Capítulo IV
UN PUNTO MUERTO EN EL MEDITERRÁNEO[39]
Pocos días después de regresar de Halifax envié un telegrama al general Eisenhower que habría que tener en cuenta al leer mi narración del otoño y el invierno. En el segundo párrafo traté de establecer la proporción del esfuerzo, sobre todo en lo que respecta a los cuellos de botella, que habría que dedicar a nuestras diversas empresas, unas proporciones que no deberían pasar por alto quienes deseen comprender las controversias que se tratan en este capítulo. La guerra plantea el problema del aprovechamiento correcto de los medios disponibles y no se puede aplicar el ideal de «una cosa por vez».
Como he presionado para que se actúe en varias direcciones creo que debería plantearle las prioridades que tengo presentes para todos estos objetivos deseables.
2. Cuatro quintas partes de nuestros esfuerzos deberían destinarse al fortalecimiento de Italia. Una décima parte debería servir para asegurarnos Córcega (pronto lo conseguiremos) y el Adriático. Y el otro décimo debería concentrarse en Rodas. Está claro que esto sólo se aplica a los factores limitantes que son, supongo, fundamentalmente las lanchas de desembarco y los barcos de asalto con embarcaciones ligeras.
3. Le envío esta guía aproximada de mis ideas sólo porque no quiero que piense que lo exijo todo, en todas direcciones, sin comprender lo lamentables que son sus limitaciones.
Eisenhower respondió al día siguiente:
Estamos estudiando cuidadosamente los recursos que tenemos para brindar el apoyo necesario a Oriente Próximo en este proyecto y estamos seguros de que podemos cumplir los requisitos mínimos de esta zona.
Cuando Montgomery consiga adelantar el grueso de sus tropas para apoyar la zona derecha del Quinto Ejército todo comenzará a moverse más deprisa en el frente de Nápoles. Como siempre, después de las primeras etapas de una operación conjunta, hemos hecho un gran esfuerzo tanto táctico como administrativo. Estamos trabajando con denuedo para mejorar la situación y recibirá buenas noticias dentro de poco.
Esta respuesta no hacía una referencia tan específica como me habría gustado a lo que yo consideraba la parte más importante de mi mensaje, es decir, la escasa proporción de tropas que hacían falta para empresas subsidiarias, que eran numerosas.
La rendición de Italia nos brindó la oportunidad de obtener ganancias importantes en el Egeo con un coste y un esfuerzo mínimos. Las guarniciones italianas obedecían las órdenes del rey y del mariscal Badoglio y se pasarían a nuestro lado si podíamos llegar hasta ellas antes de que las intimidaran y las desarmaran los alemanes que estaban en las islas. Éstos eran muy inferiores en cantidad, aunque es probable que hiciera tiempo que sospecharan de la fidelidad de sus aliados y que ya hubieran hecho sus propios planes. Rodas, Leros y Cos eran islas fortalezas que hacía tiempo que se utilizaban con fines estratégicos de alto orden en la esfera secundaria y su ocupación había sido aprobada concretamente por los jefes del Estado Mayor conjunto en su resumen final de las decisiones de Quebec el diez de septiembre. Rodas era la clave del grupo porque tenía buenos aeródromos desde los que podíamos defender cualquier otra isla que ocupáramos y completar el control naval de estas aguas. Además, las fuerzas aéreas británicas en Egipto y Cirenaica podían proteger a Egipto igual, o tal vez mejor, si algunas de ellas se adelantaban hasta Rodas. A mí me parecía que no aprovechar estos tesoros era como rechazar la suerte. Teníamos a nuestro alcance el dominio del Egeo por aire y por mar. Esto podría tener un efecto decisivo sobre Turquía que por entonces estaba muy impresionada por la caída de Italia. Si podíamos usar el Egeo y los Dardanelos se establecería un atajo naval hacia Rusia. Ya no necesitaríamos más los peligrosos y costosos convoyes por el Ártico ni la larga y pesada línea de suministros a través del golfo Pérsico.
