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Hacía un mes que el grupo de MacKenzie había partido cuando llegó el embajador del Condominio Draconis a la estación Gobi situada en órbita sobre Outreach. Al principio, todos pensamos que se trataba de otra oferta de trabajo de Theodore Kurita, si bien es cierto que la traía un extraño mensajero. Cuando el embajador Kenoichi Inochi, el líder de la embajada de Kurita, se negó a hablar con nadie que no fuera el coronel Wolf, se levantaron sospechas inmediatamente. Por aquel entonces ya sabíamos el origen del Elemental asesino.

Un análisis exhaustivo había demostrado que la armadura de combate del asesino tenía su origen en los Gatos Nova, aunque el asesino no era tan grande ni voluminoso como el típico Elemental de los Clanes. Eso podía indicar que el hombre no era un miembro del clan, pero no había pruebas; no todos los Elementales son del fenotipo característico del clan. Por otra parte, cualquier miembro del clan que no fuera del fenotipo Elemental y hubiese conseguido el derecho a llevar armadura de combate tenía que ser un soldado muy competente. El asesino frustrado de Wolf apenas había logrado controlar su traje. La prueba irrefutable, sin embargo, provenía de las modificaciones realizadas para adaptar el traje a un hombre de dimensiones más pequeñas: todas se habían hecho en la Esfera Interior.

Sabíamos que el Condominio se había apoderado de una serie de uniformes de los Gatos Nova cuando Hohiro Kurita los había atacado en Wolcott, y muchos más tras la batalla de Luthien. La mayor parte de los componentes modificados del traje del asesino procedían del Condominio, de modo que el reino de la Casa Kurita era una elección obvia como lugar de partida para la búsqueda. La falta de agentes en el Condominio ralentizaba el proceso, pero finalmente se había conseguido identificar al asesino como un tal Ken O’Shaunessee. Los archivos investigados de las FIS identificaron a O’Shaunessee como un agente del clan Dofheicthe, una organización hereditaria basada en los ninjas de la antigua Tierra. La Red de los Lobos se había equivocado al revelar el registro que demostraba que el hombre había recibido entrenamiento de armadura de combate, pero pudieron emplazarlo en Nueva Samarkanda, el planeta donde los kuritanos habían construido la instalación de entrenamiento para las nuevas unidades de infantería de estilo Elemental.

Cuando se difundió el informe final de inteligencia, sólo los pertinaces se aferraron a las teorías de que el asesino provenía de los Clanes. Aunque la Red de los Lobos no podía determinar quién había ordenado el ataque, era probable que Takashi Kurita hubiese decidido que a Jaime Wolf le había llegado la hora de la muerte, ya fuera de un modo honorable o no.

Ahora un kuritano llamaba a nuestra puerta y el Lobo estaba intrigado.

Se preparó una recepción para el embajador. No era más de lo que habríamos hecho para el representante de cualquiera de las Grandes Casas, pero mucho más de lo que se había hecho para un kuritano desde antes de Misery. El salón se decoró al estilo kuritano y se expusieron piezas de cerámica cerca del asiento del invitado de honor. Todo me parecía tener un toque demasiado sutil: no era muy probable que aquel embajador reconociese el trabajo de un artista menor como Minobu Tetsuhara, a pesar de su gran popularidad como jefe de los kuritanos en Misery.

El embajador Inochi apareció vestido al estilo formal kuritano. Llevaba un chaleco de cola de una seda azul tan oscura que parecía negra al lado de sus pantalones grises a rayas finas. En la cintura llevaba una faja de seda irisada daigumo, la misma seda que salpicaba la punta de sus negros y relucientes zapatos. Aquel hombre esbelto caminaba cojeando, seguramente como consecuencia de algún combate, a juzgar por las medallas y los galones que lucía en el pecho. Algunas de sus condecoraciones indicaban su participación en la frontera entre Davion y Kurita durante la Cuarta Guerra de Sucesión. Era probable que su unidad se hubiese enfrentado a nosotros.

Si el embajador Inochi reconoció la cerámica, no dio muestras de ello.

Mientras él y su grupo alargaban la charla durante horas, yo me preguntaba cómo podían hacerlo, aunque lo que realmente me sorprendía era que Jaime Wolf participase con tanta facilidad en su juego. Me habían dicho que al principio de su carrera era más directo. Supongo que con la edad se acentúa la moderación, pero hay quienes piensan que la educación y el circunloquio son signos de debilidad.

No fue hasta las diez de la noche cuando Inochi anunció que traía un mensaje de Takashi Kurita, Coordinador del Condominio Draconis. Algunos de los Dragones que había a mi alrededor parecieron sorprenderse; debían suponer que Inochi era un hombre de Theodore. El Lobo ni siquiera pestañeó.

