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Dechan sacó la chaqueta ceremonial del armario y frunció el entrecejo. La había comprado el día anterior y en la tienda no parecía tan humilde. Se la puso, se ajustó las hombreras sobre los hombros y la examinó de nuevo. Tenía un aspecto bastante riguroso y marcial. Serviría.

Cuando se enteró de eso que los Dragones llamaban «Recuerdo», no quiso ir. No se habían tomado la molestia de informarle al respecto cuando llevaba su uniforme. ¿Qué le importaba ahora? Sin embargo, Jenette le había hecho cambiar de opinión.

Dechan había conocido a MacKenzie Wolf con el nombre de Darnell Winningham durante los años que el hijo de Wolf había pasado aprendiendo el oficio. Cuando se descubrió su identidad, la versión oficial fue que la razón de la identidad falsa era evitar que MacKenzie recibiese un trato especial. Sin embargo, a juzgar por lo que Dechan había averiguado hacía poco sobre los Dragones, parecía más probable que fuese una costumbre de los Clanes: MacKenzie tenía que ganarse su nombre, o algo así. O tal vez era otra muestra de la afición de Jaime Wolf por las cosas secretas y los dobles juegos.

Fuera lo que fuese, MacKenzie estaba muerto y se iba a celebrar el Recuerdo en su honor. Jenette tenía razón al insistir en que se trataba de honrar a MacKenzie, no de la manera como los Dragones habían tratado a Dechan. Darnell había sido un buen jefe de compañía, y había sido uno de los pocos que no murieron cuando Dechan estuvo en la Periferia y en el Condominio. Un funeral podía ser la manera de enterrar el pasado.

Jenette salió del baño frotándose enérgicamente con la toalla los últimos restos de agua de sus cortos cabellos.

—Estás guapo, pero preferiría que llevases tu uniforme.

—Ya hemos hablado de eso.

Ella frunció el entrecejo y se encogió de hombros. Se ciñó los ajustados pantalones de su uniforme y se puso la camisa y la chaqueta con su brusca eficacia habitual. Las fundas del cinturón estaban vacías; incluso las armas ceremoniales eran inapropiadas en un Recuerdo. Él la ayudó a ajustarse la capa y cerró el broche de la cabeza de lobo. Ella se peinó los cabellos rápidamente hasta que quedaron presentables y se colocó la boina en posición inclinada. Estaba espléndida vestida de uniforme, pero se trataba de un efecto cuidadosamente calculado por quienes habían diseñado aquella ropa.

Jenette guardó un silencio impropio de ella mientras se dirigían al centro de la ciudad, y a Dechan no le apetecía iniciar una conversación. ¿Qué podía decir? Salieron del metro cerca de la entrada principal del Salón del Lobo. El Recuerdo iba a celebrarse en la gran sala del cuartel general. De camino a aquella sala, fueron acompañados por Dragones vestidos con ondeantes capas. Otros se acercaban, uno a uno o en pequeños grupos, desde todas las direcciones. La multitud guardaba un silencio poco habitual; los únicos sonidos eran los del tráfico, en la lejanía.

La gran sala descendía hasta un escenario. Normalmente había asientos sujetos a los niveles escalonados de la estancia, pero los habían quitado. Esa noche, el público iba a permanecer de pie. En señal de respeto por el difunto, según Jenette. Dechan la siguió hasta una fila que se hallaba a un tercio de la distancia hasta el escenario y se colocaron en el centro. Dechan examinó el escenario: salvo un sencillo podio envuelto en plástico negro, estaba vacío. En la parte frontal podía verse el emblema de la cabeza de lobo negra sobre un disco rojo. El podio tenía unos micrófonos para que la voz del orador se oyera con facilidad en las filas superiores. Dechan no podía verlos directamente, pero se distinguían en la imagen ampliada que se proyectaba en la pared de detrás del escenario. La pantalla, como la parte frontal del escenario y las paredes de la sala, estaba cubierta por telones negros.

