17
«Era como si tuviera miedo de ser reconocida.»
Horas después, aquella tarde, Brian se hallaba abajo, en los hornos, en aquella selva calurosa. Estaba pensando en lo que había dicho el detective, en lo parecida que era la chica de su historia a la chica que él había conocido. Polly. Ignoraba qué podía significar aquello, pero sabía que no podía volver a aquella clase. ¿Intentaban hundirlo? ¿Hacer que se volviera loco? ¿Trataban de ponerle las cosas difíciles? En fin... , ¡al diablo con aquello! Él no iba a volver.
«Como si tuviera miedo...»
No.
«... de ser reconocida.»
¿Habría encontrado Brian aquella noche en los hornos a la chica de la que hablaba el detective, a la desaparecida Deanna Ward? No era posible. ¿Por qué ella misma había dicho que se llamaba Polly? ¿Se la habría enviado Williams con el propósito de engañarlo? En tal caso, sería otra de sus jodidas ideas, otro engaño cruel. Estaba empezando a obsesionarlo, a desgarrarlo haciéndole sentir que era empujado en dos direcciones opuestas: un Brian yendo en un sentido, y otro Brian alejándose, temeroso, en el opuesto.
«¿Qué mierda es esto?»
Estaba realizando en vidrio otro objeto de adorno para su madre, aunque él ya le había llenado la casa de objetos así. La última vez que había ido a su casa se los había encontrado dentro de un armario poco utilizado, cubiertos de polvo y sin estrenar. Pero, aun así... era el esfuerzo lo que importaba. La música de The Doors atronaba desde los altavoces que habían montado en las esquinas de la sala de los hornos. Todo el mundo en el campus se refería a aquel edificio como el edificio Chop, llamado así por el escultor chino norteamericano que había presidido el departamento de arte de Winchester. Se decía que el doctor Lin practicaba el judo allí dentro todas las noches cuando el edificio estaba vacío, aunque Brian jamás le había visto hacerlo. De ahí el nombre de «Chop», que venía a sugerir que si el arte del alumno estaba por debajo de la media, el doctor Lin lo enviaba al carajo.
En aquel momento, el doctor Lin ayudaba a Brian en el horno. Brian sostenía el tubo de soplar vidrio, y el doctor Lin juntaba los toques de color, verdes y azules esta vez, en sintonía con su actual humor en uno de esos neblinosos días de septiembre que llegan siempre antes del final del trimestre.
—¡Gírelo! —dijo el doctor Lin, y Brian hizo girar el tubo y empezó a soplar por él, empujando el vidrio, como una burbuja, y convirtiéndolo en una esfera de intenso color naranja.
El calor abrasaba su pecho desnudo. Lo tenía cubierto de mugre y sudor. Rugía el horno y aspiraba el aire de la estancia. Brian se dio cuenta de que podía gritar, gritar literalmente, cuando el proceso alcanzaba el punto culminante, sin que nadie lo oyera.
«Esto es el final —cantaba Jim Morrison imponiéndose al ruido—, hermosa amiga. Esto es el final.»
Cuando Brian hubo marcado la pieza, el doctor Lin lo dejó solo. Brian golpeó el tubo de soplar y el objeto de vidrio se desprendió entero. No presentaba grietas ni hilos que lo recorrieran. Y era sencillamente feo, tosco, más masa que forma. Era perfecto. Lo llamaría Exodus: el acto de huir, de escapar en masa.
Había tantos problemas en casa... Katie, por ejemplo. Ella aún le telefoneaba casi cada noche, y le enviaba postales cursis desde Vassar. Firmaba cada una con un ¡TE QUIERO! , y su agresión había empezado a doblegar a Brian. La tiranía de la distancia. Todo ello lo había cambiado... , los casi mil doscientos kilómetros que separaban Winchester del Vassar College. Ahora sentía Nueva York como una tierra lejana y de ensueño, que existía en los suaves verdes y sepias de las fotografías Polaroid tomadas en la década de 1980. Desde que él se había marchado de allí, su percepción del hogar había cambiado, se había hecho más rígida y oscura. En ocasiones, ni siquiera podía recordar la cara de su madre.
