Capítulo X

EL ATAQUE A ANZIO

Es inevitable lanzar una mirada retrospectiva para comprender el ambiente que reinaba en Italia. Después de la rendición que tuvo lugar en septiembre de 1943, a falta de otras alternativas la organización de la resistencia a los alemanes cayó en manos de un comité de liberación clandestino en Roma y se conectó con la creciente actividad de las bandas de partisanos que entonces comenzaron a desplegar sus actividades por toda la península. Los miembros de este comité eran políticos que Mussolini había echado del poder a comienzos de la década de 1920 o representantes de grupos hostiles al régimen fascista. Flotaba sobre todo esto la amenaza de un recrudecimiento del núcleo duro del fascismo a la hora de la derrota. Evidentemente los alemanes hicieron todo lo posible por promoverla.

Mussolini había sido recluido en la isla de Ponza y posteriormente en La Maddalena, frente a la costa de Cerdeña. Temiendo un ataque por sorpresa alemán a finales de agosto Badoglio trasladó a su antiguo jefe a un refugio en los montes Abruzos en el centro de Italia. Con las prisas del vuelo desde Roma no se dieron instrucciones precisas a los agentes de policía ni a los carabinieri que protegían al ex dictador. La mañana del domingo doce de septiembre noventa paracaidistas alemanes saltaron de un planeador cerca del hotel donde tenían confinado a Mussolini y lo rescataron, sin que hubiera ninguna víctima, en un avión alemán ligero donde lo condujeron a otra entrevista más en Múnich con Hitler.

Durante los días siguientes los dos hombres analizaron la manera de prolongar la vida del fascismo italiano en las zonas de Italia que seguían ocupadas por las tropas alemanas. El día quince el duce anunció que había vuelto a asumir el liderazgo del fascismo y que un nuevo Partido Fascista Republicano, purgado y sustentado sin los miembros que lo habían traicionado, volvería a establecer un gobierno fiel en el norte. Por un momento pareció que revivía el viejo sistema con un nuevo atuendo seudorrevolucionario. Los resultados desilusionaron a los alemanes pero no pudieron echarse atrás y así comenzaron los desganados «cien días» de Mussolini. A finales de septiembre había establecido su cuartel general a orillas del lago Garda. Este lamentable gobierno en la sombra se conoce como la «república de Salò» y allí se interpretó la sórdida tragedia. El hombre que fue el dictador y legislador de Italia durante más de veinte años vivió con su amante en poder de sus amos alemanes, gobernó según su voluntad y quedó aislado del mundo exterior por guardias y médicos alemanes cuidadosamente elegidos.

La rendición de Italia pilló totalmente desprevenidos a sus ejércitos en los Balcanes y muchos soldados se vieron atrapados en posiciones desesperadas entre las fuerzas de las guerrillas locales y los vengativos alemanes. Hubo salvajes represalias. La guarnición italiana de Corfú, que contaba con más de siete mil hombres, quedó casi aniquilada por sus antiguos aliados. Las tropas italianas de la isla de Cefalonia resistieron hasta el veintidós de septiembre. Muchos de los supervivientes fueron fusilados y los demás fueron deportados. Algunas de las guarniciones de las islas del Egeo consiguieron escapar a Egipto en grupos reducidos. En Albania en la costa dálmata y dentro de Yugoslavia numerosos destacamentos se sumaron a los partisanos. Con frecuencia los destinaban a trabajos forzosos después de ejecutar a los oficiales. En Montenegro, con la mayor parte de dos divisiones italianas, Tito formó las «divisiones Garibaldi», que sufrieron cuantiosas bajas al final de la guerra. En los Balcanes y el Egeo los ejércitos italianos perdieron casi cuarenta mil hombres después de que se anunciara el armisticio del ocho de septiembre, aparte de los que murieron en los campos de deportados.

