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Si no hubiese estado pensando en la noche anterior, es posible que hubiera reaccionado antes. Maeve también debía de estar un poco aturdida después de ir a dormir tan tarde, ya que se mostraba igual de lenta que yo. Aun así, puede que no fuera culpa nuestra, aunque todavía no lo creo. Deberíamos haber sido más observadores. Yo debería haber sido más observador.

Mientras los Dragones equipaban las tropas de infantería con armaduras de combate de Elementales, en las calles de Outreach se veía cada vez más gente vestida con uniformes. El equipo de guerra no está fuera de lugar en un campamento de guerreros, y Harlech, como capital de Outreach, realmente lo era. En aquel preciso día, aquel preciso uniforme llevaba las insignias de Outreach, como debía ser; la policía de los Dragones prohibía las que no fueran nuestras sobre la superficie planetaria. Los uniformes no eran todavía muy habituales en el resto de la Esfera Interior, así que no había ningún motivo para sospechar que aquél no fuese uno de los nuestros.

Me sorprendió ver a ese soldado de infantería con la armadura de combate apoyado contra la pared de la barrera de hormigón que proyectaba la entrada lateral del Salón del Lobo. Mi desasosiego desapareció al pensar que aquél podía ser el mayor de los matones al que Maeve y yo nos habíamos enfrentado la noche anterior, ya que era lo bastante corpulento para ser un Elemental. Sí recuerdo haberme fijado en que las insignias de su uniforme fuesen insignias y marcas tácticas de los Dragones, pero no el hecho de que estuviesen caducadas.

El Salón del Lobo era el centro de mando de todas las operaciones de los Dragones, y albergaba oficinas de negocios para todos los oficiales veteranos. Ese día el Lobo tenía que ocuparse de la burocracia, lo que suponía horas de trabajo en la oficina. Ya estaría allí y nosotros llegaríamos tarde, y a Jaime Wolf no le gustaba que el personal llegase tarde.

Sentimos el cálido sol al dejar el frío de la estación de metro y dirigirnos hacia la pequeña puerta del lado este del edificio. La puerta estaba insertada en la pared, la única sombra a la vista en aquella soleada mañana. Maeve estaba pasando por los escáneres delante de mí cuando oí el frenazo de un coche terrestre. Miré por encima del hombro y vi que el coche se había detenido cerca de la escalera de caracol que acabábamos de dejar atrás. Las banderas del guardabarros del coche indicaban que era el vehículo de Wolf. Me sentí aliviado; habíamos llegado antes que él. Luego me detuve a pensar. La experiencia me había enseñado que el Lobo tenía un mal día si no llegaba una hora antes, y un mal día para el Lobo era un día peor para el personal.

No tenía ni idea de lo malo que iba a ser aquel día.

Cuando empezaron a abrirse las puertas del coche terrestre, el Elemental se apartó de la barrera de hormigón. Salió del arbusto de creogano que había al otro lado de la valla empuñando un arma. Las bocas de la máquina multicañón antipersonal que se apoyaba en el brazo derecho del traje eran oscuras, promesas auguradoras de destrucción.

Era demasiado tarde para advertirle. El Lobo había salido del coche y justo en aquel momento se giraba para ver el peligro. Empuñé mi pistola, un gesto inútil puesto que el arma no penetraría en la armadura de combate. Pero tenía que hacer algo.

El Elemental abrió fuego.

Su primer disparo dio delante del coche terrestre de Wolf, desgarrando el hormigón a medida que impactaban las pesadas balas. Al siguiente disparo, el Elemental corrigió su objetivo y el fuego fue a parar al guardabarros frontal del coche. El conductor del coche, que había ido rodeando el vehículo, quedó partido por la mitad. De un modo grotesco, sus piernas dieron dos pasos más antes de que el torso cayera definitivamente al suelo. A continuación, el Elemental abrió fuego contra el coche, haciendo que el metal chirriase al desprenderse.

El Lobo se arrastró por la calzada, sirviéndose del coche como barrera entre él y el Elemental. Supuse que se dirigiría hacia las escaleras que bajaban a la estación de metro. El hormigón le proporcionaría mayor protección que el coche terrestre. Me horrorizó ver que dejaba tras de sí un rastro de sangre. Lo habían herido, no sabía si con el arma de fuego o con la metralla que se había desprendido del coche. Necesitaba ayuda.

