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Cuando el coronel Wolf anunció su decisión, cesaron las discusiones, al menos allí donde él podía oírlas. Surgieron algunas nuevas, pero éstas también se reservaron para los momentos y lugares en los que el coronel no estaba presente. Mucha gente parecía creer que el Lobo había tomado la decisión equivocada, pero yo empezaba a darme cuenta de que cualquier decisión sería criticada, sin importar cuál fuera. Pensé en informar al coronel de lo que oía, pero con el ajetreo de la inminente partida, las quejas perdieron importancia.

Lydia se pasó por el Salón del Lobo. Había estado trabajando fuera y hacía varias semanas que no la veía. La última vez, habíamos pasado la noche abrazados, consolándonos el uno al otro por la pérdida de Carson. La vida de un mercenario tiene sus riesgos y, pese a lo buenos que somos los Dragones, también sufrimos pérdidas. Carson era nuestro primer hermano de sangre que moría en combate. Aquella noche me había hecho ver a Lydia —quien siempre me había parecido tan distante— desde una perspectiva diferente. Debería haberme alegrado de volver a verla, pero sus primeras palabras movieron mis emociones en una nueva orientación.

—¿Es cierto lo de Wolf?

Fruncí el entrecejo. Mis sibs a menudo habían intentado sonsacarme información o utilizarme como delator, pero aquélla era la primera vez que acudían a mí cuando estaba trabajando. Ese tipo de acoso era más propio de otros.

—Estoy trabajando.

Ella no iba a dejar que me concentrase en mi trabajo. Me giró la cabeza y me miró fijamente a los ojos.

—Brian, esto es importante.

—También lo es mi trabajo —dije al tiempo que le apartaba la mano.

Cerró los ojos y suspiró.

—Si me contestases, volverías a tu trabajo de inmediato.

Estaba claro que Lydia tenía razón. Con la esperanza de que se marchase en cuanto hubiese confirmado el rumor que corría, dije:

—Es cierto.

Tras haber asimilado mis palabras, adoptó una expresión soñadora. Lanzó un suspiro.

—Un duelo de honor. Igual que en El Recuerdo.

No exactamente. Los cuentos de honor que configuraban el poema a medias histórico y a medias épico de El Recuerdo eran sencillos, historias bien definidas. La vida real no era así, sobre todo la vida comercial de los Dragones. De modo que no podía esperar que Lydia entendiese la complejidad de aquella situación; ella estaba asignada a una unidad de combate.

—No hay nada más importante que las preocupaciones de un buen soldado —había dicho aquella noche en que lloramos la pérdida de Carson. Había dicho que ya tenía bastante.

—Seguro que ganará —dijo con convicción.

—Takashi Kurita está considerado como uno de los mejores MechWarriors de la Esfera Interior.

—Ahora es viejo —repuso encogiéndose de hombros.

—Como Jaime Wolf —puntualicé.

Se rió como si rechazase la idea.

—Pero es el Lobo. Tú iras con él, ¿no? ¡Qué honor! Me gustaría estar allí para ver cómo el Lobo mata a la vieja Serpiente.

Me di cuenta de que deseaba compartir su confianza. Ella todavía vivía en un mundo de niños, rodeada de sueños de gloria y honor, en el que el gran héroe siempre mata al villano y la justicia siempre triunfa sobre el mal. Yo había tenido los mismos sueños, pero por más que desease que fueran reales, empezaba a ponerlos en duda. Verlos reflejados en sus ojos incomodaba.

—Partiréis pronto, ¿no? —me preguntó. Yo asentí—. Tengo treinta y seis horas de descanso —dijo sonriendo—. Tal vez esta noche podemos…

Dejó la invitación en el aire, más reticente que nunca a pronunciarla en voz alta. Esbocé una sonrisa de lamento y dije:

—Tengo mucho que hacer.

Dándome un golpecito en el brazo, dijo:

—Tan leal como siempre, Brian. Haz tu trabajo. —Lydia se dispuso a marchar, pero se giró de repente—. James también se encuentra en la ciudad —dijo—. Si tienes un momento, búscanos. Los sibs tenemos que cuidar de los otros sibs, ¿quiaf?