—No parece sorprendido, coronel Wolf —dijo Inochi—. Tal vez se enteró de mi misión durante las largas semanas de viaje a Outreach.

El Lobo sonrió sin alegría.

—Tal vez su mensaje sea más sorprendente que su patrocinador.

—Tal vez lo sea, coronel-san —corroboró el embajador, e inclinó la cabeza—. El Coordinador es un hombre de honor. Tiene mucha influencia.

—Como yo.

—Es consciente de ello.

Tendió una mano. Un asesor vestido con un kimono se acercó y le dio un pergamino de papel de arroz. Estaba sujetado por una cinta negra sellada con el símbolo de la cabeza del dragón de la Casa Kurita.

—Aunque el Coordinador sabe de su dominio del japonés, ha escrito este mensaje en su idioma. De este modo pretende honrarlo.

El coronel hizo una reverencia protocolaria.

—Acepto el espíritu del gesto que se me ofrece.

El embajador devolvió la reverencia con una expresión irónica en la cara. Supongo que advirtió la ambigüedad de las palabras del coronel Wolf y que éste lo apreciaba.

—El mensaje del Coordinador empieza con un poema: «Gloriosa puesta de sol; flores de un viento de otoño, la vida de un guerrero».

El Lobo se irguió y adoptó una expresión de concentración. Durante más de un minuto permaneció en silencio. Inochi esperó pacientemente, también en silencio, como si el resto del mensaje tuviese que esperar la respuesta de Wolf al poema de apertura. Empezó a impacientarse hasta que el Lobo habló por fin.

—Sol y luna, hermanos.

La luz del anochecer brilla como sangre derramada,

Nuevo día, la rueda gira.

El embajador hizo una gran reverencia.

—Veo que mi fútil temor a que el Coordinador no le entendiese es infundado.

Como si estuviese preparado, el asesor sacó la valija del mensaje de su kimono y se lo entregó al embajador. Inochi se inclinó y ofreció el paquete al coronel Wolf.

—Este es el desafío oficial, además de un mensaje personal del Coordinador. ¿Podemos concretar los detalles sin más demora?

El coronel Wolf aceptó el paquete, pero su respuesta fue interrumpida por la llegada de Stanford Blake. Stan llevaba un sencillo uniforme, arrugado por el viaje. Debía de haber abandonado su puesto en el puerto espacial al enterarse de que el Lobo había recibido la visita de una embajada kuritana.

—¿Qué ocurre? —preguntó mientras se abría camino entre la gente que lo separaba del coronel. Si Stan advirtió la presencia del embajador, lo estaba desdeñando a propósito.

El Lobo levantó la mano para detener el desenfreno de Stan y dijo al embajador:

—Por favor, disculpe la falta de cortesía de mi oficial, Inochi-san.

—Al infierno con la cortesía —gruñó Stan. Era obvio que el repentino cambio de la política de Wolf había hecho que Stan olvidara su habitual decoro—. Quiero saber qué ocurre.

Jaime Wolf se volvió hacia él y dijo con voz pausada:

—Takashi Kurita me acaba de proponer un duelo a muerte.

—Y el coronel Wolf ha aceptado —añadió Inochi.

Al tiempo que se volvía a girar hacia el embajador, el coronel dijo:

—Disculpe, Inochi-san, pero me temo que no me ha entendido bien. Sólo pretendía reflexionar sobre la oferta de su Coordinador.

La cara del embajador se ensombreció.

—¿Entonces se niega?

—Hago acuse de recibo. Hacer más en este momento no sería adecuado. Tengo responsabilidades y debo juzgarlo en la balanza del deber y del honor. Espero que entienda que esta cuestión requiere cierta reflexión.

—Lo entiendo —dijo el embajador pausadamente e hizo una reverencia—. Será un honor para mí transmitir su respuesta en cuanto haya tomado una decisión.

—No habrá ningún duelo —anunció Stanford.

Inochi miró a Stan con desaprobación. El Lobo se dirigió al embajador.

—No es decisión del coronel Blake.

—¡Jaime!

—Ahora no, Stan —dijo el Lobo, que no había apartado la vista del embajador—. Seguro que entenderá que me retire ahora, Inochi-san. Puede quedarse aquí el tiempo que quiera y disfrutar de nuestras instalaciones.

Con el protocolo debido, el coronel se dirigió a la puerta y abandonó la estancia. El embajador debió de haber dado por supuesto que llevaría a cabo algún tipo de meditación privada, ya que su cara adoptó una expresión de desconcierto cuando los oficiales veteranos que estaban presentes desfilaron detrás de Wolf. Inochi devolvió la mirada a Stan con una sonrisa que no consiguió perturbar su mirada.

