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Elson permanecía sentado, contemplando el holotanque donde daba vueltas un globo verde que representaba a Outreach. El mayor continente del Interior era cada vez más imperceptible, mientras que el vasto mar Argioseano ocupaba la mayor parte de la superficie visible. Después, poco a poco, fue apareciendo el otro continente más pequeño. Elson activó la pantalla de visualización de fuerzas. Unos puntos azules inundaron la superficie de la esfera, marcando las posiciones de las fuerzas leales a Alpin. También surgieron otros puntos, rojos para las fuerzas leales a Wolf y ámbar para los que todavía no habían decidido a quién apoyar en la lucha por el control de los Dragones.
La primera etapa de la batalla, se recordó a sí mismo. En cuanto se hubieran encargado de Jaime Wolf, podrían empezar las fases siguientes. Alpin no dirigiría a los Dragones por mucho más tiempo.
Alpin, ese necio engreído.
Alpin se denominaba a sí mismo Khan de los Dragones de Wolf. Ese muchacho, enamorado de todo lo que tenía alguna relación con los Clanes, quizá pensó que el uso de las designaciones de los Clanes lo haría más popular entre los miembros de su facción partidarios de los Clanes. Si había sido así, había hecho caso omiso de los sentimientos de aquellos que se encontraban en su bando por otras razones y que no tenían ningún aprecio especial por los Clanes. De hecho, muchos de éstos ya se habían ofendido cuando Alpin necesitaba todo el apoyo del que podía disponer.
Elson había quedado involuntariamente expuesto a la luz pública tras la repentina declaración por parte de Alpin de que el cargo de saKhan tenía que ser restablecido y de que Elson lo ocuparía. Su propósito, un retorno a las genuinas figuras de los Clanes, era loable. El último saKhan de los Dragones había sido Joshua Wolf, uno de los Dragones iniciales. Cuando Joshua fue asesinado, Jaime Wolf fusionó ese cargo con el suyo, movimiento que representó el primer alejamiento evidente de los Dragones de su legado.
El momento de esa reforma no había sido el primer error de Alpin. No. Ese desafortunado movimiento siguió al atentado fallido contra Jaime Wolf. El aterrado Alpin había ordenado a los guardias de seguridad que disparasen contra Patrick Chan y su lanza en cuanto éstos hubiesen descendido de sus ’Mechs. Fue una mala elección. El viejo e irritado piloto de ’Mechs era jefe de operaciones de BattleMechs y un aliado potencial porque creía en la senda del honor. Podían haberlo convencido de que el futuro se encontraba en una revitalizada organización de los Dragones según el modelo de los Clanes. Sin embargo, Elson había sido capaz de esconder la verdad bajo la mentira de que Chan y sus MechWarriors habían atacado a Alpin. No todos le creyeron, pero nadie desmintió esta historia en público.
Entonces, en una inconsciente burla a los planes de Elson, Alpin había hecho su extraño y confuso anuncio de la restauración de los rangos de Khan. La negativa por parte de Elson de dar su apoyo y aceptar el movimiento habría desconcertado a Alpin y debilitado su débil jefatura de los Dragones. Elson todavía no estaba preparado para eso. Ni estaba preparado para salir a luz como el poder que estaba detrás de todos los cambios. Sabía que debía aprobar el retorno a la genuina estructura de mando de los Clanes, pero ese movimiento era difícil, ya que alejaba a algunos Dragones cuya lealtad al nuevo liderazgo era incierta. Mientras tecleaba el código del regimiento Epsilon, Elson observó que la actualización de los datos cambiaba algunas de las luces de azul a ámbar. Unas pocas compañías de BattleMechs y la mayoría de los elementos de apoyo pasaron a ser rojas.
Mientras Elson meditaba sobre la nueva situación, el globo holográfico continuaba girando, visualizando de nuevo el Interior. El pequeño y desarrollado continente estaba principalmente iluminado por luces rojas y ámbar, tanto que el Interior era sobre todo ámbar, con pequeños grupos rojos y unos cuantos puntos azules dispersos. Ciertamente, la mayor parte de las unidades representadas por las luces ámbar eran Guardias Nacionales, no tan capacitados para el combate como los regimientos del frente, pero sólo un loco podía desdeñarlos. Si apoyaban a Wolf, habría una feroz batalla. La maldita posición neutral tomada por la capitana de la flota Chandra le impedía determinar la lealtad de muchas de las unidades de los Guardias Nacionales. Cuanto más pronto actuara, mejor irían las cosas.
La puerta hacia la oficina se abrió y se oyó el bullicioso ruido del centro de mando. Molesto por la interrupción, exclamó:
—¿Qué pasa?
