29

29

Michi Noketsuna no esperaba vivir. Pensó que su decisión de enfrentarse al Coordinador era mortal, tanto si satisfacía su venganza como si no. Entonces intervinieron Indrahar y las FIS y, al optar por atacar al director, Michi creyó que había elegido un camino que conducía a una muerte segura. Despertar entre los cuidados de un miembro de los médicos de la Hermandad del Dragón fue un giro extraño de la fortuna y una peculiar recompensa por el rumbo que había escogido.

Ciertamente, su karma era extraño.

Su supervivencia era un misterio sobre el que reflexionó mientras dormía y despertaba alternativamente. En una ocasión, creyó oír a un médico que susurraba a otro que Takashi había muerto y Michi lo había salvado de un asesino. ¿Cómo podían ser ciertas ambas cosas? Sus propios recuerdos eran confusos y su constante somnolencia sólo oscurecía aún más su mente. Tal vez con el paso del tiempo, las brumas se despejarían en su cabeza.

Se durmió.

Cuando volvió a despertar, pensó en lo que había oído decir a los médicos. Si Takashi estaba muerto, ¿qué razón tenía Michi para vivir? La revancha que le había dado fuerzas se había cumplido. Takashi había muerto. Eso era cierto, pensó con repentina certidumbre.

Sin embargo, el Coordinador no había muerto a manos de Michi ni para expiar el mal infligido a Minobu-sensei, lo que convertía a Michi en un fracasado. Los tubos y las máquinas que la Hermandad utilizaba para mantenerlo con vida eran una burla para él. Su vida había terminado. ¿Por qué esforzarse por mantener un cuerpo cuando el sentido de su vida había desaparecido? Su conciencia se esfumó, pero siguió unido a su cuerpo.

No había liberación para él.

Karma.

Volvió a despertarse.

La habitación estaba muy iluminada, mucho más de lo que podía hacer la iluminación artificial. Era de día. Alguien había descorrido las cortinas para dejar entrar el sol. Y alguien estaba en la habitación, junto al lecho.

Aquella persona no iba vestida con el brillante vestido amarillo de un médico de la Hermandad. Aunque Michi estaba seguro de conocerlo, el rostro de aquel visitante de gran envergadura no se definía en facciones reconocibles. No fue hasta que habló que Michi supo que se trataba de Theodore Kurita, el hombre que había sujetado a Michi con las cadenas del deber y había exigido con razón que pusiera el servicio al Condominio por delante de sus deseos personales.

Theodore asintió con gesto solemne cuando vio que la mirada de Michi se dirigía hacia él.

—Mi padre me contó su decisión en el dojo —dijo.

Michi quería decirle que se fuera y lo dejara solo en su búsqueda del infierno, pero su voz no se oía. Theodore no prestó atención a sus débiles sonidos.

—Me pidió que le diera un mando de nuevo, como recompensa por su lealtad al Condominio. La salud del reino estaba muy presente en sus pensamientos. Dijo que usted sería un buen señor de la guerra. En cualquier lugar menos en Dieron, dijo.

Su intento de menear la cabeza fue abortado por unos músculos rebeldes. La cabeza de Michi sólo giró hacia un lado.

—Creo que Dieron sería el lugar ideal —añadió Theodore.

—No —gruñó Michi, encontrando por fin la voz—. No en Dieron. Ni en ninguna parte. Nunca he sido un político, sólo un soldado. Ahora ni siquiera soy eso. No hay lugar para mí en su ejército.

—Está cansado y herido; no se apresure en su decisión Sé lo que ha hecho y recuerdo nuestro primer encuentro Me dijo que el deber era lo más importante en la vida de un samurai, y que el deber hacia el Condominio era la mayor carga que un hombre podía llevar. Ese deber nunca nos abandona, Michi-kun. El Condominio sigue necesitándolo ahora más que nunca. Cuando esté preparado, habrá un lugar para usted en la Ryuken. El mando de Ryuken-ni, si lo quiere.

—Fraser está al mando.

