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La noticia del éxito del desafío contra la supremacía de Jaime Wolf corrió por todo Harlech. Todos los Dragones se habían enterado, y tanto los grupos de mercenarios como los representantes de los Estados Sucesores comenzaban a divulgarla en sus propias áreas. A medida que esto ocurría, también aumentaban las controversias. No todos estaban de acuerdo con la legalidad del desafío de Elson y el posterior nombramiento de Alpin como jefe de los Dragones de Wolf. Sin embargo, Jaime Wolf no hizo declaración alguna ni aparición pública, ya que se había retirado a sus instalaciones que se hallaban al oeste de la ciudad. Tal vez estuviese escondido. O llorando a su hijo muerto. O tal vez sólo estaba avergonzado para aparecer en público. Fuera cual fuese el motivo de su retirada, su silencio era una señal de aprobación de lo ocurrido.
Dechan se sentía confuso y el cortejo constante al que lo sometían las diversas unidades mercenarias sólo lo hacía sentir peor. Debería estar feliz con la noticia del derrocamiento de Wolf, pero se sentía inquieto y conmocionado. Como no podía dormir por las noches, se dedicaba a pasear por las calles.
Las noches de Harlech no eran tranquilas. Los lugareños decían que no siempre había sido así, salvo, por supuesto, en las peligrosas áreas en que los mercenarios se ofrecían al mejor postor. Las celebraciones nocturnas o las peleas, o ambas cosas, mantenían despiertos a sus habitantes hasta altas horas de la madrugada. A Dechan no le gustaba lo que veía. Tal vez Elson tenía razón, tal vez los Dragones estaban cambiando…
Sin embargo, Dechan no veía sólo a los Dragones. Había varias unidades lejos, cumpliendo un contrato, pero no el regimiento Beta en el que él había servido. Le costó mucho imaginar que sirvieran a las órdenes de un advenedizo, pero obedecerían a su nuevo comandante en jefe, la coronel Fancher. Dechan había oído que había sido despedida, pero Wolf la había vuelto a llamar. Grave error. Dechan la había oído hablar en el noticiero del día anterior y había manifestado que daba todo su apoyo a Alpin.
El paseo sin rumbo de Dechan lo condujo hasta el parque situado frente al cuartel general. Lo llamaban Salón del Lobo. ¿Quizá pronto sería el Salón de Alpin, o el ego del joven advenedizo no llegaba tan lejos? La luna proyectaba una luz parpadeante entre las nubes que flotaban con rapidez por el cielo. Las sombras bailaban entre los rechonchos edificios y en los costados de las altas torres, desde donde saltaban al olvido como los míticos lemmings.
Fueran cuales fuesen las maquinaciones en la estructura de mano, los asuntos de los Dragones seguían adelante. Había luz en varios despachos. Incluso cuando Jaime Wolf ya no estaba al mando, en algún lugar había Dragones de Wolf trabajando y necesitaban apoyo administrativo. Eso quería decir que alguien estaba escuchando. Tal vez las cosas no estaban tan mal. Tal vez estaba bien ser diferente.
—El karma nos ha vuelto a reunir —dijo una voz.
Dechan se dio la vuelta con rapidez, se adentró en las sombras de la pared y desenfundó su arma. Al principio no pudo ver a la persona que había hablado, pero podía oírlo jadear como si hubiera estado corriendo. Él uniforme oscuro del hombre se confundía con las sombras e impedía verlo con claridad, pero Dechan sabía que estaba allí. Poco después apareció la mancha clara que correspondía a su rostro. Después surgieron dos manchas más pequeñas: sus manos abiertas y extendidas. No parecía haber ningún peligro. Dechan, que estaba acurrucado, se incorporó y enfundó el arma.
—¿Michi?
—Te desearía buenas noches, pero dudo que ésta sea una de ellas, Dechan-san.
—Hace años que no hablamos y comienzas con un acertijo.
