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El coronel Wolf pasó la primera noche después de la batalla y el día siguiente comprobando que habían cesado todos los combates y se habían recogido todos los caídos. Aquella noche no durmió. Ni yo tampoco, pero al menos pude hacer mi trabajo con mejor estado de ánimo cuando llegó Maeve con los restos de su Lanza de Mando. Cuando nos confirmaron que los mensajes de hiperpulsación habían sido enviados a Alfa y Delta informándoles de que la situación estaba resuelta, el coronel me ordenó que me fuera a dormir. Le desobedecí, por supuesto: mi reunión con Maeve me ayudó a sentirme como nuevo mucho más que unas horas de sueño.
Con el cambio de turno de la noche, Schlomo acudió al centro de mando. Aunque era ante todo un especialista en investigación, había utilizado sus conocimientos de medicina para ayudar a los cirujanos de regimiento, que tenían demasiado trabajo. Como todos nosotros, estaba cansado casi hasta el agotamiento.
—¿Coronel Wolf?
—Sí, Schlomo.
—Está despierto.
—¿En qué estado?
—Grave, pero estable. Los de su especie son muy resistentes. Tal vez se recupere.
Schlomo se refería a Elson. Habían encontrado al Elemental metido en una armadura averiada y lo habían recogido casi muerto. El coronel había dado órdenes de que le informaran cuando Elson recuperase el conocimiento, si llegaba a hacerlo. El hecho de que hubiera sobrevivido sugería que el Elemental había combatido contra la muerte aún con más encarnizamiento que contra el Lobo.
El coronel hizo una señal a sus hombres. No era necesario decir nada; ya se había dicho todo durante la acalorada reunión con la que había amanecido. Allí había jefes militares de ambos bandos. El desafío había terminado y el resultado del Juicio se había invertido. Había llegado el momento de curar las heridas. Chandra, Jamison, Nichole, Atwyl, Grazier, Maeve, el joven Tetsuhara y Graham del Grupo Especial de Reconocimiento nos siguieron en dirección a la enfermería.
Los oficiales que nos seguían actuaban en calidad de consejo de emergencia de los Dragones. Eran como extensiones del Lobo en el penoso asunto de recoger las piezas de la unidad. Era un procedimiento poco frecuente y sólo parcialmente justificable dentro de la tradición de los Dragones. Aunque el coronel podía emitir decretos como comandante en jefe y esperaba ser obedecido, las órdenes resultaban más aceptables con el respaldo de un consejo de oficiales, sobre todo cuando entre éstos había algunos que se habían opuesto recientemente a él. El consejo de emergencia fue una solución improvisada, pero también lo eran muchas otras cosas que los Dragones iban a hacer durante algún tiempo.
El consejo oficial estaba deshecho, por supuesto. Varios de sus miembros habían muerto y el coronel no había aprobado todavía a sus sustitutos. Fancher se contaba entre los muertos, lo que dejaba sin representación al regimiento Beta. El regimiento Gamma se encontraba en una situación similar, aunque Parella estaba clasificado como desaparecido y no muerto. Los miembros desplazados fuera del planeta acudirían a Outreach tan pronto como se lo permitieran sus contratos. Hasta entonces, y hasta que se volviera a formar el consejo oficial, el coronel actuaría con el consejo y la aprobación del equipo de emergencia.
El complejo principal del Área de Entrenamiento Tetsuhara era un hervidero. Creía haber visto mucha actividad antes de la batalla, pero ahora había mucha más. Había BattleMechs y tanques abollados y con agujeros abiertos, en posiciones extrañas mientras los techs iban de un lado a otro trasladando sus equipos de reparaciones de uno a otro. Había armaduras averiadas extendidas sobre bastidores de reparaciones, en las que trabajaban los expertos en ese tipo de blindaje personal.
