Capítulo XV

LAS VICTORIAS RUSAS

Regresemos, lector, a la lucha en Rusia, que superó ampliamente en magnitud a las operaciones que han aparecido hasta ahora en mi relato y que constituyó, desde luego, la base sobre la que los ejércitos británicos y estadounidenses se habían acercado al momento culminante de la guerra. Los rusos dieron poco tiempo a sus enemigos para recuperarse de los duros reveses de principios del invierno de 1943. A mediados de enero de 1944 atacaron en un frente de casi doscientos kilómetros, desde el lago Limen hasta Leningrado, y atravesaron las defensas que había delante de la ciudad. Más al sur, a finales de febrero, obligaron a los alemanes a retroceder hasta las orillas del lago Peipus. Leningrado quedó liberado definitivamente y los rusos llegaron hasta los límites de los estados bálticos. Más ataques al oeste de Kíev hicieron retroceder a los alemanes hacia la antigua frontera polaca. Todo el frente meridional estaba en llamas y habían atravesado la línea alemana en muchos puntos con bastante profundidad. Atrás quedó, en Kersun, un enorme bolsón de alemanes rodeados del que muy pocos pudieron escapar. Durante todo marzo los rusos impusieron su supremacía a lo largo de todo el frente y en el aire. Desde Gomel hasta el mar Negro los invasores estaban en plena retirada, que no finalizó hasta que los echaron al otro lado del Dniéster, otra vez a Rumanía y a Polonia. Entonces el deshielo de primavera les proporcionó un breve respiro. Sin embargo en Crimea todavía se podían llevar a cabo operaciones y en abril los rusos se dedicaron a destruir el Decimoséptimo Ejército alemán y a recuperar Sebastopol.

La magnitud de estas victorias planteó cuestiones de una importancia trascendental. El Ejército Rojo se asomaba entonces sobre el centro y el este de Europa. ¿Qué ocurriría con Polonia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y, sobre todo, con Grecia, por las que tanto nos habíamos esforzado y tantos sacrificios habíamos hecho? ¿Se pondría Turquía de nuestro lado? ¿Quedaría envuelta Yugoslavia en la marea rusa? Aparentemente comenzaba a cobrar forma la Europa de posguerra y urgía llegar a algún acuerdo político con los soviéticos.

El dieciocho de mayo el embajador soviético en Londres llamó al Ministerio de Asuntos Exteriores para discutir una sugerencia general que había hecho Eden con respecto a que la URSS considerara temporalmente los asuntos de Rumanía como propios durante la guerra dejándonos Grecia a nosotros. Los rusos estaban dispuestos a aceptarlo pero querían saber si lo habíamos consultado con Estados Unidos, en cuyo caso estarían de acuerdo. Por ello el día treinta y uno le envié un telegrama personal a Roosevelt:

[…] Espero que se sienta capaz de prestar su consentimiento a esta propuesta. Evidentemente no queremos repartirnos los Balcanes en zonas de influencia, y al aceptar este acuerdo quisiéramos aclarar que sólo se aplica durante la guerra y que no afecta a los derechos ni a las responsabilidades que tendrá que ejercer cada una de las tres grandes potencias en el acuerdo de paz y posteriormente con respecto a toda Europa. Desde luego este compromiso no supone ningún cambio en la colaboración que existe en la actualidad entre ustedes y nosotros en cuanto a la formulación y la ejecución de la política aliada con respecto a estos países. No obstante, nos parece que el acuerdo que ahora se propone sería útil para evitar cualquier divergencia de política entre nosotros y ellos en los Balcanes.

Las primeras reacciones del Departamento de Estado fueron frías. A Hull lo ponía nervioso cualquier sugerencia que «pudiera parecer que tenía un deje de crear o aceptar la idea de áreas de influencia», y el once de junio me cablegrafió el presidente:

[…] En resumen, reconocemos que es inevitable que el gobierno que tiene la responsabilidad militar en un territorio determinado tome las decisiones que requieran los acontecimientos militares, pero estamos convencidos de que la tendencia natural de que estas decisiones se extiendan a otros ámbitos, fuera de los militares, se reforzaría mediante un acuerdo del tipo que ustedes sugieren. En nuestra opinión esto provocaría, sin duda, la persistencia de las diferencias entre ustedes y los soviéticos y la división de la región de los Balcanes en zonas de influencia a pesar de la intención declarada de limitar el acuerdo a cuestiones militares.