Entre los mensajes que me llegaban continuamente por los auriculares de la unidad de comunicaciones, oí la retransmisión de un anuncio público. Al darme cuenta de su importancia, corrí tras los oficiales. Llegué a la sala de conferencia antes de que todos hubiesen ocupado sus puestos habituales, congregados alrededor de la amplia mesa, me detuve junto al Lobo y le mostré mi descubrimiento.

—Coronel, se ha anunciado que Takashi Kurita lo ha desafiado a un duelo.

—Lo está forzando —dijo Stan. Estaba enfadado. Yo lo sentí por sus agentes; la repentina llegada de Stan dejaba claro que no le habían avisado de esto.

—Pura rutina —aventuró Carmody—. La vieja Serpiente sólo está derrochando energía.

—Es un samurai —intervino Neil Parella, el comandante en jefe del regimiento Gamma—. No puede decir algo así en público sin estar seguro de ello.

—¿Quién dice que sea público, Neil? ¿No puede ser que el informe nos llegue sólo a nosotros? —Carmody se giró hacia mí—. ¿Qué dices a esto, Brian? ¿Por dónde se está difundiendo ese anuncio?

—Por la red de ComStar. El emisor dice que el mensaje ha llegado a toda la Esfera Interior.

Aquello indignó a la mayoría de los oficiales. Jaime Wolf permanecía sentado en su silla sin decir nada, apoyado sobre un codo. Por encima de la mano que ocultaba la parte inferior de su rostro, su mirada tenía una expresión pensativa.

Aunque Stan se dirigía a él, habló lo bastante alto para que todos los presentes oyeran sus palabras.

—Rechaza el desafío y Takashi perderá todo su prestigio. Sería el mayor insulto. Nunca más trabajaremos para el Condominio.

—¿Pero no es eso lo que queríamos? —preguntó Kelly Yukinov. El comandante del regimiento Alfa miró alrededor solicitando apoyo a los allí reunidos.

Carmody golpeó la mesa con la mano, en un intento de calmar la situación.

—Entonces no hay por qué preocuparse más. Rechaza a la vieja Serpiente.

—¿Qué pasa con el honor de los Dragones? —objetó Hanson Brubaker—. El duelo es la forma correcta para finalizar una contienda. Kurita camina por la senda del honor. Si el coronel rechaza el desafío, ¿podrá llamarse honroso?

El Lobo no hizo caso al insulto implícito. Carmody salió en su defensa.

—Tú no estabas en Misery. No lo entiendes.

—Entiendo el honor —repuso Brubaker.

—¿Honor? —Carmody soltó una carcajada—. Los kuritanos proclaman que entienden el honor. —Al girarse hacia el Lobo su voz adoptó un tono implorante—. Opino que es otra trampa. Jaime, no hagas caso a la Serpiente.

—¿Quién puede dejar de lado el honor y vivir consigo mismo? —preguntó Brubaker mientras se ponía en pie. Su cara había enrojecido y se mostraba rígido. Parecía preparado para desafiar a Carmody, o tal vez al propio Lobo.

—Siéntate, Hanson —dijo Stan—. Estamos hablando de los kuritanos, no del honor.

La discusión continuó durante más de dos horas hasta que finalmente el coronel ordenó a sus oficiales que se retiraran. No anunció su decisión. A lo largo de las siguientes dos semanas se desataron más discusiones. El Lobo escuchaba pacientemente, sin decantarse por ninguna de las opiniones que se le daban. Dejó que sus consejeros discutiesen a voluntad y, dada su mentalidad, acabaran discutiendo hasta los menores detalles. Sus opiniones no cambiaban, sólo se solidificaban. A veces el Lobo parecía simplemente cansado, aburrido de todo. Otras veces estaba extremadamente alerta. En esos momentos parecía estar a la espera, como si quisiera que alguien llegase a una conclusión determinada. Cuando nadie lo hizo, pareció decepcionado. Sin embargo, no tuvo fuerzas para enzarzarse en discusiones.

El embajador kuritano empezaba a impacientarse, pero cada nota que enviaba era devuelta con una educada negativa por respuesta. A pesar de las sucesivas peticiones, el coronel no volvería a ver a Inochi. Luego llegó la noticia de que la misión de MacKenzie había triunfado: habían encontrado el depósito. Como si aquello solucionase algo, el coronel canceló la conferencia de la tarde. Sonriendo por algún placer desconocido, me dijo:

—Ahora sólo queda una cosa por arreglar.

Ordenó que llevaran al embajador del Condominio Draconis en su presencia.