban cierta confusión y que, para conseguir alejarlos de su mente, se veía obligada a mirar por la ventanilla y fijar la vista en el fugaz paisaje.
Se perdieron en las carreteras secundarias de Cale. Brian tenía el mapa abierto sobre sus rodillas en el asiento trasero, y él y Dennis se enzarzaron en un pique cuando se vio que habían pasado por alto una salida y se hallaban a unos ocho kilómetros de donde debían estar. Dennis exhaló un exagerado suspiro de resignación, hizo girar al Lexus en la gravilla de un cambio de sentido y tomó de nuevo el camino hacia la ciudad.
Finalmente encontraron During Street, con el rótulo de la calle caído y casi oculto por las hojas de un sauce que crecía junto a la carretera. Si hay algún lugar que merezca el nombre de «quinto pino», estaban en él. During Street era un camino bordeado de árboles y desde el cual se podía ver a lo lejos la mancha azul del río Thatch. La vegetación era densa: follaje fluvial, hojas de color verde oscuro, tierra negruzca y enredaderas de kudzu cayendo por todas partes. Unas cuantas cabañas, que tal vez solo estaban habitadas durante el verano, se desmoronaban aquí y allá.
Brian presumía de que sería capaz de reconocer la casa del matrimonio por el campo que Bethany Cavendish le había descrito. Y allí estaba, en efecto, justamente enfrente, una sencilla construcción tipo Cape Cod, con un mástil delante en el que ondeaba la bandera de Estados Unidos.
—La casa de Polly —dijo Mary, aludiendo a la transparencia que Williams les había mostrado en clase la primera semana.
Llamaron a la puerta y salió a abrir un viejo. Dennis había sido nombrado portavoz del grupo por su relativa apariencia de vendedor a domicilio.
—Nos preguntábamos —dijo hablando a través de la malla de la puerta— si tendría usted la amabilidad de dedicarnos unos pocos minutos para hablar de la muchacha que vivía aquí antes.
Brian no hubiera sido partidario de emplear tanta franqueza, pero la táctica de Dennis pareció funcionar. El hombre les abrió la puerta y les dejó pasar.
—A veces encontramos cosas de ella —les explicó una mujer mayor una vez estuvieron sentados alrededor de la mesa de la cocina. Se llamaba Edna Collins. Les preparó café instantáneo y se sentaron en torno a la mesa para beberlo y escuchar. Tal como había dicho Bethany Cavendish, la pareja se sentía encantada de tener visita. «Unos solitarios. Solo desean encontrar compañía», pensó Mary.
—Por aquí siempre viene gente —dijo el anciano—. Turistas... Hacen fotografías. Este es un lugar famoso, ¿verdad, Edna? Somos celebridades locales. —Se rió con una carcajada cordial y profunda, que parecía imposible que cupiera en él.
—Precisamente el otro día encontré una muñeca en el campo. Se lo dije a Norman: «Te apuesto a que perteneció a aquella chica». De cuando en cuando encontramos cosillas así en aquel campo: chucherías, juguetes, toda clase de objetos. Posesiones que tal vez fueron suyas. Las hemos encontrado por toda la ladera de la colina, hasta llegar al río. Para mí que todavía podrían buscar allí y sacar material suficiente para llenar una casa.
—En ocasiones lo hacen a escondidas —indicó el anciano—. Son muchachos. Los vemos allí abajo, en el campo, con sus linternas. Solo Dios sabe qué es lo que hacen allí. En una ocasión estuvieron celebrando una especie de ceremonia, algo de brujería; wicca, creo que la llaman. Fui allí con mi escopeta y les dije que pararan. A nosotros no nos importa que tomen fotos de la casa; ya sabíamos que eso ocurriría cuando nos trasladamos aquí. Pero debo marcar una línea clara si se trata de introducir al demonio en mi propiedad.