—Lo siento, Dechan-san. Si no fuera un asunto importante no habría interferido en tu vida. Hay planes en marcha. Lo matarán pronto.
—¿De qué estás hablando?
—Jaime Wolf no verá el nuevo amanecer.
A Dechan le pareció curioso que aceptase la afirmación de Michi sin dudarlo. Desde luego, la muerte de Jaime pondría fin a todas las esperanzas de verlo de nuevo al mando, Dechan no sabía de qué clase de conspiración se trataba, ni le importaba. Tampoco entendía qué tenía que ver con él.
—¿Por qué no se lo dices tú mismo?
—No puedo.
Se oyeron gritos al otro lado del edificio. Michi miró en aquella dirección por unos momentos y escuchó.
—No hay tiempo para discutir. Hay otros a los que debo avisar. Como Dragón, la tarea de avisar a Wolf te corresponde a ti.
—Yo ya no soy un Dragón.
Los gritos se oían cada vez más cerca.
—Una vez dijiste que ser un Dragón era como ser un samurai —explicó Michi en voz muy baja—. Un samurai sirve como tal hasta la muerte. Tienes la ocasión de salvar a tu señor de una muerte deshonrosa.
—Él me abandonó.
Michi retrocedió hacia las sombras. Incluso a los ojos de Dechan, que se habían adaptado a la oscuridad, el rostro era la única parte del cuerpo de aquel hombre que seguía siendo visible.
—Si crees eso, puedes obtener tu venganza. No hagas nada, y tanto Wolf como su familia morirán.
Entonces, la cara desapareció.
Dechan se quedó solo, pero no por mucho tiempo. Un trío de soldados de la Guardia Nacional iban caminando a paso rápido por la avenida. Uno de ellos vio a Dechan y lo apuntó con su rifle mientras le ordenaba que se quedase quieto. Dechan no se movió.
—No es él —dijo un hombre con galones de sargento mientras levantaba el cañón del arma de su compañero—. Nuestro hombre va vestido de negro.
—Podría haberse cambiado de ropa —protestó el soldado.
—No ha tenido tiempo suficiente —repuso el sargento y se volvió hacia Dechan—. Dígame, ciudadano, ¿no lo he visto antes?
—Me llamo Dechan Fraser.
—No me suena. ¿No habrá visto, por casualidad, a alguien merodeando por aquí?
—He visto a alguien de oscuro que hacía jogging junto al lago. Pensé que era demasiado pronto para hacer ejercicio pero ya sabe lo fanáticos que son algunos.
—¡Tiene que ser él! —exclamó el soldado, y echó a correr. Los otros dos guardias le siguieron.
Mientras se desvanecía entre los árboles, el sargento le gritó a Dechan:
—Sea un buen ciudadano e informe al puesto de guardia del Salón. Dígales lo que ha visto.
Dechan pensó en hacer caso omiso de la orden del sargento, pero entonces cayó en la cuenta de que le había dicho su nombre. Si luego hacía algunas comprobaciones y veía que Dechan no había informado del incidente, podía levantar sospechas de que era cómplice en la huida del fugitivo. A regañadientes, Dechan fue hacia el puesto de guardia. El capitán lucía la estilizada cabeza de lobo que preferían los partidarios del nuevo orden. Aunque no pareció hacer mucho caso del testimonio circunstancial de Dechan, pasó mucho tiempo registrándolo. Durante ese período, Dechan reflexionó sobre lo que Michi había dicho. Cada vez que examinaba los posibles resultados, éstos le gustaban menos. Quería alejarse del Salón del Lobo, pero largarse antes de que el capitán lo despidiera no iba a ayudar a nadie.
Mientras Dechan esperaba que lo dejaran marcharse, Hamilton Atwyl salía de uno de los ascensores. Mientras cruzaba el vestíbulo, miró por casualidad hacia el puesto de guardia. Al ver a Dechan Fraser, su rostro se iluminó con una sonrisa.
—¿Dechan? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo podría preguntarte lo mismo, Ham.
