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Según cuentan, hace algún tiempo la Esfera Interior consideraba a los Dragones de Wolf simples mercenarios. Los esferoides sabían que los Dragones tenían más fuentes de provisiones y material que la mayoría de los mercenarios, pero un gran número de expertos atribuía la prodigalidad de los Dragones al control de un depósito de armas secreto que conservaban desde la caída de la Liga Estelar, hacía dos siglos y medio. Muchas compañías de mercenarios habían encontrado ese tesoro y la mayoría consideraba que los Dragones habían gozado de una gran suerte y escondían un tesoro mayor. Por supuesto, ahora todo el mundo sabe de la inexistencia de tal depósito.
Los Dragones nunca habían sido simples mercenarios. Cuando entraron en los anales de la historia de la Esfera Interior, hace casi cinco décadas, se encontraban en una misión de reconocimiento y evaluación de sus señores de los lejanos Clanes. Seguramente, sus compañeros de clan habrían considerado que el antiguo equipo de los Dragones era de segunda categoría, reliquias inferiores que sólo servían para guerreros medianamente aceptables, aquellos con un legado genético que no era lo bastante puro o era demasiado caótico para sus compañeros de la casta dirigente. Sin embargo, para los militares de la Esfera Interior, las provisiones y el equipo de los Dragones eran perlas de un tesoro técnico cuya perfección no se había visto desde la época dorada de la Liga Estelar.
Jaime Wolf y su hermano de clan Joshua eran los líderes de esa misión, a los que se había prometido legitimidad como recompensa por su éxito. Su función era descubrir las especialidades y debilidades de cada una de las Grandes Casas de la Esfera Interior, jurando servirles, una a una, como el regimiento mercenario de los Dragones de Wolf. Las Grandes Casas, o los Estados Sucesores, como se habían dado a conocer tras la caída de la Liga Estelar, eran los poderosos imperios estelares que gobernaban el espacio ocupado por los humanos.
Al principio, los Dragones alcanzaron el éxito como guerreros en los combates de la Esfera Interior y como espías de los Clanes de los que provenían. En algún momento, sin embargo, las lealtades y los sentimientos empezaron a cambiar. Los archivos de los Dragones no eran muy explícitos al respecto, pero yo creo que el cambio era consecuencia directa de la muerte de Joshua Wolf a manos de una facción rival de la Casa de Marik, formada por dirigentes de la Liga de Mundos Libres. A partir de entonces, Jaime Wolf se convirtió en el único líder de los Dragones, en oposición a la estructura doble que los Dragones habían heredado del clan de los Lobos. Aunque todavía escondían sus orígenes, los Dragones seguían operando en la Esfera Interior y gozaban de la temible reputación de ser los mejores y más honorables guerreros desde la época de la Liga Estelar.
Esa reputación sufrió un duro golpe cuando el propio Jaime Wolf reveló que, originariamente, los Dragones eran espías del clan de los Lobos y, por extensión, de todos los Clanes, que en aquel momento estaban invadiendo la Esfera Interior. El nombre de los Dragones se convirtió en un insulto en boca de aquella gente desesperada y asustada. ¿Quién podía culparlos? Jaime Wolf reconoció haber sido miembro del clan de los Lobos, el mismo clan que había superado a sus compañeros, engullendo los mundos de la Esfera Interior como el espantoso lobo Fenris de la mitología nórdica. Como las hordas de los Clanes avanzaban implacables hacia la Tierra, ni siquiera las declaraciones de amistad con los Dragones llevadas a cabo por los líderes de la Esfera Interior lograron suavizar la hostilidad entre la gente.