Nos parece que sería preferible tratar de establecer un mecanismo consultivo para evitar malos entendidos y para limitar la tendencia a la aparición de esferas exclusivas.

Este mensaje me dejó muy preocupado y le respondí el mismo día:

[…] La acción se paraliza si cada uno tiene que consultar a todos los demás antes de hacer cualquier cosa. Los acontecimientos siempre sobrepasarán las situaciones cambiantes en estas regiones balcánicas. Alguien tiene que tener el poder de planear y actuar. Un comité consultivo no sería más que un obstáculo, y en un caso de urgencia se dejaría de lado frente a las consultas directas entre usted y yo o entre cualquiera de nosotros y Stalin.

Le pongo como ejemplo lo que ocurrió en Pascua. Pudimos hacer frente a este amotinamiento de las fuerzas griegas totalmente de acuerdo con los puntos de vista que usted defiende. Esto se debió a que yo pude dar órdenes constantes a los comandantes militares que al principio eran partidarios de una conciliación y, sobre todo, de no usar o ni siquiera amenazar con usar la fuerza. Se perdieron muy pocas vidas. La situación griega ha mejorado muchísimo y, si se mantiene la firmeza, se rescatará de la confusión y el desastre. Los rusos están dispuestos a dejarnos tomar la iniciativa en la cuestión griega lo que significa que el EAM[50], con toda su malevolencia, puede ser controlado por las fuerzas nacionales de Grecia. […] Si en medio de estas dificultades hubiéramos tenido que consultar a otras potencias y hubiesen empezado a circular telegramas entre tres o cuatro partes sólo habríamos conseguido el caos o la impotencia.

En mi opinión, teniendo en cuenta que los rusos están a punto de invadir Rumanía con una gran fuerza y que van a contribuir a que el país recupere parte de Transilvania, que se encuentra en poder de Hungría, siempre que los rumanos colaboren, y es posible que lo hagan, teniendo en cuenta todo eso, estaría bien seguir el liderazgo soviético ya que ni ustedes ni nosotros tenemos tropas allí; aparte de que es probable que hagan lo que quieran de todos modos. […] En resumen, le propongo que aceptemos poner a prueba durante tres meses los acuerdos que establecí en mi mensaje del treinta y uno de mayo, al cabo de los cuales deben ser revisados por las tres potencias.

El presidente aprobó esta propuesta el trece de junio pero añadió: «Hemos de procurar que quede claro que no estamos estableciendo ningún área de influencia para después de la guerra». Compartí su opinión y al día siguiente le respondí:

Le estoy muy agradecido por su telegrama. Le he pedido al ministro de Asuntos Exteriores que transmita la información a Mólotov y que le aclare que se ha puesto el límite de tres meses para que no prejuzguemos la cuestión de establecer áreas de influencia después de la guerra.

Esa tarde informé de la situación al gabinete de Guerra y se acordó que el ministro de Asuntos Exteriores informaría al gobierno soviético de que aceptábamos esta división general de la responsabilidad con la condición del límite de los tres meses. Así se hizo el diecinueve de junio. No obstante, el presidente no quedó satisfecho con nuestra manera de actuar y recibí un dolorido mensaje en el que decía que «nos molestó que ustedes nos plantearan la cuestión a nosotros después de resolverla con los rusos». Por consiguiente el veintitrés de junio, en respuesta a su amonestación, le señalé al presidente la situación tal como yo la veía desde Londres:

Los rusos son la única potencia que puede hacer algo en Rumanía. […] Por otra parte, la carga de los griegos recae casi exclusivamente sobre nosotros y así ha sido puesto que hemos perdido cuarenta mil hombres en un vano intento por ayudarlos en 1941. Asimismo, ustedes nos han dejado hacer el juego en Turquía pero siempre los hemos consultado en cuestiones de política, y creo que hemos estado de acuerdo en la línea a seguir. Sería muy fácil para mí, partiendo del principio general de deslizarnos hacia la izquierda, tan popular en la política exterior, dejar que la situación se deteriorase porque entonces es probable que obliguen al rey a abdicar y que el EAM imponga un reino del terror en Grecia, obligando a los aldeanos y a muchas otras clases a formar batallones de seguridad bajo los auspicios alemanes para impedir la anarquía total. La única forma que tengo de impedirlo es convencer a los rusos de que dejen de potenciar al EAM y de empujarlo hacia delante con toda su fuerza. Por consiguiente propuse a los rusos un acuerdo temporal para una mejor conducción de la guerra. No era más que una propuesta y teníamos que dirigírsela a usted para que la aprobara.

