Capítulo V

LOS CONVOYES ÁRTICOS

El año 1942 finalizó en aguas del Ártico con una acción contundente de unos destructores británicos que escoltaban un convoy hasta el norte de Rusia y que provocó una crisis en el Alto Mando alemán y la destitución del almirante Raeder como comandante de los asuntos navales. Entre enero y marzo, durante los meses restantes de oscuridad casi permanente, otros dos convoyes compuestos por cuarenta y dos barcos y seis embarcaciones más que navegaban de forma independiente emprendieron esta arriesgada travesía; llegaron cuarenta a destino. Durante el mismo período regresaron de Rusia treinta y seis barcos y se perdieron cinco. El regreso de la luz natural facilitó al enemigo el ataque a los convoyes. Los restos de la flota alemana, incluido el Tirpitz, se concentraban entonces en aguas noruegas y presentaban una amenaza formidable y constante a lo largo de buena parte de la ruta. La batalla del Atlántico con los submarinos alemanes se estaba convirtiendo en una violenta crisis. El esfuerzo para nuestros destructores era superior a lo que podíamos soportar. Hubo que postergar el convoy de marzo y en abril el Almirantazgo hizo la propuesta, que acepté, de suspender los suministros a Rusia por esta ruta hasta la oscuridad otoñal.

La decisión se tomó con gran pesar debido a las tremendas batallas en el frente ruso que caracterizaron la campaña de 1943. Después del deshielo primaveral los dos bandos se prepararon para una lucha trascendental. Los rusos dominaban entonces la situación, tanto en tierra como en el aire, y los alemanes podían albergar pocas esperanzas de conseguir la victoria definitiva. No obtuvieron ninguna ventaja que compensara sus fuertes pérdidas y los nuevos carros de combate «Tigre», con los cuales contaban para triunfar, fueron destrozados por la artillería rusa. Su Ejército ya había sido diezmado por sus campañas anteriores en Rusia y se había diluido con la incorporación de sus aliados de segunda clase de modo que cuando comenzaron a caer los golpes de los rusos no fue capaz de eludirlos. Las tres grandes batallas de Kursk, Orel y Jarkov, libradas todas en un período de dos meses, determinaron la ruina del ejército alemán en el frente oriental. En todas partes fue vencido y abrumado. El plan ruso, a pesar de su amplitud, no superó nunca sus recursos. Los rusos no sólo demostraron su nueva superioridad en tierra; en el aire, alrededor de dos mil quinientos aviones alemanes encontraron la oposición de por lo menos el doble de aviones rusos cuya eficacia había mejorado mucho. Durante esta etapa de la guerra la Fuerza Aérea alemana se encontraba en el apogeo de su poderío con un total de unos seis mil aviones. Que pudieran destinar menos de la mitad para apoyar esta campaña crucial es una muestra suficiente del valor que tuvieron para Rusia nuestras operaciones en el Mediterráneo y del aumento del esfuerzo de los bombardeos aliados con base en Gran Bretaña. Los alemanes se dieron cuenta de sus limitaciones, sobre todo en aviones de combate. Aunque estaban en inferioridad de condiciones en el frente oriental en septiembre tuvieron que debilitarlo más para defenderse en el oeste, donde en invierno se desplegaron casi las tres cuartas partes del total de la fuerza de cazas alemanes. Los ataques rusos, rápidos y coincidentes, no dieron oportunidad a los alemanes para aprovechar al máximo sus recursos aéreos. Las unidades aéreas se trasladaban con frecuencia de una zona bélica a otra para ocuparse de una crisis nueva y, dondequiera que fueran, dejando un vacío a sus espaldas, encontraban aviones rusos con una fuerza abrumadora.