Sin embargo, las máquinas no eran las únicas bajas de la batalla y, desde luego, no eran las más importantes. La gigantesca Nave de Descenso Fortress que había llegado para poner fin al combate estaba transmitiendo energía al hospital y a las salas de operaciones para facilitar la labor. La sombra de la nave de guerra cubría las salas donde los médicos luchaban por salvar la vida a los heridos. Para atenderlos, el personal del hospital de campaña había cuadruplicado sus efectivos. Unos edificios que en circunstancias normales eran cuarteles, ahora se utilizaban como salas de recuperación y convalecencia. Schlomo nos condujo al edificio donde habían llevado a Elson.
Mientras caminábamos, eché un vistazo alrededor. Veía el color azul doquiera que miraba. Nadie había dado la orden de hacerlo, pero todos parecían ir vestidos con el uniforme azul de los Dragones, incluso los civiles. Muchos kuritanos también habían comprado monos azules. Yo no me iba a oponer a ello; habían demostrado su valía.
Sabía que, para algunos, vestir el uniforme normal de los Dragones en tiempo de paz era un alivio. Desde luego, yo estaba encantado de haberme librado del chaleco refrigerante y los pegajosos biosensores del sistema de retroalimentación. Creo que otros llevaban los monos como señal de solidaridad, como muestra de que todos eramos Dragones otra vez y no leales o rebeldes ni cualquier otra denominación inventada por una facción para designar a la otra. Algunos, sobre todo los que habían combatido por Elson y Alpin, probablemente estaban agradecidos por el anonimato que les proporcionaba el omnipresente color azul de los uniformes.
Cuando nuestra pequeña comitiva llegó a la entrada del antiguo cuartel, Maeve se adelantó para abrir la puerta, pero el picaporte se le escapó de la mano cuando alguien tiró de la puerta desde el interior. Dechan Fraser estuvo a punto de tirarla al suelo cuando se disponía a salir rápidamente. La agarró del brazo para sujetarla y se disculpó en japonés. Al menos, supongo que se trataba de una disculpa, porque sonó así.
El coronel Wolf se acercó a Fraser y dijo:
—Esperaba verlo pronto, Dechan. Tenemos muchas cosas de que hablar.
—No he venido a verlo. Me dijeron que era aquí donde podía encontrar a Jenette.
—Está en la sala Tres, ésta es la Dos —aclaró Schlomo.
—Podemos hablar más tarde —dijo el coronel.
—Sí, claro. —Fraser miró a los integrantes de nuestro grupo con una sonrisa claramente incómoda—. Parece que ha habido muchos cambios, coronel. Supongo que al menos puedo quedarme para las presentaciones. He estado fuera mucho tiempo y, si voy a quedarme, tendré que conocer a estas personas. Incluso podría presentarme a su hija.
Como Rachel no estaba con nosotros, me sentí perplejo durante unos momentos. Cuando me di cuenta de que Fraser estaba mirando a Maeve, comprendí de pronto lo que quería decir. El coronel y Maeve eran ambos muy altos y de complexión fuerte. Él tenía los hombros más anchos, pero no mucho. Ambos tenían los ojos grises y la misma tez oscura, y ella tenía los cabellos de color negro azabache como él los había tenido en el pasado. Recordé que Maeve procedía de un sibko mixto y no se conocía su parentesco. Sin embargo, todo el mundo sabía que el Lobo siempre se había negado a hacer donaciones a los bancos de esperma, afirmando que su linaje de sangre era todo lo que él necesitaba. Fue como si me hubieran disparado un CPP al cerebro.
Mientras yo permanecía estupefacto, Maeve se presentó.
—La hija del coronel Wolf está trabajando en el hospital con su madre. Me llamo Maeve y soy la comandante en jefe de la Telaraña.
—¿La que pilotaba el Thunderbolt? —preguntó Fraser, perplejo.
—En efecto.
—La capitana Rand está en la enfermería número Tres —intervino Schlomo—. Si lo desea, puedo conducirlo allí.