La propia Italia estaba sumida en los horrores de la guerra civil. Los oficiales y los soldados del Ejército italiano estacionado en el norte, ocupado por los alemanes, y los patriotas de los pueblos y el campo comenzaron a formar unidades de partisanos para luchar contra los alemanes y contra sus compatriotas que seguían apoyando al duce. Se establecieron contactos con los ejércitos aliados al sur de Roma y con el gobierno de Badoglio. Durante estos meses se creó la red de la resistencia italiana a la ocupación alemana en un ambiente cruel de luchas internas, asesinatos y ejecuciones. Tanto en el centro y en el norte de Italia como en todo el resto de la Europa ocupada el movimiento insurgente convulsionó a toda clase de personas.

No fue el menor de sus logros el socorro y el apoyo que brindaron a nuestros prisioneros de guerra atrapados por el armisticio en los campos situados en el norte de Italia. De un total de alrededor de ochenta mil hombres, que llevaban un conspicuo uniforme de combate y en general apenas conocían el idioma ni la geografía del país, por lo menos diez mil fueron rescatados con la ayuda sobre todo de la población local que les proporcionó ropa de civil y gracias a los riesgos que corrieron los miembros de la resistencia italiana y los sencillos campesinos.

La amargura y la confusión aumentaron a principios de año. La república fantasma de Mussolini se vio sometida a una presión cada vez mayor por parte de los alemanes. Los círculos de gobierno en torno a Badoglio, en el sur, fueron objeto de intrigas en Italia y del desprecio por parte de la opinión pública en Gran Bretaña y en Estados Unidos. Mussolini fue el primero en reaccionar. Cuando llegó a Múnich, después de huir, encontró allí a su hija Edda y a su esposo, el conde Ciano, que habían huido de Roma en el momento de la rendición, y aunque Ciano había votado en contra de su suegro en la fatídica reunión del gran consejo tenía esperanzas de lograr una reconciliación gracias a la influencia de su esposa y de hecho la obtuvo durante esos días en Múnich. Pero esto indignó a Hitler, que a su llegada había puesto a la familia Ciano bajo arresto domiciliario. La renuencia del duce a castigar a los traidores al fascismo, y sobre todo a Ciano, puede ser el motivo principal por el que Hitler se formó un juicio tan malo de su colega en ese momento crítico.

Cuando la escasa fuerza de la «república de Salò» llegó al colmo de la decadencia y cuando se agudizó la impaciencia de sus amos alemanes, Mussolini aceptó soltar una oleada de venganza calculada. A finales de 1943 fueron juzgados en la fortaleza medieval de Verona todos los líderes del antiguo régimen fascista que habían votado contra él en julio y que fueron atrapados en la Italia ocupada por los alemanes. Entre ellos figuraba Ciano. Todos, sin excepción, fueron condenados a muerte. A pesar de las súplicas y las amenazas de Edda el duce no pudo ceder. En enero de 1944 los miembros del grupo, que incluía no sólo a Ciano sino también al anciano mariscal De Bono, de setenta y ocho años, que lo acompañó en la marcha sobre Roma, fueron ejecutados públicamente como traidores: les dispararon por la espalda atados a una silla. Todos murieron como valientes.

El final de Ciano estuvo acorde con todos los elementos de una tragedia renacentista. La sumisión de Mussolini a las exigencias vengativas de Hitler sólo sirvió para cubrirlo de vergüenza y la miserable república neofascista siguió arrastrándose junto al lago Garda como una reliquia del quebrado Eje.

Mientras tanto habíamos dedicado las primeras semanas de enero a los intensos preparativos para la operación «Guijarro», como se llamaba Anzio según nuestras claves, y a las operaciones preliminares del Quinto Ejército destinadas a desviar de la cabeza de playa la atención y las reservas del enemigo. Los combates fueron implacables porque era evidente que los alemanes pretendían evitar que atravesásemos la línea Gustav que, con Cassino como elemento central, era la última posición de su amplia zona defensiva. En estas montañas rocosas se había creado un gran sistema fortificado en el que no se escatimaron el hormigón ni el acero. Desde estos puestos de observación en las alturas el enemigo podía dirigir sus cañones hacia todos los movimientos que se produjeran en los valles inferiores. Nuestras tropas hicieron grandes esfuerzos que, aunque ganaron poco terreno, produjeron el efecto deseado en el enemigo: distrajeron su atención de la amenaza que se acercaba a su vulnerable flanco marino y les hicieron traer tres divisiones de buena calidad que tenían en reserva para restablecer la situación.