—Llamada de Delta, señor. Se informa de que los kuritanos se están alejando de su campamento en el sector Provenza. Hay un convoy con los BattleMechs.
Aunque no era de su agrado, ya había previsto ese movimiento de los kuritanos.
—¿Han abierto fuego?
—Neg. El 643.º de infantería de la Guardia Nacional estaba de guardia. Decidieron retirarse.
—Activen el gran tanque. Saldré dentro de un minuto.
Ya hacía un tiempo que esperaba algún movimiento por parte de los kuritanos. Sin embargo, el convoy era interesante: se convertiría en subordinado de los MechWarriors. Sin duda, los kuritanos se habían cansado de la hospitalidad de los Dragones. Pero ¿adonde se dirigían? ¿A casa o a ayudar a Wolf?
La posibilidad de que fueran a reunirse con Wolf no debía descartarse. Jaime Wolf había equipado parcialmente a los kuritanos con máquinas de los Dragones, lo cual era probable que hubiese engendrado una especie de deuda de honor. No obstante, esos aparatos eran propiedad de los Dragones, no de Wolf. Los kuritanos no podían marcharse sin entregar el equipo.
Elson entró en el centro de operaciones. Como había ordenado, el holotanque estaba funcionando. Con una mirada supo el número de BattleMechs que había en la columna, y esta cifra le reveló que los kuritanos estaban llevándose el equipo de los Dragones. Caminó alrededor del tanque, pasó al lado de Fancher y Parella y acabó delante del pequeño kuritano que observaba el holotanque. Como de costumbre, el hombrecito no parecía intimidado por el volumen o porte de Elson. Era un rasgo admirable, aunque también irritante.
—Bien, Noketsuna, son los miembros de su clan, ¿qué están haciendo?
—Se van —fue todo lo que dijo.
Elson consideró que esta respuesta no era suficiente.
—¿A luchar junto a Wolf?
—Wolf es un rebelde según su ley —respondió Notkesuna con una expresión imperturbable—. Los kuritanos desprecian a los rebeldes. Los que infringen las obligaciones del deber son proscritos.
—Ya han sido proscritos, ¿quiaf?
—Algunos considerarían que sí —afirmó el kuritano con ambigüedad.
—¿Eso significa que cree que se dirigirán a Wolf?
—No puedo saber lo que piensan.
Fancher se acercó a ellos.
—Si nos apoderamos de sus Naves de Descenso, los Serpientes no se marcharán.
—No se lo aconsejo —replicó Noketsuna—. Esas naves son de su propiedad. Creo que, dados los acontecimientos actuales, tendrán el armamento preparado para defenderse. Si inician una batalla para conseguir las naves, obligarán a las fuerzas de tierra a que luchen contra ustedes.
—Las Naves de Descenso son un bien demasiado grande para que nos rindamos, Elson —repuso Fancher con una mueca de irritación—. Si conseguimos apoderarnos de ellas, aumentaremos nuestras fuerzas disponibles. Casi podremos poner otro batallón al otro lado en la primera oleada. Mande a los comandos por las naves. Los Serpientes no opondrán resistencia cuando vean que están acorralados.
—No se lo aconsejo —repitió Noketsuna.
Elson dio un vistazo al centro hasta que vio al mayor Sean Eric Kevin del Séptimo Comando. Lo llamó y lo puso al corriente de la situación.
—Es posible, pero necesitaríamos los códigos para bloquear las armas y tomar el control de los ordenadores —afirmó Kevin tras considerar las diferentes opciones.
Elson se giró hacia el kuritano y dijo:
—Usted tenía acceso, Noketsuna, ¿quiaf?.
—Sí.
—Puede darnos esos códigos, ¿quiaf?.
—Sí.
—Pues dénoslos.
—A sus órdenes.
Las palabras de Noketsuna eran serviles, pero su actitud era provocativa. No tenía importancia. Ese kuritano no se atrevería a darles unos códigos falsos para los ordenadores.
—Kevin, envíe a sus comandos al puerto y póngalos en posición de espera. Quiero dos Estrellas de Elementales preparadas para facilitar apoyo. —Elson dio otras órdenes para el despliegue y agregó—: Noketsuna, usted se viene conmigo. Quiero hablar con sus compañeros kuritanos.
El rayo del cañón de proyección de partículas chisporroteó al pasar junto al aerojeep y chocó contra el edificio que tenían detrás. Humo y escombros saltaron de la pared y una lluvia de piedras y metralla cayó sobre el vehículo. Uno de los fragmentos le hizo un corte en una mejilla a Elson. Aceleró y sacó al jeep fuera del campo de fuego del ’Mech.
—¿Qué sucede? ¿Qué dijo ese tipo?
—Dijo que las Naves de Descenso estaban siendo atacadas.
