39
Quedan ocho horas
Desataron a Williams y lo introdujeron en el coche. El hombre estaba totalmente hundido y mascullaba frases incoherentes. Le habían dado una paliza. Tenía un ojo hinchado, cerrado casi, y un par de dientes flojos y sangrantes. Mary quiso emplear su teléfono móvil para llamar a Urgencias, pero estaban demasiado alejados de la civilización para poder establecer una conexión.
Mientras conducían de vuelta hacia el campus, Williams comenzó a hablar. Sus palabras sonaron como una bomba en el nervioso silencio del coche.
—Yo organicé todo —dijo con un hilo de voz. Tenía aún la cabeza gacha y arrastraba los ojos por el suelo. A Mary le pareció un chiquillo pillado cuando robaba dulces de una tienda.
—Organizado... ¿qué? —preguntó Dennis. Estaban cruzando Cale, donde habían pasado la noche anterior. Mary dudaba ahora de que aquello hubiera valido la pena. Se preguntaba, como lo había hecho seis semanas atrás, qué papel había jugado el profesor Williams en su propio juego. Estaban ya en el último día del trimestre. La fecha tope. Dentro de tres horas, a las seis de la tarde, cuando hubiera acabado oficialmente Lógica y Razonamiento 204, ¿sucedería algo o pasaría la hora sin ningún incidente? ¿Resultaría que, en definitiva, todo aquello no había sido más que un rompecabezas? La presencia de aquel hombre abatido sentado junto a ella le decía que no.
—Todo —respondió con rotundidad Williams—. La casa de los Collins. El detective. La fiesta en la casa de Pride Street. El encargado del bar en el parador que los condujo a mí. El pequeño y aquella mujer, Della, a la que contraté para que hiciera el papel de mi esposa. Por cierto... , mi mujer se llama Jennifer. No quiso tener nada que ver con todo esto, así que me vi obligado a buscar a otra persona... y encargarle su papel. Nosotros no tenemos hijos. También dispuse la llamada del policía a su habitación esa noche, Mary. Y lo de Marco y el parador, por supuesto. Así como lo de las instalaciones de almacenaje de alquiler. Pero ni que decir tiene que no estaba previsto que me encontraran a mí en aquel trastero... Se suponía que encontrarían... otras cosas.
—¿Qué otras cosas? —preguntó Mary.
—Información. Datos. Pruebas que encontré cuando escribí mis libros.
—Pero el libro es un fraude. Lo consultamos. Son solo dos palabras repetidas una y otra vez.
—Eso es obra de mis enemigos —replicó el profesor.
—¿De sus enemigos...? —repitió Dennis.
—Son personas que no quieren que el libro sea visto por nadie en Cale o en Bell City. Que no quieren que lean acerca de Deanna y Polly. Por eso lo censuraron. Mis enemigos... tienen amigos poderosos. Pueden hacer cosas así. Por eso tengo que hablar en clave. Y por eso he tenido que montar un rompecabezas.
—¿Quiénes son? —quiso saber Mary.
Williams murmuró algo. Volvió a clavar los ojos en el suelo y cerró los ojos.
—¡Díganoslo, maldita sea! —le gritó Brian. Ocupaba el asiento trasero con el profesor, al que agarró y sacudió. Williams se libró de él y, obstinadamente, volvió su mirada hacia la ventanilla.
—Brian... —lo apaciguó Mary.
—¿Qué había averiguado usted con respecto a Deanna Ward? —le preguntó Dennis.
Williams se llenó los pulmones de aire antes de responder. Como siempre, sus ademanes fueron suaves, apocados, casi inexpresivos en su sencillez:
—Hace cinco años —les dijo— empecé a escribir otro libro. Había obtenido cierta información nueva a través de uno de mis contactos en Cale. Eran datos sólidos. Mientras escribía, me enteré de que no me pedirían que volviera a Winchester, que me despedirían si continuaba escribiendo lo que sabía. Bueno... , no podía perder mi trabajo. Uno no puede consentir semejante rechazo en la profesión académica. Enseguida se corre la voz. Y nadie quiere contratarte ya. Así que interrumpí la tarea y desistí de mi plan. Pero guardé toda la información que poseía en aquel trastero de Bell City.
