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Brian avanzó sigilosamente por el piso en que estaba el Seminario. La puerta del aula estaba abierta y salía por ella una luz amarillenta que se extendía hasta la mitad del pasillo. Oyó una voz de mujer que salía del interior, pero, como se deslizaba a lo largo de la pared, no veía quiénes había dentro.

—En la vida real, dirige a un grupo de teatro en DeLane —dijo la mujer.

Y, después, otra voz. Esta segunda muy débil y baja, apenas audible. «Mary», dijo. Y Brian, entonces, la identificó: era Leonard Williams.

Brian aceleró el paso. Tenía la mano dentro del bolsillo, agarrando el cañón de la pistola; acababa de darle la vuelta y colocado el dedo en el gatillo.

Cuando entró en el aula casi le flaquearon la rodillas. A punto estuvo de tropezar y caer hacia aquel grupo de personas, pero de alguna forma mantuvo el equilibrio y se quedó de pie, mirándolos.

Estaban allí todos. Todos los actores. Marco, los Collins, el muchacho del parque llamado Paul. Bethany Cavendish del instituto. Las camareras que había conocido en Bell City. Y hasta el decano Orman, sentado delante y tocado con su sombrero de fieltro. Todos estaban allí, esperándolo.

Y allí también, apoyada contra la pared del fondo, estaba la chica de los hornos. Llevaba el pelo suelto y peinado hacia atrás. Parecía joven... , más o menos unos treinta años, y estaba mirándolo con una expresión tan servil, tan repugnantemente obsequiosa...

—Polly... —dijo él.

Avergonzada, la muchacha bajó la vista al suelo.

—Brian —dijo alguien a su izquierda.

Cuando se volvió, no vio a Elizabeth Orman, que era quien había hablado, sino a Leonard Williams.

Williams tenía la mano sobre el brazo de Mary. Estaba... ¿tirando de ella? ¿Atrayéndola a él?

—Brian —dijo de nuevo Elizabeth desde delante del aula.

Pero no le prestó atención. Williams miraba a Brian de una forma tan rara, con tal frialdad, que Brian intuyó que intentaba darle alguna información. La mirada del profesor decía algo... , hablaba de algo horrible.

—¿Qué? —masculló Brian.

Pero Williams seguía mirándolo fijamente, con los ojos entrecerrados y con la mano apoyada aún en el hombro de Mary, que parecía sorprendida y aterrorizada, como si fuera presa de un tremendo dolor. ¿Se movían los labios de Williams? ¿Le estaba diciendo alguna palabra, revelándole algo?

—¿Qué demonios quieres? —murmuró Brian—. ¡Suéltala!

—Queremos que sepas una cosa, Brian... , que todo esto empezó durante vuestro primer año en la universidad —dijo Elizabeth Orman. Pero Brian ya había sacado la Cosa de su bolsillo y apuntaba con ella a Leonard Williams.