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Incluso si hubiese sido una maniobra realizada en tiempo de paz, la retirada de la falsa fábrica habría sido un milagro de coordinación. Con los ’Mechs del regimiento Beta y los Elementales de Elson presionándonos, no esperaba que saliéramos bien parados. Sin embargo, el Lobo conocía nuestra capacidad mejor que nosotros mismos y ambas fases se completaron con éxito.
Nuestros ’Mechs huyeron del área construida en un aparente, y casi auténtico, desorden. Los BattleMechs de Beta picaron el anzuelo y nos persiguieron, atrapándonos cuando redujimos la velocidad entre las quebradas y hondonadas de la región situada al sur del complejo. Era un territorio ideal para el combate a corta distancia, algo que no podíamos hacer durante mucho tiempo frente a las máquinas en mejor estado y los pilotos más experimentados de Beta. Ellos también lo sabían y acudieron a toda marcha. Perdimos tres ’Mechs durante los diez primeros minutos del enfrentamiento.
Creo que lo único que evitó nuestra derrota fue saber que no tendríamos que resistir así mucho tiempo. Se oyeron vítores a través de los canales tácticos cuando Rand informó de la llegada del primero de nuestros zumbadores tras los ’Mechs de Beta.
El Lobo había llamado «fase dos» a ese período de la batalla: era un nombre prosaico para la combinación del rugido de rayos láser y el lanzamiento de cohetes que era el ataque de nuestros Elementales contra los sorprendidos pilotos de los ’Mechs de Beta. Los Elementales de Shadd los atacaron por la retaguardia y totalmente desprevenidos.
En los confines de aquellas hondonadas, los ’Mechs tenían muchas dificultades para librarse de los Elementales. La infantería blindada se apiñaba sobre los ’Mechs, trepando sobre los modelos ligeros y perforando sus blindajes. Vi cómo un Hornet se elevaba sobre nubes de retropropulsión para intentar quitarse de encima a sus torturadores. Cayeron algunos fragmentos y, al cabo de unos instantes, varió ligeramente la trayectoria. El humo empezó a teñir los gases de las toberas, hubo un fogonazo y el Hornet empezó a estremecerse. Se inclinó hacia el suelo y consiguió sacudirse de encima a tres soldados de infantería blindada cuando estaba a menos de veinte metros de la superficie. Los soldados usaron sus propios retropropulsores para suavizar el aterrizaje. En cuanto al Hornet, sólo encontró la muerte entre un mar de llamas.
El Hornet sólo era un BattleMech de veinte toneladas, el más ligero de nuestros adversarios. Los Elementales no tuvieron tanto éxito con las máquinas más grandes, cuyo blindaje resistió sus ataques el tiempo suficiente para liberarse o conseguir que un compañero acudiera en su rescate.
El ataque por sorpresa de los Elementales dio una oportunidad a mi grupo de combate de compartir nuestros puntos de vista. Ver a los Elementales crear tanta confusión entre los miembros de Beta nos dio esperanzas. Cuando comprobamos que los soldados blindados habían agotado sus municiones de misiles, nos lanzamos a la carga. Fue una ofensiva muy dura, pero insuficiente para derrotar a Beta.
Vi que el Victor de Hans Vordel sufría el impacto de un cañón automático de doscientos milímetros entre una terrible andanada de misiles. Aquel ’Mech de ochenta toneladas se estremeció por el impacto y se quedó paralizado. Pensé que aquella bestia mecánica sólo se había bloqueado a causa del exceso de calor y viré con el Loki hacia ella con la esperanza de protegerla para que el enemigo no la destrozase antes de que el piloto encendiera de nuevo el reactor de fusión. Aún no había recorrido cincuenta metros cuando el Victor volvió a vibrar. Las oscilaciones aumentaron a una velocidad aterradora. Entonces, el brazo derecho del ’Mech se desintegró con una lluvia de fragmentos de metralla. La máquina se inclinó hacia atrás y, mientras caía, se torció hacia la izquierda. Incluso en el estrépito del combate, pude oír el estruendo de su caída. Unos rayos abrasadores alcanzaron al ’Mech caído, devorando su superficie y ahondando en los orificios de su blindaje. El ’Mech voló en pedazos cuando uno de esos rayos encontró el depósito de municiones y los restantes misiles detonaron en medio de una tormenta de fuego. Aminoré la marcha. Ya no podía hacer nada por el guerrero caído. Envié a sus asesinos un rayo del láser de siete centímetros que llevaba montado mi Loki en el brazo derecho y retrocedí. Los otros guerreros de mi grupo de combate seguían luchando y me necesitaban más que el hombre muerto.