También he intervenido para tratar de reunir las fuerzas de Tito con las que hay en Serbia y con todas las que apoyan al gobierno monárquico yugoslavo, que ambos hemos reconocido. Le hemos informado de todos los pasos y de cómo llevamos esta pesada carga que, de momento, nos corresponde a nosotros en su mayor parte. Una vez más, nada sería más fácil que arrojar a los lobos al rey y al gobierno monárquico yugoslavo y dejar que estalle una guerra civil en Yugoslavia para gran satisfacción de los alemanes. Estoy luchando por poner orden en el caos en ambos casos y por concentrar todos los esfuerzos contra el enemigo común. Le mantengo informado constantemente y espero contar con su confianza y con su ayuda dentro de las esferas de acción en las que nos han cedido la iniciativa.

La respuesta de Roosevelt resolvió este desacuerdo entre amigos: «Parece que los dos hemos emprendido sin darnos cuenta una acción unilateral en un sentido que, según coincidimos ambos ahora, ha sido conveniente por el momento. Es fundamental que siempre estemos de acuerdo en cuestiones que incidan sobre nuestro esfuerzo bélico como aliados».

«Puede estar seguro —le respondí— de que siempre buscaré su consentimiento en todos los asuntos, antes, durante y después».

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Las operaciones en el frente ruso, de junio de 1944 a enero de 1945

No obstante, las dificultades prosiguieron a nivel gubernamental. En cuanto Stalin se dio cuenta de que los estadounidenses tenían dudas insistió en consultarlos directamente y al final no pudimos llegar a ningún acuerdo definitivo sobre la división de responsabilidades en la península de los Balcanes. A principios de agosto los rusos despacharon desde Italia, mediante un subterfugio, una misión al ELAS, el ala militar del EAM, en el norte de Grecia. Ante el rechazo oficial estadounidense y ante este ejemplo de mala fe por parte de los soviéticos dejamos de lado nuestros esfuerzos por alcanzar un gran acuerdo hasta que me reuní con Stalin en Moscú dos meses después. Pero para entonces habían ocurrido muchas cosas en el frente oriental.

En Finlandia las tropas rusas, muy diferentes en calidad y armamento de las que lucharon allí en 1940, atravesaron la línea Mannerheim, reabrieron la línea férrea de Leningrado a Murmansk, la terminal de nuestros convoyes árticos y, a finales de agosto, obligaron a los finlandeses a pedir un armisticio. Su ataque principal al frente alemán comenzó el veintitrés de junio. Muchos pueblos y aldeas se habían convertido en plazas fuertes, con una nutrida defensa, pero fueron rodeados y eliminados uno tras otro mientras los ejércitos rojos penetraban por las brechas entre ellas. A finales de julio habían llegado hasta el Nieman en Kaunas y Grodno. Allí, tras avanzar cuatrocientos kilómetros en cinco semanas, tuvieron que hacer un alto temporal para reabastecerse. Las pérdidas alemanas habían sido enormes. Desaparecieron veinticinco divisiones y una cantidad similar quedó aislada en Curlandia[51]. Sólo el diecisiete de julio pasaron por Moscú cincuenta y siete mil prisioneros alemanes. Quién sabe lo que habrá sido de ellos.