El general Wilson estaba impaciente por entrar en acción y los planes y los preparativos para la captura de Rodas se fueron perfeccionando en el mando de Oriente Próximo durante varios meses. En agosto se entrenó a la 8.ª División india y se ensayó la operación que estaba lista para comenzar el uno de septiembre. Pero Estados Unidos presionó mucho para que alejáramos del Mediterráneo nuestros barcos entrenados de asalto, bien hacia el oeste, para los preparativos de un «Overlord» todavía remoto, o bien hacia el frente del Índico. Invocaron rigurosamente los acuerdos celebrados antes de la caída de Italia y adecuados para una situación totalmente diferente, al menos a un nivel secundario, y el veintiséis de agosto, en cumplimiento de una decisión de poca importancia tomada en el mes de mayo en la conferencia de Washington, los jefes del Estado Mayor conjunto ordenaron el envío al Lejano Oriente, para una operación dirigida contra la costa de Birmania, de los barcos que podrían haber transportado la división a Rodas. De este modo se desbarataron los planes que tan bien concibió Wilson para emprender una acción rápida en el Dodecaneso. Con gran prontitud había enviado pequeños grupos por mar y por aire a varias islas más pero, al negársenos Rodas, nuestras ganancias en el Egeo se volvieron precarias. Sólo un uso intenso de las fuerzas aéreas podría brindarnos lo que necesitábamos. Les habría costado muy poco tiempo si hubiese habido un acuerdo. El general Eisenhower y su estado mayor no parecían darse cuenta de lo que teníamos a nuestro alcance, aunque voluntariamente habíamos puesto en sus manos todos nuestros recursos, que eran considerables.
Sabemos ahora lo mucho que se alarmaron los alemanes ante la amenaza mortal que temían que organizáramos en su flanco suroriental. En una conferencia celebrada en el cuartel general del führer el veinticuatro de septiembre los representantes tanto del Ejército como de la Armada urgieron la evacuación de Creta y otras islas del Egeo mientras estaban a tiempo. Señalaron que estas bases avanzadas se habían tomado para realizar operaciones ofensivas en el Mediterráneo oriental pero que entonces la situación había cambiado por completo. Destacaron la necesidad de evitar la pérdida de tropas y materiales que tendrían una importancia decisiva para la defensa del continente. Pero Hitler no les hizo caso e insistió en que no podía ordenar la evacuación, sobre todo de Creta y del Dodecaneso, por las repercusiones políticas que tendría. Dijo que «la actitud de nuestros aliados en el sureste y la actitud de Turquía dependen exclusivamente de su confianza en nuestra fuerza y abandonar las islas produciría una impresión sumamente desfavorable». En esta decisión de luchar por las islas del Egeo los acontecimientos le dieron la razón, porque obtuvo grandes ganancias en un frente subsidiario con un coste reducido para la posición estratégica principal. Se equivocó en los Balcanes pero en el Egeo tuvo razón.
Durante un tiempo nuestros asuntos prosperaron en las pequeñas islas de la periferia. A finales de septiembre Cos, Leros y Samos fueron ocupadas cada una por un batallón y varias islas más fueron ocupadas por destacamentos. Las guarniciones italianas que encontraron se mostraron bastante amistosas pero sus exageradas defensas costeras y antiaéreas se encontraban en mal estado y apenas podíamos transportar nuestras propias armas y vehículos más pesados con los barcos que teníamos a nuestra disposición.
Aparte de Rodas, la isla de Cos era la más importante estratégicamente. Era la única que tenía un aeródromo, desde el que podían operar nuestros cazas, que rápidamente se puso en funcionamiento y se le proporcionaron veinticuatro cañones Bofors para su defensa. Naturalmente, se convirtió en el objetivo del primer contraataque enemigo y al amanecer del tres de octubre los paracaidistas alemanes descendieron sobre el aeródromo central y aplastaron a la solitaria compañía que lo defendía. El resto del batallón, que estaba en el norte de la isla, quedó aislado por un desembarco enemigo que la Armada, por desgracia, no pudo interceptar. La isla cayó.