—Polly es sobrina suya —aventuró Mary.
—Sí. Jennifer y yo la educamos. No podíamos tener hijos propios; por eso, cuando en 1967 un pariente de Jennifer nos preguntó si aceptábamos ocuparnos de la pequeña, aprovechamos la oportunidad.
—Debió de ser el padre de Deanna —añadió Mary—. Salía con Polly. Se acostaba con ella.
—Ridículo, ¿verdad? —asintió Williams mirándola. Tenía una expresión de horror en el rostro, como si hubiera presenciado algo incalificable y aún estuviera intentando racionalizarlo—. Lo han hecho ustedes muy bien, pero existen cosas que aún no pueden comprender.
—Explíquenoslas, entonces —dijo Brian—. ¿Quién lo encerró en aquel trastero?
—Pig Stephens —respondió Williams—. Pensaban que sabía demasiadas cosas. Sobre Deanna Ward. Habían oído comentar que la clase estaba resultando demasiado concreta. Solía ser un mero juego, comprendan... , un ejercicio de lógica. Pero hará un par de años empecé a ver sus posibilidades. Si podía decirles a mis estudiantes dónde estaba mi información y si ellos lograban encontrarla, entonces yo estaría libre de sospecha y serían los estudiantes quienes resolverían el crimen, no yo. Era una especie de manto de invisibilidad.
—Pero sus enemigos imaginaron lo que estaba haciendo usted —dijo Mary.
—Sí. Se enteraron de ello de algún modo y enviaron a su esbirro. Ahora tienen toda la información que yo reuní, y no me cabe ninguna duda de que a estas horas estará hundida en el río Thatch.
—Pero... ¿de quién se trata? —preguntó Mary, aunque por supuesto ya lo sabía.
—De Orman —dijo Williams—. De Ed Orman. Si alguien tiene las respuestas para este rompecabezas, es él. Pero, si se le acercan demasiado... bien... , ya ven lo que ocurre —concluyó Williams señalando con el dedo su tumefacto ojo derecho.
—¿Fue usted quien nos envió aquella cinta? —preguntó Brian—. ¿La de Milgran con... aquellas voces?
—No sé de qué me habla —murmuró Williams. Miró a lo lejos, por la ventanilla, hacia el desnudo paisaje de Indiana.
—¿Por qué podrían temer la información que usted reunió? —preguntó Mary.
Williams inspiró profundamente y cobró fuerzas antes de responder:
—Orman es el padre de Polly.
El peso de la revelación de Williams casi anonadó a Mary. «¡Claro! Ed Orman nos mintió acerca de la desaparición de Williams porque temía que nos acercásemos demasiado. Cuando Brian lo visitó para quejarse de la clase, vio su oportunidad de quitarlo de en medio», pensó.
—Pero... ¿qué relación tiene con Deanna? —preguntó Brian.
—Deanna es la hermanastra de Polly —dijo Williams—. ¿Por qué creen, si no, que se parecían tanto? A mediados de los setenta, una mujer llamada Wendy Ward vino a estudiar en Winchester durante un semestre. Fue a las clases de Orman, y se liaron. Esto ocurrió antes de ser decano. Entonces era un profesor respetado, uno de los mejores investigadores que tenía la universidad. Había trabajado con Stanley Milgram en Yale, por supuesto, y a aquello debía su fama. No quiso manchar su reputación, ¿entienden? , y por eso mantuvo en secreto la relación. ¿Iba a reconocer un hombre de su categoría que se había liado con una estudiante pueblerina? ¿Un urbanita obrando así? Hubiera sido su suicidio profesional.
—Pero no podía ocultar el hecho de que ella estuviera embarazada —dijo Mary.
—Cuando Wendy quedó encinta de Polly, él se las había arreglado para hacerla volver a Cale. Ignoro cómo consiguió que ella se mantuviera en silencio, pero imagino que le pagaría una buena cantidad de dinero. Un año después, Wendy conoció a Star, un motero que era el polo opuesto de Ed Orman, y tuvieron su primer hijo juntos, Deanna. Era obvio que no podían cuidar de dos niñas tan pequeñas, y por eso Star llamó a una familiar suya para preguntarle si estaría interesada en «echarle una mano», tal como él mismo lo expresó.