Al sur de estas victorias se encontraba Rumanía. Hasta bastante avanzado agosto la línea alemana que se extendía desde Czernowitz hasta el mar Negro impidió el paso hacia los yacimientos petrolíferos de Ploiesti y los Balcanes. Se había debilitado a causa de la retirada de tropas para apoyar la línea que decaía más al norte y bajo los violentos ataques que comenzaron el veintidós de agosto se desintegró rápidamente. Con ayuda de los desembarcos en la costa los rusos destrozaron al enemigo. Desaparecieron dieciséis divisiones alemanas. El veintitrés de agosto un golpe de Estado en Bucarest, organizado por el joven rey Miguel y sus asesores más próximos, invirtió por completo toda la posición militar. Los ejércitos rumanos siguieron a su rey como un solo hombre. Tres días antes de la llegada de las tropas soviéticas habían desarmado a las fuerzas alemanas o las habían expulsado más allá de las fronteras septentrionales. Antes del uno de septiembre Bucarest había sido evacuada por los alemanes. Los ejércitos rumanos se desintegraron y el país fue invadido. El gobierno rumano capituló. Tras un intento, en el último minuto, de declararle la guerra a Alemania Bulgaria fue aniquilada. Volviéndose hacia el oeste los ejércitos rusos subieron por el valle del Danubio y atravesaron los Alpes de Transilvania hasta la frontera húngara mientras su flanco izquierdo, al sur del Danubio, se alineaba sobre la frontera yugoslava y allí se prepararon para su gran ofensiva hacia el oeste que a su debido tiempo los conduciría hasta Viena.

En Polonia se produjo una tragedia que requiere un relato más pormenorizado.

A finales de julio los ejércitos rusos se encontraban frente al río Vístula y todos los informes indicaban que próximamente Polonia caería en manos rusas. Los líderes del Ejército polaco clandestino, leales al gobierno de Londres, tenían que elegir el momento de sublevarse contra los alemanes para acelerar la liberación de su país y evitar que emprendieran una serie de implacables acciones defensivas en territorio polaco y sobre todo en la propia Varsovia. El comandante polaco, el general Bor-Komorowski, y su asesor civil recibieron autorización del gobierno polaco en Londres para proclamar una insurrección general cuando lo estimaran conveniente. En realidad, el momento parecía oportuno. El veinte de julio llegó la noticia del complot contra Hitler seguida rápidamente por la salida de los aliados de la cabeza de playa de Normandía. Alrededor del veintidós de julio los polacos interceptaron unos mensajes de radio procedentes del Cuarto Ejército Panzer alemán en los que se ordenaba una retirada general hasta el oeste del Vístula. Los rusos cruzaron el río ese mismo día y sus patrullas avanzaron en dirección a Varsovia. No cabía duda de que se avecinaba un colapso general.

Por consiguiente el general Bor decidió preparar un gran levantamiento y liberar la ciudad. Contaba con alrededor de cuarenta mil hombres y reservas de alimentos y municiones para entre siete y diez días de combates. Ya se escuchaba el fragor de los cañones rusos al otro lado del Vístula. La Fuerza Aérea soviética comenzó a bombardear a los alemanes que había en Varsovia desde los aeródromos que acababa de capturar cerca de la capital, de los que el más próximo quedaba a apenas veinte minutos de vuelo. Al mismo tiempo se formó en el este de Polonia un Comité Comunista de Liberación Nacional y los rusos anunciaron que el territorio liberado se pondría bajo su control. Hacía bastante tiempo que las emisoras de radio soviéticas exhortaban a la población polaca a dejar de lado su cautela y comenzar una revuelta general contra los alemanes. El veintinueve de julio, tres días antes de que comenzara el alzamiento, la radio moscovita emitió un llamamiento de los comunistas polacos al pueblo de Varsovia diciendo que ya se escuchaban los cañones de la liberación e instándolos, como en 1939, a luchar contra los alemanes esta vez para una acción decisiva. «Para Varsovia, que no se rindió sino que siguió luchando, ya ha llegado la hora de la acción». Después de señalar que el plan alemán de establecer puntos de defensa traería como consecuencia la paulatina destrucción de la ciudad, la transmisión acababa recordando a los habitantes que «todo lo que no se salva haciendo un esfuerzo se pierde» y que «mediante la lucha activa y directa en las calles, las casas, etcétera, de Varsovia se acelerará el momento de la liberación definitiva y se salvarán las vidas de nuestros hermanos».