La tarde del día veintiuno los convoyes con destino a Anzio estaban en el mar cubiertos por nuestros aviones. El tiempo era propicio para ocultar el avance Nuestros intensos ataques a los aeródromos enemigos, y sobre todo a Perugia, la base alemana de reconocimiento aéreo, hicieron que permanecieran en tierra muchos de sus aviones. Con un entusiasmo tenso, aunque espero que contenido, aguardé el resultado de este ataque considerable. Al final me enteré de que el VI Cuerpo, compuesto por la 3.ª División estadounidense y la 1.ª británica al mando del general estadounidense Lucas, había desembarcado en las playas de Anzio a las dos de la mañana del día veintidós. Encontraron muy poca oposición y casi no hubo víctimas. Antes de medianoche había en tierra treinta y seis mil hombres y más de tres mil vehículos. Alexander, que estaba allí, envió un mensaje: «Parece que los hemos pillado casi totalmente por sorpresa. He insistido en la importancia de destacar patrullas móviles capaces de atacar con fuerza para establecer contacto con el enemigo, aunque hasta ahora no he recibido ningún informe sobre sus actividades». Yo estaba totalmente de acuerdo con esto y le respondí: «Le agradezco todos sus mensajes. Me alegro mucho de que vayan marcando terreno en lugar de atrincherarse en las cabezas de playa».

Pero entonces ocurrió el desastre y se estropeó el objetivo primordial de la empresa. El general Lucas se limitó a ocupar su cabeza de playa y a desembarcar el equipo y los vehículos. El general Penney, comandante de la 1.ª División británica, quería avanzar hacia el interior pero su brigada de reserva se vio retenida por el cuerpo. El veintidós y el veintitrés hubo pequeños ataques de sondeo en dirección a Cisterna y Campoleone, pero el comandante de la expedición no hizo ningún intento general de avanzar. Al anochecer del día veintitrés habían desembarcado dos divisiones completas junto con las tropas correspondientes, que incluían dos comandos británicos, los soldados de las tropas de asalto estadounidenses y los paracaidistas, con gran cantidad de impedimenta. Aumentaban las defensas de la cabeza de playa pero se perdió la oportunidad por la que se habían hecho tantos esfuerzos.

Kesselring reaccionó rápidamente ante esta situación crítica. Ya había lanzado contra nosotros él grueso de sus reservas en el frente de Cassino pero incorporó todas las unidades disponibles y en cuarenta y ocho horas había reunido el equivalente a unas dos divisiones para impedir que siguiéramos avanzando. El día veintisiete llegaron noticias graves. La Brigada de Guardias se había adelantado pero todavía les faltaban alrededor de dos kilómetros y medio para llegar a Campoleone y los estadounidenses todavía estaban al sur de Cisterna. Alexander dijo que ni él ni el general Clark estaban conformes con la velocidad del avance y que Clark se dirigía de inmediato a la cabeza de playa. Le respondí:

Me alegro de saber que Clark va a visitar la cabeza de playa. Sería muy desagradable que nuestras tropas quedaran encerradas allí y que el ejército principal no pudiera avanzar desde el sur.

Sin embargo esto fue exactamente lo que estaba a punto de ocurrir.

Mientras tanto seguimos atacando las posiciones de Cassino. La amenaza a su flanco no hizo flaquear la determinación de Kesselring de resistir a nuestros ataques. La resolución alemana se hizo evidente en una orden de Hitler que captamos el día veinticuatro:

Hay que defender la línea Gustav a cualquier precio en aras de las consecuencias políticas que tendría una defensa completamente eficaz. El führer espera la lucha más implacable por cada palmo de terreno.

