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El Lobo me citó en su estancia ya preparada de la plataforma principal de operaciones de la Chieftain. Estaba sentado detrás de su escritorio, con los hombros caídos. Vi que se incorporaba al abrirse la puerta, pero sus ojos daban claras muestras de cansancio. Me hizo entrar y me indicó que me sentara. Cuando lo hice, cogió un paquete de disquetes de ordenador y me lo mostró.
—Brian, me gustaría que trajeras este paquete contigo cuando la Chieftain regrese a Outreach.
Alargué el brazo y recogí el paquete. Estaba precintado y parecía importante. Como no era una situación normal, me aproveché de mi privilegio como miembro de su equipo y pregunté:
—¿Qué es, coronel?
—Instrucciones para el consejo de oficiales. Este viaje me ha dado la oportunidad de desarrollar algunas de las claves para la integración, la utilización de la fuerza y los planes de defensa. No me quiero arriesgar a transmitirlos, así que tendrás que entregarlos en mano.
De repente noté el peso del paquete en mis manos.
—¿Por qué, señor? Usted volverá con nosotros.
Esbozó una sonrisa cansada.
—Lo más probable. Pero he aprendido a correr el menor número de riesgos posible.
—Ir a Luthien era un riesgo.
—Sí, pero parecía que valía la pena correr el riesgo para arreglar las cosas con Takashi. Es hora de enterrar el pasado.
La próxima vez que veas a Stan, dile que al final entendí punto de vista. —Hizo girar la silla de modo que sólo podía ver su perfil—. Me gustaría que te encargases de las comunicaciones con el Palacio de la Unidad. Acaba de llegar la autorización para que la lanzadera de la Chieftain aterrice en el campo privado, pero hay que coordinar las rutas de vuelo.
No me gustaba el cansancio de su voz, el atisbo de resignación a un destino inevitable. Nunca lo había visto así. Y todavía me gustaban menos las implicaciones de lo que estaba diciendo.
—La lanzadera no llevará su Archer, coronel —puntualicé.
—Es cierto —dijo mientras asentía—. No lo necesitaré, Takashi tiene un BattleMech preparado y esperándome.
—¿No es muy arriesgado? Me refiero a utilizar una máquina suya. Podría estar trucada.
Lanzó un suspiro, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Nunca pongas en duda el equipo que proporcionan tus entrenadores Dragones.
—Son Dragones, señor.
—Y, por lo tanto, honorables.
Pensé en Kantov y en cómo había pagado el coronel la deshonra de aquel hombre.
—Todo lo posible. De lo contrario, no serían Dragones.
—No todo el mundo piensa como tú.
—No todo el mundo es tan honorable como usted, señor.
Volvió a girar la silla y me miró fijamente con sus profundos ojos grises.
—¿Insinúas que Takashi tiene algún motivo deshonroso en todo esto?
—Puede.
—¿Lo conoces?
—Sabe que no, señor.
—Pero yo sí —el coronel mostró un disquete en el que pude ver el emblema de la Casa Kurita—. Él no envió al asesino.
—¿Cómo puede estar seguro?
—Este disquete contiene un mensaje personal suyo. Dice que no tuvo nada que ver con ese asunto.
—¿Y usted le cree?
—Sí.
—Podría estar mintiendo, señor.
—¿Tú mentirías en algo así, Brian?
—Yo no habría enviado a un asesino.
—Él tampoco. No en este caso. —Dejó el disquete sobre el escritorio—. Takashi no dará un paso fuera de su código de honor. Quiere su duelo. Creo que lo necesita.
—¿Y usted, coronel?
Giró la silla hasta darme la espalda antes de decir:
—Estoy aquí, ¿no?
Parecía que no tenía nada más que decir, pero había algo que me impedía marchar.
—¿Cuándo dejaremos la Chieftain, coronel?
—Nosotros no la dejaremos —contestó bruscamente—. Yo lo haré. Yo seré el único pasajero de la lanzadera que bajará a la superficie.
