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El tribunal designado para la Revista de Mercenarios y la Comisión de Vínculos desfiló hacia el interior de la sala. Los tres primeros miembros tenían un aspecto severo, casi sombrío. El cuarto y último en entrar, el coronel Wayne Waco, se mostraba petulante, como si se alegrase por algo que sólo él sabía. Sí, aquél era Wayne Waco, el mismo cuyos Guardianes de Waco pedían una contienda de sangre con los Dragones. Su presencia en el tribunal era inevitable. Según la nueva normativa de la comisión, un tribunal de investigación debía contar siempre con un jefe mercenario entre sus miembros, y el coronel Waco había salido en la rotación. Los Dragones ya se habían servido de su veto para destituir al representante del Condominio Draconis. A pesar de la presencia de los Dragones en el asedio de Luthien, el coronel Jaime Wolf seguía afirmando que los Dragones estaban en lucha con la Casa Kurita, los dirigentes del Condominio. A diferencia de los Guardianes, los Dragones nacidos en los Clanes entendían las contiendas de sangre real con tanta precisión como los neosamurais de la Casa Kurita. Un kuritano en el tribunal habría sido más perjudicial que el desagradable veterano líder de los Guardianes.

Pese a la presencia de Waco, parecía que el tribunal sería indulgente con los Dragones. Ambos representantes de las Grandes Casas pertenecían a facciones que deseaban el bien para los Dragones. El barón Humfrey Donahugue de la Casa Davion había sido uno de los negociadores del contrato que había llevado a los Dragones del Condominio a la Federación de Soles en 3028, a principios de la Cuarta Guerra de Sucesión. Era tan amigo de los Dragones como podía serlo uno de sus clientes. El otro representante de una Casa era el Freiherr Rolf Bjarnesson de la República Libre de Rasalhague (RLR). Con Rasalhague prácticamente bajo el dominio de los Clanes, el gobierno de la RLR buscaba ayuda y simpatizantes en cualquier lugar donde todavía estuvieran dispuestos a escucharlos.

El tribunal estaba presidido por la consabida oficial de ComStar, una tal Merideth Ambridge. No sabía cuál era su título oficial. Un año antes se la habría llamado adepta, pero ComStar había experimentado algunos cambios. La mayoría de sus actuales miembros eran un poco susceptibles en cuanto al uso de los títulos místicos en los que tanto habían insistido en el pasado. Fuera cual fuere su título, Ambridge parecía objetiva y de actitud abierta durante las vistas. Ordenó que se abriese la sesión con un golpecito en la libreta táctil que tenía junto a ella, provocando un ruido similar al de un gong que repicase para acallar los cuchicheos.

—Solicito que el representante de los Dragones de Wolf se presente ante el tribunal —dijo.

El coronel Jaime Wolf se levantó de su asiento. Si se sentía intimidado por la augusta asamblea y su aire solemne, no lo demostró. Caminó con elegancia hacia el espacio abierto que lo separaba de la mesa y enseguida mostró una gran atención. La edad no había perturbado su porte militar. De hecho, mientras examinaba al tribunal con la mirada, parecía que fuesen ellos los enjuiciados. Incluso la representante de ComStar se sobresaltó al topar con la mirada de Wolf.

—Coronel Wolf —dijo vacilante—, no esperábamos verlo aquí. Esta demanda sólo atañe a un batallón del regimiento Gamma.

—Si atañe a un solo batallón Dragón, señoría, me atañe también a mí.

—Fia dicho lo mismo durante años —comentó Waco con desdén.

El Lobo hizo caso omiso de sus palabras. También lo había hecho así durante años.

Ambridge carraspeó y habló con voz entrecortada y nerviosa:

—Entonces tenemos que suponer que acepta el juicio de esta comisión. El comandante de registro de la unidad firmó el documento que acataba la recomendación del tribunal. Al presentarse ante este tribunal, asume personalmente esta obligación.

—Correcto.

—Si está dispuesto a asumir la responsabilidad, esto afectará a toda su división de asesinos.

Waco parecía un gato salvaje a punto de atacar. Si hubiese tenido cola, no habría dejado de moverla.