No sufrí muchos daños mientras escapaba de los que habían matado a Vordel. Se retiraron cuando fui corriendo a las posiciones defendidas por nuestros Elementales, lo que me permitió reunirme con una de mis lanzas.
Trasladé a los restantes miembros de mi grupo de combate a un área de montículos bajos de grava cerca de los restos de la maquinaria de procesamiento; aquella posición nos daba una vista excelente de la autopista que iba hacia el sur, al corazón del Área de Entrenamiento Tetsuhara. En algún lugar a lo largo de aquella carretera se hallaba el puesto de mando del coronel y nuestras últimas reservas. Más abajo y al este, Maeve dirigía la resistencia contra el avance del regimiento Gamma. El sistema de interferencias que usábamos contra el enemigo también nos impedía a nosotros mantenernos en comunicación con nuestras dispersas fuerzas. Recé para que a ella le fuese mejor que a mí.
Entre las hondonadas, Beta estaba ganando la batalla. Observé a un par de ’Mechs pesados atacando simultáneamente a un Wolfhound. El piloto de ese ’Mech ligero se defendió con valentía durante los dos minutos que sus oponentes más corpulentos tardaron en incendiar, perforar y resquebrajar el blindaje lo suficiente para dejar al descubierto la estructura interna del ’Mech. Vi saltar al piloto justo antes de que los dos ’Mechs pesados destruyeran su máquina.
Intercepté un láser de comunicaciones confidencial entre dos unidades del regimiento Beta que flanqueaban nuestra posición. El remitente informaba de algo que yo ya sabía: se acercaban unos BattleMechs desde el centro del Área de Entrenamiento Tetsuhara; eran los ’Mechs de la Manada de Lobos.
Y venía el Lobo en persona.
Si Wolf salía de su escondite, significaba que la batalla decisiva había comenzado. Elson sólo deseaba que se desarrollase según sus planes y no según los de Wolf. Sin embargo, era inútil quejarse o maldecir su suerte. Las interferencias impedían la coordinación de las fuerzas atacantes; sólo la acción directa podía devolverles la iniciativa.
La batalla de ’Mechs se libraba a varios kilómetros de distancia, pero no tenía otra opción que seguir dirigiéndose hacia ella. Apremió a sus soldados para que acelerasen. Los Elementales levantaron nubes de vapor sobre la llanura, siguiendo el rastro de los ’Mechs de Beta.
Elson esperaba llegar al campo de batalla a tiempo de decantar la balanza a su favor.
El Gladiator de Alicia Fancher agitó los brazos en una extraña parodia de los gestos de un guardia de tráfico. Al carecer de comunicaciones fiables por radio, hacía señales con las manos de su ’Mech para dirigir a sus unidades. Su táctica tenía una eficacia moderada, cuando sus MechWarriors se acordaban de mirar de vez en cuando a su jefe. Al menos, una compañía respondió a sus esfuerzos y fue a bloquear el avance del coronel Wolf.
Pero este sistema exigía que ella estuviera siempre al descubierto, lo que nos permitía verla a nosotros. Como la mayor parte del grupo de batalla estaba lo bastante lejos del radio de alcance eficaz, ella estaba relativamente a salvo mientras nuestros Mechs no consiguieran acercarse más.
