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Cada torre de la Sala de Contratos tenía veinte pisos y un área central abovedada de diez. Su arquitectura era llamativa y abierta, ideal para presentar Outreach como un planeta donde cualquiera podía contratar mercenarios. La Sala de Contratos era adrede el edificio más destacado de Harlech, capital y ciudad principal de Outreach. Fue una decisión de relaciones públicas hacer que descollase sobre el Salón del Lobo, el kilométrico complejo que servía de sede de mando a los Dragones. Puede que fuéramos los mejores, pero el programa de Jaime Wolf requería demostrar nuestra superioridad con respecto a los demás comerciantes más que alardear de ella. Y la prueba se reservaba para la hora de la verdad, el campo de batalla.
Yo pasaba mucho tiempo en la Sala.
A medida que pasaban los meses, me acostumbré a mi puesto junto al Lobo. El también debió acostumbrarse más a mí, ya que me llamaba William con menor frecuencia. Me complacía sentir que me estaba forjando mi propio lugar. Pero sabía que todavía tenía que superar la prueba de fuego. El combate sólo es la parte más fugaz de la vida de un soldado, pero donde demostraría realmente mi valor.
Aunque no estábamos en acción, la Lanza de Mando tenía mucho trabajo, lo que supongo que desembocó en la suspensión de combate para el Lobo un mes antes de lo acordado. Era más duro para Hans Vordel y su Lanza de Guardaespaldas. Hans había sido el guardaespaldas de Wolf, un miembro de la Lanza de Mando. A pesar de ser un guerrero excelente, no era muy hábil en las cuestiones que trascendían los combates de BattleMechs.
Cuando los Dragones llegaron a Outreach en el 3030, todavía estábamos resentidos por la Cuarta Guerra de Sucesión. Muchos temían que Takashi Kurita se aprovechara de nuestra situación de debilidad para organizar un ataque que acabaría por completo con los Dragones. Los coroneles de los Dragones se reunieron en consejo y exigieron que Jaime Wolf formase una Lanza de Guardaespaldas. El Lobo había insistido en que tal movilización era innecesaria, pero los coroneles lo habían invalidado en la votación. Hans había recibido órdenes de seleccionar a los mejores guerreros entre varios grupos de edad, bajo el consejo de Stanford Blake. Supongo que la idea era crear una continuidad de experiencia, equilibrando los rápidos reflejos de las generaciones más jóvenes con la experiencia en combate de los mayores. Fueran cuales fueren los motivos, el equipo cada vez obtenía más victorias en las pruebas. Hans trabajaba duro para mantener la ventaja de su lanza.
Yo creía que la combinación de diferentes grupos de edad tenía una ventaja más, pero me temo que era una cuestión más personal que profesional, ya que el miembro más reciente era de mi grupo de edad y, como yo, producto de un sibko.
Se llamaba Maeve.
Si os hablo de su seductora belleza, su pelo negro como la noche, su porte, su gracia felina, pensaréis que estaba perdidamente enamorado, subyugado a las hormonas de un hombre joven. Diréis que nadie puede ser tan objetivo. Tal vez no creeréis nada de lo que os cuente. Así pues, no hablaré más que de su destreza como MechWarrior. Ésta puede verificarse en el registro, aunque ser seleccionada para la Lanza de Guardaespaldas ya debería bastar para demostrar su habilidad. También hay documentos que prueban sus posteriores logros como comandante. Además, puedo dar fe de su lengua mordaz y su rápido ingenio sin miedo a equivocarme. Los registros lo confirman. Ella destacaría en cualquiera de estas cualidades, así que hay que admitir que era excepcional.
Fue mi primer amor.
Para ella, sin embargo, era simplemente el oficial de comunicaciones, un elemento más de su vida militar, que sólo cobraba importancia cuando había que enviar o recibir mensajes. Mi lengua traicionaba todos mis esfuerzos en las conversaciones cotidianas, así que nos limitábamos a cuestiones de negocios. En alguna ocasión fui capaz de hablar con ella cuando no era más que una Dragón, pero todo había quedado ahí. Nunca me había sentido tan intimidado entre mis sibs. Así fue como supe que estaba enamorado.
Recuerdo claramente su primer día de trabajo. Le habían asignado el turno de noche junto con el sargento Antón Benjamín, de modo que se había unido a la Lanza de Mando casi al final de nuestras rondas de funciones habituales. El Lobo estaba cerrando algún tipo de negocio en la Sala de Contratos, un subcontrato para la Brigada Negra. Cuando hubo acabado, conocimos a nuestra nueva compañera de lanza fuera de la sala de conferencias, donde Maeve y Antón esperaban para relevar a Hans y Shelly Gordon. Sé que oí el nombre de Maeve, pero después de eso no puedo recordar nada más de la presentación.