—Era una muchacha tan amable... —dijo Edna—. Yo nunca llegué a conocerla personalmente, claro. Pero he visto fotografías suyas. ¡La pequeña Deanna...! ¡Y qué nombre tan dulce! ¿Cuántos años tendría? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? ¡Qué gran tragedia...! Todavía hoy seguimos atentos a lo que podamos ver desde nuestro porche. Intentamos ver si ocurre algo sospechoso. Siempre pensé que pudieron habérsela llevado río abajo tras raptarla en el silencio de la noche... , ya saben. ¡Les habría resultado tan fácil...!
«Habla de raptores en plural», pensó Mary.
—¿Conocen ustedes a este hombre? —les preguntó Brian, mostrándole a Edna la fotografía de Williams que aparecía en la contracubierta de Una desaparición en los campos. Todos observaron atentamente a la mujer intentando detectar algún tic delator de engaño, pero ella estudió la foto con toda seriedad, bajándose sus gafas bifocales y mirándola como si se tratara del retrato de un pariente lejano al que intentara encontrar un puesto en el árbol genealógico de la familia.
—Me parece que no —dijo. Luego tendió el libro a su marido, que también dijo no reconocer a Williams. En la medida en que Mary pudo apreciarlo, los dos eran sinceros.
Cuando reanudaron la conversación, rememorando sus años en aquel hogar, Mary se excusó. Siguió las indicaciones de Edna para ir al cuarto de baño, entró, cerró la puerta y se miró en el espejo. Tenía los ojos negros y sus cabellos, siempre indómitos, con unos rizos pequeños y sueltos, estaban más alborotados de lo habitual. Se volvió hacia el grifo y se pasó por la cara un poco de agua. Entonces oyó a lo lejos, colina abajo en dirección al Thatch, el ruido de un motor fueraborda, que le trajo de nuevo a la memoria la historia de la esposa del decano Orman asaltada en el barco. «¿Encajará todo? ¿Puede ser que el río enlace todas estas historias?», se preguntó.
Salió del cuarto de baño y caminó por el pasillo en dirección a la cocina. Podía oír la voz de Edna allí dentro, que hablaba de una reunión familiar que pensaban organizar si podían ponerse en contacto con todos los parientes. Se detuvo en el recibidor y miró las fotografías que Edna había colgado en la pared: sobrinas y sobrinos, supuso Mary, hijas e hijos, todos ellos con el pelo rubio y la tez clara. De pronto notó una corriente de aire en los pies y se volvió para mirar si se había abierto la puerta de la entrada. No era así.
—Fue sencillamente fantástico —estaba diciendo Edna en la cocina, a la izquierda de Mary—. Y, después del espectáculo, hubo una exhibición de fuegos artificiales.
Mary seguía mirando los retratos de aquellos parientes: los chicos con huecos entre los dientes y sus padres demasiado atildados tal vez, demasiado perfectos. Una chica lucía una camiseta del Instituto Central de Cale, en una fotografía que parecía tomada en la década de los ochenta. Mary supuso que se trataba de la hija de Edna y Norman, ya que aparecía con la familia en retratos posteriores. Se preguntó si aquella chica habría ido al instituto con Deanna Ward.
Luego notó de nuevo otra corriente de aire a la altura de los tobillos. Era frío y cortante, aire exterior, sin duda. Retrocedió por el pasillo intentando localizar su procedencia. Se paró delante de la primera puerta cerrada; seguía notándolo en sus pies con intensidad.
Abrió la puerta y se asomó al interior.
La habitación estaba vacía. Las ventanas carecían de postigos y estaban abiertas unos pocos centímetros, y las paredes se hallaban a medio pintar. Había latas de pintura dispersas por toda la habitación. En el suelo habían extendido piezas de hule azul, aunque no servían para proteger ninguna alfombra de las salpicaduras, sino tan solo el suelo de tablas rectangulares.
Mary cerró la puerta y pasó a la habitación contigua. Abrió y encontró lo mismo: una habitación vacía, latas de pintura. Allí no vio piezas de hule en el suelo, porque aún no habían comenzado a pintar. Pero algunos pedazos de papel revoloteaban en el aire. Mary sintió que el corazón le palpitaba a golpes, instándola a salir de aquello, a ponerle fin como fuera.