Dechan hizo el comentario en tono jocoso, pero Atwyl lo miró con recelo.
—No estarás arrestado, ¿verdad?
—Sólo informaba de un sospechoso que merodeaba por aquí.
—¿Un sospechoso? —repitió Atwyl, frunciendo el entrecejo, y adoptó una expresión pensativa. Cuando habló, lo hizo con el tono de voz necesario para que ninguna persona en las proximidades tuviera problemas para oír sus palabras—. Ha pasado mucho tiempo desde que hablamos. Si tienes unos momentos, estaría bien ir a tomar algo.
Obviamente era una invitación, que pretendía no ser de carácter político. Dadas las circunstancias, Dechan sospechaba que era cualquier cosa menos eso. Aunque no había decidido aún lo que iba a hacer con respecto a la carga que Michi había puesto sobre sus hombros, comprendió que sabía muy pocas cosas sobre lo que estaba ocurriendo. Ham era un viejo amigo y estaba muy arriba en la estructura de mando de los Dragones. Por lo menos, Dechan podía entender mejor cómo era el equilibrio de poder.
—Tengo algo de tiempo. Si no he vuelto a casa al amanecer, Jenette se preguntará qué me ha ocurrido.
—No querría causar problemas entre ambos. Habéis permanecido juntos durante épocas muy difíciles.
Atwyl pasó el brazo sobre los hombros de Dechan y empezó a conducirlo al Salón. Cuando el capitán de la guardia se opuso, Atwyl dijo:
—No se preocupe, capitán. El señor Fraser es un veterano. Yo respondo de él.
—¿Firmará su pase?
—Sí, lo firmaré.
Atwyl garabateó su nombre en el tablero de datos que le entregó el oficial. Luego esperó con evidente impaciencia mientras el capitán procesaba una placa de visitante para Dechan. Una vez provisto de un identificador de plástico, Dechan permitió a Atwyl que lo condujera a la cafetería del Salón. Estaba casi vacía y, una vez que les sirvieron unas cervezas, Atwyl eligió una mesa situada muy lejos de los demás clientes.
En cuanto se sentaron, Atwyl dejó de lado cualquier apariencia de jovialidad.
—¿Qué opinas del tema de la sucesión?
—Ya no pertenezco a los Dragones, Ham. ¿Lo recuerdas?
—Si alguna vez has sido un Dragón, siempre lo serás.
—Alguien me ha dicho esta noche algo parecido, Ham.
—¿Un sospechoso que merodeaba por ahí, quizás?
—¿Ya te has enterado?
—No sé nada, pero esperaba que tú me lo dijeras.
—Hay una conspiración para matar a Wolf.
Atwyl se arrellanó en la silla. Su botella de cerveza estaba inclinada en su mano y estaba peligrosamente a punto de derramarse.
—¿Estás seguro de eso?
—El tipo que me lo dijo parecía estarlo.
—¿Estás implicado?
—Si lo estuviera, ¿estaría ahora hablando contigo?
Atwyl rió por lo bajo, con cierta amargura.
—Ya no sé nada. Hay demasiadas dobleces para un guerrero viejo como yo. —Tomó un sorbo de cerveza y preguntó—: ¿Cuándo?
—Antes del amanecer.
—Entonces no hay mucho tiempo. ¿Vendrás conmigo a ver a Carmody? ¿Le contarás lo que sabes?
—No sé mucho.
—Necesitaremos todo lo que podamos averiguar. ¿Nos ayudarás? ¿En nombre de los viejos tiempos?
Dechan sintió como si tuviera fuego bajo su piel.
—Hablaré con Carmody.
—No creía que llegarían tan lejos —declaró Carmody cuando se lo dijo. Fue significativo que creyera de inmediato las afirmaciones sin pruebas de Dechan—. Ahora todo encaja. Por eso enviaron de maniobras a la Guardia Nacional. También querían que yo supervisara toda la operación.
—Todavía hay un pelotón en el cuartel, además de las fuerzas regulares de seguridad, ¿no?