—Jennifer —dijo Mary.
—Sí. Mi mujer es prima de Star. Yo estaba acabando mi doctorado en filosofía en Tulane y andaba buscando trabajo. Jennifer me expuso la idea, y la cosa me intrigó. Me hicieron una entrevista en Winchester y conseguí el trabajo. Ed se mostró en contra de que me contrataran, por supuesto, pero entonces no tenía ninguna influencia. Para cuando él se encumbró al decanato en Carnegie, yo ya había escrito un libro y obtenido una cátedra. Ni que decir tiene que incluso trató de que me la quitaran...
«El incidente del plagio. Ed Orman trató de tenderle una trampa», pensó Mary.
—En los inicios de mi carrera yo era un simple profesor visitante y ganaba muy poco dinero. Todo lo que podíamos permitirnos tener Jennifer y yo era la caravana estacionada en las afueras de Bell City. Yo hacía a diario la hora y media de viaje de Bell City a DeLane para venir a dar clase. En todo caso, Wendy quería que Polly estuviera lejos de Orman. En un lugar seguro. Por lo que fuera, tenía miedo de él. En fin... , en aquel entonces yo no sabía lo que ahora sé de él. Pensaba que Polly era solo el fruto de un desgraciado desliz, algo que podía ocurrir entre dos adultos que mantuvieran relaciones plenamente consentidas. Mi error no podía haber sido mayor.
—¿Qué pensaba Ed Orman del papel de usted en la vida de Polly? —le preguntó Mary.
—Desconfiaba de mí. Sentía continuamente un temor paranoico de que algún día yo levantara su tapadera y le dijera a alguien quién era realmente Polly. Pero, por supuesto, no pensaba sacrificar mi relación con Polly. Para ella, Jennifer y yo éramos sus padres. Tenía poco más de un año cuando la adoptamos y jamás conoció más familia que a Jennifer y a mí.
—Debe de haberle resultado espantosa su vida en Winchester, profesor —dijo Dennis.
—Sí, claro —admitió tristemente Williams—. Vivía continuamente una mentira. Nunca hablaba de Polly. No podía. Ed me tenía amordazado. Aquello me produjo una profunda depresión. Hasta que, finalmente, conseguimos salir de ella. Me ofrecieron un trabajo en Estrasburgo y en 1990 enseñé en Francia. Pero, cuando aquello se acabó, regresé a Bell City y reanudé mis diarios viajes a Winchester. A la mentira de toda mi vida. Quería ser sincero con mi familia, no seguir viviendo con tanto secretismo, pero ni que decir tiene que Wendy y Star no querían nada de eso por temor a Orman.
—¿Visitaba Star alguna vez a Polly? —preguntó Mary, sorprendida.
—Continuamente. Creo que intentaba entender la vida que había llevado antes Wendy. Su vida antes de él, la que había llevado con Ed Orman en Winchester. Eso fue el origen de todo, naturalmente.
—El origen ¿de qué? —preguntó Dennis. Conducía despacio intentando prolongar el viaje para que a Williams le diera tiempo de contar toda la historia.
—Star acudió a visitar a Polly dos días después de la desaparición de Deanna —prosiguió Williams—. Se sentó en el sofá con ella y le preguntó si querría ser su hija ahora que se había ido Deanna. Star estaba destrozado, fuera de sí. No hacía más que llamar a Polly «Deanna». Era angustioso verlo, y aquello me hizo odiar al hijo de perra que se había llevado a Deanna.
—Pero en su... juego —dijo Mary— usted nos indujo a creer que fue Star quien lo hizo. ¿Por qué?
—Tenía que conduciros a la caravana y, después, al parador del Tiemblo. La única forma de llevarlos a la caravana fue a través de la historia de Bethany Cavendish, y el papel que ella desempeñó fue el de recelosa tía. Es prima de Wendy Ward, en efecto, pero lo que les contó acerca de Star fue una invención. Sabe lo que yo sé, que el culpable es Ed Orman.
—¿Cuándo comenzó usted a investigar el caso de Deanna Ward? —preguntó Dennis.