¿Cuántas chicas habían sido? ¿Diez? ¿Doce? No era fácil decirlo. De algunas ni siquiera podía acordarse. Otras no tuvieron ninguna importancia. Y unas pocas de ellas, como la chica a la que había conocido el pasado fin de semana, la chica que le había dicho que se llamaba Polly, ni siquiera tenían sentido dadas las circunstancias que rodearon el encuentro.
Pensaba en aquella chica ahora. Fue la razón de que hubiera abandonado hoy la clase. Evidentemente... , Williams le estaba provocando. Aquella chica era parte de la trama urdida por el profesor, parte de su rompecabezas. Brian ni siquiera le hablaría de ella a Katie cuando volviera a Poughkeepsie, así que muy bien podía quitarla, tachar a aquella Polly de su lista. En cualquier caso, entre los dos no había sucedido nada. Podía escribirle a Katie una carta y explicárselo todo. «Querida Katie. No te creerás lo que me ha sucedido este fin de semana.»
Todo sería una broma. Sí... , había besado a aquella chica. Pero Katie también había besado a un muchacho el año anterior, a un chico llamado Michael, y a Brian no le importaba. Esas cosas ocurrían y él lo había superado. Lo mismo esta vez, salvo que...
Salvo que... ¿cuál sería el propósito de Williams? ¿Qué quería probar haciendo eso? ¿Qué se suponía que haría con la información que la chica le habría facilitado? Cuanto más pensaba en ello, más cabreado se sentía. Después de todo, ¡era en su vida privada en lo que estaba hurgando Williams! ¿Tan jodido estaba, tan aquejado por alguna especie de paranoia, como para disfrutar jugando con las cabezas de sus estudiantes? ¿Estaría tratando de descubrir a Brian de alguna manera, de acosarlo, o posiblemente...?
—¿House?
Brian se dio la vuelta y vio al tipo al que había visto aquella noche en Chop.
—Soy yo, sí.
—¿Estuviste aquí el pasado viernes? —le preguntó el otro. Brian hizo memoria. El tipo había estado bebiendo café; de su taza salía vapor en forma de pequeñas volutas.
—Puede ser.
—¿Quién era aquella chica que estaba contigo?
—No tengo ni idea. Una chica, nada más. —A Brian le pareció que sabía adónde iba a parar todo aquello—. Mira, estábamos los dos realmente borrachos. Ni siquiera recuerdo lo que dije. Yo...
—Creo que conozco a esa chica.
—Ah... , ¿sí? —Brian se sentía intrigado ahora.
—Sí. Es... es gracioso. Sé que te parecerá una locura, pero esa chica está... muerta.
Brian miró fijamente a su interlocutor.
—¿Qué me estás diciendo?
—Por lo menos, eso es lo que ella nos contó. Desapareció de mi ciudad hace mucho tiempo, allá por los ochenta, y cuando yo iba a la escuela encontraron sus restos en algún lugar de California. Cerca de San Francisco. Asesinada, ya sabes. Su familia se había mudado por entonces. Pero te juro por Dios, tío... que estaba exactamente igual que en las fotos que he visto de ella. Pero la chica con la que tú estabas era... más joven. No hubiera podido ser ella. La de mi ciudad tendría ahora casi cuarenta años. Yo intenté detenerla, entiéndeme, pero ella pareció muy nerviosa.
Brian, perplejo, desvió la vista. Pero entonces se le ocurrió otra cosa:
—¿De dónde eres? —le preguntó.
—De Cale, Indiana —dijo el otro—. La tierra de las Gallinas Azules. ¿Nos conocemos?
—No —respondió Brian, pensando.
—Soy Jason Nettles —dijo el otro muchacho, tendiendo una mano con manchas de color para que Brian se la estrechara—. Llámame Net. Hago pintura, con una asignatura opcional en vidriería.
Pero la cabeza de Brian ya estaba en otra parte. Los piñones de su mente estaban encajando en su lugar, uno por uno.
Cale. Donde había trabajado aquel detective. El hombre les había contado una historia acerca de una joven desaparecida. ¿Podría ser que la muchacha a la que Brian había llevado a los hornos estuviera relacionada de alguna manera con el relato del detective?
«Williams. Williams está urdiendo esto. Montando la trama», pensó.
Antes de darse cuenta. Brian estaba ya metiéndose la camisa por la cabeza y apartando al otro muchacho para salir de Chop y entrar en el retorcido mundo.