Asentí no sin albergar ciertas dudas. La verdad era que echaba de menos a mis sibs. Los había visto muy poco desde que había empezado a trabajar para el coronel. Las cosas habían cambiado. Cada vez que nos reuníamos, mis viejos compañeros de sibko parecían distintos, menos… no sé qué. Tal vez menos informados. ¿Acaso ser el oficial de comunicaciones de Wolf me había cambiado o, simplemente, me había abierto los ojos? A pesar de lo mucho que añoraba a mis sibs y a otros compañeros de mi grupo de edad, había descubierto que su visión cerrada y de camaradería no era la única. James habría dicho que me habían corrompido y culparía a los esferoides.

Deseché esos pensamientos e intenté concentrarme en el informe que estaba escribiendo, sin embargo no me salían las palabras.

No tardaría en volver a salir de Outreach, pero esta vez era distinto. No era por el simple hecho de no haber estado nunca en el Condominio Draconis. No era como tener una entrada para un combate, ni se trataba de una visita de inspección o de un viajecito pagado de relaciones comerciales. Estábamos respondiendo a un desafío de un enemigo de sangre. Y si el coronel Carmody estaba en lo cierto, íbamos camino de una trampa.

Sin embargo, el Lobo no parecía creer que era una trampa. Y si lo creía, no le importaba. Se había negado a aceptar una fuerza mayor a bordo de la Chieftain. Habría una única lanza de BattleMechs: su Archer, mi Loki, el Víctor reparado de Hans Vordel y el nuevo Gallowglas de Franchette. Disponíamos del personal mínimo, principalmente especialistas kuritanos en los que Stanford Blake había insistido, pero no estábamos equipados para la batalla. Luthien, la capital del mundo kuritano, contaba con una fuerza de, al menos, cinco regimientos de BattleMechs. Si se desencadenaba una batalla, seríamos aplastados.

No podía evitar preguntarme si el Lobo tenía pensado volver a Outreach.

Dos días después, mis temores se confirmaron al contemplar la emotiva despedida entre el coronel Wolf y su familia. Todos acudieron para vernos partir. Hasta Alpin hizo acto de presencia, aunque se mantuvo apartado junto a un grupo de sirvientes que lo acompañaban. James y Lydia fueron a decirme adiós y, al verlos, descubrí que no estaba tan preparado para la partida como creía. A pesar de lo difícil que era la despedida, no dimos muestras de ello. Nos habíamos despedido la noche anterior y, por lo que pude ver, tuve la impresión de que Jaime Wolf debía de haber hecho lo mismo con Marisha Dandridge.

Sentía envidia por la familia de sangre de Jaime Wolf. Su estrecha relación hacía que pareciera diferente de la familia del sibko. Es posible que no fuera mejor, pero pensaba que debía serlo, aunque sólo fuera por el afecto y la proximidad que el Lobo mostraba. Me sorprendí escrutando a la multitud que había allí reunida en busca de una cara que era bastante improbable encontrar. De haberlo sabido, los miembros adoptivos de los Clanes se habrían reído de mí, pero yo buscaba a una guerrera en particular, una MechWarrior pequeña y de cabellos negros como el azabache llamada Maeve.

¿Cuántas veces Jaime Wolf había sentido el dolor de la separación?

Observé cómo el hombrecillo que había dirigido a los Dragones durante tanto tiempo besaba a su mujer por última vez antes de subir por la rampa con resolución. Era un hombre mayor, puede que el mayor de todos los Dragones, pero a pesar de que las canas se habían apoderado de su pelo y su barba negra de antaño, los años lo mantenían incólume. Lo había visto y lo había hecho todo. Librenacido, había conseguido llegar a la casta guerrera del clan de los Lobos y había obtenido el mayor puesto jamás confiado a un guerrero librenacido. Años después, había abandonado su misión con la convicción de que la tradición de los Clanes era defectuosa, tal vez errónea. Era un hombre de principios inquebrantables. Ahora iba camino de un duelo con el Coordinador del Condominio Draconis. Fuera cual fuere el resultado, sería cantado en una nueva estrofa de El Recuerdo de los Dragones, otro capítulo en la leyenda de Jaime Wolf.

La alarma de embarque sonó y me apresuré a subir por la rampa.