El veintidós de septiembre Wilson informó de sus mínimas y modestas necesidades para hacer un nuevo intento en Rodas. Utilizando la 10.ª División india y parte de una brigada blindada sólo necesitaba escoltas navales y fuerzas de bombardeo, tres carros de combate para lanchas de desembarco, unos cuantos barcos a motor para el transporte, un buque hospital y suficientes aviones para transportar un batallón de paracaidistas. Me preocupaba mucho que no fuéramos capaces de abastecer estas operaciones y le envié un cable al general Eisenhower pidiéndole apoyo. Las pequeñas ayudas necesarias parecían muy poca cosa para pedírselas a nuestros amigos estadounidenses. Las concesiones que habían hecho ante mi presión incesante durante los tres meses anteriores se habían visto recompensadas por un éxito increíble. Con las lanchas de desembarco para una sola división y la asistencia de la fuerza aérea aliada durante unos días Rodas sería nuestra. Los alemanes, que habían vuelto a hacerse cargo de la situación, habían desplazado a muchos de sus aviones hacia el Egeo para frustrar justamente el objetivo que yo tenía previsto. El siete de octubre le planteé también toda la cuestión al presidente, pero me apenó recibir un telegrama que era prácticamente un rechazo y me dejaba a mí solo, ya comprometido con su aprobación y la de los jefes del Estado Mayor estadounidense, para hacer frente al golpe inminente. Las fuerzas negativas que hasta entonces se habían superado por tan poco sin duda volvían a tomar el control. Esto fue lo que dijo Roosevelt:
No quiero obligar a Eisenhower a prescindir de nada que limite las perspectivas de un buen desarrollo inicial de las operaciones en Italia hasta alcanzar una línea segura al norte de Roma.
Me opongo a toda desviación que, en opinión de Eisenhower, ponga en peligro la seguridad de la situación que tiene actualmente en Italia, cuya concentración resulta sumamente lenta teniendo en cuenta las conocidas características de su oponente, que posee una notoria superioridad en tropas de tierra y divisiones Panzer.
Opino que ningún desvío de fuerzas ni de equipo debería perjudicar «Overlord» tal y como está previsto. Los jefes del Estado Mayor estadounidense están de acuerdo. Transmito copia de este mensaje a Eisenhower.
Reparé en particular en la frase «Opino que ningún desvío de fuerzas ni de equipo debería perjudicar “Overlord” tal y como está previsto». Pretender que un retraso de seis semanas en la devolución de nueve lanchas de desembarco para «Overlord», de las más de quinientas que intervendrían, que en cualquier caso dispondrían de seis meses, comprometería la gran operación de mayo de 1944 era algo totalmente desproporcionado. Por consiguiente el ocho de octubre volví a hacer un vehemente llamamiento. Mirando hacia atrás a los resultados favorables y duraderos que obtuve como consecuencia de mi viaje con el general Marshall a Argel, en junio, del que surgió toda nuestra buena fortuna, pensé en repetir el mismo procedimiento e hice todos los preparativos para volar de inmediato a Túnez, donde se iban a reunir en una conferencia los comandantes en jefe.
Pero la respuesta de Roosevelt enfrió mis últimas esperanzas. Pensó que no debía asistir. Por tanto cancelé el viaje que me proponía hacer. En el momento crítico de la conferencia llegó la noticia de que Hitler había decidido reforzar su ejército en Italia y librar una batalla importante al sur de Roma, lo que inclinó la balanza en contra del pequeño refuerzo solicitado para atacar Rodas.
Aunque podía entender que el cambio de situación hubiera afectado a la opinión de los generales que participaban en nuestra campaña italiana, en el fondo de mi corazón no estaba ni estoy convencido de que no se hubiera podido dar cabida a la captura de Rodas. Sin embargo, con uno de los mayores dolores que sufrí durante la guerra, me resigné. Si uno se tiene que someter es un desperdicio no hacerlo con la mayor gracia posible. Cuando estaban pendientes tantas cuestiones de suma importancia no podía arriesgar mis relaciones personales con el presidente. Por tanto aproveché las noticias procedentes de Italia para aceptar lo que pensé entonces, y sigo pensando, que fue una decisión que demuestra una falta de previsión.