—Inicié la que Jennifer llama mi «cruzada» para encontrar al raptor de Deanna en el año 1987. No sé cómo, pero la gente de Ed Orman se enteró de ello. Fue entonces cuando husmearon en mi disertación y encontraron que la había tomado de John Dave Brown. Todo el mundo copia de vez en cuando. Sin embargo pusieron la información en el periódico y la convirtieron en una noticia importante. El adjetivo «plagiario» apareció desde entonces asociado a mi nombre, y en los círculos académicos eso causa un daño irreversible en la reputación de una persona.
—Pero no lo echaron... —observó Brian—. ¿Por qué? —Se había sentado lo más lejos posible de Williams, y tenía el cuerpo encajado contra la puerta trasera del Lexus. El relato del profesor no había disipado los temores de Brian, y Mary lo sabía.
—Me habría visto forzado a abandonar por completo Winchester, de no ser por el doctor Lewis y por algunos de mis compañeros del departamento de filosofía. Eran viejos enemigos de Orman. Me sinceré con uno de ellos, Drew Peasant, y él se convirtió en mi colaborador en la investigación para Una desaparición en los campos. Cuando se enteraron de que Drew trabajaba para mí, se libraron de él. Pero en aquel entonces yo tenía una cátedra, y él no. Todavía pienso en él. Jamás debería haberlo metido en este embrollo, pero yo ignoraba hasta qué extremos llegarían para protegerse a sí mismos.
—Sin embargo, ese libro es de pega —dijo Brian—. No hay nada en él. A nosotros nos pareció... —Balbuceó. «Un decorado. Eso es lo que Brian quería decir», pensó Mary.
—Cuando se publicó el libro —dijo Williams—, Orman intentó que fuera censurado. Escribió una carta anónima al Cale Star condenándome y alegando mi falta de credibilidad. Adquirió también ejemplares y los alteró para que fueran ilegibles. Mucha gente en Cale no ha podido leer nunca el libro porque Ed ha hecho que en la biblioteca y en la librería de la 72 no se guarden copias.
—Oh... , sí que las tienen —dijo Brian.
—Pues le apuesto lo que quiera —añadió Williams—, a que deben de ser en su mayor parte un completo galimatías.
Brian asintió.
—El libro se agotó muy pronto, y eso que se vendía bastante bien —dijo Williams—. Para mí, no hay duda de que Ed amenazaba a mi editor. Pero yo no podía hacer gran cosa al respecto. Solo esperar y ver si confesaba su papel en la desaparición de Deanna. Yo lo había implicado en el libro, aun cuando carecía de información concreta para acusarlo directamente.
—Pero... ¿por qué iba a querer Ed Orman secuestrar a Deanna? —preguntó Mary. Estaban entrando ya en DeLane y les faltaban apenas diez minutos para llegar al campus de Winchester. Cualquier información que desearan sonsacarle a Williams valdría más que se la pidieran en ese momento, porque Mary tenía el presentimiento de que no iba a mostrarse tan bien dispuesto a contestar preguntas una vez estuviera de regreso en casa, con la presencia de Ed Orman y Pig Stephens amenazándolo de nuevo.
—Ed estuvo locamente enamorado de Wendy, y aún conservaba su ardiente pasión por ella. Wendy era muy guapa. Lo mismo que Deanna y Polly. Pienso que todo comenzó como un juego, algo que hacía porque sentía que podía salirse con la suya. Es típico de Ed Orman: un brutal egoísmo. Piensa que es más brillante que nadie y que te puede intimidar hasta que consiga lo que se propone.
—Él opina lo mismo de usted —dijo secamente Dennis.
—Sí. Bueno... ¿A quién cree usted? —Hizo de nuevo un gesto hacia su ensangrentada y magullada cara—. Mi teoría es, y en eso estaba trabajando para la continuación de Una desaparición en los campos hasta que me ordenaron parar, que Ed hizo que Pig Stephens, ese ex policía que se ocupa de todas las tareas sucias de Ed, secuestrara a Deanna.
—¿Por qué haría eso? —preguntó Mary.