No fue hasta el asedio de Luthien, la capital del Condominio Draconis, que los Dragones volvieron a ganarse una reputación favorable entre la opinión esferoide. Hanse Da vion, señor de la Casa de Davion y dirigente de facto de la todavía incipiente Mancomunidad Federada —una fusión política, basada en un matrimonio, entre su propia Federación de Soles y la Mancomunidad Lirana—, ordenó a los Dragones y a otros mercenarios que ayudasen al Condominio asediado. Esta decisión sorprendió a mucha gente, especialmente a los que creían que siglos de odio mutuo impedirían la cooperación entre la Mancomunidad Federada y el Condominio Draconis, incluso ante una amenaza general de tal envergadura como la invasión del Clan. Después de que los Dragones desempeñaran un papel clave controlando la entrada de los Clanes en Luthien, la mayoría de los esferoides empezó a creer que realmente habíamos olvidado nuestro pasado y habíamos unido nuestro destino al de la Esfera Interior. Una vez más, los Dragones y Jaime Wolf se habían convertido en héroes.
En el pasado, Jaime Wolf jugaba con aquellos que no lo conocían. Cuando la cara de Wolf no era muy conocida, se llevaba a un visitante ante la presencia de varios coroneles de los Dragones. Jaime Wolf se colocaba entre ellos sin hacer indicación alguna ni presentarse hasta que el visitante reaccionaba. Se dice que la gente normalmente confundía al líder de los Dragones con alguno de los otros coroneles. Una muestra, a mi parecer, de la inferioridad del esferoide medio. Pero las caras de los héroes galácticos llegan a hacerse famosas y son recordadas por todas las personas agradecidas, de modo que el juego de Wolf se abandonó.
Iba pensando en aquella prueba mientras entraba en la Nave de Descenso de Wolf. Sabía que yo no lo habría confundido como muchos otros; al fin y al cabo, soy un Dragón. Estamos entrenados para ver más allá de la superficie y sentir la fuerza de una persona. No tendría ninguna necesidad de reconocer los rasgos cincelados, ese pelo y esa barba gris como el hierro. No necesitaría conocer ni su baja estatura ni su delgada constitución. Un verdadero guerrero no confundiría a Jaime Wolf ni tardaría en detectar su fuerza interior, ni siquiera si su apariencia no era familiar.
Pero hacía tiempo que se habían acabado los días de juegos. Los Dragones habían luchado con firmeza, lanzando campañas, la menor de las cuales no había sido el asedio de Luthien. Aunque los señores dirigentes de las Grandes Casas mostrasen su convicción de que todos formábamos parte de la Esfera Interior, nosotros sabíamos el lugar que ocupábamos. Habíamos dado la espalda a las tradiciones deformadas de los Clanes, pero todavía no nos habíamos adaptado a las costumbres de la Esfera Interior. Éramos los únicos de nuestra especie, estábamos solos en un mar de estrellas. Sólo el planeta Outreach era nuestro, y lo mantendríamos en nuestro poder a toda costa. Los sibkos como el mío éramos la prueba de nuestra determinación. Como decimos en las ceremonias, los Dragones permanecerán hasta que todos caigamos.
El guardia que me recibió al final de la rampa comprobó mis órdenes antes de llamar a una enseña de la tripulación de la nave. Esta me condujo a través de un laberinto de pasillos hacia una pequeña cabina, donde dejé mi equipo. Allí había tres literas; los novatos no tenían derecho a un camarote privado. Tras meternos en uno de los ascensores de la tripulación llegamos a la plataforma principal. En medio de los engranajes de transporte se encontraba la dotación de BattleMechs de la nave, cuyas gigantescas formas proyectaban sombras fantásticas. Las luces de los techs que trabajaban para reponer y reparar las enormes máquinas de batalla parpadeaban entre las sombras.
Pensaba que me conducirían a una de las plataformas superiores, la guarida del Lobo. Entre los sibkos se hablaba de las divisiones exteriores de la Chieftain como un lugar donde coexistían instrumentos de diversos placeres decadentes y la más avanzada tecnología de combate y mando. Mi decepción al no poder confirmar tales leyendas fue ahogada por una ráfaga de emoción. No tardaría en estar cara a cara con el propio Lobo.
Reunidos alrededor de una mesa en el centro de un espacio abierto, los oficiales de los Dragones se apiñaban sobre una tabla de instrucciones tácticas. Sobre la luz reflejada del holotanque, el tono pálido de sus carnes les daba un aspecto sobrecogedor parecido a los fantasmas. Jaime Wolf estaba sentado en un extremo de la mesa, escuchando a los jefes militares que discutían sobre algún problema.