El Mongoose de Rand apareció entre las hondonadas, al frente de los restos de su compañía. Sólo quedaban seis, todos ligeros y medios y también todos con desperfectos, pero pese a todo corrieron con arrojo hacia el monstruo de cien toneladas de Fancher. Como disparaban mientras corrían, no consiguieron dar tantas veces en el blanco como habrían hecho en otras circunstancias, pero aun así lograron distraer a Fancher, que bajó de la cima de la colina donde se encontraba. El grupo de Rand siguió acercándose y extendiéndose para rodear al Gladiator. Fue una maniobra osada; cuando llegaron las fuerzas de apoyo a Fancher, Rand sólo demostró que los BattleMechs ligeros no eran rival para los pesados y los de asalto. Sin embargo, Rand había estado combatiendo durante toda la batalla como si tuviese que demostrar algo.
Yo no tenía tiempo de preocuparme por ella. La fuerza del coronel se estaba enfrentando a la compañía enviada para detenerlo y necesitaba ayuda. Hice retroceder a mi Loki unos metros hasta que llegué a un lugar donde podía dar media vuelta. Los otros guerreros me siguieron bajando por la ladera de la colina.
Llegamos al nivel del suelo a tiempo de ver que la compañía de Beta retrocedía frente a los ’Mechs del coronel. Las máquinas de Beta habían sufrido muchos daños y sus oponentes apenas tenían algunos rasguños. Había más máquinas de la Manada de Lobos de las que yo esperaba, y tardé unos momentos en comprender que eran los kuritanos quienes acompañaban al coronel. No me extrañaba que la compañía de Beta hubiese sido tan castigada.
Esa primera escaramuza con nuestras tropas de reserva no sería la única. El coronel Wolf había apostado claramente por la victoria en el flanco norte para llegar a ganar esta batalla. Traer a los kuritanos ponía en peligro toda la defensa, ya que arrebataba el elemento móvil del flanco sur. Si el regimiento Epsilon de Nichole mantenía el terreno, todo iría bien para nosotros. De lo contrario, estábamos perdidos.
En cualquier caso, no había marcha atrás.
Un Elemental quedó pulverizado bajo el fuego abrasador de un rayo de CPP.
Elson lanzó sus dos últimos MCA contra aquel Clint. Uno explotó en su hombro izquierdo, mientras el otro abrió una brillante cicatriz metálica en la parte superior del pecho. Un mal resultado, pero al menos ambos proyectiles habían dado en el blanco.
En campo abierto, los Elementales raras veces eran rival para unos MechWarriors que supieran lo que hacían. Los rebeldes no eran estúpidos. Mantenían la distancia y obligaban a los Elementales a seguir moviéndose o morir. ¡Menuda elección! Incluso moviéndose, algunos Elementales caían bajo el fuego de unas armas con mayor radio de alcance.
El final de las interferencias facilitó la coordinación con las distintas Estrellas. También hizo que los gritos de los agonizantes pudieran oírse mejor.
Un rayo láser quemó el terreno a los pies de Elson. Se apartó, listo para activar sus retropropulsores, pero otro rayo incidió en su armadura de combate justo encima de la rodilla. Sintió un dolor lacerante en la pierna, pero el traje ya estaba bombeando gel curativo hacia aquella zona, aliviando el dolor. Sintió una oleada de calor y lanzó una maldición. El control automático de daños del traje estaba actuando y el inyector automático acababa de llenar sus venas con sedantes y adrenalina sintética que los Elementales llamaban «jugo de héroe».
Quería pensar con claridad.
Tenía que hacerlo.
El Locust que lo había herido disparó de nuevo, pero esta vez, gracias al jugo, Elson fue más rápido. Se apartó y esquivó el rayo. El láser sólo chamuscó la tierra. Esquivando y yendo en zigzag, Elson fue acercándose a aquel ’Mech ligero.
Tenía que destruirlo antes de que acabara con él.