Fue a una tercera habitación. En ella habían almacenado las alfombras: grandes rollos todavía envueltos en celofán. Estaba a punto de entrar cuando una voz dijo a su espalda:
—¿Qué está haciendo usted?
Era Norman Collins, que la miraba con aire solemne, como si su comportamiento lo hubiese decepcionado.
De la cocina llegaron unas carcajadas.
—Solo estaba... —empezó Mary; pero no pudo continuar. Mentir jamás le había resultado fácil. Siempre iba con la verdad por delante, y eso era lo primero de ella que había atraído a Dennis.
—Estamos haciendo unas obras —le explicó Norman. Sus ojos de acero seguían fijos en ella, poniéndola a prueba. Olía a aire libre, como a sol y a viento, igual que el abuelo de Mary.
—Me gusta el olor a pintura —logró decir Mary. El hombre asintió, con expresión todavía indagadora y tensando la mandíbula al hablar.
Estaba a punto de decir algo más cuando Dennis apareció en el pasillo:
—Me parece que ya es hora de irnos —dijo.
Mary sorteó a Norman al pasar y fue hacia la puerta. Los tres dieron después las gracias a los Collins y bajaron por los escalones del porche hacia el Lexus. Mary podía notar sobre sí la mirada de Norman viéndola alejarse y el corazón le latía desbocado cada paso que daba. Entró en el coche y respiró aliviada mientras se hundía en el asiento al lado de Dennis.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó Brian desde detrás. Tenía la mano apoyada en el hombro de Mary y a ella le gustaba la sensación de consuelo que le procuraba.
Les habló de las falsas habitaciones y de cómo la había sorprendido Norman. No se había fiado de su expresión, de aquella curiosa mirada que le había dedicado. Tenía la convicción de que sabía algo que no les había dicho.
—Tal vez estuvieran renovando realmente la casa... —dijo Dennis.
—¡Vamos, Dennis! —resopló Brian—. ¿Dónde vive esa gente? La casa es pequeña. Si todas las habitaciones están vacías, ¿dónde duermen?
—¿Qué pasa, entonces? —replicó Dennis—. ¿Que sabían que íbamos a visitarlos? ¿Que resultó que, cuando llegamos, se hallaban casualmente en... una casa de pega? ¿Y que todos ellos están metidos también en esta superchería? ¿Que Williams mató a Polly...?
—A Deanna —le corrigió Mary.
—¿Y que todos están tratando de encubrirlo? La mujer esa del instituto... , Cavendish. Su ayudante en Winchester, ese tipo, Troy... La falsa esposa... Y ahora esta pareja de viejos... ¿Qué dimensiones tiene este engaño?
—Eso es precisamente lo que nos estamos preguntando —respondió rotundamente Brian.
—Y... ¿cómo lo hace? —preguntó Dennis—. Todas estas personas viven a más de sesenta kilómetros unas de otras... ¿Cómo puede estar dirigiéndolas sobre la marcha? ¿Serán parientes suyos los Collins? ¿Les habrá pagado para que nos mientan? ¿Estará intentando...?
Se le ocurrió a Mary antes de que Dennis lo dijera. Sentándose derecha, preguntó:
—¿Estará intentando conducirnos a algo?
Todos ellos reflexionaron un instante. El coche salió de la calle During, se metió en el arcén de la carretera de conexión y Dennis retrocedió con él hacia la autopista 72.
—Tal vez Williams no haya tenido nada que ver con Deanna —dijo Mary—, pero sepa quién lo hizo. Quizá su fecha tope... , puede que esté vigente todavía.
—¿La fecha tope? —preguntó Brian.
—Mañana —asintió Mary—. La asignatura va a acabar mañana. Creo que va a ocurrir algo.
—¡Pero Deanna Ward desapareció hace veinte años, Mary! —observó Dennis.