La sala se llenó enseguida con lo que Dechan definió como precisión militar. Una vez en el interior del recinto, los Dragones parecieron sentir que aumentaba un poco la solemnidad del acto. El ambiente estaba cargado con el suave murmullo de centenares de conversaciones. Los fragmentos que Dechan pudo oír parecían estar relacionados con sucesos y personas que él no conocía. Dejó de escuchar y miró hacia el escenario con cierta melancolía.

De las alas del escenario salieron dos figuras. Una de ellas era Jaime Wolf, con la cabeza muy erguida, agitando su melena gris. En lugar de la capa habitual, llevaba una túnica roja sin mangas sobre su uniforme de gala. Las amplias solapas estaban tachonadas de insignias y cintas. La persona que lo acompañaba iba envuelta de los pies a la cabeza con un atuendo negro y holgado que ocultaba su sexo del mismo modo que la capucha escondía su rostro. También llevaba una túnica de solapas anchas y condecoraciones semejantes a las de Wolf.

Este se acercó al podio y esperó hasta que se hizo el silencio en la sala.

—Soy el Señor del Juramento —anunció, y exploró la sala como si pasara lista a los presentes—. Todos ustedes han venido atendiendo a mi llamada. Escuchen como exige el honor. Hablen como requiera el honor.

Dio media vuelta con gesto brusco y se retiró al fondo del escenario, donde se detuvo y se mantuvo en posición de firmes. La persona del vestido negro ocupó su lugar en el podio. Tenía una voz grave y masculina.

—Soy el Señor de la Sabiduría, preservador del Recuerdo.

Debió de tocar un control del podio, ya que en los altavoces empezó a sonar una campana con el toque de difuntos. Cuando el sonido se apagó, el hombre vestido de negro volvió a tomar la palabra.

—La muerte es el destino del guerrero, y todos nosotros somos guerreros. Buscando la llama que despeja las tinieblas del olvido, recorremos la senda del honor y, en el honor, encontramos la luz que buscamos. El honor es la luz que brilla en nuestros corazones.

»El guerrero que crea brillar por encima de los demás —continuó— chisporroteará y quedará reducido a cenizas. El que aspire al bien de sus semejantes por encima del suyo propio, arderá con una llama eterna. Que sea recordado en los salones.

La campana volvió a repicar.

Una procesión salió del fondo de la sala y descendió por el pasillo central. Al frente iba Alpin Wolf. Detrás de él iban su madre Katherine y Marisha Dandridge. La hija de MacKenzie, Shauna, iba a continuación, seguida de Rachel y Joshua Wolf. Todos ellos, salvo Alpin, llevaban velas encendidas. Alpin sostenía un uniforme plegado. Se detuvieron al borde del escenario y Alpin dejó el uniforme en el suelo.

—¿Quién ha caído? —preguntó el Señor de la Sabiduría.

—MacKenzie Wolf —respondió Alpin.

—¿Con qué derecho se dirigen a esta asamblea?

—Era mi padre de sangre —dijeron al unísono Alpin y Shauna, quien apagó de un soplido la vela que sostenía.

—Era mi esposo —dijo Katherine, y también apagó la suya.

—Era mi hijo por la ley —dijo Marisha e hizo lo mismo.

—Era mi hermano por la ley —dijeron Rachel y Joshua en un coro desafinado. Rachel tuvo que ayudar a Joshua a apagar su vela.

—Pedimos que sea recordado —exclamaron todos al unísono.

El Señor de la Sabiduría asintió con gesto solemne.

—Son la familia de MacKenzie Wolf. Tienen ese derecho.

El silencio de la sala fue quebrado por unos murmullos. Dechan advirtió que el ruido más intenso procedía de las áreas donde se encontraban los adoptados de los Clanes.

—¿Qué pasa? —susurró a Jenette.

—Es el lavado de cerebro de los Clanes —contestó ella.

—¿Quién hablará de este guerrero? ¿Quién fue testigo de su fin?

La voz del Señor de la Sabiduría devolvió el silencio a la sala. No ocurrió nada por unos instantes. Entonces un hombre corpulento, un Elemental a juzgar por su uniforme, salió al pasillo central y dijo:

—Soy Edelstein, capitán. Estaba allí cuando murió Mackenzie Wolf. Murió como un guerrero, con el rostro vuelto hacia quienes querían matarlo. Es digno.