Elson blasfemó. Alguien había tomado la iniciativa en el momento erróneo, y sabía de quién se trataba. Fancher era demasiado impaciente.
—Se lo había advertido —afirmó Noketsuna.
—Y tenía razón. Lo recordaré.
Elson recorrió la calle a gran velocidad. Los primeros ’Mechs de los kuritanos no tardarían en llegar a la esquina que estaba detrás de ellos. Afortunadamente, la calle no era lo bastante ancha para que dos máquinas gigantes pudieran disparar con comodidad; tendrían que esquivar el fuego desde un solo carril. Apareció un ’Mech en el espejo retrovisor: era el Warhammer que les había disparado antes. Rayo de partículas. Podía haber sido peor; hubiese resultado más difícil evitar una ráfaga de misiles. En cuanto vio la pálida luz de la carga en la oscuridad de la boca del arma, Elson dio un golpe de volante. Cortó la corriente de los ventiladores a estribor y dejó que el jeep sacara aire a babor. Los bordes de estribor rascaron el pavimento entre una rociada de chispas y los dos pasajeros del vehículo casi fueron arrojados al suelo.
Un rayo azul chisporroteó por encima de sus cabezas; habían fallado el tiro por poco. Elson reactivó los ventiladores y aceleró el motor. Las balas seguían al jeep, que parecía gritar buscando auxilio en un callejón. Saltaron gotas de asfalto mientras las balas de calibre pesado avanzaban hacia el jeep. Elson pisó el acelerador con el fin de utilizar la velocidad para intentar superar el mecanismo de rastreo del arma. El metal chirrió cuando las primeras balas alcanzaron la parte trasera del jeep. Entonces, doblaron una esquina y quedaron a salvo detrás de un edificio.
Hacer carreras por la ciudad era peligroso, pero Elson no tenía otra elección. Necesitaba la velocidad para alejarse de las fuerzas kuritanas. El ligero aerojeep no estaba armado y, aunque lo hubiera estado, no habría podido con los Mechs. Noketsuna informó de que los disparos del Warhammer habían destruido la radio.
Elson decidió dirigirse al puerto. Podía llegar allí mucho antes que los ’Mechs pesados, como el Warhammer, que habían intentado matarlos. Incluso los elementos más ligeros, en el caso de que el jefe de los kuritanos decidiera enviarlos, serían más lentos que el aerojeep. Sin embargo, aunque les llevase la delantera, este hecho no representaba mucho, ya que necesitaría cada segundo para retomar el control de la situación.
Podía oír cómo se aproximaban las armas energéticas. Las puertas estaban abandonadas, abiertas a quien quisiera utilizarlas. Debido a la precipitación, Elson casi estrelló el jeep después de que uno de sus bordes rozara contra un poste. Cuando pudo ver la parte superior de las Naves de Descenso de los kuritanos detrás de una fila de hangares y naves de mantenimiento, redujo la velocidad y buscó una zona segura donde poder pararse. Dirigió el jeep hacia un hangar abierto y lo detuvo cerca de la puerta opuesta. Noketsuna lo acompañó cuando bajó del vehículo y se precipitó hacia una ventana.
Era tan terrible como se había temido. Los Elementales estaban inmovilizados por el fuego de las Naves de Descenso y había comandos muertos sobre el asfalto. Un Punto de cinco Elementales estaba subiendo por el flanco de una Nave de Descenso de Clase Union. Su posición en el casco de la nave los protegía de sus armas, y la misma nave los resguardaba del fuego de las tres naves hermanas de la Union. Los Elementales avanzaban, totalmente decididos a capturar al menos a una de las naves.
Era inútil. La llegada de los BattleMechs de los kuritanos representaría la muerte de los Elementales.
Elson localizó uno de los otros Puntos mientras se protegía detrás de una pared derribada y fue rápidamente hacia ellos. Se agachó al lado de un soldado de reserva y le ordenó que abriera su traje. Utilizó el equipo de comunicaciones del soldado para conectarse con el centro de operaciones. Blasfemó al oír que Fancher había ordenado que Beta entrara en acción. Dos batallones se dirigían al puerto, y el tercero, a interceptar la columna principal de los kuritanos. Elson revocó la orden inmediatamente. Al cabo de unos segundos, Fancher estaba al habla, gritándole.
—¿Qué se cree que hace?
—Protejo nuestros bienes, coronel Fancher. No podemos perder BattleMechs en un combate infructuoso, y necesitamos las instalaciones del puerto más que evitar que los kuritanos se vayan. Una batalla en este momento inutilizará nuestra campaña.
—Así pues, ¿dejaremos que se marchen?
—Af.
—¿Y si se van con Wolf?
—Entonces van hacia la muerte.