—Coronel Waco, no está usted en el uso de la palabra —intervino el barón Donahugue. El viejo y gordo diplomático parecía indignado—. El juicio afecta sólo a la unidad citada y a su jefe inmediato.

El Freiherr Bjarnesson y Waco se pusieron a hablar al unísono, de modo que Ambridge tuvo que volver a golpear su libreta táctil. El gong ahogó sus palabras.

—Pese a la declaración del estimado coronel Waco —dijo la oficial cuando se restableció el silencio—, éste no tiene toda la razón. Coronel Wolf, ¿entiende usted que las sanciones recomendadas van dirigidas a la unidad involucrada y a su jefe? De modo que al ocupar el lugar del comandante Kantov, usted se responsabilizará de las obligaciones punitivas que afecten a la totalidad de los Dragones.

—Estoy de acuerdo.

—No tiene por qué hacer esto, coronel —dijo—. El comandante Kantov era el que se encontraba al mando. Él es el oficial en jefe de registro, según la demanda.

A mi lado, Kantov se revolvió en su asiento. Podía oler la pestilencia del sudor que le provocaban los nervios. En el centro y ante la presencia de todos, el Lobo no cedía.

—Él es un Dragón y, por lo tanto, está bajo mis órdenes —fue su respuesta.

Ambridge parecía sentirse incómoda. No hacía falta tener genes de científico para imaginar que el veredicto perjudicaría a los Dragones. Hasta Kantov lo sabía.

—Muy bien —convino Ambridge.

—Un momento, señoría —dijo pausadamente el barón Donahugue. Ambridge giró la cabeza y lo observó extrañada—. Me gustaría hacer una pregunta al coronel Wolf, dejando al lado el registro, por supuesto. —Ambridge asintió con la cabeza y el coronel se giró hacia el Lobo—. Coronel, aplaudo su lealtad a las tropas, pero tal vez quiera reconsiderarlo.

—Eso no es una pregunta —reaccionó Waco—. No intente convencerlo de que abandone.

El barón cambió de posición, dejando claro que no tenía nada que ver con Waco.

—Me disculpo ante la comisión. El estimado coronel tiene razón; no he formulado ninguna pregunta. Lo diré de otro modo. Coronel Wolf, ¿no dejará que el comandante Kantov se responsabilice de sus actos y reciba su veredicto?

A mi lado, Kantov empezó a inquietarse.

—La unidad defendía el nombre y los colores de los Dragones —contestó Jaime Wolf.

El barón no comprendía muy bien por qué el Lobo hacía aquello, pero su expresión de desengaño mostraba que entendía la respuesta de Wolf como una negativa. No me sorprendió la confusión del barón. Él era un político, no un guerrero. Los políticos no entienden de asumir responsabilidades.

Ambridge esperó hasta que el barón asintiera antes de volver a golpear su libreta táctil.

—Esta comisión declara a la unidad mercenaria conocida como el batallón de Kantov del regimiento Gamma de los Dragones de Wolf culpable de incumplimiento de contrato. También se alegan cargos adicionales de insubordinación, uso inadecuado de las instalaciones públicas, robo y cobardía en presencia misma del enemigo. En este sentido, la empresa, la duquesa Kaila Zamboulos y la Casa de Marik han tenido que actuar en el marco de las expectativas y prácticas de rigor.

»Al empezar el juicio, ambas partes acordaron someterse al veredicto de la comisión. La comisión ha decretado una indemnización razonable. El registro hará constar que el coronel Jaime Wolf ha comparecido como comandante en jefe de la unidad mercenaria inculpada. ¿Se compromete todavía a someterse al veredicto, coronel Wolf?

—En nombre de los Dragones, me comprometo a aceptarlo.

Kantov lanzó un profundo suspiro. Parecía relajado, como si le hubiesen quitado un gran peso de encima. La mayor parte del jurado se dio cuenta de su reacción. El coronel Waco era el único que no parecía indignado. Ambridge se esforzó en disimular su malestar antes de reanudar la sentencia.