No se ganó nada con este exceso de precaución. Resultó que todavía tardamos ocho meses en capturar Roma. Durante todo el otoño y el invierno se utilizaron veinte veces la cantidad de embarcaciones que habrían contribuido a tomar Rodas en dos semanas para trasladar las bases de los bombarderos pesados angloamericanos de África a Italia. Rodas siguió siendo una espina en nuestro costado. Al ver la extraordinaria inercia de los aliados cerca de sus costas Turquía fue mucho menos amable y nos negó sus aeródromos.
El Estado Mayor estadounidense había impuesto su punto de vista; les tocaba a los británicos pagar el precio. Aunque luchamos por mantener nuestra posición en Leros el destino de la pequeña fuerza que teníamos allí estaba prácticamente condenado. Aumentamos la guarnición hasta convertirla en una brigada; eran tres buenos batallones de infantería británicos que habían sufrido todo el sitio y el hambre en Malta[40] y todavía estaban recuperando su peso y su fuerza física. El Almirantazgo hizo todo lo posible y el general Eisenhower despachó a Oriente próximo dos grupos de cazas de largo alcance como medida transitoria. Su presencia allí se hizo sentir en seguida. Pero el once de octubre los retiraron. A partir de entonces el enemigo tuvo el predominio aéreo y nuestros barcos sólo pudieron operar por la noche sin sufrir terribles pérdidas. A primeras horas del doce de noviembre desembarcaron las tropas alemanas y por la tarde seiscientos paracaidistas cortaron en dos la defensa. En las últimas etapas habían enviado a Leros a la guarnición de Samos, el 2.º Real de West Kent, pero todo había terminado y ellos también cayeron. Con escaso apoyo aéreo y sometidos al intenso ataque de los aviones enemigos, los batallones siguieron batallando hasta el anochecer del día dieciséis cuando, agotados, ya no pudieron luchar más. Así cayó en poder del enemigo esta excelente brigada de tropas. Perdimos así todas nuestras esperanzas en el Egeo por el momento. De inmediato intentamos evacuar las pequeñas guarniciones que había en Samos y en otras islas y de rescatar a los supervivientes de Leros. Se rescataron más de mil soldados británicos y griegos, así como también numerosos simpatizantes italianos y prisioneros alemanes, pero volvimos a sufrir graves pérdidas navales. Seis destructores y dos submarinos fueron hundidos por aviones o por minas y cuatro cruceros y cuatro destructores sufrieron averías. Compartió estas tribulaciones la Armada griega que desempeñó un valiente papel a lo largo de todo el proceso.
He recontado los dolorosos episodios de Rodas y Leros con cierto detalle. Constituyen, por fortuna en pequeña escala, la divergencia más seria que tuve nunca con el general Eisenhower. Durante muchos meses, enfrentándome a interminables resistencias, despejé el camino para su exitosa campaña en Italia. En lugar de ganar sólo Cerdeña establecimos un gran grupo de ejércitos en la península italiana. Córcega era un extra en nuestras manos. Habíamos desviado de otros frentes una parte importante de las reservas alemanas. El pueblo y el gobierno italianos se habían puesto de nuestro lado. Italia le había declarado la guerra a Alemania. Sumó su flota a la nuestra. Mussolini era un fugitivo. La liberación de Roma no parecía lejana. Diecinueve divisiones alemanas, abandonadas por sus camaradas italianos, estaban dispersas por los Balcanes, donde no habíamos necesitando más de mil oficiales y hombres en total. La fecha de «Overlord» no se había visto afectada de forma decisiva.
