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Nos tomamos un respiro después de nuestro traslado al Sector Verde. Lo necesitábamos. Nuestro grupo de combate era G, pero nos convertimos en D después del traslado; era probable que el cambio de denominaciones enmascarase a nuestras fuerzas frente a la oposición, pero su práctica nos causaba algunos problemas: había sobrevivido a un gran número de encuentros con las sondas del regimiento Gamma y necesitaba ser reparado, reabastecido y recompuesto. Aunque nunca lo dijésemos delante de ellos, estábamos contentos de ver entrar a las fuerzas convencionales para mantener el frente durante un tiempo. Esperaba que lo hicieran tan bien como aquellos que habían cerrado filas contra el regimiento Epsilon en el sector Azul.
En el Azul, las fuerzas de la Guardia Nacional estaban relativamente tranquilas. Ninguno de los bandos estaba siendo agresivo. El grupo de combate H hizo algunos intentos de meterse a través o alrededor de las posiciones de la Guardia, y los MechWarriors de Nichole normalmente retrocedían en cuanto aparecían los kuritanos. Este hecho había causado que el coronel creyera que Nichole no estaba muy entusiasmada detrás del asalto. Jugaba con eso, ya que deseaba mantener las cosas tranquilas mientras ella estuviera por allí. Naturalmente, los kuritanos continuaban pidiendo permiso para llevar a cabo el ataque contra un enemigo de voluntad tan débil. Afortunadamente, obedecían al coronel; éste no estaba dispuesto a ponerlos delante de un enemigo tan superior numéricamente, por muy indeciso que fuera.
Habíamos reemplazado al grupo de combate de Maeve en el sector Verde como parte de la política del coronel de cambiarnos para obligar a las fuerzas de Alpin a que tuvieran que adivinar con quién estaban enfrentándose. Entonces fue cuando nos convertimos en el grupo de combate D, y la fuerza de ataque de Maeve pasó de A a N.
Tuvimos suerte, ya que tan pronto como se completó el traslado, el regimiento Gamma de Parella inició un ataque importante en el sector Rojo. Su éxito inicial hizo que Alpin se le echase encima; sin duda, el autoproclamado Khan estaba incitando a Parella a acelerar el asalto. Atacaron al grupo de combate N, el batallón Telaraña reforzado de Maeve, y a un par de batallones de blindados, pero Maeve se deshizo de ellos al igual que había hecho con Beta. La ofensiva terminó, disolviéndose en las escaramuzas que habíamos sufrido durante casi una semana.
Los Dragones del campo de batalla estaban acostumbrados a tener apoyo total. Nuestros envíos irregulares de abastecimiento en esta acción implicaban tener que pasar sin muchas de las cosas a las que todos nos habíamos acostumbrado. Las privaciones hacían más rigurosa la vida en el duro Interior. Quejarse no ayudaba en nada, pero todos nos quejábamos. Nos hacía sentir mejor.
El sector del grupo de combate D había estado tranquilo durante unos días y habíamos podido operar fuera de este campamento base durante casi una semana. Empezaba a tener algunos atractivos.
Una de nuestras ventajas era la maestra tech Bynfield. Era una vieja y malhumorada piloto, pero conocía las máquinas de combate, incluso los Omnis, tan bien como si fuese una de ellas. Me habían dicho que se había preparado junto a científicos para aprender más sobre las interfaces de las máquinas humanas. Con la ayuda de nuestro medtech superior, Gaf Schlomo, hizo que todas nuestras máquinas respondieran magníficamente. Los dos formaban un equipo insuperable, incluso cuando no trabajaban juntos en la puesta a punto de nuestros neurocascos. Si no hubiese sido por ella, nuestros ’Mechs no habrían estado en tan buen estado, y si no hubiese sido por él, nuestros soldados no habrían estado en tan buena forma.
Los techs normalmente no pasan su tiempo libre con los MechWarriors, pero Bynfield y Scholmo estaban tan integrados en nuestro grupo que ninguno de los guerreros, ni siquiera los más veteranos, objetaban cuando se unían a nosotros alrededor del fuego después de la cena. La falta de vigilancia aérea nos permitía disfrutar de esos encuentros. Nos quejábamos de esa falta cuando necesitábamos saber dónde se encontraban las fuerzas hostiles, pero nadie lo hacía en esas frías noches. Por supuesto, hablábamos de lo que sucedía alrededor. Y no hace falta decir que nadie sugería que pudiésemos perder esa guerra que devolvería al coronel su cargo legítimo. Así pues, charlábamos de lo que haríamos cuando todo se arreglara, a pesar de que algunos sabíamos que quizá no habría un después. Grant, como siempre, era el que más hablaba.