La enseña me dio un golpe con el codo y de repente me di cuenta de que me mostraba el paquete que contenía mis órdenes. Lo agarré y ella se fue sin mediar palabra. Sin querer demorarme más, me acerqué a la mesa y entregué el paquete al Lobo.
Levantó la vista hacia mí al tiempo que recogía el paquete y lo dejaba sobre la mesa sin prestarle la menor atención. Su cara resultaba familiar, pero eso no disminuía su aspecto aterrador. Ese era el hombre que había mantenido a los Dragones juntos gracias al trabajo de casi cincuenta años. Su sentido estratégico y su genialidad táctica eran legendarios. ¿Quién podía estar en su presencia y no sentir pavor?
—Bienvenido a bordo, Brian —dijo Jaime Wolf. Sus ojos grises eran penetrantes, claros y profundos como el hielo glacial. Imaginé que podía atravesar mi alma con la mirada y leerla con la facilidad con que se lee una pantalla de datos. Sin atreverme a hablar, por miedo a quedar en ridículo si tartamudeaba, me limité a asentir y estreché la mano que me tendía. Al hacerlo, algo se movió en lo más profundo de aquellos ojos grises, y la expresión de Wolf cambió ligeramente durante un instante. ¿Decepción? ¿Ya había fallado?
—Tendrás que conocer a todo el mundo si perteneces a mi equipo.
Me presentó a los otros oficiales. Todos ellos eran héroes, veteranos que llevaban al menos veinte años con los Dragones. En aquel momento apenas me fijé en ellos. Pero para poder explicar la historia, hay que saber quién se encontraba allí.
El coronel Neil Parella era el único comandante en jefe de combate allí presente. Mi primera impresión de él vino coloreada por una forma de moverse, hablar y vestir algo dejada, pero había oído que la vida en el campo de batalla era en cierto modo más relajada que en los cuadros de entrenamiento. ¿Quién era yo para criticar? Los galones de batalla y las insignias de unidades derrotadas por su regimiento que decoraban su chaqueta de combate contaban la historia de un guerrero triunfador. Había oído rumores de que había tenido un problema con la bebida cuando era un oficial principiante, una mancha que habría sido imperdonable en un oficial veterano. Pero era obvio que ya lo había superado. Después de todo, era comandante en jefe del regimiento Gamma.
El coronel Stanford Blake, un hombre elegante y de mediana edad, se encontraba en un extremo de la llamada Red de los Lobos, el servicio de inteligencia de los Dragones. Había servido en la Lanza de Mando de Wolf como oficial de inteligencia hasta que fue ascendido a su puesto actual. De todos ellos, Blake era el único que parecía alegrarse de verme.
El mayor de los cuatro que se encontraban junto al Lobo era el teniente coronel Patrick Chan. Por los archivos, sabía que había conseguido más condecoraciones que Parella, pero Chan no las llevaba en el uniforme. Como Blake, vestía un traje sencillo y liso en el que sólo destacaban la insignia de su rango y un ribete en el hombro con la cabeza de lobo que identificaba a los Dragones. Ya no se encontraba en activo al mando de las operaciones, sino que servía como subcomandante del coronel Carmody y como jefe del Mando de Operaciones de BattleMechs.
Es común entre los Dragones llevar insignias de antiguas afiliaciones, pero me sorprendió ver una insignia de soldado de infantería en el uniforme del mayor Hanson Brubaker. Era aún más bajo que el Lobo, un hombre delgado y huraño, de esos que uno no puede imaginarse dando órdenes. Entonces me fijé en la insignia del Grupo de Reconocimiento Especial y lo entendí. En su puesto actual, Brubaker se había especializado en operaciones de reconocimiento de otro tipo. Era jefe del Mando de Contratos, la división de los Dragones de Wolf que se encargaba de las negociaciones, el reclutamiento y las relaciones públicas.