Entonces tendría tiempo para pensar. Tendría tiempo para hacer planes y encontrar una solución para ese desastre.
El Locust disparó de nuevo.
Un fuerte dolor laceró su pecho y se extendió más deprisa que el gel.
Intentó seguir moviéndose y activar el láser de su traje para mostrar al piloto lo que un Elemental podía hacerle a un ’Mech.
El traje no respondió. Saltaron chispas ante sus ojos y la pantalla del casco se desconectó. Las luces del sistema se apagaron y la oscuridad invadió su casco.
El Lobo era lento, pero elegante. Era viejo y ya no tenía los reflejos centelleantes del pasado, a pesar de lo que algunos decían sobre la vitalidad de las personas criadas por los Clanes. Sin embargo, su astucia y su experiencia lo compensaban en exceso. Manejaba su ’Mech como si formase parte de él, casi como la fabulosa mezcla de hombre y máquina que era tan popular en los holovídeos.
Unos misiles despegaron de los voluminosos hombros del Archer y trazaron nubes de humo en el cielo mientras buscaban sus objetivos. Cada proyectil hizo impacto con una precisión que sobrepasaba la mera puntería asistida por ordenador. El Lobo orientaba su munición con un instinto que no podía medirse.
Mi desmembrada lanza se unió al grupo del coronel a tiempo de sufrir otra embestida de Beta. Los kuritanos respondieron con mayor rapidez que nosotros. Entonces averiguamos que no éramos los únicos capaces de realizar añagazas.
Una compañía de ’Mechs medianos surgió de un cauce seco que una meseta rica en hierro había ocultado a nuestros ojos. Otra lanza pasó volando por encima. Cayeron sobre nosotros en cuestión de segundos.
Un Wasp recibió una andanada disparada por el coronel y se desintegró antes de poder aterrizar. Fue el único atacante derribado antes de que abriesen fuego. El Archer del coronel estaba protegido de los atacantes por dos de nuestros Mechs de reserva, que recibieron muchos disparos dirigidos hacia él. La lanza que había llegado desde arriba tenía líneas de fuego despejadas y las utilizaron. Llovieron los misiles sobre nosotros y nos acribillaron con sus rayos energéticos.
Interpuse el Loki y absorbí parte del fuego enemigo. Pronto pareció un muñeco de trapo en manos de un niño enfadado. Las luces de estado del sistema pasaron de verde a ámbar casi con mayor rapidez de lo que yo podía ver. Mi carlinga se llenó de humo y un olor acre y comprendí que estaba perdiendo electricidad por algún sitio.
A través del blindaje de la carlinga, oí el estruendo de los disparos del Archer. Los misiles abrieron orificios en el torso y los miembros de un Javelin mientras sus lanzamisiles se preparaban para otra andanada. El Javelin perdió una pata y cayó hacia atrás.
Los ’Mechs de la lanza rebelde retrocedieron, se elevaron en el aire y se alejaron tan deprisa como habían llegado. Como si fuesen un cohete de señalización, a continuación descendió una lanza de kuritanos. Los ’Mechs de Beta, en inferioridad numérica, se retiraron.
Fue otra escaramuza resuelta a nuestro favor, pero la batalla todavía no había concluido.
Pasaron las horas. El combate era duro, pero los kuritanos marcaron la diferencia de forma decisiva. Donde nosotros habríamos tenido sólo un ’Mech, ahora teníamos a veces dos. En los pequeños encuentros que componen una batalla de ’Mechs, fuimos consiguiendo ventaja poco a poco: con un tiroteo aquí y un ataque físico allí, fuimos inclinando la balanza a nuestro favor.