Armándome de valor, dije:
—No, señor.
Giró la silla.
—¿Qué?
No permitiría que me intimidase. Sabía que el fundador William Cameron había muerto con el Lobo tras insistir en acompañarlo en un peligro que William no estaba preparado para afrontar. Puede que me estuviera comprometiendo al mismo destino. Cuando estaba en el sibko adoraba los cuentos sobre el valor y el coraje inquebrantables del fundador. A pesar de todas las veces que había soñado con ser así, ahora parecía un ideal demasiado abstracto. Sin embargo, aquello no me tranquilizaba en absoluto. Tuve la sensación de que si miraba al Lobo a los ojos, él vería aquel miedo y yo estaría perdido. Así que decidí mirar hacia la pared que había detrás de él.
—Hans y yo lo acompañaremos, coronel.
El Lobo se arrellanó en su silla, sorprendido de mi negativa. Entornó los ojos. Vi aquel movimiento y supe que no podría afrontar su mirada.
—Puedo ordenarte que permanezcas a bordo de la Chieftain.
—Espero que no lo haga, coronel.
Permanecimos sentados durante largo rato. Me parecieron horas, aunque sé que no lo fueron. Al fin dijo:
—Stan te ha metido en esto, ¿no?
No me sorprendió que lo adivinara.
—Sí, señor.
—Podría dar la orden.
Aunque estoy seguro de que era consciente del compromiso en el que me ponía, le dije:
—Si no vuelve, tendré que explicar al coronel Blake por qué no seguí sus órdenes, señor.
El Lobo se acarició la barba.
—¿Crees que perderé esta batalla?
Abrí la boca, pero tardé en contestar. ¿Cómo podía pensar que dudaba de su habilidad en combate? Takashi Kurita podía ser uno de los mejores guerreros de la Esfera Interior, pero él no había sido entrenado en los Clanes como Jaime Wolf. No había punto de comparación.
—Confío plenamente en su capacidad para derrotar a Takashi Kurita en combate, coronel.
—Hablas con delicadeza, Brian. Te hemos entrenado bien, tal vez demasiado bien. —Se quedó callado y se inclinó un poco hacia adelante—. Los Dragones te necesitan. Cualquiera que dirija a los Dragones te necesita. Eres demasiado valioso para ponerte en juego.
—He estado en combate con usted, poniendo en juego mi vida y la suya simultáneamente. Entonces no me protegía tanto.
Se echó hacia atrás y dijo con voz pausada:
—Los tiempos cambian.
—Puede que sí, pero yo ya me he arriesgado viniendo al sistema Luthien. Del mismo modo que la Chieftain, que es más importante para el líder de los Dragones que cualquier oficial de comunicaciones.
—Estarás seguro si permaneces en órbita —dijo mientras yo respiraba profundamente.
—Con todos mis respetos, señor, no me quedaré en órbita. Usted es el líder de los Dragones y, si yo soy importante para el líder, también lo soy para usted. Esté donde esté.
Su mirada era severa y su tono furioso, pero su expresión reflejaba un atisbo de otra emoción.
—¿Rechazarás una orden directa?
No quería responder directamente a la pregunta. Con la esperanza de tener fuerzas para ello, lo miré a los ojos y dije:
—No es sólo trabajo, coronel. Es una cuestión de honor.
Ahora le tocaba al Lobo quedarse en silencio. Me miró fijamente a los ojos hasta que pareció que no había nada en el universo aparte de él y yo. Pensé que me estremecería, pero no lo hice. Después de lo que pareció una eternidad, encontró lo que debía de haber estado buscando. Se giró y lanzó un suspiro. Puede que lo oyera susurrar la palabra «honor». También oí las palabras:
—No te preocupes, hijo. No te pondré en el compromiso de tener que rechazar una orden directa. Si sobrevives a esto, tienes una carrera por delante con los Dragones.