Si corría en su auxilio, me mataría.

Al tiempo que apuntaba al Elemental con mi pistola, apreté el gatillo. Las balas no hicieron más que rebotar contra la protuberante superficie del torso. No suponían amenaza alguna, pero distrajeron su atención. Me refugié en el edificio cuando empezó a disparar hacia la entrada. Las paredes eran lo bastante gruesas para protegerme.

Había dado algo de tiempo al Lobo.

Maeve se reunió conmigo antes de que cerrase la puerta.

—¿Qué demonios ocurre?

—Un Elemental está disparando al Lobo.

La empujé por si el Elemental desviaba la dirección de su objetivo. No se me ocurría nada mejor que hacer, así que opté por cambiar el cargador de mi pistola.

El guardia de la puerta pasó junto a nosotros. A pesar de su seguridad en la armadura y las armas, el Elemental lo derribó en cuanto lo vio aparecer.

El tiroteo cesó.

Las tropas no tardarían en llegar, ¿pero serían lo bastante rápidas para salvar al Lobo? ¿Era ya demasiado tarde? Me arriesgué a mirar. No se veía al Lobo por ninguna parte, pero el rastro de su sangre llegaba hasta la escalera de caracol. Lo había conseguido.

El Elemental traidor iba de un lado a otro, como si intentase ver a través del coche terrestre en llamas. Supuse que quería comprobar su trabajo. Pensé en volver a llamar la atención del deshonesto para dar al Lobo más tiempo para escapar pero, antes de que pudiera moverme, Jaime Wolf apareció. El Elemental disparó al verlo. El Lobo se agachó lo bastante rápido para que las balas chocasen contra los trozos Je hormigón que cubrían la acera sin llegar a darle.

El traidor echó a correr hacia la escalera de caracol dando grandes zancadas. A cuatro metros de la conflagración que lo separaba de su contrincante, activó los retropropulsores y dibujó un arco en el aire.

Aquello era lo que el Lobo estaba esperando.

Una fuerte corriente de agua a presión salió despedida de la escalera de caracol y dio justo en la lanzadera de la mochila lateral del Elemental, quien, al ser propulsado hacia atrás, perdió totalmente el control. Los propulsores lo hicieron caer al suelo. El Elemental impactó con la espalda y empezó a moverse espasmódicamente, como aturdido.

Jaime Wolf apareció en lo alto de la escalera de caracol sosteniendo una manguera de fuego. Contuvo la corriente y la dirigió al Elemental, haciendo que éste diese vueltas sobre su espalda como un niño jugando con una tortuga. El traidor sacudió los brazos, incapaz, al parecer, de recuperar el control del traje.

Me apresuré hacia la estación de guardia y abrí el comunicador para pedir apoyo de Elementales y asistencia médica. Mientras organizaba a las fuerzas de seguridad que iban llegando, Maeve salió fuera y empuñó el rifle del guardia muerto. Se colocó en posición y empezó a lanzar tiros cortos, buscando los puntos débiles del traje de combate a medida que éste giraba.

Los Elementales, un Punto de cinco hombres y el capitán Elson, llegaron a los dos minutos. Con una eficiencia increíble, el Punto se abalanzó sobre el traidor, que estaba demasiado desorientado para luchar. Lo sacaron del traje. Maeve debía de haber encontrado al menos una fisura en la armadura, ya que le salía sangre del brazo derecho. A excepción de ese rasguño, parecía estar ileso. El equipo médico llegó poco después y se apresuró a llevar al pálido Jaime Wolf al centro médico. El asesino frustrado fue trasladado en una segunda ambulancia, pero no recibió tantos cuidados.

Stanford Blake me dio el juego de auriculares de la red de comunicaciones al pasar junto a mí, antes de reunirse con el grupo de oficiales que se había congregado alrededor del traje de combate vacío. Varios oficiales veteranos estaban allí presentes, entre ellos el comandante en jefe de la Guardia Nacional, Jason Carmody, Hamilton Atwyl, el comandante aeroespacial, y Hanson Brubaker, del Mando de Contratos. Elson, con el casco de combate colgando y la cabeza al descubierto, se encontraba entre los oficiales. Sus demás hombres —dos habían ido con el Lobo y uno con el traidor—, todavía estaban metidos en sus trajes. La pareja se retiró a hablar de sus asuntos. Pasé aún varios minutos comunicándome con la red de comunicaciones y asegurando a los diversos mandos que todo estaba bajo control antes de reunirme con los oficiales. Dejé un canal abierto en la frecuencia del centro médico.