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Operaciones en Rusia, de julio a diciembre de 1943

En septiembre los alemanes se retiraban a lo largo de todo su frente meridional, desde delante de Moscú hasta el mar Negro. Los rusos se adelantaron para perseguirlos. En el ángulo septentrional una ofensiva rusa se apoderó de Smolensko el veinticinco de septiembre. Sin duda los alemanes esperaban quedarse en el Dniéper, la siguiente línea que coincidía con un gran río, pero a principios de octubre los rusos ya lo habían atravesado al norte de Kíev y al sur en Pereyaslav y Kremenchug. Más al sur tomaron también Dniepropetrovsk el veinticinco de octubre. Sólo cerca de la desembocadura del río los alemanes estaban aún en la orilla occidental del Dniéper; todo el resto había desaparecido. Cortaron la retirada de la fuerte guarnición alemana de Crimea. Kíev, flanqueada por ambos lados, cayó el seis de noviembre y hubo muchos prisioneros. En diciembre, después de tres meses de persecuciones, los ejércitos alemanes de la Rusia central y meridional habían tenido que retroceder más de trescientos kilómetros y, al no poder defender la línea del río Dniéper, se encontraron al descubierto y vulnerables a una campaña invernal en la que, como ya les había enseñado la amarga experiencia, sus contrarios eran superiores. Y ésta fue la gran historia rusa de 1943.

Era natural que el gobierno soviético nos echara en cara la suspensión de los convoyes, por culpa de lo cual sus ejércitos morían de hambre. La noche del veintiuno de septiembre Mólotov convocó a nuestro embajador en Moscú y le pidió que se reanudaran los viajes. Destacó que se había eliminado la flota italiana y que los submarinos alemanes habían abandonado el Atlántico septentrional emprendiendo la ruta meridional. El ferrocarril persa no tenía suficiente capacidad. Durante tres meses la Unión Soviética había soportado una ofensiva amplia y sumamente agotadora y sin embargo en 1943 habían recibido menos de una tercera parte de los suministros del año anterior. Por consiguiente, el gobierno soviético «insistía» en que se reanudaran urgentemente los convoyes y esperaba que el gobierno de Su Majestad tomara todas las medidas necesarias en los próximos días.

Cuando nos reunimos en Londres la noche del día veintinueve para discutir todo esto recibimos otra buena noticia: el Tirpitz había quedado inutilizado después de sufrir el ataque audaz y heroico de nuestros pequeños submarinos. De las seis embarcaciones que participaron dos atravesaron todas las complicadas defensas. Los oficiales que estaban al mando, los tenientes de navío Cameron y Place, rescatados por los alemanes, sobrevivieron como prisioneros de guerra y recibieron la Cruz de la Victoria. El reconocimiento aéreo posterior demostró que el buque de guerra había sufrido graves daños y que habría que llevarlo a un astillero para repararlo antes de que pudiera entrar en acción otra vez. El Lützow ya había ido al Báltico. De este modo conseguíamos un retraso, probablemente de varios meses, en aguas del Ártico.

Pero Eden tenía muchas quejas sobre la forma en que los rusos trataban a nuestros hombres, por lo que envié a Stalin el siguiente telegrama:

[…] Tengo el placer de comunicarle que tenemos la intención de enviar una serie de cuatro convoyes al norte de Rusia en noviembre, diciembre, enero y febrero, cada uno de los cuales estará compuesto aproximadamente por treinta y cinco barcos británicos y estadounidenses. […]

Para evitar que los soviéticos volvieran a acusarnos de incumplir nuestra promesa, si nuestros esfuerzos por ayudarlos resultaban vanos, introduje un párrafo de salvaguardia:

Sin embargo, dejo constancia de que no se trata de ningún trato ni contrato sino de una declaración de nuestra determinación firme y ferviente, partiendo de la que he ordenado que se tomaran las medidas necesarias para enviar estos cuatro convoyes de treinta y cinco barcos.

A continuación elaboré una lista de quejas con respecto al trato que habían recibido nuestros hombres en el norte de Rusia.