—Pienso solo que... —Mary cambió de idea. Su mente no hacía más que dar vueltas. La respuesta tenía que estar allí fuera; era posible adivinar el sentido de todo aquello, pero solo lo conseguiría mediante un duro esfuerzo de concentración... , si lograba enfocar su mente...—. Williams sabe quién lo hizo —dijo.
—¿Por qué haría eso? —objetó ahora Brian—. Ocultar pruebas de esta forma es un delito, ¿no? Quiero decir que hace a Williams tan culpable como cualquiera de los implicados en el asunto. Y, en tal caso, es cómplice. Si tiene alguna información, como decía Bethany Cavendish, ¿por qué no la revela sin más?
—Rompecabezas —dijo Dennis. Tenía los ojos fijos en la carretera y la luz del sol se reflejaba con vivos destellos en los cristales de sus gafas oscuras.
—¿Qué dices? —lo instó a seguir Brian.
—Que le encantan los rompecabezas. Tendríais que ver su despacho. Ha reunido una serie de antiguos rompecabezas de China. Allí los llaman tangrams. Recortas estas formas, estas siluetas, y las insertas en el rompecabezas. Tenía algunas... realmente extrañas.
—¿Qué quieres decir con eso de «extrañas»? —preguntó Brian.
—Que algunas de ellas representaban escenas sumamente morbosas. Cabezas decapitadas, cuerpos desnudos... , violaciones. Eran repugnantes. Me pilló mirándolas y las encerró en un armario, pero yo ya había visto lo suficiente.
Ninguno de los tres añadió nada. La carretera se deslizaba pesadamente por debajo de ellos, proyectando gravilla contra los bajos de la carrocería. Dennis llegó a la intersección de la interestatal 72 y giró a la derecha. Hacia Bell City.
—O sea que... ¿lo que nos estás diciendo es que Williams nos está guiando en todo esto solo porque le gustan los rompecabezas? —preguntó Mary—. No sé si puedo dar crédito a eso.
—¿Qué otra explicación cabe? —quiso saber Dennis—. ¿Que Williams es el secuestrador de Deanna? ¿Alguno de los dos lo creéis?
Mary pensó en la fuerza que había advertido en él el día que lo empujó en la clase. Su tremenda fuerza. ¿Secuestró a Deanna Ward y estaba ahora, casi veinte años después, guiándolos en una alocada carrera para encontrarla? ¿O los estaba despistando a propósito, poniendo obstáculos en su plan, situando aquí y allá «actores» para desviarlos de la verdad?
«Motivo. ¿Qué motivo podría tener para montar semejante juego?», pensó entonces.
—Bien... —dijo Dennis—. Yo no lo creo. Pienso que Mary tenía razón en lo que dijo antes: Williams sabe quién secuestró a Deanna Ward. Todo ello es parte de su juego.
—¿No se supone que los juegos han de ser divertidos? —preguntó Brian atacando con decisión y contundencia—. No veo ninguna diversión en hacer desaparecer a una chica.
—Lo que te estoy diciendo —insistió Dennis—. Williams no lo hizo. Hablé con él personalmente. Sé cuándo alguien dice la verdad, y él era sincero cuando dijo que lo de Polly era un mero rompecabezas lógico y nada más. Respecto al otro caso, el de esa Deanna... , ignoro qué es, pero puedo aseguraros que Williams está intentando decirnos algo. Tal vez no puede hacerlo de la forma que desearía. Tal vez haya algún otro que conoce también la verdad y Williams trata de decirnos lo que sabe sin alertar a esa otra persona.
Mary pensó de nuevo en la fecha tope. Pensó en Deanna Ward y si podría hacerse algo por ella. En cierto modo, todo aquello encajaba perfectamente. No importaba que el juego lógico de Williams hubiera resultado tan sencillo: los estaba preparando para la verdadera prueba.
Reflexionó sobre la fecha tope y cuál debía de ser su significado. Mientras cruzaban Cale en dirección hacia Bell City, se dio cuenta de que tenían solo veinticuatro horas para localizar a Leonard Williams y averiguar qué era lo que sabía.