Yo había sido un medio para encontrar entre las fuerzas británicas e imperiales que había en Egipto cuatro divisiones de primera clase más, además de las que se consideraban posibles. No sólo habíamos ayudado al Estado Mayor angloamericano del general Eisenhower en su carrera victoriosa sino que les habíamos proporcionado considerables recursos inesperados sin los que es posible que hubieran ocurrido desastres. Me apenaba que lo poco que había pedido, con unos fines estratégicos casi tan elevados como los que ya se habían conseguido, hubiese sido resistido y rechazado con tanta obstinación. Desde luego cuando uno está ganando una guerra se puede decir que casi todo lo que ocurre es adecuado y prudente. Sin embargo, de no ser por las pedantes negativas en esta esfera menor, habría sido fácil añadir el control del Egeo y, con mucha probabilidad, la incorporación de Turquía a todos los frutos de la campaña en Italia.
Al mismo tiempo, siguiendo el consejo de Kesselring, Hitler cambió de opinión sobre su estrategia en Italia. Hasta entonces su intención era retirar las fuerzas que tenía más allá de Roma y defender sólo el norte de Italia; pero entonces les ordenó que siguieran luchando lo más al sur posible. La línea elegida, la llamada «Winterstellung», pasaba por detrás del río Sangro, del lado del Adriático, y recorría el centro montañoso de la península hasta la desembocadura del Garigliano en el oeste. Por las características físicas del país, sus montañas escarpadas y sus ríos rápidos, esta posición, de varios kilómetros de ancho, tenía una fuerza inmensa. Después de un año de retiradas casi continuas en África, Sicilia e Italia las tropas alemanas estaban contentas de darse la vuelta para combatir. Disponían entonces de diecinueve divisiones en Italia mientras que los aliados teníamos el equivalente a trece. Hacían falta muchos refuerzos y una gran consolidación para defender nuestras conquistas, rápidas y brillantes, lo que suponía un esfuerzo para nuestro transporte marítimo. Los primeros esfuerzos a fondo que se hicieron en la línea alemana no tuvieron demasiado éxito. Nuestros hombres llevaban dos meses combatiendo con ahínco, hacía un tiempo horrible y las tropas necesitaban descansar y reagruparse. Se tendieron cabezas de puente al otro lado del río pero las principales defensas del enemigo estaban situadas en las tierras altas, más distantes. El mal tiempo, con la lluvia, el barro y los ríos crecidos postergaron el ataque del Octavo Ejército hasta el veintiocho de noviembre, pero entonces avanzó bien. Al cabo de una semana de intensas luchas nos establecimos dieciséis kilómetros más allá del Sangro. Pero el enemigo seguía manteniendo una posición firme y recibió más refuerzos procedentes del norte de Italia. Se ganó un poco más de terreno durante el mes de diciembre, aunque no se tomó ningún objetivo vital, y el clima invernal paralizó las operaciones activas. El Quinto Ejército de Estados Unidos (que incluía al X Cuerpo británico) a las órdenes del general Clark siguió combatiendo en la carretera hacia Cassino y atacó las primeras defensas de las principales posiciones alemanas. El enemigo estaba firmemente apostado en unas montañas que dominaban la carretera por ambos lados. El formidable macizo de Montecassino, al oeste, fue atacado y finalmente desalojado tras una dura lucha. Pero hasta principios del nuevo año el Quinto Ejército no se pudo alinear del todo a lo largo del río Garigliano y su afluente, el Rápido, donde quedó frente a las cimas de Cassino y su famoso monasterio.
De modo que la posición en Italia cambió considerablemente en detrimento nuestro. Los alemanes recibieron muchos refuerzos y las órdenes de resistir en lugar de retirarse. Los aliados, por el contrario, enviaban de vuelta a Inglaterra, desde Italia y el Mediterráneo, a ocho de sus mejores divisiones para el ataque al otro lado del canal de la Mancha que tendría lugar en 1944. Las cuatro divisiones adicionales que yo estaba reuniendo o había enviado no compensaron la pérdida. Sobrevino un punto muerto que no se solucionó durante ocho meses de intensos combates.