[…] Las cifras actuales de personal naval están por debajo de lo necesario, incluso para nuestros requerimientos actuales, porque tenemos que enviar a los hombres a sus casas sin tener refuerzos. Las autoridades civiles de su país nos han negado todos los visados para los hombres que iban al norte de Rusia, incluso para relevar a los que hace tiempo que deberían haber sido relevados. Mólotov ha presionado al gobierno de Su Majestad para que acepte que la cifra del personal militar británico en el norte de Rusia no supere la del personal militar soviético y la delegación comercial en este país. Pero no hemos podido aceptar su proposición porque su trabajo es bastante diferente y la cantidad de hombres necesarios para las operaciones bélicas no se puede determinar de forma tan poco práctica. […]

Por consiguiente, debo pedirle que apruebe la inmediata concesión de visados para el personal adicional que hace falta ahora y que se comprometa a no negarse a conceder visados en el futuro cuando nos parezca necesario solicitarlos en relación con la asistencia que les estamos brindando en el norte de Rusia. Insisto en que de las alrededor de ciento setenta personas que componen el personal naval que tenemos actualmente en el norte más de ciento cincuenta deberían haberse relevado hace meses pero los visados soviéticos han sido retenidos. El estado de salud de estos hombres, que no están acostumbrados a las condiciones climáticas y de otra índole, hace que sea muy necesario relevarlos sin demora. […]

También debo pedirle su colaboración para poner remedio a las condiciones en las que se encuentran actualmente nuestro personal militar y nuestros marinos en el norte de Rusia. Estos hombres, evidentemente, participan en operaciones contra el enemigo en nuestro común interés y, fundamentalmente, para trasladar suministros aliados a su país. Estoy seguro de que coincidirá conmigo en que se hallan en una posición completamente diferente de la de los individuos comunes que entran en territorio ruso a pesar de lo que las autoridades de su país los someten a las siguientes restricciones, que considero inadecuadas para hombres que han sido enviados por un aliado para llevar a cabo nuestras operaciones que son del máximo interés para la Unión Soviética:

(a) Nadie puede desembarcar de una embarcación de Su Majestad ni de un barco mercante británico si no es en una embarcación soviética, en presencia de un oficial soviético y después de que le examinen los documentos en cada ocasión.

(b) Nadie procedente de un buque de guerra británico está autorizado a pasar junto a un barco mercante británico sin que se informe a las autoridades soviéticas de antemano. Esta medida se aplica incluso al almirante británico que se encuentre al mando.

(c) Los oficiales y los marinos británicos están obligados a conseguir pases especiales antes de poder desembarcar o pasar de un barco británico a otro. Estos pases a menudo se retrasan mucho con el consiguiente trastorno para la tarea que estén llevando a cabo.

(d) No se pueden desembarcar provisiones, equipaje ni correo para esta fuerza operacional si no es en presencia de un oficial soviético y hay que cumplir numerosas formalidades para embarcar todas las provisiones y el correo.

(e) La correspondencia del servicio privado es objeto de censura, aunque para una fuerza operacional de este tipo la censura debería quedar, en nuestra opinión, en manos de las autoridades militares británicas.

La imposición de estas restricciones afecta tanto a los oficiales como a los marinos, lo que perjudica las relaciones anglosoviéticas y resultaría sumamente ofensivo si el Parlamento se enterara. El efecto acumulativo de estas formalidades ha dificultado el eficaz cumplimiento de las obligaciones de estos hombres y en más de una ocasión unas operaciones urgentes e importantes. No se impone ninguna restricción semejante al personal soviético que hay aquí. […] Confío sin duda, señor Stalin, en que podrá resolver estas dificultades de forma amistosa para que podamos colaborar mutuamente y con la causa común todo lo que permitan nuestras fuerzas.

Eran unas peticiones modestas teniendo en cuenta los esfuerzos que estábamos a punto de hacer. No recibí ninguna respuesta de Stalin durante cerca de dos semanas, al cabo de las cuales recibí ésta:

Recibí su mensaje del uno de octubre en el que me informaba de su intención de enviar cuatro convoyes a la Unión Soviética por la ruta del norte en noviembre, diciembre, enero y febrero. Sin embargo, esta comunicación pierde su valor cuando manifiesta que esta intención de enviar convoyes al norte de la URSS no es una obligación ni un contrato sino sólo una declaración que, según se puede entender, los británicos pueden rechazar en cualquier momento sin tener en cuenta la influencia que esto pueda tener en los ejércitos soviéticos que se encuentran en el frente. Debo decir que no puedo estar de acuerdo con semejante planteamiento de la cuestión. Los suministros del gobierno británico a la URSS, los armamentos y demás productos militares, no se pueden considerar más que una obligación que, por un pacto especial entre nuestros países, el gobierno británico asumió con respecto a la URSS, que lleva a sus espaldas por tercer año ya la enorme carga de la lucha contra el enemigo común de los aliados: la Alemania de Hitler. […] Como ha demostrado la experiencia, el envío de armas y suministros militares a la URSS a través de los puertos persas no puede compensar de ningún modo los suministros que no se entregaron por la ruta del norte. […] Es imposible considerar este planteamiento de la cuestión como nada más que una negativa, por parte del gobierno británico, a cumplir las obligaciones asumidas y como una especie de amenaza contra la URSS.

Con respecto a lo que menciona sobre los puntos controvertidos que se supone que contiene la declaración de Mólotov debo decir que no encuentro ningún fundamento para este comentario. […] No veo la necesidad de incrementar la cantidad de militares británicos en el norte de la URSS ya que la mayoría de los que ya están allí no están bien empleados y durante muchos meses han estado reducidos a una inactividad forzosa como ya hemos señalado en varias ocasiones desde el lado soviético. […] Existen también muestras lamentables de la conducta inadmisible de determinados militares británicos que trataron en varios casos de reclutar, con sobornos, a ciertos ciudadanos soviéticos para el servicio de espionaje. Estos casos, ofensivos para los ciudadanos soviéticos, naturalmente dieron pie a incidentes que produjeron complicaciones indeseables.

Con respecto a su mención de las formalidades y de ciertas restricciones que existen en los puertos del norte es necesario tener en cuenta que estas formalidades y restricciones son inevitables en zonas próximas al frente y no hay que olvidar la situación de guerra que existe en la URSS. […] Sin embargo, las autoridades soviéticas concedieron numerosos privilegios en este sentido a los soldados y los marinos británicos con respecto a los cuales se informó a la embajada británica hace mucho tiempo, en el mes de marzo. De modo que las formalidades y restricciones que menciona se basan en una información inexacta.

Con respecto a la cuestión de la censura y el encausamiento a los militares británicos no tengo nada que objetar a que la censura de la correspondencia privada del personal británico en los puertos del norte la realicen las propias autoridades británicas siempre que exista reciprocidad. […]

Le comenté al presidente: «Acabo de recibir un telegrama de Stalin que no me parece exactamente lo que uno podría esperar de un caballero por cuyo bien tenemos que hacer un esfuerzo tan incómodo, tan extremo y tan costoso. […] Pienso, o al menos espero, que este mensaje venga de la maquinaria más que de Stalin ya que tardaron doce días en su elaboración. La maquinaria soviética está bastante convencida de que pueden conseguirlo todo con bravuconadas y estoy seguro de que es importante demostrarles que no siempre es así».

El día dieciocho le pedí al embajador soviético que viniera a verme. Como era la primera vez que me entrevistaba con Gúsev, el sucesor de Maiski, me presentó los saludos del mariscal Stalin y de Mólotov, y yo le dije que se había labrado una buena reputación ante nosotros en Canadá. Después de estos cumplidos conversamos un poco sobre el segundo frente. Le hablé con entusiasmo de nuestro gran deseo de colaborar con Rusia y de mantener relaciones amistosas con ella y que me parecía que debería ocupar un lugar importante en el mundo después de la guerra, de lo que nos alegraríamos, y que haríamos todo lo posible por establecer buenas relaciones entre su país y Estados Unidos.