La noche del treinta y uno de julio el mando clandestino de Varsovia recibió la noticia de que los carros de combate soviéticos habían atravesado las defensas alemanas al este de la ciudad. La radio militar alemana anunció que «los rusos comenzaron hoy un ataque general sobre Varsovia desde el sureste». Las tropas rusas se encontraban a menos de quince kilómetros de la ciudad. En la propia capital el mando de la resistencia polaca ordenó una insurrección general a las cinco de la tarde del día siguiente. El propio general Bor describe lo ocurrido:

Exactamente a las cinco miles de ventanas fulguraron cuando las abrieron de golpe. Desde todas partes cayó una lluvia de balas sobre los alemanes que pasaban, que acribillaron sus edificios y las formaciones que desfilaban. En un abrir y cerrar de ojos los civiles que quedaban desaparecieron de las calles. De las entradas de las casas salieron nuestros hombres en tropel y se lanzaron al ataque. En quince minutos toda una ciudad de un millón de habitantes se vio sumida en la lucha. Se interrumpió todo tipo de tráfico. Varsovia dejó de existir como un gran centro de comunicaciones en el que convergían las carreteras procedentes del norte, el sur, el este y el oeste, próxima a la retaguardia del frente alemán. La batalla por la ciudad había comenzado.

La noticia llegó a Londres al día siguiente y nos quedamos preocupados esperando más información pero la radio soviética no decía nada y cesó la actividad aérea rusa. El cuatro de agosto los alemanes comenzaron a atacar desde los focos de resistencia que mantenían en toda la ciudad y en las afueras. El gobierno polaco en Londres nos habló de la desesperante urgencia de enviar provisiones por aire. Los insurgentes se encontraban con la oposición de cinco divisiones alemanas concentradas a toda prisa. También enviaron a la División Hermann Göring desde Italia y poco después llegaron otras dos divisiones de las SS.

Por ello telegrafié a Stalin:

Ante la solicitud urgente del Ejército polaco clandestino vamos a arrojar, si las condiciones meteorológicas lo permiten, alrededor de sesenta toneladas de equipo y municiones en el barrio suroeste de Varsovia, donde nos dicen que luchan ferozmente los polacos que se han alzado contra los alemanes. Dicen también que solicitan la ayuda de Rusia, que parece que está muy cerca. Los ataca una división y media alemana. Esto puede ser de ayuda para su operación.

La respuesta fue rápida y desalentadora.

He recibido su mensaje acerca de Varsovia.

Creo que la información que le han transmitido los polacos es muy exagerada y no inspira confianza. Se podría llegar a esa conclusión por el hecho de que los emigrantes polacos ya han dicho que prácticamente han capturado Vilna con unas cuantas unidades dispersas del Ejército nacional e incluso lo han anunciado por radio. Pero evidentemente eso no se corresponde con la realidad en modo alguno. El Ejército nacional polaco está compuesto por unos cuantos destacamentos, que ellos incorrectamente denominan divisiones. No disponen de artillería ni de aviones ni de carros de combate. No creo que estos destacamentos sean capaces de capturar Varsovia cuando los alemanes cuentan con cuatro divisiones de carros de combate para defender la ciudad, entre ellas la División Hermann Göring.

Mientras tanto continuaba la batalla calle por calle contra los carros «Tigre» alemanes; el nueve de agosto los alemanes habían introducido una cuña que atravesaba toda la ciudad hasta el Vístula y dividía los distritos que estaban en poder de los polacos en sectores aislados. La Fuerza Aérea británica, con tripulantes polacos, británicos y de los dominios, realizó valientes intentos de acudir en auxilio de Varsovia desde las bases italianas que resultaron desesperados e inadecuados al mismo tiempo. Aparecieron dos aviones la noche del cuatro de agosto y tres cuatro noches después.

El primer ministro polaco, Mikolajczyk, estaba en Moscú desde el treinta de julio tratando de establecer algún tipo de acuerdo con el gobierno soviético, que había reconocido como futuro administrador del país al Comité Comunista Polaco de Liberación Nacional, el Comité de Lublin, como lo llamábamos nosotros. Estas negociaciones se llevaron a cabo durante los primeros días del levantamiento de Varsovia. Todos los días Mikolajczyk recibía mensajes del general Bor pidiéndole que le enviara municiones y armas anticarro y la ayuda del Ejército Rojo. Mientras tanto los rusos presionaban para llegar a un acuerdo sobre las fronteras de Polonia después de la guerra y el establecimiento de un gobierno conjunto. El nueve de agosto tuvo lugar una última conversación infructuosa con Stalin.