No cabe duda de que la cumplieron. Al principio avanzamos bastante. Cruzamos el río Rápido sobre la población de Cassino y atacamos hacia el sur, contra la colina del monasterio; pero los alemanes la habían reforzado y la defendieron con entusiasmo y a principios de febrero nos quedamos sin efectivos. Trajeron del Adriático un cuerpo neozelandés formado por tres divisiones y el día quince comenzó nuestro segundo gran ataque con el bombardeo del propio monasterio[44]. La altura sobre la que se alzaba el edificio permitía ver la confluencia de los ríos Rápido y Liri y era el eje de toda la defensa alemana. Ya había demostrado ser un obstáculo formidable, muy bien defendido. Sus escarpadas laderas, barridas por el fuego, estaban coronadas por el famoso edificio que en varias ocasiones, en guerras anteriores, fue saqueado, destruido y reconstruido. Se ha discutido mucho sobre si deberían haberlo destruido otra vez. En el monasterio no había tropas alemanas pero las fortificaciones enemigas casi no estaban separadas del edificio en sí. Dominaba todo el campo de batalla y naturalmente el general Freyberg, el comandante del cuerpo en cuestión, quería someterlo a un intenso bombardeo desde el aire antes de lanzar el ataque de la infantería. El comandante del Ejército, el general Mark Clark, de mala gana pidió y obtuvo la autorización del general Alexander, que asumió la responsabilidad. Por consiguiente, el quince de febrero, después de avisar debidamente a los monjes, se arrojaron más de cuatrocientas cincuenta toneladas de bombas que provocaron muchos daños. Las grandes murallas exteriores y la puerta se mantuvieron en pie. El resultado no fue bueno porque entonces los alemanes tenían toda la razón para hacer lo que quisieran con los escombros de las ruinas, lo que les brindaba mejores oportunidades para la defensa que cuando el edificio estaba intacto.

La 4.ª División india, que acababa de relevar a los estadounidenses en las montañas que había al norte del monasterio, fue la encargada de lanzar el ataque. En dos noches sucesivas trataron en vano de apoderarse de un montículo que se encontraba entre su posición y la colina del monasterio. La noche del dieciocho de febrero hicieron un tercer intento. La lucha fue desesperada y en ella murieron todos los hombres que llegaron hasta el montículo. Más tarde, esa misma noche, una brigada rodeó el montículo y se desplazó directamente hacia el monasterio, donde encontraron un barranco oculto lleno de minas y cubierto por ametralladoras enemigas a una distancia mínima. Sufrieron muchas bajas y se detuvieron. Mientras se libraban estas luchas feroces en las alturas la División neozelandesa logró cruzar el río Rápido pero la contraatacaron con carros de combate antes de que pudieran asegurar la cabeza de puente y se vio obligada a retroceder. El ataque directo a Cassino había fracasado.

Debemos regresar ahora a la cabeza de playa. El treinta de enero había desembarcado en Anzio la 1.ª División Blindada estadounidense y la 45.ª División estadounidense iba de camino. Hubo que hacer todo esto sobre las playas difíciles o a través del diminuto puerto pesquero. El mensaje que envió el almirante John Cunningham decía que «la situación tal como se presenta ahora no tiene casi nada que ver con la ofensiva relámpago de dos o tres divisiones que concebimos en Marraquech, pero puede tener la seguridad de que las Armadas no escatimarán esfuerzos para sentar los pilares de la victoria». Como veremos más adelante, esta promesa se cumplió con creces.