Estaba demasiado ocupado intentando pensar en la manera de hablar con ella en cuanto acabase mis funciones, pero mi mente no me ayudaba. Todos salimos a la vez del edificio, y Stan se colocó entre ella y yo. Pensé en lo cerca que estaba el salón de mandos de la oficina de Wolf. A menudo los guardaespaldas iban allí a relajarse cuando Jaime Wolf se quedaba trabajando en casa. El plan que empecé a urdir en mi mente desapareció por completo cuando alguien gritó:
—¡Coronel Wolf!
Para mi disgusto, el Lobo se detuvo y se giró al oír su nombre.
El hombre que venía hacia nosotros era de baja estatura, pero no tan bajo como el Lobo, ni siquiera como Maeve. A pesar del frío que hacía, no llevaba más que un chaleco refrigerante y pantalones cortos de MechWarrior. Tal vez quería lucir su musculosa constitución. Me preguntaba qué pensaría Maeve de él. No eran pocas las ocasiones en que las esferoides se sentían atraídas por un porte tan masculino, pero esperaba que las expectativas de una Dragón fueran más allá El MechWarrior se acercó y estrechó la mano a Jaime Wolf.
—Coronel, quería darle las gracias. Acabo de saber que fue usted el que pactó con el contratista de Saint Ivés.
—El capitán Miller, ¿no? —dijo el Lobo al estrecharle la mano.
—Eso es. Llámeme Jason.
—Me alegra haber sido de ayuda. Siempre es bueno ver que se contratan unidades responsables. El exceso de fallos da mala fama a los mercenarios.
—No sólo a ellos —sonrió Miller—. Tenemos que mantenernos todos unidos o las Casas se nos comerán vivos.
El Lobo le devolvió la sonrisa y dijo:
—Contaré con usted la próxima vez que Takashi venga por mí.
Miller pareció asustarse por un instante. Sin tomar en serio las palabras de Wolf, rió y dijo:
—¡Eso es! El Equipo Doce y los Dragones contra las Serpientes. ¡Trato hecho! —Hubo un momento de tensión en el que todos nos miramos—. Bueno, solamente quería darle las gracias.
Volvieron a darse la mano y seguimos andando, dejando a Miller en la escalera de la Sala. La jovial expresión de Wolf desapareció en cuanto Miller se dio la vuelta. Yo observaba la desaprobación en la cara de Maeve. Cuando estaba lo bastante lejos para ser oída, dijo:
—No entiendo por qué lo hace, coronel Wolf. Me refiero a facilitar la contratación de otros mercenarios. Esos tipos se entrometen en nuestros negocios. —Inclinó la cabeza hacia atrás, borrando la expresión errante de sus ojos—. Nunca serán Dragones.
—Puede que algunos sí —Jaime Wolf sonrió con indulgencia—. Algunos lo han conseguido. Hubo una época en que necesitábamos guerreros y los incorporábamos a los mercenarios de la Esfera Interior. No había otra manera más rápida de conseguir soldados.
—Pero escogíamos a los mejores —se defendió ella—. O al menos lo intentábamos. —Era obvio que todavía no estaba satisfecha—. Se trata de ese asunto de la Sala de Contratos y esos otros mercenarios. Los Dragones se encuentran en plena fuerza operativa. —El Lobo frunció el entrecejo levemente tras el comentario y me di cuenta de que no estaba de acuerdo—. No debemos permitir que nadie se aproveche de nuestra capacidad.
—No sólo se contratan Dragones.
—De acuerdo —admitió ella—. Pero hoy he revisado la plantilla. Había al menos tres equipos y no pujábamos por ninguno.
El Lobo la miró pensativo por un momento, antes de decir:
—Había otros equipos que necesitaban más el trabajo.
—¿Somos una organización de beneficencia?
Stan contestó por el Lobo.
—No olvides que obtenemos una reducción por cada contrato que hacemos en la Sala.
—¡No somos mercaderes! —gritó Maeve con voz apasionada. Debía provenir de uno de los sibkos más protegidos.
Gritar a Stan era tan malo como gritar al Lobo. No era cuestión de revisar sus funciones. No quería verla transferida justo cuando acababa de conocerla, así que me alivió comprobar que el Lobo se mostraba indulgente.