—Sí —respondió Carmody—, pero Elson tiene un Punto de Elementales que vigilan la casa de Wolf. Se supone que son un cuerpo de seguridad para protegerlo de tumultos, pero son guardias. No nos dejarán pasar.
—¿Van blindados?
—No, eso sería demasiado obvio, incluso para Elson.
—Entonces no tenemos que preguntar —dijo Atwyl—. Cinco Elementales no pueden resistir a todo un pelotón.
—¿Y luego qué, Ham? ¿Qué haremos cuando estemos dentro?
—Sacaremos a Wolf de allí.
—Parece muy sencillo, pero no lo es. ¿Dónde iría?
Dechan miró el reloj y comentó:
—Si vais a hacer algo, será mejor que lo hagáis pronto.
—Tienes razón. Tendremos que decidir lo que haremos en el futuro cuando estemos seguro de que realmente hay un futuro. Tal vez Jaime tenga alguna idea.
La noche se desvanecía en las penumbras previas al alba cuando la aerocamioneta pesada entró con un chirrido en la calle que conducía a la vivienda de la familia Wolf. Podía parecer que era un camión de transporte que llevaba comida del campo para llenar los puestos de los mercados, pero no lo era. Si la luz hubiese sido mejor, habría mostrado que la marca de la empresa había sido pintada apresuradamente y su estilo militar era evidente.
Dechan iba de pasajero del aerocamión, acompañado de un muchacho pecoso que se suponía que era el mejor aeroconductor de la Guardia Nacional. Atwyl estaba haciendo otras cosas que eran necesarias si querían que el plan tuviera éxito. A través de un auricular, Dechan podía oír el rugido del camión que conducía el coronel Carmody. El pelotón de infantería motorizada se acercaba a la casa de los Wolf. Dechan se quitó el auricular por unos momentos y volvió a colocárselo tras confirmar que eran los motores de los camiones lo que oía como un eco en las calles.
Carmody iba con el pelotón de la Guardia Nacional. Tenía que ir; nadie más podría haberlos sacado del cuartel y persuadido para que se enfrentasen a los Elementales que vigilaban la casa de Wolf. A juzgar por las arengas del coronel, Dechan supuso que algunos todavía no estaban muy convencidos. Los argumentos del coronel fueron muy distintos cuando el líder de los Elementales se encaró con él.
Dechan activó la consola de vídeo de la aerocamioneta y manipuló los controles hasta que encontró el canal del camión de Carmody. Habían planeado que la cámara de vídeo enfocaría el área de las puertas para que Dechan pudiese observar, además de escuchar, todo lo que ocurriese. Vio a Carmody discutiendo con el jefe de los Elementales. De pronto el coronel dejó de hablar, se inclinó a un lado y miró por encima del hombro hacia el centro de la ciudad.
Lo que estaba pasando era obvio para Dechan. El coronel estaba recibiendo a través de sus auriculares el informe de uno de los puestos de vigilancia que habían colocado en todas las rutas probables hacia la zona residencial de la ciudad. Los asesinos ya estaban en camino.
La reacción del coronel debió de ser significativa también para el líder de los Elementales, quien empezó a dar órdenes a su Punto.
—Algo va mal —dijo Dechan al conductor—. Entra con la camioneta.
—No tengo órdenes de hacer eso —se opuso el muchacho—. Se supone que debemos esperar la señal del coronel.
—¡Entra con la camioneta! —exclamó Dechan, dándole un golpe en el hombro.
La imagen de vídeo parpadeó cuando el motor del vehículo extrajo energía para hacer girar los ventiladores más deprisa. La camioneta arrancó a toda potencia del callejón donde se había escondido y se dirigió hacia la casa.
Carmody vio que se acercaba y gritó:
—¡Lanzador a las puertas!