Ese mismo día el VI Cuerpo lanzó con energía el primer ataque. Ganaron un poco de terreno pero el tres de febrero el enemigo lanzó un contraataque que clavó el saliente de la 1.ª División británica y, evidentemente, no fue más que el preludio de lo peor que faltaba por venir. Según el informe del general Wilson, «el perímetro quedó acordonado y las fuerzas que tenemos allí no pueden avanzar». Aunque el general Lucas consiguió pillarlos por sorpresa no supo aprovecharlo, lo que produjo una gran desilusión tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Evidentemente yo no conocía las órdenes que se le habían dado al general Lucas pero es un principio fundamental presionar y enfrentarse con el enemigo y se diría que desde el comienzo aplicó el criterio contrario. Como dije en ese momento, yo esperaba arrojar a la orilla un gato montes pero lo único que conseguimos fue una ballena varada. Aparentemente seguíamos siendo más fuertes que los alemanes en cuanto a fuerza de combate pero la facilidad con la que ellos movían sus piezas en el tablero y la rapidez con la que corregían las peligrosas brechas que tenían que abrir en el frente meridional fueron realmente impresionantes. Todo contribuía a darnos datos muy negativos para «Overlord».

El gran esfuerzo previsto para devolvernos al mar comenzó el día dieciséis, cuando el enemigo utilizó más de cuatro divisiones con el apoyo de cuatrocientos cincuenta cañones en una ofensiva directa hacia el sur, desde Campoleone. Antes del ataque le leyeron a las tropas la especial orden del día de Hitler. Exigía la eliminación en tres días de nuestro «absceso» en la cabeza de playa. El ataque cayó en mal momento ya que la 45.ª División estadounidense y la 56.ª británica, trasladadas desde el frente de Cassino, acababan de relevar a nuestra valiente 1.ª División que en seguida volvió a encontrarse en plena acción. Se abrió una cuña profunda y peligrosa en nuestra línea, que allí se vio obligada a retroceder hasta la cabeza de playa original. Todo estaba en el aire. No era posible retirarse más. Incluso un corto avance habría brindado al enemigo la capacidad de usar no sólo sus cañones de largo alcance para abrir un fuego de hostigamiento sobre las lanchas y plataformas de desembarco sino también la de lanzar una buena descarga de artillería contra todas las entradas o las salidas. No me hacía ilusiones sobre la situación. Era cuestión de vida o muerte.

Pero la fortuna, desconcertante hasta entonces, recompensó el valor desesperado de los ejércitos británicos y estadounidenses. Antes de los tres días estipulados por Hitler se interrumpió el ataque alemán. Entonces su propio saliente recibió un contraataque en su flanco y quedó aislado bajo el fuego de toda nuestra artillería y el bombardeo de todos los aviones que pudimos hacer despegar. La lucha fue intensa y hubo cuantiosas pérdidas por ambos bandos pero ganamos la batalla mortal.

Hitler, cuya fuerza de voluntad era el motor de todo, hizo un último intento a finales de febrero. La 3.ª División, en el flanco oriental, fue atacada por tres divisiones alemanas debilitadas y sacudidas por su fracaso anterior. Los estadounidenses resistieron con tesón y el ataque se vino abajo un día después de que los alemanes sufrieran más de dos mil quinientas bajas. El uno de marzo Kesselring aceptó su fracaso. Había frustrado la expedición de Anzio pero no pudo acabar con ella.

A comienzos del mes de marzo la situación meteorológica provocó un punto muerto. El quinto elemento de Napoleón, el barro, empantanó a los dos bandos. Ni nosotros pudimos destruir el frente principal de Cassino ni los alemanes pudieron devolvernos al mar en Anzio. En cifras había igualdad entre los dos combatientes. En ese momento teníamos veinte divisiones en Italia, pero tanto los estadounidenses como los franceses habían sufrido gran cantidad de bajas. El enemigo disponía de dieciocho o diecinueve divisiones al sur de Roma y de cinco más en el norte de Italia, pero ellos también estaban extenuados.

Ya no quedaba ninguna esperanza de que pudiéramos salir de la cabeza de playa de Anzio ni ninguna perspectiva de establecer una rápida conexión entre nuestras dos fuerzas separadas hasta que se destruyera el frente de Cassino. Por consiguiente lo más importante era afirmar bien la cabeza de playa, relevar y reforzar las tropas y proporcionarles provisiones para que resistieran un asedio virtual y para alimentar una misión posterior. No había demasiado tiempo puesto que muchas de las lanchas de desembarco debían partir pronto para «Overlord». Hasta ese momento se había postergado su traslado pero ya no se podía retrasar más. Las Armadas colaboraron con toda su fuerza y obtuvieron resultados admirables. Si antes se desembarcaban tres mil toneladas diarias en los primeros diez días de marzo esta cifra se duplicó con creces.