—Los que se han congregado hoy aquí serán los primeros en oír la decisión de la comisión, pero no serán los últimos. ComStar difundirá el veredicto y lo anunciará en todas las estaciones de la bienaventurada orden. Que la luz de la verdad ilumine nuestras vidas. —Se detuvo para recuperar el aliento—. Esta es la decisión unánime de la comisión: la obligación de pago quedará a cargo de ComStar por solicitud de la duquesa Zamboulos y deberá ser cumplida en su totalidad por los Dragones. Todos los bienes y posesiones puestos a su servicio deben ser devueltos a los agentes autorizados de la duquesa o del gobierno de la Liga de Mundos Libres. Además, deberá pagarse al denunciante la indemnización adicional de cien millones de billetes C. Estos fondos se reunirán a partir de una reducción del diez por ciento en materia de ingresos mercenarios de la unidad en cuestión, los cuales, por el compromiso de responsabilidad del coronel Wolf, deberán ser sustraídos en su totalidad a los Dragones de Wolf.

»El oficial responsable de la unidad será sometido a una prohibición de contrato durante un año. En caso de participar activamente en un contrato como comandante de batalla o en un cargo público, la prohibición pasará a ser permanente y el inculpado será declarado criminal de guerra según lo establecido en las convenciones de Ares, con el derecho del denunciante de interponer una acción judicial civil o criminal.

»Si la unidad y los oficiales en cuestión se niegan a acatar el veredicto, la comisión recomienda que los signatarios de la Revista de Mercenarios y la Comisión de Vínculos sometan a los mercenarios a prohibición. Estas estrictas recomendaciones responden a la gravedad de la situación. Coronel Wolf, ¿acepta usted el veredicto de esta comisión?

—Señoría, las acciones de cualquier mercenario afectan a la reputación de todos los mercenarios. Aunque los Dragones de Wolf han tenido siempre una reputación de honradez y un servicio impecable con sus clientes, nuestra actuación en el último contrato ha sido pésima. En el futuro, los Dragones enmendarán su forma de negociar. Lo ocurrido con el batallón de Kantov ya es cosa del pasado y nada puede cambiarlo. La comisión ha llevado a cabo una investigación exhaustiva e imparcial sobre el asunto y ha dictaminado un veredicto justo. No puedo hacer más que aceptar este juicio.

Su voz sonaba firme y pausada, pero me pareció detectar un tono indicador de que el tema no quedaba zanjado.

—Gracias, coronel Wolf —dijo Ambridge—. Se cierra la sesión.

Los miembros de la comisión salieron desfilando de la sala por la misma puerta por la que habían entrado. Mientras el grupo de Marik se dirigía hacía la salida principal, el presidente del consejo se acercó a Jaime Wolf.

—No era nuestra intención involucrarlo personalmente, coronel Wolf. Espero que no guarde rencor a la Liga de Mundos Libres ni a la noble Casa de Marik por esto. Sólo queríamos que se hiciera justicia.

—Han obtenido justicia, presidente. Y obtendrán más —respondió el Lobo con su acostumbrada calma.

El presidente se irguió.

—¿Es eso una amenaza, coronel Wolf?

—Una promesa.

El presidente debió de pensar que las palabras de Wolf iban dirigidas a él y a su estado, pero yo sabía hacia dónde miraba. Tenía la mirada clavada en Kantov. Jaime Wolf hizo caso omiso de la discreta retirada del presidente. Cuando todos los Dragones hubieron abandonado la sala, el Lobo hizo una seña a Kantov para que se acercara.

—Kantov, usted es de la Esfera Interior, pero ha estado con los Dragones lo suficiente para entender algunas de nuestras costumbres menos conocidas por el público.

—Por supuesto, coronel. Y créame, se lo agradezco. Esos mariquitas de Marik se han metido en el bolsillo a los repipis de los diplomáticos. Habría sido distinto si ese Waco no hubiese escupido veneno en sus oídos. Le agradezco mucho que haya comparecido en nuestro nombre.

El Lobo detuvo el torrencial de palabras:

—¿Ha oído hablar del Juicio de Agravio?

—¿De qué? —Kantov palideció bajo su tez morena y su oscura barba. Volví a sentir su sudor—. No estará usted hablando de…

El Lobo sonrió con severidad.

—Como desafiado, puede escoger entre una lucha aumentada o no. Con su diferencia de edad y tamaño, la tradición de los Dragones me permitirá proclamarlo ganador si rechaza el aumento. Pero le aseguro que si escoge el combate aumentado, yo no pediré BattleMechs de equivalente tonelaje. Puede usar su Awesome.