Entonces me referí al telegrama de Stalin sobre los convoyes. Le dije brevemente que no me parecía que este mensaje contribuyera a la situación, que me había apenado mucho, que temía que cualquier respuesta que enviara no haría más que empeorar las cosas, que el ministro de Asuntos Exteriores estaba en Moscú y que había dejado que resolviera él la cuestión in situ y que, por consiguiente, no quería recibir el mensaje. Entonces entregué un sobre al embajador. Gúsev lo abrió para ver lo que había dentro y, al reconocer el mensaje, dijo que a él le habían dado instrucciones de entregármelo. Le dije: «No estoy preparado para recibirlo», y me puse de pie para indicar, con amabilidad, que daba por concluida nuestra conversación. Me dirigí a la puerta y la abrí. Hablamos un poco al lado de ella acerca de que viniera a comer algún día para hablar con la señora Churchill sobre algunos aspectos relacionados con el fondo de ayuda a Rusia, que le dije que había alcanzado los cuatro millones de libras esterlinas. No le di oportunidad de volver a mencionar el tema de los convoyes ni de tratar de devolverme el sobre y me despedí.

El gabinete de Guerra aprobó mi negativa a recibir el telegrama de Stalin. Sin duda fue un incidente diplomático insólito que, según supe después, impresionó mucho al gobierno soviético. De hecho, Mólotov lo mencionó varias veces en diversas conversaciones. Incluso antes de que se pudiera informar a Moscú al respecto surgieron recelos en círculos soviéticos. El diecinueve de octubre Eden, a su llegada allí para una conferencia planeada hacía tiempo entre los ministros de Asuntos Exteriores de los tres grandes aliados, telegrafió que Mólotov había ido a verlo a la embajada y le había dicho lo mucho que su gobierno valoraba los convoyes y la tristeza que les producía su ausencia. La ruta del norte era la manera más corta y más rápida de hacer llegar suministros al frente donde los rusos estaban atravesando un momento difícil. Había que romper la línea de defensa invernal de los alemanes. Mólotov prometió hablar con Stalin de todo esto y organizar una entrevista.

La importante conversación se celebró el día veintiuno. Mientras tanto, para fortalecer la posición de Eden y por sugerencia suya, suspendí el viaje de los destructores británicos que era el primer paso para reanudar los convoyes. Al final se acordó su reanudación. El primero zarpó en noviembre y le siguió un segundo en diciembre. Entre los dos sumaban setenta y dos barcos. Todos llegaron a salvo y, al mismo tiempo, los convoyes que regresaban con los barcos vacíos también pudieron salir sin novedad.

En su viaje de ida el convoy de diciembre participaría en un gratificante combate naval. Después de que el Tirpitz quedara inutilizado el Scharnhorst era el único barco pesado enemigo que quedaba en el norte de Noruega. Este barco emprendió una incursión desde el fiordo de Alten, con cinco destructores, al anochecer del día de Navidad de 1943 para atacar el convoy a unos ochenta kilómetros al sur de la isla de los Osos. La escolta de refuerzo del convoy comprendía catorce destructores con una fuerza de cobertura de tres cruceros. El comandante en jefe, el almirante Fraser, permaneció al suroeste en su buque insignia, el Duke of York, junto con el crucero Jamaica y cuatro destructores.

En dos ocasiones el Scharnhorst trató de atacar el convoy pero cada vez fue interceptado y tuvo que enfrentarse a los cruceros y los destructores de la escolta; después de un combate indeciso, en el que fueron alcanzados tanto el Scharnhorst como el crucero británico Norfolk, los alemanes abandonaron el combate y se retiraron hacia el sur seguidos de cerca por nuestros cruceros que nos informaron. A los destructores alemanes nadie los vio y no tomaron parte. Mientras tanto el comandante en jefe se acercaba a la máxima velocidad a pesar de la mar gruesa. A las 16.17, cuando hacía tiempo que se había puesto el sol en el Ártico, el Duke of York detectó al enemigo con el radar a unos treinta y siete kilómetros. El Scharnhorst no se dio cuenta de lo que le esperaba hasta que a las 16.50 el Duke of York abrió fuego a más de diez mil metros con la ayuda de bengalas de estrella. Al mismo tiempo el almirante Fraser envió a sus cuatro destructores para que atacaran en cuanto se presentara la oportunidad. La tripulación de uno de ellos, el Stord, pertenecía a la Armada real de Noruega. El Scharnhorst, sorprendido, viró para huir hacia el este pero le dieron varias veces en su huida aunque, gracias a su mayor velocidad, consiguió adelantarse. Sin embargo a las 18.20 se notó que comenzaba a disminuir la velocidad y nuestros destructores pudieron acercársele por ambos flancos. Cerca de las 19 todos aprovecharon para atacar. Cuatro torpedos dieron en el blanco. Sólo fue alcanzado un destructor.

