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MacKenzie Wolf llegó a Outreach dos semanas después de que atacaran a su padre. El viaje habría durado más si el coronel Atwyl no hubiese variado algunas de las funciones habituales de las Naves de Salto de los Dragones y les hubiese dado un emplazamiento para crear lo que los esferoides denominaban circuito de mando. Se puso a su disposición una serie de Naves de Salto a lo largo de su ruta hacia Outreach. En lugar de tener que detenerse y esperar hasta que su nave recargase la transmisión interestelar, MacKenzie pudo transferir su Nave de Descenso de una Nave de Salto a otra. Gracias a las múltiples transferencias, el viaje a Outreach fue relativamente corto, pero para entonces todo el mundo había tenido tiempo más que suficiente para concebir una teoría u otra sobre la identidad del asesino frustrado.

Unas teorías tenían más adeptos que otras. Podía tratarse de un asesino de los Clanes, a saber de qué Clan. O de una venganza esferoide. O de una interferencia de la facción reaccionaria de ComStar. O del primer ataque de la facción mayoritaria de ComStar. O de un simple bandido. O, incluso, de un Dragón renegado. Esta última era especialmente popular entre los Dragones esferoides, quienes querían creer que estábamos en manos de un conciliábulo de marionetas manipuladas por los Clanes. Yo no tenía ninguna opinión al respecto. Me limitaba a esperar a que las pruebas salieran a la luz. Sin embargo, sí me preocupaban las consecuencias de todas estas conjeturas absurdas.

Al cabo de unos días, las principales teorías parecían haberse anquilosado hasta adoptar posiciones rígidas y casi políticas. Se habían desencadenado discusiones, incluso unas cuantas peleas, entre los defensores de una teoría y otra. Daba la sensación de que era posible saber qué teoría apoyaba un Dragón sabiendo cuál era su facción predilecta de todas aquellas que parecían estar evolucionando entre los Dragones.

Yo opinaba que esa división y esa acritud eran perturbadoras.

En el sibko me habían educado para creer que los Dragones eran una gran familia. Sin conocer a tus padres genéticos, podías tratar de sib a cualquier Dragón de un segmento de edad mayor, igual o inferior al tuyo. Eso era lo que creía cuando era niño, y esa creencia había hecho que la vida en un sibko fuera más llevadera. ¿Y por qué no? De todos los rangos de los Dragones, ya fueran padres o sibs, podías recibir atención y cariño. Estaba aprendiendo que la vida entre los Dragones, como la vida en cualquier parte, supongo, no era tan sencilla. La verdad es que no nos llevábamos muy bien para ser una familia.

Empecé a ver el ataque en Maeve como un síntoma de un malestar que afligía a todos los Dragones, más que como un incidente aislado. Si antes consideraba tales diferencias como una mera cuestión de burlas sin mala intención, ahora veía un arraigado fervor, un rencor verdadero. Empecé a darme cuenta de que, a pesar de que los Dragones tuviesen familia y más familia, algunos parecían estar al borde de la contienda.

Los esferoides perdían la confianza en los veteranos, y los sibkos los despreciaban por ello. Los nacidos de padres naturales miraban con desdén a aquellos de nosotros que habíamos nacido de los úteros. Y los sirvientes de los Clanes no podían más que despotricar de todo el mundo. Con esto no quiero decir que todo el que tuviera un determinado pasado sintiera lo mismo, porque no es cierto. Pero había grupos que educaban a otros compartiendo con ellos sus sentimientos. Unos se mostraban más abiertos que otros, pero ninguno se libraba de reclutar a los que pensaban como él. Parecía que los grupos que se congregaban en una parte u otra aumentaban a diario.

Yo intentaba convencerme de que mi temor al partidismo era una paranoia. Todos éramos Dragones, leales al Lobo. Este brote de acritud era un mero signo de tensión. La preocupación por la salud de Jaime Wolf hacía que todo el mundo estuviera nervioso, afligido. Cuando se recuperase, todo volvería a su cauce.