La noche del dieciséis de agosto Vishinski pidió al embajador de Estados Unidos en Moscú que fuera a verlo y, explicándole que quería evitar la posibilidad de que hubiera malos entendidos, le leyó la siguiente declaración que al embajador le pareció increíble:

El gobierno soviético evidentemente no puede oponer reparos a que los ingleses o los estadounidenses arrojen armas en la zona de Varsovia puesto que ése es un asunto que les concierne a ellos, pero está totalmente en contra de que los aviones estadounidenses o británicos, después de arrojar armas en la región de Varsovia, aterricen en territorio soviético porque el gobierno soviético no quiere verse implicado ni directa ni indirectamente en la aventura de Varsovia.

Ese mismo día recibí el siguiente mensaje de Stalin expresándolo con mayor suavidad:

Después de la conversación con Mikolajczyk di órdenes para que el mando del Ejército Rojo arrojase armas de forma intensiva en el sector de Varsovia. También se arrojó a un oficial paracaidista de enlace que, según el informe del comando, no alcanzó su objetivo ya que lo mataron los alemanes.

Asimismo, después de familiarizarme más con el asunto de Varsovia estoy convencido de que esta acción representa una aventura temeraria y terrible que le está costando grandes sacrificios a la población. Esto no habría sido así si se hubiese informado al mando soviético antes del comienzo de la acción de Varsovia y si los polacos se hubiesen mantenido en contacto con nosotros.

En la situación actual el mando soviético ha llegado a la conclusión de que debe disociarse de la aventura de Varsovia ya que no puede asumir la responsabilidad directa ni indirecta por esta acción.

Según la versión de Mikolajczyk el primer párrafo de este telegrama es totalmente falso. Dos oficiales llegaron a Varsovia sanos y salvos y allí los recibió el mando polaco. También estuvo allí unos días un coronel soviético que envió mensajes a Moscú, a través de Londres, exhortando a apoyar a los insurgentes.

Cuatro días después Roosevelt y yo enviamos a Stalin la siguiente petición conjunta redactada por el presidente:

Nos preocupa la opinión mundial si de hecho se abandona a los antinazis que están en Varsovia. Nos parece que entre los tres deberíamos hacer todo lo posible por salvar la mayor cantidad de estos patriotas que podamos. Esperamos que lance de inmediato suministros y municiones para los polacos patriotas de Varsovia o que acepte colaborar con nuestros aviones para hacerlo rápidamente. Esperamos que lo apruebe. El elemento tiempo tiene suma importancia.

Ésta fue la respuesta que obtuvimos:

He recibido el mensaje que me enviaron usted y Roosevelt con respecto a Varsovia y quiero manifestar mis opiniones.

Tarde o temprano todo el mundo conocerá la verdad acerca del grupo de criminales que se ha embarcado en la aventura de Varsovia para apoderarse del poder. Esta gente ha aprovechado la buena fe de los habitantes de la ciudad y ha arrojado a muchas personas prácticamente desarmadas contra los cañones, los carros y los aviones alemanes. Se ha producido una situación en la que cada día que pasa en lugar de servirles a los polacos para liberar Varsovia les sirve a los hitlerianos, que matan a tiros sin piedad a los habitantes de Varsovia.

Desde el punto de vista militar la situación que se ha producido al centrar la atención de los alemanes cada vez más en Varsovia es tan inútil para el Ejército Rojo como para los polacos. Mientras tanto las tropas soviéticas, que recientemente se han encontrado con nuevos y notables esfuerzos por parte de los alemanes por pasar al contraataque, están haciendo todo lo posible para aniquilar estos contraataques de los hitlerianos y para iniciar un nuevo ataque a gran escala en la región de Varsovia. No cabe duda de que el Ejército Rojo no escatima esfuerzos para derrotar a los alemanes en torno a Varsovia y para liberar a la ciudad para los polacos. Ésta será la ayuda mejor y más eficaz para los polacos que están en contra de los nazis.