Cuando Edelstein regresó a su lugar, la multitud contestó con la respuesta ritual:

—¡Seyla!

Dechan recordó el día que había oído aquella palabra por primera vez. Fue el principio del fin de los Dragones en el Condominio Draconis. Fue la palabra pronunciada por los Dragones reunidos en asamblea para expresar su aprobación del plan de huida del Condominio. En esa situación también indicaba su asentimiento. Sin embargo, aunque las circunstancias eran menos terribles, volvió a sentir un escalofrío.

—Una muerte sola no es suficiente —dijo el Señor de la Sabiduría—. ¿Quién hablará de la vida de MacKenzie Wolf?

Un Dragón que estaba en la primera fila salió al pasillo y fue hacia las escaleras que conducían al escenario. Una mujer que sostenía un vestido blanco fue a su encuentro. El Dragón se quitó la capa y se puso la vestimenta, y el Señor de la Sabiduría le cedió su lugar en el podio. El Dragón guardó unos instantes de silencio ante los micrófonos antes de empezar a hablar.

—Escuchen las palabra que traemos con nosotros. Este es el Recuerdo, nuestro pasado y nuestro honor. Escuchen el papel que representó MacKenzie Wolf en nuestro clan.

El hombre empezó a cantar. La letra era arcaica y el ritmo complejo. Dechan sintió la tentación de volverse para ver si había una pantalla que mostrase el texto. Sin embargo, su tentación se desvaneció cuando observó que el hombre tenía los ojos cerrados. La historia contada por aquella canción parecía narrar el origen y la historia de los Dragones de Wolf. Se citaban los hechos más destacados, pero el relato era inconexo, como si el orador omitiese algunos sucesos. Dechan supuso que aquel cántico era una versión modificada de otro más largo; si tuviera que contar todos los detalles con la minuciosidad de algunas estrofas, podían pasarse varios días allí.

El relato del orador contenía cada vez más detalles al narrar los hechos más significativos de la vida así como el historial de guerrero de MacKenzie Wolf. El tono de las expresiones y las palabras elegidas hacían que todo sonara muy heroico. Dechan casi se había desentendido cuando el orador llegó a la batalla de Misery; entonces prestó atención pero pronto lamentó haberlo hecho. No mencionó las intervenciones de Dechan, sino que fue su viejo amigo, Thom Domínguez, quien fue exaltado como el vencedor del Hombre de Hierro.

—Tenían que guardar el secreto, ¿recuerdas? —le susurró Jenette al oído. Lo había cogido del brazo y él notó entonces que estaba temblando.

—Creía que la mentira había terminado.

El orador prosiguió contando las hazañas de MacKenzie y la lucha para reorganizar los Dragones. Cantó estrofas sobre su servicio en el batallón de la Viuda Negra y, al final, su período como líder. Por último, el relató llegó a su fin. El orador se apartó e hizo una reverencia al Señor de la Sabiduría, quien regresó al podio.

—MacKenzie Wolf ha caído. ¿Debe ser recordado su nombre en los salones?

El silencio reinó en la estancia.

Hamilton Atwyl salió al pasillo y gritó:

—¡Af! Que su nombre…

Unos gritos de: «¡Neg! ¡Neg!» lo interrumpieron.

Se alzaron voces opuestas mientras la solemnidad y la dignidad del acto se esfumaban en el tumulto. Dechan observó a Jaime Wolf y se sorprendió al ver su pose rígida. Aun cuando el Señor de la Sabiduría se volvió hacia él y le dijo algo que los micrófonos no captaron, el coronel siguió en posición de firmes y en silencio. El Señor de la Sabiduría hizo sonar la campana, que siguió repicando hasta que el tumulto se acalló y volvió a reinar el silencio.

—La regla es clara. Murió como un guerrero y será recordado como un guerrero, uno entre muchos. Este es el consejo del Señor de la Sabiduría.

Se produjo una pausa, seguida de unos murmullos y algunas exclamaciones de satisfacción. De todas formas, no hubo objeciones.