Esperaba que no fueran falsas ilusiones.

Durante las semanas en que el coronel Wolf permaneció en el centro médico, lo atendía casi constantemente. Así fue como su familia, su familia de sangre, llegó a conocerme.

Por supuesto, yo ya conocía a Marisha Dandridge. Era la coordinadora de la socialización de los sibkos, y la había visto a menudo cuando era pequeño. Había sido siempre afable y, durante mis primeros años de vida, creía que yo le gustaba especialmente. Al empezar mi tercer cuadro de entrenamiento, había soñado que me enamoraba de ella. Luego supe que era la mujer de Wolf y me invadió esa especie de terror deformado que sólo un muchacho de doce años puede sentir. Nuestra relación cambió de la noche a la mañana. No creo que ella haya llegado a saberlo nunca.

Marisha era la segunda mujer de Jaime Wolf. Aunque pertenecía a un segmento de edad inferior, era evidente que sentía pasión por él, lo cual a veces me incomodaba. Jaime Wolf, sin embargo, lo aceptaba de buen grado. En los hijos que ella le había dado se reflejaba otro tipo de emoción: la estrecha relación que mantenían padres e hijos no se daba con frecuencia en un sibko. Ni siquiera en éste había observado nunca tales muestras de afecto. Me dije a mí mismo que mi incomodidad se debía a mi atracción de antaño por ella o a mi obvia intromisión en su intimidad, aunque luego descubrí el verdadero motivo.

Ellos eran una familia de sangre. Yo me sentía fuera de lugar.

Pero mi obligación era estar al lado de Wolf, excepto en determinados momentos, cuando él o Marisha querían estar a solas. Durante aquellas dos semanas junto al coronel, vi quién iba a visitarlo y quién no, quiénes se sentían cómodos en su presencia y se alegraban de su recuperación, como los veteranos, y quiénes parecían albergar incertidumbres. Estaba seguro de que él se daba cuenta de todo aquello y de mucho más, a pesar de mostrarse siempre alegre y cordial con todos los que lo visitaban.

A media mañana, cuando ya habían pasado unas cuantas horas de visita y yo estaba redactando el informe de su estado, llegó MacKenzie. Se relegaron las cuestiones de negocios mientras el joven Wolf saludaba a su padre con gran afecto. Me retiré para no molestar; el informe podía esperar.

MacKenzie y su padre mantenían una estrecha relación, al igual que el resto de la familia. Ver a dos MechWarriors de segmentos de edad tan distintos darse tales muestras de afecto me resultaba extraño. Parecían hermanos de sibko. En cuanto MacKenzie se puso al corriente del estado de su padre, besó y abrazó a Katherine, su mujer, y a Shauna, su hija menor, y iuego a su madrastra y sus hermanastros de sibko.

—¿Dónde está Alpin? —preguntó MacKenzie.

—Dijo que tenía trabajo de mantenimiento.

Al momento, la cordial expresión de Katherine se ensombreció, acentuando las líneas angulosas de su cara. Yo sabía que ella sospechaba la verdad que las listas de turnos me habían confirmado: el hijo de MacKenzie no tenía trabajo de mantenimiento aquella mañana. Todos los ’Mechs de su lanza habían recibido certificación operativa el día anterior.

MacKenzie frunció el entrecejo por unos instantes y se giró hacia su padre con una sonrisa.

—Hasta en la cama mantienes a los Dragones activos, papá. No puede haber MechWarriors operativos sin ’Mechs operativos. Supongo que no era necesario que viniera a toda velocidad. Lo tienes todo bajo control. Tal vez deberían atentar contra ti más a menudo.

—No tiene gracia, Mac —dijo Marisha.

—Perdón.

Hubo un momento de silencio. Empecé a sentirme incómodo e hice ademán de salir, pero el Lobo me detuvo.

—¿Dónde crees que vas, Brian?

—Yo pensaba…

—¿Que tendrías menos obligaciones sólo porque este demonio ha vuelto a casa? Te equivocas.

