Cuando el asombro por un tema parecía haber alcanzado el cenit, con la clase a menudo sumida en un desconcertado silencio, Zechman pasaba a otro asunto. Pero nunca afirmaba nada positivamente y tampoco ofrecía respuesta alguna, ni siquiera la insinuaba. Permanecía allí de pie, enfundado en su traje negro, con expresión de silencioso interés y haciendo preguntas que, a la par que la confusión, aumentaban el descontento. Nadie estaba seguro de qué era lo que Zechman deseaba de nosotros. ¿Acaso éramos todos bobos? ¿Planteábamos mal las preguntas? Era casi como si Zechman buscara aumentar la epidemia de inseguridad que nos aquejaba a todos. Al llegar el viernes, la ansiedad de la clase se había convertido prácticamente en una especie de furia.

SCOTT TUROW, One L.