Sin embargo, a pesar de estas desilusiones, la campaña en Italia había atraído a veinte divisiones alemanas de buena calidad. Yo lo llamaba el tercer frente. Si sumamos las guarniciones que tenían en los Balcanes, por temor a sufrir ataques allí, disponían de casi cuarenta divisiones para hacer frente a los aliados en el Mediterráneo. En nuestro segundo frente, en el noroeste de Europa, todavía no había estallado la lucha pero su existencia era real. Siempre tenían enfrente alrededor de treinta divisiones, como mínimo, que aumentaron a sesenta a medida que se avecinaba la invasión. Nuestro bombardeo estratégico desde Gran Bretaña obligó al enemigo a desviar gran cantidad de hombres y masas de material para defender su patria. Estas aportaciones no fueron nada desdeñables para los rusos en lo que ellos tenían todo el derecho a llamar el primer frente.
Debo acabar este capítulo con un resumen.
Durante este período de la guerra todas las grandes combinaciones estratégicas de las potencias occidentales se vieron restringidas y distorsionadas por la escasez de lanchas de desembarco para carros de combate, necesarias para transportar no tanto carros sino todo tipo de vehículos. Todos los que participamos en cuestiones militares durante este período tenemos grabadas en la cabeza las letras «L. S. T.» (Landing Ship, Tanks)[41]. Habíamos invadido Italia con una fuerza poderosa. Teníamos un ejército que si no recibía apoyo podía ser totalmente rechazado otorgando a Hitler su mayor triunfo desde la caída de Francia. Por otra parte, quedaba fuera de duda la realización del ataque de «Overlord» en 1944. Lo máximo que yo pedía era un plazo si era necesario de dos meses, es decir, desde algún momento de mayo de 1944 hasta algún momento de julio, que nos permitiera resolver el problema de las lanchas de desembarco. En lugar de tener que regresar a Inglaterra a finales del otoño de 1943, antes de los temporales de invierno, podrían partir a principios de la primavera de 1944. Sin embargo si se mantenía con pedantería la fecha de mayo interpretándola como el uno de mayo, el ejército aliado en Italia corría un peligro insuperable. Si algunas de las lanchas de desembarco destinadas a «Overlord» podían permanecer en el Mediterráneo durante el invierno no habría dificultades en triunfar en la campaña italiana. Había muchísimas tropas inactivas en el Mediterráneo: tres o cuatro divisiones francesas, dos o tres estadounidenses y por lo menos cuatro (incluidas las polacas) británicas o bajo control británico. Lo único que se interponía entre estas tropas y su operación efectiva en Italia eran las lanchas de desembarco para carros de combate, y el principal obstáculo que se alzaba entre nosotros y estas lanchas era la insistencia en que regresaran tan pronto a Gran Bretaña.
No quiero inducir al lector a pensar equivocadamente que: a) yo quería abandonar «Overlord», b) que yo quería privar a «Overlord» de fuerzas vitales, o c) que tenía prevista una campaña con ejércitos que intervinieran en la península balcánica. Éstos no son más que mitos. Jamás se me había pasado por la cabeza nada semejante. Necesitaba un retraso de seis semanas o de dos meses, a partir del uno de mayo, con respecto a la fecha de «Overlord» para poder usar durante varios meses las lanchas de desembarco en el Mediterráneo a fin de transportar a Italia unas fuerzas que realmente fueran eficaces y de este modo no sólo tomar Roma sino también provocar la retirada de más divisiones alemanas, ya fuera del frente ruso o del de Normandía, o de ambos. Todo esto se había debatido en Washington sin tener en cuenta lo limitado de las cuestiones con las que tenía que ver mi argumento.
Como veremos a continuación, al final todo salió como lo pedí. Las lanchas de desembarco no sólo estuvieron disponibles para defender el Mediterráneo sino que además les dieron mayor flexibilidad, por el bien de la operación de Anzio, en enero, lo que no impidió de ninguna manera que el seis de junio comenzara «Overlord» con las fuerzas adecuadas. Lo que ocurrió sin embargo fue que la larga lucha para tratar de conseguir estos pequeños retrasos y para evitar que se desarmara un vasto frente para ajustarse a una fecha rígida en el otro trajo como consecuencia unas operaciones prolongadas y poco satisfactorias en Italia.