El juego del gato y el ratón entre la compañía de Rand y la Lanza de Mando de Fancher cambió de repente cuando un Panther kuritano apareció en un risco y lanzó un rayo azulado de partículas cargadas hacia el hombro del Gladiator de Fancher. Esta giró el ’Mech para hacer frente a la nueva amenaza, pero Rand y su gente se lanzaron al ataque. Sus misiles de corto alcance volaron dejando estelas de humo ennegrecido. Los rayos encendieron el brumoso terreno, convirtiéndolo en un escenario infernal en el que los BattleMechs vagaban y luchaban como demonios mitológicos. El Gladiator de Fancher cayó como un león desgarrado por los lobos.
La caída de la jefe de Beta podría haber bastado para decidir la batalla, pero casi al mismo tiempo, la estática que inundaba los canales de los guerreros de Elson llegó a una intensidad máxima y, de pronto, desapareció. Nuestro emisor de interferencias había sido destruido y la red estaba inutilizada. No necesitaba oír la súbita actividad en los canales de Beta para saber que teníamos problemas; se estaban reorganizando muy rápidamente. No podía esperarse menos de quienes lucían la cabeza de lobo de los Dragones.
Nuestros exploradores utilizaron la falta de interferencias para informar de otras malas noticias: el batallón Zeta se acercaba.
La noticia pronto se divulgó entre los miembros de Beta. Reed, que había asumido el mando, ordenó a sus maltrechos BattleMechs que retrocedieran. Tras el castigo al que nos había sometido Beta, sabíamos que lo pasaríamos mal frente a Zeta. Un ataque renovado de los ’Mechs de Reed, que llegasen mientras nos enfrentáramos con Zeta, bastaría para doblegarnos.
El coronel se conectó en cuanto los exploradores terminaron su informe. A ellos les dijo que dirigiesen hacia mí todos los informes futuros y luego habló a las unidades supervivientes. No había muchas y todas funcionaban muy por debajo de su capacidad. Cuando examiné los datos de estado, me pregunté cuánto tiempo aguantaríamos.
El Lobo dictó sus órdenes para aprovechar al máximo nuestras debilitadas fuerzas. Envió a los zumbadores de los Elementales por el campo de batalla para recoger a soldados blindados y formar nuevos Puntos y Estrellas operativos. Con una capacidad inusitada para calcular la fuerza de las posiciones, colocó unos BattleMechs atravesando la línea probable de avance de Zeta.
Luego, aguardamos.
Como sucede siempre en los campos de batalla áridos, vimos la polvareda antes que los ’Mechs. Zeta avanzaba totalmente desplegado. Aquella formación, además de proporcionarles un amplio radio de exploración para sus sensores, les permitía ocultar el grueso de sus fuerzas tras una cortina de polvo. Si hubiéramos tenido reconocimiento aéreo o telemetría por satélite, habríamos conocido su disposición, igual que ellos podrían haber visto la nuestra.
Jamison y el coronel eran viejos amigos y cada uno conocía bien el estilo del otro. No me cabía duda de que intentarían adivinar las intenciones del otro y tratarían de lanzar sus elementos más fuertes contra los más débiles del contrincante. En una competición como aquélla, estaba convencido de que Wolf saldría victorioso, pero, aun así, la batalla no estaba decidida: estábamos cansados, y nuestras máquinas dañadas, y disponíamos de pocas municiones.
¿Recuerdan lo que mencioné sobre el miedo? Aquella tarde de verano, mi carlinga estaba abarrotada.
Los primeros ’Mechs de Zeta surgieron del interior de las nubes de polvo. Avanzaban a una velocidad constante, muy por debajo de la máxima. No vi ninguna máquina que pesara menos de setenta toneladas. Avanzaban poco a poco, como si no tuvieran ganas de comenzar la batalla. Tal vez se habían enterado del desastre del regimiento Gamma. Quizá se lo estaban replanteando.
Eso esperaba yo.
Lo único que estaba a nuestro favor era que Zeta se hallaba tan debilitada como nosotros. Sin embargo, máquina a máquina, tenían más peso y más armas que nosotros. El éxito de Maeve frente al regimiento Gamma no habría servido de nada si éramos derrotados y Jaime Wolf moría. Toda nuestra causa estaría perdida.