Fraser meneó la cabeza como si se acabase de despertar de una pesadilla.
—Por aquí —agregó Schlomo, tirándole del brazo.
Observé cómo Schlomo se llevaba a Fraser mientras los demás entrábamos en la enfermería. Nunca había visto tan vehemente al anciano y me pregunté si sabía algo que callaba.
Fui el último en llegar junto a la cama de Elson; su aspecto me impresionó. El Elemental parecía haberse encogido; su lucha con la muerte había consumido su cuerpo. Yacía inerte, envuelto en vendas y recubrimientos de quemaduras. Tenía la mayor parte de la piel visible cubierta de rasguños y heridas, y uno de sus ojos estaba hinchado. A pesar de tantas lesiones, su espíritu seguía incólume, como comprendí cuando le habló al coronel.
—Sabía que tendría noticias suyas, Wolf. ¿Es éste su consejo de guerra?
—No lo creo —dijo Jaime Wolf.
Elson consiguió emitir una risa quebrada.
—¿Tan pesimista es el diagnóstico?
—No. Los médicos dicen que usted es un luchador y le dan algunas posibilidades. Yo quiero hacer lo mismo.
Elson murmuró algo, pero no entendí sus palabras. Dudo que alguien lo hiciera. El coronel lo miró en silencio unos momentos, carraspeó y añadió:
—Luchamos por los Dragones porque no eran lo que queríamos que fuesen. Yo los cedí por un tiempo porque estaba cansado. Dejé que mis sentimientos personales interfiriesen en mi buen juicio y mi deber.
—Yo no soy su psicólogo, Wolf.
—Se equivoca, Elson. —El coronel, que estaba al pie de la cama, fue hacia la cabecera y se sentó en un taburete que le pasó Atwyl—. Ahora, los Dragones van a ser distintos. Ambos queríamos que así fuera.
»En el pasado, pensé que para mantener con vida a los Dragones debía cambiarlos según sus necesidades, pero no lo hacía correctamente. Soy un estratega, no un sociólogo. Actuaba en un ámbito que desconozco y lo estropeé todo. No entendía algunas de las cosas que nos han pasado y algunos de los cambios que hemos sufrido. Habíamos evolucionado mucho a partir de nuestro legado de los Clanes, pero olvidé que algunos no tienen la misma historia, y tal vez ni siquiera quieran compartirla. Usted me abrió los ojos.
—Yo le habría abierto el cuello —dijo Elson con un hilo de voz.
—Y eso fue lo que usted creía que era correcto. Sé que, desde su punto de vista, yo había fracasado como líder. En cierto modo, tenía razón. Algunas de mis políticas eran erróneas. Ahora lo entiendo. No me di cuenta hasta qué punto habíamos cambiado ni de lo poco que hacíamos para acoger a los recién llegados. Un mal trato para aquellos que no habían nacido en la elite es una queja habitual de los librenacidos con respecto a los Clanes, pero nosotros hemos cometido los mismos errores. Nadie quiere ser un ciudadano de segunda clase. Sin embargo, creía que lo superaríamos. Pensé que, con el tiempo, las cosas se arreglarían, pero no hubo tiempo suficiente. Nunca lo hay.
—No voy a perdonarlo.
—No le pido que lo haga. La situación ya no puede ser la que fue, pero supongo que nada permanece. La vida implica cambio y, si uno no cambia, no está vivo, ¿quiaf? Creo que usted entiende lo que significa querer hacer lo correcto y fracasar.
Elson giró la cabeza para no tener que mirar al coronel.
—Estoy preparado para aceptar el destino de los fracasados —dijo en voz baja.
—¿Está preparado para combatir? Quiero cambiar el pasado. Quiero que quienes luzcan el emblema de los Dragones formen parte de nosotros, y quiero que todos se ganen su lugar y nadie ostente un cargo que no se haya ganado. ¿No es eso buena parte de aquello por lo que luchaba? ¿Todavía tiene fuerzas para luchar por ello?