El Awesome de Kantov era una máquina de asalto. Debía de pesar veinte toneladas más que el pesado Archer de Wolf. Veinte toneladas que darían ventaja a Kantov.

—Cuando haya tomado una decisión, informe al teniente Cameron. Él le hará saber el campo de batalla que he escogido. Hasta entonces, manténgase alejado de mi vista.

—Espere, coronel —intervino el coronel Parella, jefe de Gamma. Parecía molesto—. ¿No está llevando las cosas demasiado lejos?

El Lobo se giró y lo miró fijamente. No me habría gustado ser el objeto de esa mirada.

—Ni siquiera usted tiene el puesto asegurado, coronel. Si hubiese hecho su trabajo, no habría habido problemas.

—Usted nos dio licencia para dirigir nuestros regimientos como creyéramos conveniente.

—Yo también cometo errores —dijo Jaime Wolf con frialdad.

—Bueno, pues creo que ahora está cometiendo uno.

—¿Eso cree, coronel Parella? —el Lobo vaciló durante unos instantes—. Puede que tenga razón.

Jaime Wolf giró sobre sus talones y se dirigió a la salida. Fui tras él.

—Coronel Wolf —mi voz sonó entrecortada y frágil. Estaba confuso, pero esperaba que pensase que quería hablar en privado—, no entiendo por qué primero se responsabiliza del castigo de Kantov y luego lo desafía. Si…

—Tienes que ver las cosas desde un punto de vista más amplio. Tengo otras preocupaciones aparte de los problemas de un regimiento. Aunque quisiera, no podría solucionar los problemas de Gamma, ni siquiera expulsando a todos sus miembros a la vez.

—¿Y qué me dice del Juicio? Kantov es mucho más joven que usted y el Awesome supera con creces a su Archer.

El Lobo soltó una carcajada.

—No te preocupes, Brian. No habrá combate.

—¿Quiere decir que estaba actuando?

Me sentí más confuso que nunca. Si lo que pretendía con el desafío era mostrar a la gente que desaprobaba a Kantov, o al menos sus acciones, aquella actuación estaba fuera de lugar. Los únicos que habían presenciado la escena eran los Dragones.

Jaime Wolf sacudió la cabeza.

—El desafío era totalmente cierto. Cuando he dicho que no habrá combate, me refería a que Kantov no estará aquí cuando llegue el momento del Juicio.

Dejé de caminar, perplejo. No era posible. ¿Acaso el Lobo dispondría de algún agente para eliminar a Kantov? Cuando se dio cuenta de que no lo seguía, se detuvo y se giró hacia mí.

—No me malinterpretes —dijo el coronel Wolf adivinando la dirección de mis pensamientos—. Kantov es un cobarde. Huirá para no luchar.

Me alivió pensar que mis sospechas de que el Lobo no respondía a la idea que me había forjado de él eran meras imaginaciones. Recordé los principios que exponía en sus libros de estrategia y táctica, especialmente los que enseñaban que era necesario conocer bien al enemigo. El Lobo era un maestro en el arte de conocer a los enemigos, un impecable juez de los hombres. Si creía que Kantov escaparía era porque realmente escaparía. Una vez restablecida mi fe en el honor de Wolf, reanudamos la marcha.

El Lobo me guardaba otra sorpresa:

—En cuanto el coronel Blake acabe de revisar el informe de la comisión, facilítale la lista de despidos junto con sus recomendaciones de reemplazos para completar las vacantes de Gamma.

—¿Despidos? ¿Reemplazos?

—Los matones del batallón de Kantov han desaprovechado su oportunidad. Los que no intervinieron en las ac-ciones del batallón las aprobaron. Las trampas se acabaron con ellos. Si los Dragones no somos capaces de ir más allá de la deshonra de una empresa, entonces no somos más que una pandilla de piratas, y yo no permito bandidos en mi equipo. Los Dragones son mejores que eso. Tenemos que ser mejores.

Me asombró el fervor de su voz.

—Lo dice como si quisiera demostrar algo, coronel.

—Siempre hay algo que demostrar.

Salimos del salón para afrontar la multitud de periodistas.