Epílogo

EPÍLOGO

Los secretos son extraños. Nunca se sabe cuándo son realmente secretos, aunque suele saberse cuándo no lo son. ¿Cómo puedes estar seguro de que tu amigo no sabe el secreto y no te lo cuenta porque le ha prometido a otra persona que mantendrá la boca cerrada? También se ha dicho que tres pueden guardar un secreto cuando dos de ellos están muertos, pero ese dicho no tiene en cuenta el valor del secreto para quienes lo guardan. Si uno se beneficia de que algo se mantenga en secreto, o si resultaría perjudicado si se divulgase, entonces es mucho más probable que guarde silencio.

Ser miembro del personal del Jefe Wolf te permite conocer muchos secretos, la mayoría secretos militares, generalmente información temporal sobre posiciones y fuerzas disponibles. Sin embargo, algunos están relacionados con otras cuestiones más personales. Algunos se guardan según el criterio de «tener que saber» algo; sólo te los dicen si tú los «tienes que saber». Ser miembro del personal del Jefe significa a veces que puedes averiguar más cosas de las que «tienes que saber».

El comportamiento de Schlomo a la entrada de la enfermería me había dejado perplejo y me había prometido a mí mismo que hablaría con él cuando la situación se calmase en el cuartel general. El regreso al Salón del Lobo fue caótico y el trabajo de volver a unir a los Dragones nos ocupó mucho tiempo. Había que nombrar a nuevos oficiales y comprobar la lealtad de los antiguos. Fue sorprendente la utilidad de Elson para señalar a aquellos de su antigua facción que no podrían aceptar los cambios y el nuevo orden. Los Dragones perdieron mucho personal incluso después del fin de las hostilidades. Cuando, por fin, dispuse de un poco de tiempo libre, no conseguí encontrar a Schlomo, por lo que decidí utilizar mi cargo para investigar por mi cuenta. Él me encontró cuando estaba fisgoneando en el ordenador del centro médico.

—Ahí no encontrará nada sobre ella —dijo.

Levanté la mirada, sorprendido por su silenciosa llegada. El anciano estaba demacrado y su rostro mostraba el profundo agotamiento de una carga que había llevado durante demasiado tiempo.

—¿De qué está hablando? —fue mi brillante respuesta.

Se sentó a mi lado y me sonrió con gesto cansado.

—Los otros no se dieron cuenta. Sólo vieron lo que esperaban ver. Pero vi su rostro cuando Fraser insinuó que Maeve era hija de Jaime Wolf, y supe que usted vendría a averiguarlo antes o después. ¿Ella es especial para usted?

—Lo es todo para mí —contesté—. Es algo que debería entender. Aunque sea un veterano, sabe lo que es el amor.

—Sí, soy un veterano, pero nunca he sido un guerrero. Las demás castas no renuncian al amor por el honor. No somos tan idiotas. —Suspiró—. Al menos, no en ese sentido. Dice que ella lo es todo para usted. ¿Es por eso que quiere arruinar su vida y destruir a los Dragones?

—¿Cómo puedo destruir a los Dragones por averiguar quiénes son los padres de Maeve?

—No aparente ser estúpido, Brian. Sabe qué ocurriría si ella tuviese el parentesco que sospecha.

Lo sabía, y aquella idea me produjo un leve estremecimiento. Para aplacar a ciertas facciones, Wolf había jurado que todos los oficiales de los Dragones debían ser puestos a prueba y evaluados para sus cargos. Había prometido que no habría favoritismos. Como gesto de buena voluntad, estipuló que ninguno de sus hijos o nietos podrían ostentar un puesto de mando importante en los Dragones. Maeve no había sido probada para el mando del batallón en el que servía; no quería que se lo arrebatasen al caballero Johnny Clavell, ahora que se había recuperado. En cambio, se había inscrito en la competición por el nuevo rango de general de los Dragones. Algunos decían que era demasiado joven, pero muchos veteranos indicaban que tenía la misma edad que Jaime y Joshua Wolf cuando éstos condujeron a los Dragones a la Esfera Interior. El Jefe Wolf la había apoyado con el argumento de que una joven líder era lo que necesitaba el ejército. Los partidarios de los Clanes no hicieron objeción alguna; ellos, claro, estaban acostumbrados a tener jefes jóvenes, siempre y cuando hubieran superado las pruebas correspondientes. Y ella las superó con creces. Cuando se ajustaron las puntuaciones según criterios de edad y experiencia, fue la que obtuvo el mejor resultado y se convirtió en la primer general de los Dragones de Wolf.

Sin embargo, ¿quién apoyaría a la general Maeve si se sabía que era la hija de sibko de Jaime Wolf? ¿Quién creería que Wolf no había mentido o que las pruebas no habían sido amañadas? La división en facciones, ahora hibernada, volvería a estallar y nos veríamos envueltos de nuevo en una guerra civil. Los Dragones no podrían sobrevivir por segunda vez.

—Entonces, ella es hija de sibko de Jaime Wolf —dije con voz ronca.

—No.

—¿Qué?