—Cuando volvamos al Mundo, voy a hacer lo más lógico. Seguro. Voy a tomarme un derecho de Dragón y me buscaré un sustituto. Esto es lo que haré. ¿Y tú, Brian? Esa Maeve con la que haces tantos mimos tiene el tipo correcto de terreno. ¿Vais a hacer Dragoncitos para llenar nuestras filas?
Me salvó el fuego, que iluminaba las caras de todos con tonos rojizos, pero no confiaba en mi voz. Me encogí de hombros e intenté hacer una mueca lo bastante irónica para que pareciese una respuesta.
—Necesitas comprobar su linaje —dijo Circoni.
—¡Eh, veterano! Que ya no pertenecemos a los Clanes. Los librenacidos están bien vistos entre los Dragones.
Circoni se rió.
—Y eso está muy bien. Me refería a que tendrías que comprobar los archivos y asegurarte de que no hay endogamia. Creo que es de un sibko y sé que nuestro intrépido líder Brian lo es, si bien recuperó su nombre de linaje.
—No soy un científico, pero no veo el problema —intervino el capitán Slezak, el segundo de mi grupo de combate. Fue uno de los niños que dejó a los Clanes para irse con los Dragones—. Usa los ojos. El alto Brian no puede tener muchos genes en común con la pequeña loba.
—No hay más de lo que ves —añadió Grant.
Schlomo soltó su taza. El líquido caliente salpicó al veterano y también a Slezak. Los dos se pusieron de pie de un salto.
—¿Un amago de parálisis, Schlomo? —dijo Grant sonriendo—. Creía que los científicos habían limpiado las reservas de genes.
—Muchos genotipos tienen expresiones fenotípicas similares —afirmó Schlomo fríamente. Quizás ahora era un medtech, pero todavía hablaba como un científico.
Por un momento Grant pareció perplejo ante la respuesta de Schlomo, después meneó la cabeza.
—No sé por qué dejamos que te sientes con nosotros. Lo único que los científicos queréis es dar sermones o manipular en vuestros laboratorios. Y como no tenemos laboratorios, te dedicas a dar sermones. Pensaba que había abandonado este exceso de masa cuando me gradué para servicio de ’Mechs. Si hubiese sabido que me encontraría con esto entre los combates, me habría hecho voluntario de infantería. A nadie le importan lo suficiente como para darles sermones.
Casi todos rieron al oír este comentario y la tensión se rompió. Volvió a iluminarlo la luz, y Grant explicó una anécdota sobre un encuentro entre un pelotón de infantería y un BattleMech con una sola pata. Había oído la historia antes, y mientras él la contaba pude desconectarme y pensar acerca de lo que Grant había dicho sobre los niños. Nunca antes había reflexionado sobre ello.
Antes de que Grant terminara su broma, el guardia del perímetro comunicó que se acercaba una Rata de la Basura, lo cual me despertó de mis pensamientos. Me levanté y me aparté del fuego, buscando al vehículo de reconocimiento de seis ruedas. Supuse que sería la Rata de Greevy. Era nuestro enlace con el Grupo de Reconocimiento Especial, parte del destacamento que se había trasladado al Interior mientras la mayor parte de la unidad se había quedado en el Mundo para hacer la vida más interesante a los partidarios de Alpin. Greevy ya había acudido previamente para darnos noticias de las otras fuentes. Si esa Rata era suya, había encontrado el lugar desde el cual emitir sus descubrimientos al coronel en un tiempo récord.
La Rata de la Basura se levantaba veinte metros de nuestro campo de fuego. Incluso antes de que el desaliñado explorador saliera de la larguirucha estructura del vehículo, supe que era de Greevy por la combinación de colores de la pintura del vehículo.
—¡Eh, Greevy! ¿Qué pasa?
—Primero dadme un café.
Cuando pasó por mi lado, percibí el hedor por haber estado encerrado demasiado tiempo en su coche.
—Las noticias —le dije, poniéndome a su lado.
Se detuvo y fue girando la cabeza lentamente hasta clavarme los ojos. Con su larga cara, frunció el entrecejo.
—Primero, un café.
No esperaba que fuera a marcharse, pero los miembros del Grupo de Reconocimiento Especial eran todos un poco extraños. Pensé que era mejor complacerlo. La gente a veces se volvía rara de tanto pasearse sola por los extremos y detrás de los campos de batalla. Solían olvidarse de cosas tales como las cadenas de mando. Le tendí una taza y volvimos junto al fuego.
—En el Mundo, han pinchado las comunicaciones de Chandra. Informe sobre un convoy de Nave de Salto que apareció dentro del sistema hace un par de días. Se acercan Naves de Descenso. El batallón Zeta.
—¡Zeta!
—¡Por la Unidad! Esto sí que son buenas noticias —exclamó Circoni—. Podríamos utilizar los ’Mechs de asalto de Jamison.
—Será mejor que los monstruos de Fancher vayan con cuidado —dijo Grant cuando de repente los altavoces del campamento empezaron a ulular.