—Para hundir a Star y a Wendy. Quería colgarle a Star, el padre chiflado de Deanna, el secuestro de la muchacha. Tal vez Orman pensara, y que conste que es una mera hipótesis, que Wendy volvería a él si Star desaparecía del mapa o, cuando menos, era sospechoso de un horrible crimen. Star tenía ya un largo historial delictivo desde sus tiempos con los Creeps, así que no era difícil sugerir que pudiera haber intervenido en la desaparición de su hija.
—Pero... ¿raptar a su propia hija...? —dijo Mary, incrédula. Estaba pensando en el Eli y la Polly del relato de Williams. Recordaba el férreo rechazo de Williams aquel día cuando sugirió que Eli pudiera ser el culpable.
—Ya sé que parece una locura —dijo Williams—, pero mírenlo de esta manera: están ustedes ante un matón, un individuo con un pasado de violencia que ha admitido haber entregado pocos meses antes a una chica para que fuera probablemente asesinada en Nuevo México.
Aquello tenía sentido para Mary. Williams había dicho que el azar no existía. Que la mayoría de los crímenes son cometidos por alguien del entorno de la víctima. La policía debía de haber opinado lo mismo. Luego era bastante lógico que se culpara a Star.
—Lo cierto es que la policía arrestó a Star —comentó Williams— y se llevaron a Polly con ellos. Intentamos decirles que Polly no era la muchacha que buscaban, pero no hicieron caso. Se parecía demasiado a Deanna y pienso que los polis necesitaban desesperadamente que fuera Deanna. Polly estaba confusa. Era solo una niña. Tenía diecinueve años entonces. Estuvieron haciéndole preguntas y respondiéndolas por ella. Cuando la miraban, apartaba la cara porque no quería ser Deanna. Más tarde me contó que lo hacía por la forma como los policías la miraban, como si trataran de ver en ella a aquella otra muchacha, a la muchacha desaparecida. Era todo tan ilógico... , ¡que la policía extrajera conclusiones de unas pruebas inexistentes...! Los periódicos publicaron que, al preguntarle a Polly si era Deanna, ella había respondido que sí. Era mentira. Eso nunca ocurrió. Cometieron un error y jamás reconocieron su responsabilidad.
—Pero el tiro le salió por la culata —dijo Mary—. Las acusaciones contra Star no se sostendrían.
—Al principio pareció que Ed Orman conseguía exactamente lo que deseaba. La policía se enredó durante semanas con sus teorías acerca de Star y Ed logró tener al marido fuera de juego. Pero, finalmente, soltaron a Star, porque se dieron cuenta de que no tenían nada contra él. Wendy, Star y sus dos chicos se mudaron de Cale a California seis meses después, y Ed cayó en una profunda depresión. Cuando salía de ella, ya había otra alumna aquí para consolarlo. En aquella ocasión fue una estudiante de psicología del comportamiento que preparaba un máster. Ahora está siguiendo el programa de doctorado en Winchester.
—Elizabeth —murmuró Dennis.
—En efecto.
Mary seguía observando a Williams. Una fina venilla latía en su cuello. El nudo de la mordaza había sido atado con tal fuerza, que solo habían podido deslizarlo cuello abajo y ahora lo tenía apretado allí, goteando sudor.
—No ha respondido usted a mi pregunta —inquirió Mary. El relato de Williams había llenado muchos agujeros, pero del punto clave, de la prueba que implicaría claramente a Ed Orman, no se había dicho nada en absoluto—: ¿Dónde está realmente Deanna?
—¡Ah...! —dijo Williams—. Esa es la gran pregunta. En mi libro quería exponer la idea de que Pig Stephen, un ex policía, pero también un hombre sumamente violento, un anormal que había sido expulsado con deshonor del departamento de policía, había dado muerte accidentalmente a Deanna en una pelea, y que él y Ed Orman se habían visto obligados a ocultar el cadáver. Pero mi editor no accedió a que continuase en esa línea. Él pensaba que no tenía suficientes pruebas. Cada vez que estaba a punto de descubrir a Deanna, desaparecía. Así ha venido ocurriendo a lo largo de diecinueve años, y la verdad es que ahora no estoy más cerca de encontrarla de lo que estaba en 1987.