Pero aunque Anzio había dejado de ser un motivo de preocupación la campaña en Italia se había vuelto en general más pesada. Nosotros esperábamos que a estas alturas ya habríamos empujado a los alemanes hasta más al norte de Roma y que una parte sustancial de nuestros ejércitos habrían quedado disponibles para un importante desembarco en la costa de la Riviera francesa para colaborar con la gran invasión al otro lado del canal de la Mancha. Esta operación, «Yunque», se había acordado en principio en Teherán pero pronto se convertiría en un motivo de controversia entre nosotros y nuestros aliados estadounidenses. Evidentemente hubo que adelantar mucho la campaña en Italia antes de que se planteara esta cuestión y la necesidad inmediata fue romper el punto muerto en el frente de Cassino. Los preparativos para la tercera batalla de Cassino comenzaron poco después del fracaso de febrero pero el mal tiempo la retrasó hasta el quince de marzo.

Esta vez el objetivo fundamental era la población de Cassino. Tras un intenso bombardeo, en el que se gastaron casi mil toneladas de bombas y mil doscientas toneladas de proyectiles, nuestra infantería avanzó. «Me parecía inconcebible —dijo Alexander— que quedaran soldados vivos después de ocho horas de una paliza semejante». Pero los había. La 1.ª División alemana de paracaidistas, probablemente los luchadores más resistentes de todo su Ejército, siguieron combatiendo contra los neozelandeses y los indios entre las pilas de escombros. Al anochecer teníamos la mayor parte de la población en nuestras manos mientras que la 4.ª División india, que se aproximaba desde el norte, también avanzaba bien y al día siguiente habían recorrido dos tercios del camino de la colina del monasterio. Entonces la batalla se nos puso en contra. Nuestros carros de combate no podían atravesar los grandes cráteres que dejaron los bombardeos y seguir el ataque de la infantería. Transcurrieron casi dos días hasta que pudieron prestar ayuda. El enemigo consiguió hacer llegar refuerzos. Estalló una tormenta y empezó a llover. La lucha entre las ruinas de la población de Cassino continuó hasta el día veintitrés, con duros combates entre ataques y contraataques. Los neozelandeses y los indios no podían hacer nada más. Sin embargo habíamos establecido una cabeza de puente firme sobre el río Rápido que, junto con un gran adelantamiento que hicimos en enero al otro lado del bajo Garigliano, fue de incalculable valor cuando tuvo lugar la batalla definitiva y triunfal. Allí y en la cabeza de puente de Anzio teníamos inmovilizadas en el centro de Italia a casi veinte magníficas divisiones alemanas, muchas de las cuales habrían ido a Francia. Ésta es la historia de la lucha en Anzio, una historia de grandes oportunidades y esperanzas perdidas, de hábiles inicios por nuestra parte y una rápida recuperación del enemigo, de valor por ambas partes. Sabemos ahora que a principios de enero el alto mando alemán intentó transferir cinco de sus mejores divisiones de Italia al noroeste de Europa. Kesselring protestó aduciendo que en ese caso no podría seguir cumpliendo las órdenes de luchar al sur de Roma y que tendría que retirarse. Precisamente cuando la discusión estaba en su punto culminante tuvo lugar el desembarco en Anzio y el alto mando dejó de lado la idea y, en lugar de que desde el frente italiano se enviaran fuerzas al noroeste de Europa, ocurrió justo lo contrario. En ese momento no sabíamos nada sobre estos cambios de planes pero demuestran que la agresividad de nuestros ejércitos en Italia, y el ataque de Anzio en particular, hicieron una gran aportación al éxito de «Overlord». Más adelante veremos el papel que desempeñaron en la liberación de Roma.

La Segunda Guerra Mundial
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