Cuando el equipo de lanzamisiles saltó del primer vehículo de transporte, el jefe del Punto reaccionó. Asestó un golpe a Carmody en la garganta y fue corriendo a ponerse a cubierto, pero no corrió lo bastante deprisa. El cohete pasó rugiendo a su lado e hizo diana a unos centímetros del centro de las puertas de hierro. Las llamaradas envolvieron las puertas y el Elemental saltó por los aires como un muñeco de trapo.
Una de las puertas saltó destrozada y la otra quedó colgando mientras la camioneta embestía hacia la entrada. Los Elementales abrieron fuego contra los Guardias, quienes lo devolvieron de forma errática. Dechan atisbo por unos momentos a Carmody, que yacía en una postura extraña mientras la aerocamioneta pasaba con dificultades sobre los escombros y chocaba contra la puerta que aún colgaba de sus goznes. Las barras de hierro resonaron con un fuerte ruido metálico y el parachoques de la camioneta quedó abollado, pero el conductor mantuvo el control del vehículo entre las sacudidas y siguió su rumbo.
La aerocamioneta aceleró, dejando atrás los disparos procedentes de la entrada. Como la casa estaba muy alejada de la calle, los soldados tardarían un tiempo en llegar a pie. La camioneta cruzó los jardines en pocos segundos y redujo su marcha al subir por la ligera cuesta que conducía a la casa. El conductor redujo la velocidad aún más al trazar la última curva. Fue una maniobra deliberada; un vehículo acercándose a gran velocidad probablemente sería considerado como hostil. Los ventiladores fueron aminorando su giro con un murmullo cuando el muchacho aparcó el vehículo sobre el césped delante de la mansión.
Wolf estaba esperando en el porche. Detrás de él se encontraba Joshua, en el umbral de la puerta, sosteniendo una pistola láser con ambas manos. El chico parecía ser más una amenaza para sí mismo que para los intrusos. Sin duda, su madre así lo pensaba, pues se asomó y le quitó el arma. Luego se puso al lado de Wolf mientras la aerocamioneta descendía hasta el suelo y los ventiladores se detuvieron.
A Dechan le resultó casi divertida la sorpresa de Wolf al verlo bajar del vehículo.
—¿Esto es un rescate o un ataque, Dechan? —le preguntó.
—Ambas cosas —contestó Dechan con malicia—. Pero yo estoy en el bando de los primeros.
—¿Y quiénes están en el otro?
—Creo que usted lo sabe mejor que yo.
El resto de la familia, al ver que no había un peligro inminente, salió al porche y rodeó al pequeño grupo. Dechan no hizo caso de sus preguntas y siguió hablando con Wolf.
—Existe una conspiración contra su vida que va a llevarse a cabo esta noche —explicó.
—No queda mucho tiempo para el amanecer —dijo Wolf, mirando el cielo grisáceo.
—Exacto.
—No es necesario matar a nadie —intervino Katherine—. ¿No ha habido ya bastantes muertos? Basta con que nos vayamos.
—Nosotros, sí, pero Jaime no puede irse —dijo Marisha.
—¿Por qué no? —preguntó Katherine.
—Porque, tanto si quiere estar involucrado como si no es una persona capaz de aglutinar a todos los que se oponen a Alpin —explicó Marisha con expresión hosca—. Sin embargo, un hombre muerto no puede aglutinar a nadie.
Katherine estaba sobrecogida.
—¡Estás hablando de un asesinato!
—No creo que ellos lo vean así —gruñó Dechan—. Para ellos, probablemente es sólo una precaución necesaria en la batalla por la supremacía entre los Dragones. ¿Es un asesinato cuando alguien muere en un Juicio? ¿Qué dice usted, Wolf? Si hubiera luchado usted mismo en aquel desafío, Elson lo habría matado entonces. Ahora o entonces, ¿cuál es la diferencia?
—La suficiente para causarles algunos problemas —contestó Wolf.
—Sólo si él no es el único que puede contarlo —comentó Marisha.
—Eso es cierto —admitió Wolf, y suspiró—. Tal vez no sea demasiado tarde para arreglar las cosas.