—Mantengan sus posiciones —ordenó Wolf mientras avanzaba con su Archer.
Puse objeciones a su iniciativa, al igual que otros oficiales de los Dragones, pero Jaime Wolf nos ordenó que calláramos. Observamos cómo su BattleMech atravesaba nuestras posiciones de vanguardia y salía al campo abierto entre nosotros y el batallón Zeta.
Había oído decir que un lobo ganaba todos los combates menos uno, y que en ese combate moría. De pronto, me pregunté si eso era lo que pretendía Wolf. ¿Esperaba jugárselo todo en un combate singular, un duelo al estilo de los Clanes? ¿Iba a ser el último combate del Lobo? Esperé y rogué para que no lo fuese.
Al otro lado del espacio abierto empezó a moverse un BattleMech del batallón Zeta. Era un Stalker. Aunque estaba más deteriorado que el ’Mech del coronel, lo superaba en quince toneladas de peso, lo que lo convertía en un oponente formidable. Gracias a una transmisión abierta del Stalker, supe quién era el piloto: J. Elliot Jamison, comandante en jefe del batallón Zeta.
—¿Eres realmente tú esta vez, Jaime? —preguntó.
—Soy yo —contestó el Lobo.
—Un combate singular no resolverá esto, Jaime. Esto es un Juicio de Rechazo.
Las palabras de Jamison nos indicaron cuál era su posición. Como había predicho el Lobo desde que supo que Zeta se había puesto del lado de Alpin, Jamison la consideraba una batalla de honor.
—Si no crees que podamos resolver esto, J. Elliot, ¿por qué vienes solo? ¿Pensabas que iba a rendirme?
—Pensé en esa posibilidad —dijo Jamison. Hizo una breve pausa y añadió—: Sin embargo, me parecía improbable. Tú nunca te rindes, Jaime.
—Ahora tampoco me rindo. Alpin ha muerto. Elson ha caído, al igual que Fancher. Parella ha desaparecido. Su liderazgo se ha desvanecido. Ahora eres el primer comandante en jefe, J. Elliot. No es necesario continuar con esto.
—Quedan fuerzas en el campo de batalla —replicó Jamison—. El Juicio de Rechazo no ha finalizado aún.
—Ya he dicho lo que tenía que decir. Un mayor derramamiento de sangre no demostrará nada.
—Hay que terminar el Juicio —repitió Jamison con tozudez.
—¡Maldita sea, J. Elliot! Esto no es una guerra de exterminación. Ya ha muerto bastante gente.
—Esa no es la cuestión —repuso Jamison con voz glacial—. Zeta volvió a Outreach para defender nuestras leyes y nuestras tradiciones. Y seguiremos luchando hasta que ya no quede esperanza.
—Siempre has sido demasiado confiado, J. Elliot —dijo Jaime Wolf, en un tono casi de pesar—. Nunca he negado la calidad de Zeta, pero no estás al ciento por ciento y tampoco lo están tus tropas. Tal vez tengáis más peso, pero nosotros somos más.
—Las probabilidades no están tan desequilibradas —contestó Jamison con bastante calma—. Beta se encuentra muy cerca.
—Pero ahora es Reed quien está a cargo de Beta. Sus Elementales están dispersos y sus BattleMechs han sufrido un duro castigo. Tiene miedo. La mitad de Zeta habrá sido destruida antes de que tome su decisión. Combinados, tal vez destruyáis mis fuerzas, pero sabes que el coste será alto. ¿Y qué quedará? Si luchamos hoy, conseguiremos lo que ningún enemigo, ni siquiera Kurita, ha podido hacer: destruiremos a los Dragones más allá de toda posibilidad de recuperación.
El tono de Jamison fue de una calma devastadora cuando contestó:
—Nos hemos recuperado de catástrofes mayores. Un auténtico guerrero no tiene miedo a la muerte en combate honorable.
—Un buen jefe se preocupa de sus fuerzas, J. Elliot, no sólo del honor.