Una vez acabadas las presentaciones, los oficiales reanudaron la conversación. No hablaban de una operación táctica, como yo había pensado, sino que parecían tratar los detalles de un contrato. Nunca me había interesado mucho por los asuntos burocráticos, un defecto extendido entre los MechWarriors. Era la primera vez que me reprochaba aquella falta. El coronel Blake debió de darse cuenta de mi confusión. Se inclinó hacia adelante y sonrió. Un poco indulgente pero cordial, pensé.
—El batallón de Kantov del regimiento Gamma ha comparecido ante la Revista de Mercenarios y la Comisión de Vínculos por violación de contrato.
—No es verdad —objetó Parella mostrando un cierto resentimiento.
—La Casa Marik no alega lo mismo —siguió diciendo Blake—. Tienen pruebas de bastante peso. Es probable que el juicio de la comisión favorezca a la Casa Marik.
—¡No puede ser! Son Dragones —dije de repente, llamando así la atención de los otros oficiales.
—Puede ser y es, mequetrefe —repuso Chan con severidad—. Los matones de Kantov son culpables, hasta un acólito de ComStar ciego se daría cuenta. Ahora ya no estás en un sibko, chico. Verás muchas cosas que no pueden ser, pero son. Siempre he dicho que el útero de metal congela las neuronas. Los mequetrefes como tú sois todos iguales. Bueno, recuerdo…
—Déjalo, Pat. —La voz de Blake contenía un tono de cansancio, como si las quejas de Chan fueran ya algo rutinario—. El chico es nuestro. No ha recibido la ed-com de los Clanes.
Chan sacudió la cabeza.
—El mundo real es la única educación real.
—Dale un respiro al chico, Pat. Tú también fuiste joven una vez —dijo Blake, con una afable sonrisa—. Aprenderá.
—Pues será mejor que aprenda rápido.
Intenté que mi voz sonara firme.
—Lo haré.
Chan se limitó a observarme con cara inexpresiva. Hacía algún tiempo que sus tropas le habían dado el nombre de Roca Vieja. Me preguntaba si era la edad lo que había hecho sus facciones tan marcadas y desagradables o si siempre había tenido unos rasgos tan austeros.
Brubaker me dio un golpecito en el hombro, lo que alteró mi rígida postura.
—No dejes que los comentarios de esa cabra vieja te afecten, Cameron. Él mismo es un buen ejemplo de la ed-com. Un buen ejemplo de su fracaso, ¿quiaf?
Lo sorprendente fue que Chan hizo caso omiso del comentario de Brubaker y se giró hacia el coronel Wolf.
—Sigo opinando que comparecer en el juicio perjudicará las relaciones públicas. Dejemos que Kantov se pudra solo. No necesitamos involucrar a Jaime en esto.
Brubaker dio un resoplido.
—Di lo que quieras. Tú no has tratado con el público desde que te pusieron al mando de las operaciones de ’Mechs. Yo dejo que tú soluciones esos problemas, ¿por qué no dejas para mí los problemas de relaciones públicas? Es de vital importancia que Jaime se presente ante la comisión. Como líder de los Dragones ha sido llamado para comparecer ante la comisión por una violación de contrato y, si no se presenta, dará crédito a todos los rumores que dicen que los Dragones apoyamos a la nueva comisión por propia conveniencia. Nuestros detractores tendrán motivos para culpar a los Dragones de respaldar la creación de la comisión para protegerse a sí mismos o a nuestros comandantes.
Chan movió la mano con resignación.
—Ya he oído tus argumentos.
—Pero es obvio que no los has escuchado.
—Ya basta, caballeros. Los Dragones tienen suficientes enemigos; no necesitamos pelearnos entre nosotros —intervino Wolf; hizo callar a sus subordinados del mismo modo que un trueno anula el estruendo de la lluvia en una tormenta—. Me gustaría obtener propuestas concretas sobre cómo solucionar el problema de Marik. Si no tienen nada interesante que añadir, pueden retirarse.
No hubo más intervenciones. La discusión sobre los problemas inherentes a la revisión de la comisión se sucedieron como estaba establecido. Pero a medida que los oía hablar me invadía la angustia. Había soñado con seguir los pasos del fundador William y servir al Lobo personalmente. Ahora parecía que mi primer servicio llegaría mientras él y los Dragones afrontaban un juicio.