Circulaban ya por Montgomery Street, en dirección al campus. En Winchester era un miércoles normal. El trimestre estaba acabando, y en las entradas de servicio de detrás de las residencias de los estudiantes ya había aparcados vehículos de padres. Eran las cuatro y media de la tarde. Pronto regresarían todos a casa para las vacaciones de otoño y seguirían aún sin respuesta estas preguntas. Pero Mary tenía una más que hacerle a Williams:
—¿Dónde está Polly ahora?
—Está licenciándose en derecho penal por la Universidad estatal de Indiana, en Terre Haute. No es fácil para una mujer de cuarenta años sentarse en una clase con adolescentes, chicos de vuestra edad. Ha tenido una vida difícil, como ya supondréis. Pero las cosas no le van mal ahora y puede dedicarse a los estudios a tiempo completo. Vino a verme al campus hace un par de semanas, y su supone que volverá a la ciudad hoy o mañana para pasar aquí las vacaciones. Lo sabe todo del asunto, claro. Fue difícil ocultárselo tras la publicación de Una desaparición en los campos, pero lo cierto es que sabe quién es su padre real y tiene sus propios motivos para recelar de Ed Orman. Sabe asimismo que ahora él está demasiado viejo para impedirnos continuar con nuestras vidas. Hace unos años se mostró en contra de que Jennifer y yo nos viniéramos a vivir aquí al campus, pero eso pasó ya.
—¿Y qué hay de Wendy Ward? —preguntó Mary—. ¿Sigue Orman obsesionado por ella?
—No sabría decirle. Todo lo que sé es que, gracias a Dios, deja en paz a Polly. Se ha resignado a saber que tiene una hija, y aun así me imagino que debe de tener recuerdos horribles de lo que le hizo a Deanna y de cómo lo ha mantenido oculto durante tantos años. Hay una razón para que se encierre en su despacho: siente vergüenza de su historia en Winchester. Creo que eso lo devora a diario y espero que continúe así durante el resto de su vida en la universidad.
—Encerrado —comentó Dennis— escribiendo su libro sobre Milgram.
—¿Sabían ustedes que él y Milgram nunca fueron colegas? —dijo Williams—. Bueno... , no en realidad.
—¿Cómo es eso? —preguntó Dennis.
—Quiero decir que...
Pero estaban ya en el campus, y el profesor guardó silencio. Bajaron por Montgomery y el semáforo los detuvo en Pride Street, la frontera que separaba los dos hemisferios de Winchester.
—¿Qué pensáis hacer? —preguntó Mary. Buscaba desesperadamente una conclusión, una especie de broche para el juego. Haber encontrado a Williams no era suficiente; le parecía increíblemente cruel dejar que Deanna siguiera desaparecida y el engaño de Orman sin descubrir.
—Yo voy a hacer lo mismo que he hecho durante todos estos años —admitió Williams—. Voy a guardar silencio. No voy a decir nada. Seguiré enseñando Lógica y Razonamiento en Winchester durante un trimestre, como he hecho siempre, confiando en tener estudiantes que sean tan perspicaces como ustedes tres. ¿Y ahora mismo...? Pues ahora volveré a mi estudio y me tomaré un bourbon. —Hizo una pausa—. Me encanta mi estudio. Lo añadimos a la casa hace unos pocos años. ¿Lo ha visto usted, Mary?
Mary se volvió a mirar al profesor. Había algo en sus ojos, un brillante y casi imperceptible indicio de información secreta.
Quedaron todos en silencio mirando al exterior del coche. Había llegado por fin el otoño. El sol que había lucido por la mañana se había ocultado ahora detrás de un banco de nubes, y el aire era frío y cortante. El viento que entraba a través de la ventanilla rota de Mary traía la mordedura del invierno.
—Y ahora... ¿adónde? —preguntó Dennis cuando la luz cambió al verde.
—A casa —replicó el profesor Williams.
Dennis, pues, lo llevó a la casa de Pride Street; de pie, fuera, esperándolo, estaba la madre adoptiva de Polly, Jennifer Williams. No tenía ningún parecido con Della. Esta mujer era de pequeña estatura, rellenita, y en su rostro aparecían muchas arrugas de dolor. El profesor salió del coche de Dennis y corrió hacia ella por el camino de grava; después se abrazaron como si no se hubieran visto en muchos, muchos años.