FRAGMENTO DEL PRÓLOGO DE LA TORMENTA SE AVECINA

Debo considerar estos volúmenes una continuación de la historia de la primera guerra mundial que inicié con La crisis mundial, El frente oriental y Las secuelas que, en conjunto, abarcan la narración de otra guerra de los Treinta Años.

Como en volúmenes anteriores, he seguido todo lo que he podido el método utilizado por Defoe en sus Memorias de un caballero, en las cuales el autor hace una crónica y un análisis de importantes acontecimientos militares y políticos partiendo de las experiencias personales de un individuo. Es posible que nadie más que yo haya vivido los dos máximos cataclismos de la historia escrita desde importantes puestos ejecutivos. Sin embargo, mientras que en la primera guerra mundial ocupé cargos de responsabilidad, aunque subalternos, durante el segundo enfrentamiento con Alemania estuve más de cinco años al frente del gobierno de Su Majestad. Por tanto, escribo desde un punto de vista diferente y con más autoridad que la que podía tener en mis libros anteriores. No lo describo como historia, porque esto le corresponde hacerlo a otra generación, pero estoy seguro de que se trata de una aportación a la historia que será útil en el futuro.

Estos treinta años de acción y lucha abarcan y expresan el esfuerzo de toda mi vida, y estoy dispuesto a que me juzguen por ellos. He respetado mi norma de no criticar nunca ninguna medida ni política de guerra después de los acontecimientos, a menos que con anterioridad hubiese manifestado, de forma pública o formal, mi opinión o mi advertencia al respecto. No cabe duda de que, con posterioridad, he suavizado muchas de las dificultades de la controversia contemporánea. Me ha resultado doloroso expresar estas discrepancias con tantos hombres que he apreciado o respetado, pero no sería correcto no presentarle al futuro las lecciones del pasado. Que nadie menosprecie a los hombres honestos y bienintencionados cuyos actos menciono en estas páginas sin examinar antes su propio corazón, sin revisar su propio desempeño de la función pública y sin aplicar las lecciones del pasado a su conducta futura.

No suponga el lector que espero que todos estén de acuerdo con lo que digo, y mucho menos que escribo lo que conviene. Doy mi testimonio según mi criterio personal. He hecho todo lo posible por comprobar los hechos, aunque siguen saliendo datos a la luz cuando se revelan los documentos que se han encontrado o aparecen otras revelaciones que pueden presentar un aspecto diferente de las conclusiones a las que he llegado.

En una ocasión me dijo el presidente Roosevelt que estaba pidiendo públicamente que le hicieran sugerencias sobre cómo habría que llamar a esta guerra. En seguida le propuse «la guerra innecesaria». No ha habido jamás una guerra más fácil de detener que la que acaba de arruinar lo que quedaba del mundo después de la contienda anterior. La tragedia humana alcanza el punto culminante en el hecho de que, después de tantos esfuerzos y sacrificios de centenares de millones de personas y tras la victoria de la causa justa, todavía no hayamos alcanzado la paz ni la seguridad, y que nos encontremos en manos de peligros todavía peores que los que hemos superado. Es mi deseo ferviente el que el reflexionar sobre el pasado nos sirva de guía para los días venideros, que permita a una nueva generación reparar algunos de los errores cometidos para gobernar así, de acuerdo con las necesidades y la gloria de los hombres, la espantosa escena del futuro que se desarrolla ante nuestros ojos.

WINSTON SPENCER CHURCHILL

Chartwell, Westerham, Kent

marzo de 1948

La Segunda Guerra Mundial
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