Seyla —entonó el Señor de la Sabiduría.

Seyla —repitió el improvisado coro.

La muchedumbre hizo mucho más ruido al dispersarse que cuando había llegado. Los Dragones se apretujaban para salir y Dechan quedó separado de Jenette por un tanquista rechoncho que no parecía tener prisa. Jenette pareció, no darse cuenta y siguió avanzando. Dechan estaba seguro de que ella lo esperaría fuera, de modo que se resignó a ir más despacio. Poco después consiguió salir y se marcharon de allí.

Fuera de la sala se produjo una pelea que paralizó a la multitud. Dechan se apoyó en el umbral de la puerta, divertido e irritado al mismo tiempo. Una demostración de la unidad de los Dragones. Su vida parecía consistir en esperar a aquel tipo de personas.

—Parece que se han olvidado de usted, Dechan Fraser —dijo una voz.

Dechan se volvió hacia la persona que le había hablado: era un hombre gigantesco de cabellos del color de la arena. Ni el rostro ni la grave voz le resultaban conocidas, pero lucía una placa en el uniforme de gala con su nombre.

—¿Qué sabe al respecto, mayor Elson?

—Yo también fui adoptado.

—Pero ahora forma parte de la gran familia feliz.

—Suelo hablar con muchos de los que no forman parte del círculo de viejos camaradas y aduladores que rodean a Wolf. Algunos me han contado que usted fue en el pasado una joven promesa de los Dragones. Algunos dicen incluso que tenía hechuras de coronel y que algún día podía haber llegado a dirigir los Dragones. Pero eso fue antes de que Wolf lo enviase lejos. Muchos aseguran que él no da a los extraños la recompensa que se merecen.

—Sí, bueno, fueran cuales fuesen mis posibilidades, todo eso ya es historia.

—Mire alrededor, Fraser. No todo el mundo se preocupa por la manera en que algunos oficiales son ascendidos y obtienen privilegios. Los Dragones están cambiando.

Eso era evidente, pero Dechan no entendía cuáles eran las intenciones de aquel hombre. Tal vez había estado lejos demasiado tiempo para conocer las distintas tendencias existentes entre los Dragones, pero había vivido lo bastante con los kuritanos para saber que no era recomendable asociarse a un desconocido.

—¿Qué insinúa?

—No insinúo nada. Sólo comento lo obvio.

—Tal vez sea obvio para usted.

—Me dijeron que usted era un hombre observador. Ya sabe lo que los antiguos Dragones hicieron con usted. Mire alrededor, observe cómo está la situación y recuerde lo que ha oído hoy.

—¿Y qué quiere decir todo eso?

Si aquel hombre estaba molesto por la actitud insolente de Dechan, no lo demostró. Mantuvo un tono de voz calmado y lo bastante bajo para que sólo él lo oyera. Sonrió con expresión amistosa, casi cómplice, y respondió:

—Los verdaderos Dragones dan la bienvenida y honran a los verdaderos guerreros.

—Mire, mayor, no estoy de humor para declaraciones solemnes.

—En tal caso, lamento haberlo molestado —se disculpó Elson, inclinando la cabeza—. Me ocuparé de mis asuntos y no volveré a importunarlo. Que le vaya bien, Dechan Fraser.

El gigante desapareció con una rapidez sorprendente entre el gentío que empezaba a dispersarse. Jenette llamó a Dechan, quien se encaminó hacia donde estaba ella. Estaba claro que su mujer también había visto a aquel hombre.

—¿Quién era?

Dechan descubrió, con sorpresa, que era reacio a revelarle los comentarios del gigante.

—Alguien que creía conocerme.

—No sabía que conocieras a ningún Elemental.

—No los conozco, pero tal vez algún día sí.

Su ambigüedad hizo arrugar el entrecejo a Jenette, pero se echó a reír en un intento de alegrarlo.

—Esta noche no tenemos por qué jugar a soldaditos; eso ya se ha acabado. Te prometí que tendríamos la noche para nosotros después del Recuerdo y, por lo tanto, estoy a tus órdenes. ¿Qué quieres hacer?

—Creo que sólo quiero volver a casa.