El Scharnhorst viró para ahuyentar a los destructores lo que permitió al Duke of York acercarse rápidamente a unos nueve mil metros y volver a abrir fuego con un efecto demoledor. En media hora concluyó la desigual batalla entre un acorazado y un crucero de combate averiado; el Duke of York dejó que los cruceros y los destructores completaran la tarea. El Scharnhorst se hundió poco después y de su tripulación, compuesta por 1.970 oficiales y marinos, entre los que figuraba el contraalmirante Bey, sólo pudimos rescatar a treinta y seis hombres.

Si bien el destino del averiado Tirpitz se retrasó casi un año, el hundimiento del Scharnhorst no sólo hizo desaparecer la peor amenaza para nuestros convoyes árticos sino que brindó más libertad a nuestra flota. Ya no teníamos que estar preparados por si en cualquier momento irrumpían en el Atlántico los barcos pesados alemanes cuando les daba la gana, lo que supuso un alivio importante. Cuando en abril de 1944 tuvimos indicios de que el Tirpitz estaba en condiciones de trasladarse a un puerto del Báltico para su reparación desde los portaaviones Victorious y Furious despegaron aviones que lo atacaron con bombas pesadas, de modo que volvió a quedar inmovilizado. Después la Fuerza Aérea británica reanudó el ataque desde una base situada en el norte de Rusia y consiguieron causarle más daños, como consecuencia de los cuales llevaron al Tirpitz al fiordo de Tromso, que quedaba trescientos veinte kilómetros más cerca de Gran Bretaña, y dentro de la cobertura máxima de nuestros bombarderos pesados con base en nuestro país. Los alemanes ya habían perdido la esperanza de trasladar el barco a su país para repararlo y ya no contaban con él como unidad de combate en el mar. El doce de noviembre veintinueve aviones Lancaster de la Fuerza Aérea británica especialmente equipados, incluidos los del escuadrón 617, famoso por la proeza de la presa de Mohne, le asestaron el golpe decisivo, con bombas de más de cinco mil kilos. Tuvieron que recorrer más de tres mil doscientos kilómetros desde su base en Escocia pero el tiempo estaba despejado y tres bombas dieron en el blanco. El Tirpitz se hundió en su atracadero, donde murió más de la mitad de su tripulación compuesta por mil novecientos hombres; esto nos costó un solo bombardero, cuya tripulación sobrevivió.

A partir de entonces todos los barcos pesados británicos pudieron desplazarse al Lejano Oriente con toda libertad.

En toda la guerra se perdieron noventa y un buques mercantes en la ruta del Ártico, lo que equivale a un 7,8 por 100 de los barcos cargados en viaje de ida y un 3,8 por 100 de los que regresaban. Sólo cincuenta y cinco de ellos formaban parte de convoyes con escolta. De las alrededor de cuatro millones de toneladas de carga que se despacharon desde Estados Unidos y el Reino Unido se perdió cerca de una octava parte. En esta ardua tarea la marina mercante perdió 829 vidas, mientras que la de guerra pagó un precio superior. Se hundieron dos cruceros y diecisiete barcos de guerra de otros tipos y murieron 1.840 hombres entre oficiales y marinos de menor graduación.

Los cuarenta convoyes a Rusia transportaron una cantidad inmensa de material por un valor de 428 millones de libras que incluía cinco mil carros de combate y más de siete mil aviones, sólo de Gran Bretaña. De este modo cumplimos nuestra promesa, a pesar de las duras palabras de los líderes soviéticos y de la actitud desagradable que tuvieron con nuestros marinos.

La Segunda Guerra Mundial
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