—¡Bandidos! —fue el grito que se oyó, pero la noticia llegaba demasiado tarde; el Stingray ya había llegado al campo.
El piloto no debía de estar seguro de quiénes éramos; no empezó a disparar hasta que se encontró a medio camino de la primera pasada sobre el campo. Cuando finalmente se decidió a tirotear, sus láseres abrieron surcos en el suelo y en todo lo que encontraban al avanzar. El viento causado por la llegada del Stingray destrozó el campo, y el estampido sónico hizo caer a diversas personas, incluido yo. Sin embargo, me volví a levantar y continué corriendo mientras el Stingray ascendía antes de encontrarse con otro paso.
Para llegar a mi ’Mech, tuve que correr entre las plataformas de los cazas VTOL. Los cazas no eran más que naves atmosféricas Guardian, pero sabía que el piloto los consideraría objetivos principales porque eran los que tenían más posibilidades de alcanzarlo.
Blasfemando contra la suerte que había puesto las plataformas entre mí y mi ’Mech, continué corriendo tan rápido como pude.
Salió polvo de debajo de uno de los cazas Guardian. El piloto debía de estar preparado para la ronda de noche si pudo arrancar tan deprisa. El aire caliente y el sonido me abofetearon cuando el caza despegó. No tendría muchas posibilidades contra el Stingray, pero en tierra no tendría ninguna.
No oía nada debido al ruido de los propulsores, pero las señales con la mano de la gente delante de mí eran bastante alarmantes. Me tiré al suelo. Un rayo de partículas chisporroteantes levantó el suelo a pocos pasos de mí.
Unos rayos láser desgarraron los cazas que todavía se encontraban en las plataformas. Un rayo de color rubí dio en un tanque de combustible y lo incendió. La nave desapareció en un trío de explosiones y una bola de fuego. En cuestión de minutos, la noche se convirtió en una escena del infierno mientras las llamas iluminaban el humo que ascendía hacia el cielo.
El Guardian interceptó al Stingray mientras éste se acercaba para una tercera pasada, pero el cañón de nuestro caza fue incapaz de seguir la trayectoria de la rápida nave aeroespacial. El CPP y los láseres del Stingray parpadearon unos momentos y el Guardian se desintegró.
No obstante, el piloto nos dio un poco de tiempo.
Subí la escalera hacia la carlinga de mi Mech. El reactor de fusión del Loki estaba parado. El riesgo de que me descubrieran era alto, pero el peligro de que me atraparan con los motores fríos era peor. Me alegré de haber decidido probarlo. Accioné los sistemas silenciadores y recé para que el motor bombeara energía a la máquina.
El ordenador interceptó al Stingray mientras éste se abalanzaba para su próxima pasada. Los láseres vibraban desde las alas, y unas luces azules brotaban de su morro mientras la nave aeroespacial cruzaba el campamento, causando explosiones. Durante un momento fue eclipsada por la nube ascendente de un depósito de municiones destruido. Entonces le apunté. Los láseres Blackwell de siete centímetros brillaron y enviaron su energía escarlata hacia el punto de mira que se encontraba detrás del ala de babor del Stingray. Pensé que había fallado, pero la velocidad de la nave era tal que había arrastrado la pulsación de mis láseres. La metralla inundó nuestro campamento mientras el blindaje se despegaba del ala principal de la nave.
El Stingray se tambaleaba, rugiendo en la oscuridad.
Esperaba haber visto su último ataque, pero la pantalla de mi radar lo interceptó preparando otra pasada. Mi carlinga estaba llena de ruidos. Los guerreros disparaban con sus ’Mechs. Las tropas de tierra gritaban buscando los vectores para apuntar sus sistemas antiaéreos. Llamadas en busca de enfermeros y equipos para apagar los incendios. Observé la maniobra del piloto desde mi pantalla.
Creía que daría la vuelta a la gruesa columna de humo del depósito de municiones, pero no lo hizo, sino que la atravesó. Mis láseres barrieron el vacío cielo. Él era un mejor blanco atacando a mi Loki, que se balanceó mientras un rayo de luz coherente destrozaba su carcasa blindada.
Otros Mechs y algunos emplazamientos antiaéreos dispararon contra el Stingray. Algunos le dieron, pero el blindaje de la nave resistía. Cuando finalmente desapareció en la noche, dirigiéndose hacia el sur, mi radar me informó de que no volvería. Lo comuniqué por el canal del grupo de combate mientras dos luchadores amistosos pasaron por el perímetro de nuestro campamento.
—Son de los nuestros, compañeros. El pájaro tendrá que quemarse si no va a humear.
No sabía si nuestros muchachos aeroespaciales lo atraparían, pero esperaba que sí. El piloto del Stingray había provocado muchos daños.
—Ahora, todos a sus máquinas. Pronto nos atacarán fuerzas de tierra. El gran pajarraco ha chillado.