—El tipo de traje es de los Gatos Nova —anunció Stan. Parecía desconcertado.

Miré a Elson. A pesar de su cara inexpresiva y del silencio que guardaba, su piel estaba al rojo vivo. Había sido un Gato Nova y todavía conservaba el nombre de su clan, del mismo modo que Jaime Wolf tenía el nombre del clan de los Lobos aunque ya no formaba parte de él. ¿Acaso Elson se sentía avergonzado de que su viejo clan hubiese llevado a cabo un intento de asesinato, o de que no lo hubiese conseguido? ¿Acaso su aparente respuesta significaba algo más?

Jason Carmody dio un puntapié al brazo del traje vacío. Aunque apenas se movió, el impacto fue suficiente para que los gruesos dedos y el pulgar del guante izquierdo temblasen y se desenroscasen un poco. Sacudió la cabeza lentamente.

—¿No saben que el clan de los Lobos nos ha repudiado?

—Seguro que lo saben, Jason —dijo Stan—, pero tal vez no les importe porque colaboramos en la masacre de Luthien. Sabemos que contrajeron demasiadas obligaciones financieras en Tukkayid para demostrar que lo de Luthien había sido un accidente. Lo único que consiguieron fue volver a ser masacrados. Por no mencionar que su derrota en la batalla de Tukkayid es la razón por la que los Clanes han tenido que jurar que detendrían su invasión durante quince años. Nosotros mismos ya les hemos dado razones suficientes para el odio; no necesitan remitirse a la vieja contienda con los Lobos.

—La contienda con nosotros no es posible. No hubo declaración —puntualizó Brubaker.

Stan lanzó un suspiro.

—Seamos serios, Hanson. No estamos viviendo en una canción de honor. Los Gatos Nova son los únicos que nos llaman bandidos. Nadie tiene que declarar contienda a unos bandidos.

—Pero el ilKhan no nos ha proclamado bandidos —protestó Hanson.

—Ni lo hará —repuso Carmody—. El también es un Lobo.

Tal vez no lo haga —lo corrigió Stan—. Tiene muchas más cosas en la cabeza que el bienestar de un puñado de guerreros librenacidos y desertores.

Carmody no parecía estar muy de acuerdo con la valoración de Stan.

—Tal vez esto sea un intento de castigar a los Dragones por haber traicionado a los Clanes.

Algunos de los oficiales apoyaron la teoría.

—¿Cuánto cree que los Gatos Nova habrían ofrecido por ese privilegio, Elson? —preguntó Atwyl.

—Yo ya no soy un guerrero de los Gatos Nova.

—No importa. ¿Qué cree usted?

—Yo nunca participé en tales ofertas.

—No sirve para nada —soltó Atwyl. Descargó su frustración dando una patada al traje de combate vacío—. Creo que Jason tiene algo que ver con esto. A los Gatos les encantaría un plan así. Se libran de Jaime y se anotan dos tantos. Se vengan de los Dragones por lo de Luthien y al mismo tiempo dejan en evidencia a los Lobos arreglando su propio desbarajuste. Así mejorarían su reputación entre los otros Clanes, lo que les vendría bastante bien, sobre todo después de Tukkayid.

—Tal vez averigüemos algo del Elemental —declaró Carmody; parecía esperanzado.

Los mensajes que me llegaban al oído derecho me encomendaban la misión de destruir tal esperanza.

—El centro médico informa que el Elemental ha llegado muerto al hospital. Se mordió la lengua y se ahogó con su propia sangre —respondí al coro de preguntas anunciando lo más importante—. El Lobo se recupera. Su pronóstico es bueno.

—¿Se sabe algo de MacKenzie? —preguntó Atwyl con cierta preocupación.

—¡Por la Unidad, Ham! El mensaje acaba de salir.

—Ya lo sé, Stan. —Atwyl frunció el entrecejo—. Estaré más tranquilo si se queda por aquí hasta que el Lobo se recupere y vuelva al mando. Alguien tiene que cuidar de éstos.

Aunque hubo consenso general, me sorprendió ver que algunos oficiales no parecían tan entusiasmados. Quise comprobar la reacción de Elson, pero cuando intenté localizarlo, ya se había ido, al igual que sus Elementales.