Mientras tanto la agonía de Varsovia había alcanzado el punto culminante. «Durante la noche pasada [el once de agosto] —cablegrafió un testigo presencial— las fuerzas blindadas alemanas realizaron decididos esfuerzos para liberar algunos de los focos de resistencia que tienen en la ciudad. No es tarea fácil porque en todas las esquinas hay inmensas barricadas, construidas en su mayor parte con los bloques de hormigón arrancados de las calles justamente para eso. En la mayoría de los casos los intentos fracasaron, de modo que la tripulación de los carros de combate dio rienda suelta a su desilusión disparando contra varias casas y bombardeando otras desde lejos. En muchos casos también prendieron fuego a los muertos que cubren las calles en muchos lugares. […]

»Cuando los alemanes transportaban suministros con los carros de combate a una de sus posiciones llevaban delante a quinientas mujeres y niños para evitar que las tropas [polacas] los atacaran. Mataron o hirieron a muchos de ellos. Nos consta que se emprendieron acciones del mismo tipo en muchas otras partes de la ciudad.

»Los muertos se entierran en patios y plazas. En lo que respecta a los alimentos la situación se deteriora cada vez más, aunque todavía no pasamos hambre. Hoy [quince de agosto] ya no queda nada de agua en las tuberías; la extraen de los pocos pozos que tienen y aprovechan la que hay en las casas. Hay disparos en todos los barrios de la ciudad y numerosos incendios. El hecho de que se lanzaran provisiones ha aumentado la moral. Todo el mundo quiere luchar y seguirá luchando pero la incertidumbre sobre si esto acabará pronto es deprimente. […]».

No sólo se luchaba sobre la superficie, sino también debajo de ella, literalmente. El único medio de comunicación entre los distintos sectores que estaban en manos de los polacos era a través de las alcantarillas. Los alemanes arrojaban granadas de mano y bombas de gas por las tapas de registro. Algunas veces se libraban batallas en medio de una oscuridad total entre hombres hundidos en excrementos hasta la cintura que luchaban mano a mano, a veces con cuchillos o ahogando a sus adversarios en el lodo. Sobre la superficie la artillería y los aviones de combate alemanes incendiaban amplias zonas de la ciudad.

Yo esperaba que los estadounidenses nos apoyaran con alguna acción drástica pero Roosevelt se oponía. El uno de septiembre recibí a Mikolajczyk a su regreso de Moscú con poco consuelo que ofrecerle. Me dijo que estaba dispuesto a proponerle al Comité de Lublin un acuerdo político ofreciéndoles catorce escaños en un gobierno conjunto. Los representantes de la resistencia polaca debatieron estas propuestas en la propia Varsovia bajo el fuego y la sugerencia fue aceptada de forma unánime. La mayoría de los que participaron en estas decisiones fueron juzgados un año después por «traición» ante un tribunal soviético en Moscú.

Cuando se reunió el gabinete, la noche del cuatro de septiembre, el asunto me parecía tan importante que aunque tenía un poco de fiebre me levanté de la cama para ir a nuestra sala subterránea. Nos habíamos reunido en numerosas situaciones desagradables pero no recuerdo ninguna ocasión en la que todos nuestros miembros, tanto los conservadores como los laboristas como los liberales, estuvieran tan furiosos. Me habría gustado poder decirles: «Enviamos nuestros aviones para que aterricen en su territorio después de entregar provisiones en Varsovia. Si no los tratan como es debido dejaremos de enviarles convoyes desde este preciso instante». Pero quien lea estas páginas años después debe saber que todo el mundo siempre tiene que tener en cuenta la suerte de los millones de personas que luchan en una batalla mundial y que a veces hay que someterse a la causa común, por terrible o humillante que parezca. Por consiguiente no propuse este paso drástico. Podría haber sido eficaz porque en el Kremlin tratábamos con hombres que se regían por cálculos en lugar de emociones. No tenían intención de dejar que el espíritu de Polonia volviera a alzarse en Varsovia. Sus planes se basaban en el Comité de Lublin. Ésa era la única Polonia que les importaba. Es posible que la interrupción de los convoyes en este momento decisivo de su gran avance hubiera sido tan importante para ellos como para las personas corrientes tener en cuenta conceptos tales como el honor, la humanidad y la buena fe. El gabinete de Guerra, como colectivo, envió a Stalin el siguiente telegrama. Era lo mejor que nos pareció prudente hacer:

El gabinete de Guerra hace saber al gobierno soviético que la opinión pública de este país está profundamente conmovida por los acontecimientos de Varsovia y por el terrible sufrimiento de los polacos que viven allí. Dejando aparte si los comienzos del alzamiento estuvieron bien o mal no se puede hacer responsables a los habitantes de la decisión que se tomó. Nuestro pueblo no puede comprender por qué no se ha enviado desde el exterior ninguna ayuda material para los polacos de Varsovia. El hecho de que no se pueda enviar esta ayuda porque su gobierno se niega a permitir el aterrizaje de aviones estadounidenses en los aeródromos que se encuentran en poder de los rusos se está haciendo público. Si además de todo esto resulta que los polacos de Varsovia van a ser aplastados por los alemanes, como nos dicen que ocurrirá dentro de dos o tres días, la conmoción de la opinión pública será incalculable. […]

Por consideración al mariscal Stalin y a los pueblos soviéticos, con los que esperamos poder colaborar en el futuro, el gabinete de Guerra me ha pedido que haga un nuevo llamamiento al gobierno soviético para que brinde la ayuda que pueda y, sobre todo, para que dé facilidades a los aviones estadounidenses para que aterricen en sus aeródromos con este fin.

El diez de septiembre, cuando los polacos ya llevaban seis semanas de tormento, el Kremlin pareció cambiar de táctica. Esa tarde los proyectiles de la artillería soviética comenzaron a caer sobre las afueras del este de Varsovia y volvieron a aparecer aviones soviéticos sobre la ciudad. Las fuerzas comunistas polacas, siguiendo órdenes de los soviéticos, llegaron hasta la periferia de la capital. A partir del catorce de septiembre la Fuerza Aérea soviética lanzó provisiones, pero la mayoría de los paracaídas no se abrían y muchas de las cajas se destrozaban y no servían para nada. Al día siguiente los rusos ocuparon el barrio de Praga pero no siguieron más allá. Querían que los polacos no comunistas quedaran totalmente destruidos pero al mismo tiempo mantener viva la idea de que iban a rescatarlos. Mientras tanto, casa por casa, los alemanes siguieron liquidando los centros de resistencia polacos en toda la ciudad. La población sufrió un terrible destino. Muchos de sus habitantes fueron deportados por los alemanes. Las peticiones del general Bor al comandante soviético, el mariscal Rokossovski, no obtuvieron ninguna respuesta. Imperaba el hambre.

Mis esfuerzos por conseguir ayuda estadounidense desembocaron en una única operación pero de gran magnitud. El dieciocho de septiembre volaron sobre la capital ciento cuatro bombarderos pesados arrojando provisiones pero era demasiado tarde. El dos de octubre por la noche vino Mikolajczyk para decirme que las fuerzas polacas en Varsovia estaban a punto de rendirse a los alemanes. Captaron en Londres una de las últimas emisiones desde la heroica ciudad:

Ésta es la cruda verdad. Nos han tratado peor que a los satélites de Hitler, peor que a Italia, Rumanía, Finlandia. Que juzgue Dios, que es justo, la tremenda injusticia que sufrió la nación polaca y que castigue a todos los culpables.

Sus héroes son los soldados cuyas únicas armas contra los carros de combate, los aviones y los cañones fueron sus revólveres y las botellas llenas de gasolina. Sus héroes son las mujeres que atendieron a los heridos y llevaron mensajes bajo el fuego, que cocinaron en sótanos bombardeados y en ruinas para alimentar a niños y adultos, y que aliviaron y confortaron a los moribundos. Sus héroes son los niños que siguieron jugando calladamente entre las ruinas humeantes. Éste es el pueblo de Varsovia.

Inmortal es la nación que puede lograr un heroísmo tan universal. Porque los que han muerto han vencido y los que viven seguirán luchando, seguirán venciendo y dando testimonio una vez más de que Polonia vive cuando los polacos viven.

Estas palabras son indelebles. La lucha en Varsovia había durado más de sesenta días. De los cuarenta mil hombres y mujeres del Ejército polaco clandestino murieron alrededor de quince mil. De una población de un millón de personas hubo casi doscientas mil bajas. Suprimir la revuelta le costó al Ejército alemán diez mil muertos, siete mil desaparecidos y nueve mil heridos. Las proporciones indican que la lucha se libró cuerpo a cuerpo.

Cuando los rusos entraron en la ciudad tres meses después no encontraron casi nada más que calles destrozadas y muertos insepultos. Así liberaron Polonia, donde gobiernan actualmente. Pero aquí no puede acabar la historia.

La Segunda Guerra Mundial
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