—¿Qué quiere decir? —preguntó Elson, volviéndose de nuevo hacia el coronel.
—Fueron la desconfianza y la incomprensión lo que nos ha llevado a este extremo.
—Y bastante ambición —lo interrumpió Atwyl.
—Nadie lo niega, Ham —respondió el coronel sin mirarlo—. La ambición no es necesariamente negativa. A veces es exactamente lo que necesitamos. Yo también tengo ambiciones. Quiero que aquello por lo que hemos pasado sea el crisol del que surgirá una organización mejor. Ahora está claro que no podemos seguir siendo lo que fuimos. Ya no somos de los Clanes, como tampoco somos de la Esfera Interior; somos una mezcla de ambos. Más que eso: somos lo que nos han forjado nuestras vidas y nuestras batallas. No alcanzaremos nuestro futuro aferrándonos al pasado; tenemos que trazar un nuevo rumbo.
Elson miró con su ojo sano a Wolf y repuso:
—No puede sugerir que abandonemos la senda del honor.
—La senda del honor es un concepto más antiguo que los Clanes. Ha significado cosas distintas para la gente con el paso del tiempo, pero creo que hay algunos elementos básicos. Yo nunca le pediría a usted ni a nadie que los abandonara. Si ha de tener una senda del honor, tenemos que encontrar una que también sirva a los Dragones. No somos un clan, ni somos el ejército resucitado de la Liga Estelar. Alquilamos a nuestros guerreros, pero no somos sólo una compañía mercenaria. Somos algo diferente, algo nuevo. ¿Está dispuesto a ayudarme a encontrar un nuevo camino, Elson?
—No puedo formar parte de eso.
—¿Por qué no? ¿Tiene miedo? —lo provocó Maeve.
—Soy hijo de los Clanes —respondió Elson, movido por el orgullo—. Su legado está en mi sangre. Aunque soy un librenacido, siempre supe que formaba parte de algo cuando estaba en los Gatos Nova. Debo formar parte de algo. No puedo ser un mercenario.
—Ya forma parte de algo —insistió el coronel—. De nosotros.
—De la Manada de Lobos —dijo Maeve sonriendo.
—No apruebo ese nombre —declaró Jaime Wolf.
Maeve sonrió aún más.
—Demasiado tarde. Va a hacerse popular.
—Somos los Dragones —insistió él.
—Sí, los Dragones de Wolf. Y también somos la Manada de Lobos.
—Yo no soy ninguna de ambas cosas —repuso Elson.
—Ha sido un rebelde, pero también es un guerrero —dijo el coronel—. A veces, los guerreros de los Clanes fracasan en un desafío. Eso no los convierte en unos proscritos. La prueba a la que nos ha sometido ha fortalecido a los Dragones. Aunque ha sido una prueba más dura de lo que habría querido, creo que gracias a ella seremos mejores. Sobre todo si usted se encarga de que podamos mejorar juntos.
—Ya no le entiendo.
—El coronel le ofrece ser reintegrado a su rango —explicó Nichole.
—Es un honor para usted, patán —dijo Atwyl.
Elson miró iracundo a Atwyl con su único ojo sano, pero fue algo momentáneo. Luego se volvió con calma al coronel y dijo:
—Usted me ha vencido, Jaime Wolf. Puedo aceptarle como mi Khan.
El coronel meneó la cabeza y respondió:
—No hay Khanes. Esa es la tradición de los Clanes. Sin embargo, creo que necesitaremos un cargo distinto del de coronel. Esta posición de primero entre todos los oficiales ya no tendrá la carga de la administración planetaria. Adoptaré el título de Jefe.
—No me preocupa cómo se haga llamar. La organización será la misma.
—Entonces, ¿acepta? —preguntó Nichole ansiosamente.
—Serviré con lealtad al hombre que ha demostrado ser mi superior —contestó Elson.