Unas potentes explosiones resonaron en las puertas, seguidas de fuego de armas.
—No tendrá elección si se quedan aquí más tiempo.
—Que todo el mundo suba a la camioneta —ordenó Wolf—. Nos iremos por detrás. Iremos por la Riverview Parkway, que nos conducirá hasta la autopista que lleva al puerto.
No hubo muchas palabras mientras la familia subía al vehículo. Una fuerte explosión hizo que Katherine diera un brinco y casi cayó, pero Rachel la agarró del brazo a tiempo. Dechan cerró las puertas y fue al asiento delantero. El conductor puso en marcha los ventiladores incluso antes de que él se sentara. La camioneta se alejó de la mansión con un fuerte zumbido mientras Wolf indicaba el camino a través del panel que comunicaba la cabina delantera con el compartimiento de carga.
El trayecto hasta el espaciopuerto fue tenso, pero no encontraron ninguna carretera cortada ni emboscada. Unos hombres vestidos con uniformes de la Guardia Nacional controlaban los accesos al espaciopuerto e hicieron señas a la camioneta de que siguiera avanzando. El vehículo se detuvo delante de la rampa de pasajeros de una Nave de Descenso, donde los esperaban Hamilton Atwyl y Brian Cameron.
—Me alegro de verlo, coronel —dijo Atwyl cuando Wolf bajó de la parte posterior de la camioneta—. Nos preocupamos cuando oímos que el coronel Carmody había caído.
—Otra cuestión pendiente —comentó Wolf, con un brillo en los ojos.
Cameron ayudó a las mujeres a bajar del vehículo mientras Wolf hablaba con Atwyl. No había equipaje para que lo llevasen los miembros de la tripulación que los estaban esperando. Cameron hizo unos comentarios finales a Atwyl antes de que el coronel aeroespacial se alejase en su aerojeep. La gran Nave de Descenso empezó a emitir zumbidos y silbidos mientras la tripulación se preparaba para el despegue. Un miembro de la tripulación esperaba inquieto a que Wolf subiese a bordo.
—Gracias —dijo el coronel a Dechan, extendiéndole la mano.
Dechan no hizo caso de la mano extendida y dijo:
—No quiero su agradecimiento.
—Bueno, lo tiene de todos modos. Le agradezco lo que ha hecho.
Dechan se sentía obviamente incómodo. No podía mirar a la cara a Wolf. Desvió la mirada hacia la pista de aterrizaje y preguntó:
—¿A dónde irá ahora?
—Al otro lado de las montañas.
—¿Por qué no se marcha? ¿Por qué no va a territorio de Davion?
—Huir no solucionará nada.
No, en efecto.
—Él vendrá por usted.
—Que lo intente —dijo Wolf, sonriendo de la manera que Dechan recordaba del pasado, y que le hizo sentir lástima por quienes se interpusieran en el camino de Wolf—. Venga con nosotros. Necesitaremos a buenos MechWarriors.
—No quiero abandonar a Jenette.
—¡Coronel, hay disparos a la entrada! —exclamó Cameron desde lo alto de la rampa.
—No hay tiempo para ir a buscarla, Dechan —dijo Wolf—. Podemos enviarle un mensaje para que se reúna con nosotros.
—¿Y si lo interceptan? No, gracias, coronel. Yo cuidaré de ella.
—Yo tampoco dejaría a Marisha. Buena suerte, Dechan.
Dechan dio la espalda al coronel, subió a bordo de la camioneta y ordenó a su nervioso conductor que arrancase. Los ventiladores giraron a toda velocidad, levantando una nube de polvo y soplando sobre Wolf, que subía corriendo por la rampa. Dechan no miró hacia atrás. El conductor condujo el vehículo alrededor de la Nave de Descenso y se alejó de la entrada principal, donde se combatía en esos momentos. Fueron hacia un almacén donde había uniformes y pases de técnicos. Mientras se cambiaban de ropa, la Chieftain se elevaba hacia el cielo.