—¿Entonces lo recuerda? Estaría encantado de oírlo. Sí, él está al mando, pero me hace más falta en otra parte. La Ryuken necesitará un jefe y creo que usted es el mejor para ese trabajo.

—La Ryuken es cosa del pasado. Está muerto, como yo debería estarlo.

—Se equivoca.

Theodore fue hacia la ventana. El sol del atardecer proyectaba la sombra del visitante sobre la cama y aliviaba los ojos de Michi de su brillo.

—Usted le salvó la vida a mi padre al anticiparse a los otros —dijo Theodore, mirando por la ventana—. Le dio… una nueva perspectiva. Él creyó que había encontrado una muerte honorable.

Michi frunció el entrecejo.

—Creía que un médico había dicho que murió durmiendo. De un paro cardíaco.

—Los médicos dicen lo que deben decir —repuso Theodore con voz casi inaudible.

—¿La muerte de un guerrero? Recuerdo un combate.

—No. Sobrevivió a todos ellos. Utilizó la espada de usted para contenerlos el tiempo suficiente para que llegasen los Otomo. Después me contó lo que usted había dicho sobre la elección del samurai. Creo que fue su ejemplo lo que le hizo cambiar de opinión. Al final, eligió libremente lo que otros habían tratado de imponerle. Creyó que era lo más sabio.

La ironía de la situación provocó la risa de Michi, pero el dolor que sentió en el pecho convirtió su diversión en padecimiento. Cuando los espasmos disminuyeron, dijo:

—Se negó a esa muerte cuando yo se la ofrecí.

—Nunca reaccionó bien a las nuevas generaciones —dijo Theodore con tristeza, volviendo junto a la cama de Michi—. Deseo recompensarlo.

Una súbita oleada de energía permitió a Michi menear la cabeza de un lado a otro.

—No es apropiado.

—¿Por qué levantó su mano contra la Casa de Kurita?

—Hai.

—¿Y si yo, jefe de la Casa, digo que usted fue siempre leal, como corresponde a un samurai?

Michi miró a Theodore a los ojos. Percibió la fuerza en el espíritu del Kanrei y su capacidad para gobernar. Pero Michi tenía su propia fuerza.

—No cambiaría la verdad. He sobrevivido a mi última mentira.

Theodore suspiró, inclinó la cabeza y preguntó:

—¿Ingresará en un monasterio?

—Quizá, dentro de un tiempo.

No dijeron nada más durante un rato. Michi pensó que debía de haberse dormido, pero, cuando se despertó de nuevo, Theodore seguía allí, en la misma postura.

—Si me ha dicho la verdad, tengo un deber más que cumplir —dijo Michi.

—¿En Awano?

Michi negó con la cabeza. Awano, el hogar ancestral de su mentor Minobu, estaba tan cerrado para él como Luthien y los círculos internos de la política de los Kurita. Tetsuhara-sensei lo había maldecido del hogar familiar cuando Michi le llevó la cabeza del principal torturador de Minobu, Samsonov. El anciano había negado la validez de la revancha de Michi para restaurar el honor de su hijo mayor, Minobu. El viejo sensei lo había maldecido, pero había un paquete que esperaba a Michi en el espaciopuerto. Una caja larga y fina. Aquella caja yacía ahora en la cámara acorazada de un banco a las afueras de la Ciudad Imperial. Las instrucciones que había dejado al depositarla ya no eran aplicables.

Theodore interrumpió sus pensamientos.

—Entonces, ¿adonde irá?

—A cumplir con mi último deber —dijo, pero no dio más detalles a pesar de las preguntas del Kanrei. Este asunto nada tenía que ver con Theodore, sino con quién era Michi y en qué se había convertido. Hasta que no hubiese cumplido con ese deber, no estaría libre para seguir adelante.

—¿Cuándo me darán el alta?

—Cuando pueda viajar. Habrá una nave esperándolo.

—Es innecesaria.

—Para usted, pero no para mí. Al menos, acepte esto.

La voz de Theodore era firme, llena de convicción. Michi asintió con la cabeza. Por fin, ambos se habían entendido.