—¿Ah, no? —preguntó—. Vendemos nuestros servicios, y luchar no es lo único que hacemos. Obtendremos dinero donde podamos encontrarlo.
Maeve adoptó una extraña expresión y desvió la mirada.
—Escucha, Maeve. Eres demasiado joven para estar ahí y los profesores no siempre enseñan a los sibkos la cruda realidad. Así que escucha: no quiero que se repita una actuación similar delante de los clientes.
—Entiendo, coronel —dijo Maeve en voz baja.
—No, no lo entiendes. Pero quiero que lo intentes. —Esperó hasta que ella volvió a mirarlo—. Los Dragones empezaron a ayudar a que otros mercenarios fuesen contratados justo después de la Cuarta Guerra de Sucesión, cuando estábamos en muy baja forma para aceptar contratos propios. Además, los Dragones siempre han hecho subcontratos, contratando otros mercenarios cuando no había fuerzas disponibles. No creo que hubiera nadie en la Esfera Interior que no supiese que la lucha nos había destrozado. No teníamos recursos militares para garantizar nada. Lo único que nos quedaba era la responsabilidad de saber quién valía. Los Dragones debían reorganizarse y la reorganización cuesta dinero. Davion había prometido ayudarnos a recuperar nuestras pérdidas si nos dejábamos contratar, pero aquello no nos habría dado una fuerza total, ni aunque hubiésemos obtenido todo el dinero que prometió.
—El documento dice que perdimos un cincuenta por ciento de efectividad en Misery.
El Lobo asintió con una expresión sombría.
—Una evaluación fría pero cierta. El dinero podía sustituir a las máquinas, pero los guerreros habían desaparecido para siempre.
—Obtuvimos refuerzos —añadió Stan—. Jugamos con la responsabilidad que teníamos. Al hacer corretaje de buenos contratos, hicimos también muchos amigos entre los mercenarios de la Esfera Interior.
—¿Por qué no nos limitamos a incorporar a los mejores mercenarios y formar un regimiento provisional para luego contratarlo a otros? —preguntó Maeve.
—Un regimiento provisional no habría sido capaz de mantener la responsabilidad —dijo el Lobo al tiempo que sacudía la cabeza—. Y no teníamos suficiente fuerza para formar un verdadero regimiento de Dragones. Estábamos demasiado cansados. Aunque nos hubiésemos dedicado a vender nuestros servicios, ¿quién habría protegido a Outreach y a las familias?
—Pero contábamos con Davion para proteger Outreach —protestó Maeve.
—La situación política todavía era inestable. No podíamos confiar en Davion, sólo en nosotros. En cuanto las cosas se calmaron un poco y pudimos recuperar el aliento, metafóricamente hablando, Natasha Kerensky apareció en el campo con su Batallón de Viudas Negras.
Benjamín escupió.
—¡Maldita desgraciada!
—No tolero esa forma de hablar, señor —dijo el Lobo bruscamente. Benjamín susurró una disculpa, a la que el Lobo no prestó mucha atención—. Natasha se guió por su instinto cuando nos dejó para volver al clan de los Lobos. Nosotros también habíamos escogido nuestro camino hacía tiempo. Estábamos solos.
—¿Es verdad que juzgaron a Natasha y declararon a los Dragones inocentes de traición a los Clanes? —preguntó Maeve—. De ser así, podríamos volver atrás.
Stan dio un resoplido.
—Hay algo más en la vida de los Clanes que los veredictos legales. Hicimos nuestra elección cuando pasamos por alto las últimas llamadas de ilKhan.
—Ahora tenemos otras costumbres aparte de las de los Clanes —intervino el Lobo—. No podemos retroceder. No funcionaría. En el mejor de los casos, los juicios acabarían con nosotros o seríamos declarados bandidos. Valemos más que eso.
Maeve no se daría por vencida.
—¿Qué impedirá que acabemos convirtiéndonos en perritos falderos como la Caballería?
—Sólo nosotros. Mientras yo tome parte en ello, los Dragones nunca serán perritos falderos de nadie —repuso el Lobo con firme convicción—. Labraremos nuestro propio camino en la Esfera Interior. Aunque eso suponga someternos al interrogatorio de los oficiales principiantes.
Maeve tuvo el buen detalle —y el buen sentido— de cerrar la boca después de aquello. Nos dirigimos al Salón del Lobo y, por desgracia, el Lobo me dio trabajo para toda la noche. Hans y Shelly volvieron a sus puestos cuando salí a trompicones y con cara de sueño de la oficina de Jaime Wolf. Me metí en la cama y soñé con Maeve.