—Buen intento —añadió MacKenzie—. Parecía el informe de la mañana.

—Lo era —confirmó el coronel—. Pero también es rutina. Creo que tienes algo más en mente, Mac.

MacKenzie asintió. Se sentó a los pies de la cama de Wolf y dijo:

—He estado leyendo los informes y las teorías, papá. A todos les falta algo.

—Continúa.

—Bueno, los hechos no acaban de encajar.

—Estás siendo impreciso.

MacKenzie lanzó un suspiro de frustración al tiempo que se daba una sonora palmada en el muslo.

—Todo este asunto es impreciso.

—En la vida no todo son batallas a campo abierto —el Lobo extendió la mano hacia su hijo—. Inténtalo. Empieza por lo más obvio.

MacKenzie inclinó la cabeza. Marisha se llevó a su nuera y a los niños de la habitación. Yo también quería irme, pero el coronel me indicó que me quedara con un ligero movimiento de cabeza. MacKenzie pareció encontrar la manera de empezar.

—Está claro que el soldado del traje de batalla no era de la línea genética de los Elementales de los Clanes.

—Lo que significa que pertenece a la Esfera Interior —dijo Jaime Wolf de repente.

—Pero Hanson dice que el piloto podría ser un librenacido, no de una línea de sangre Elemental.

—Y, en consecuencia, una buena elección para un deshonroso intento de asesinato.

—Papá, yo era sólo un niño cuando dejé los Clanes, así que no los conozco muy bien. Pero es que presiento que falla algo. Los Dragones han abandonado su cultura. Los miembros de los Clanes pueden considerarnos bandidos, pero no van por ahí asesinando bandidos. No creerían que valiera la pena.

Yo todavía sabía menos acerca de los Clanes y, a pesar de no ser uno de esos que adoraban la herencia de los Dragones, estaba de acuerdo. Sin embargo, sabía de otros que sostenían un punto de vista distinto. Lo más inquietante era que algunos de esos otros eran los nuevos sirvientes y guerreros contratados por los Dragones. Esos antiguos miembros de los Clanes parecían creer que los Dragones habían mancillado o incluso traicionado su legado. Se negaban a aceptar que los Dragones fueran totalmente ajenos a la sociedad de los Clanes. Muchos de ellos defendían la teoría de que el Elemental procedía de alguno de los Clanes.

MacKenzie sacudió la cabeza.

—El traje tiene tecnología de los Clanes.

—Tuvimos suerte de que no supiera muy bien cómo utilizarla —dijo el Lobo.

—Mucha suerte.

—¿Y?

—Y por eso creo que no era de ningún clan.

—Estoy de acuerdo.

—¿Entonces sabes quién lo envió?

—No. ¿Acaso importa?

—¡Por la Unidad! ¡Sí! —MacKenzie dio un salto—. Tienen que aprender la lección.

—Tiempo al tiempo. Necesitamos conocer al estudiante antes de darle clases. —El Lobo sonrió con malicia—. No tengo ninguna prisa.

—Yo sólo quiero hacer algo. No quiero que nadie piense que se puede atacar a los Dragones, especialmente a ti, con impunidad.

—¿Crees que tú puedes hacerlo mejor?

—Oh, no. —MacKenzie rió irónicamente—. No me atraparás tan fácilmente. Todavía no estoy preparado para hacerme cargo de los Dragones.

Padre e hijo rieron, pero yo fui incapaz de unirme a ellos. La última declaración de MacKenzie era lo único en lo que coincidía la mayoría de las facciones. Había oído demasiadas veces lo que Mac acababa de decir. El hijo de Wolf era un buen jefe de campo; pocos ponían en entredicho su competencia. Pero al ver cómo actuaba ante el problema del intento de asesinato y saber que el líder de los Dragones tenía que resolver más asuntos que los simples problemas del campo de batalla, me temía que aquellos que no lo veían preparado estaban en lo cierto.

Por suerte, Jaime Wolf había sobrevivido al ataque y no tardaría en volver a ocupar la silla de mando.