—El tiempo para las preocupaciones viene después de la batalla.
—Pero ¿quién será el líder, J. Elliot? Tú, no.
—Tus amenazas son inapropiadas, Jaime.
—No te amenazo, J. Elliot. Sólo digo lo que sé de ti. Detestas ese trabajo. No es como dirigir un batallón, ni siquiera un regimiento. ¿Recuerdas cuando te pusiste al frente de Alfa? Aquello era pan comido.
—No lo hago por mí mismo.
—Sé que no, J. Elliot, y entiendo por qué te pusiste del lado de Alpin. Por eso he venido a hablar contigo. Es posible servir al honor sin combatir. La cuestión puede decidirse mediante un acuerdo. Aunque la batalla no esté perdida, la causa sí lo está. Renuncia, J. Elliot. No es necesario que luchemos.
—El Juicio no ha concluido.
El Stalker empezó a alejarse del Archer.
—¿Mi muerte satisfará tu honor, J. Elliot?
Jamison no contestó. Su Stalker dio media vuelta y fue a reunirse con su unidad.
—Ya ha habido demasiadas muertes —insistió el Lobo.
El Archer permaneció inmóvil en el terreno. Si el Lobo no empezaba a retroceder pronto, su ’Mech quedaría indefenso en campo abierto. El ataque de Zeta lo destruiría.
Empecé a avanzar con mi Loki.
—¡Coronel Wolf! —exclamé.
—Mantén tu posición, Brian. Nadie debe moverse.
Retrocedí y me pregunté si el coronel iba a sacrificarse para detener la batalla. Si había entendido correctamente la ferviente devoción de Jamison por la tradición, la muerte del Lobo salvaría la vida a los restantes supervivientes. Como elemento clave en ese desafío, Jaime Wolf era fundamental en su conclusión; podía finalizarlo inmediatamente admitiendo su derrota. Sin embargo, eso era lo único que no iba a hacer. Era un Dragón y lucharía mientras quedase alguna esperanza.
El Stalker atravesó las posiciones de vanguardia del batallón Zeta y subió a la pequeña elevación desde la que había examinado el terreno anteriormente. Los primeros elementos del batallón Zeta empezaron a avanzar de nuevo.
Miré al Archer, que permanecía solo. La muerte de Jaime Wolf impediría automáticamente un Juicio de Rechazo en su nombre. Aunque siguiéramos combatiendo, el final sería el mismo. Jaime Wolf dejaría de ser el líder de los Dragones. Nuestra victoria, si la alcanzábamos, carecería de sentido.
De pronto sonó un estruendo alrededor. El ruido nos bañó en oleadas y las tierras yermas entraron en erupción con columnas de humo y de fuego. La tierra temblaba bajo los pies de nuestros ’Mechs. Al principio pensé que el Grupo de Soporte de Fuego había apoyado el ataque de Zeta con una aterradora andanada de artillería, pero entonces vi que los ’Mechs de asalto adversarios estaban tan desconcertados como nosotros. Aún más: varios de los que estaban en primera fila habían caído y desprendían humo.
El estruendo volvió a resonar y la luna pareció bajar del cielo. Pero no era ninguna luna, sino una Nave de Descenso gigantesca. La nave flotó entre los contendientes sobre columnas flamígeras mientras unos cazas aeroespaciales zumbaban alrededor como ángeles de la guarda irritados. Otros cazas volaron entre nosotros y Zeta, acribillando el terreno con sus armas energéticas. Todos los canales de comunicaciones quedaron ocupados por un mismo mensaje de la capitana de flota Chandra.
—Ya ha habido bastantes muertes. Asumo el papel de Señor de la Sabiduría y árbitro de la disputa. El desafío ha finalizado y la decisión está tomada.
Hizo una pausa. Creo que no hubo nadie en el campo de batalla que respirase mientras esperábamos sus siguientes palabras.
—Bienvenido de nuevo, coronel Wolf.