—Sin embargo, el peligro que usted teme existe. Los guerreros descubrirían que la verdad es menos aceptable y creíble que suponer que es hija biennacida de Wolf.

Aunque temía la respuesta, pregunté:

—¿Y cuál es la verdad?

—¿No tiene miedo de que cambien sus sentimientos hacia ella?

—No.

—Debería tenerlo.

Su serenidad hizo que me preocupase por lo que él esperaba.

—Dígamelo. Es evidente que usted quiere hacerlo.

—¿Lo quiero? —Se rió entre dientes por algún motivo que sólo él conocía—. Sí, tal vez sea un deseo. Probablemente piensa que sólo hago lo que quiero. Bueno, no es exactamente así. Hablo con usted porque lo considero necesario y porque creo que es lo correcto. Creo que debe saber la verdad, pero no porque me apetezca. Lo hago por usted y por ella.

—Entonces, cuéntemelo ya.

—Muy bien. Ya conoce los muestreos genéticos de los herederos de los líderes de las Grandes Casas de la Esfera Interior. Este no es el primer intento de Jaime Wolf de añadir los genes de la Esfera Interior a nuestra reserva genética. Durante muchos años nos ha obligado a recoger muestras de soldados capturados, civiles tratados en nuestras unidades médicas y todos y cada uno de los nobles y políticos que se han puesto en contacto con nosotros por nuestros conocimientos médicos, supuestamente muy avanzados. Nos ordenó crear un sibko con los mejores especímenes de la Esfera Interior y lo mejor de la simiente de los Dragones. Creía que un sibko con esas características produciría niños con talentos diversos, una nueva generación capaz de afrontar la amenaza de la invasión de los Clanes.

»Los científicos, o al menos la mayoría de ellos —prosiguió—, consideraron que la iniciativa era contraria a la ética e inoportuna. Oficialmente, el plan fue rechazado, pero algunos de nosotros vimos el plan como una oportunidad de hacer lo que creíamos necesario para alcanzar el mismo objetivo. Fuimos a ver a Wolf y le ofrecimos sustituir en secreto la simiente para un sibko que ya estaba planificado por las contribuciones paternas que él deseara. La negativa del consejo científico lo había decepcionado y aceptó nuestra oferta, ayudándonos a ocultar los registros. El secreto que nos ayudó a crear nos permitió realizar el experimento que creíamos necesario. No obstante, Jaime Wolf contribuyó más al sibko de Maeve de lo que él mismo sabía.

Durante unos momentos me quedé sin habla. Luego dije:

—Así que utilizaron sus genes sin que él estuviera al corriente. Creía que había dicho que ella no era su hija de sibko.

—No lo es en sentido estricto, pero en un sentido amplio podríamos decir que sí.

—Me está confundiendo, Schlomo.

—Lo siento, no era mi intención. Verá, Jaime no habría contribuido nunca a la reserva genética de los Dragones. Es un librenacido que cree que los usos del pasado son los mejores a ese respecto. Al menos, lo son para él. Fue bastante duro para él ordenar la creación de los sibkos, pero tuvo que ceder ante la necesidad de llenar las filas de los Dragones con soldados con un linaje genético de calidad. Sabía que los Clanes se acercaban.

»Todos los hijos del primer matrimonio de Wolf habían muerto, salvo MacKenzie, y éste todavía no había empezado a reproducirse; de hecho, ni siquiera había demostrado que la calidad de su legado genético fuera suficiente para incluir su simiente en el programa de sibkos. Nuestro grupo de científicos creía que los Dragones necesitaban el legado de Jaime Wolf para sobrevivir y que MacKenzie era una rama demasiado quebradiza. ¿No está de acuerdo en que los sucesos posteriores nos han dado la razón en este punto?

Ni siquiera quería intentar responder a esta última pregunta. Tal vez Schlomo tampoco deseaba una respuesta. Me encogí de hombros y él continuó como si nunca hubiera habido una interrupción.

—Pues bien, creíamos que los Dragones necesitaban algo más que sólo su legado; necesitábamos a Jaime Wolf en persona, pero él se hacía viejo, como todo el mundo. Cuando su descendencia no demostró tener aptitudes suficientes, concebimos, si me permite la palabra, un plan.

»Una reiteración directa habría sido demasiado evidente, incluso para los no iniciados —prosiguió—. Aunque nos llevó al límite de nuestras posibilidades, pudimos manipular algunas de sus células, eliminando el determinante sexual del cromosoma Y. La marca genética resultante fue insertada en un huevo del que habíamos extraído previamente el núcleo. También se introdujo material mitrocondrial del donante. La mayoría de los recombinantes no se multiplicaron. Sólo uno fue viable.

—Maeve.

El hombre asintió despacio con la cabeza.

—A todos los efectos prácticos, ella es una versión femenina de Jaime Wolf —añadió—. En términos genéticos, por supuesto. Su educación ha sido notablemente distinta.

—¿Por qué?

—Porque la materia prima ya estaba allí. Los Dragones necesitaban a otro Jaime para superar los cambios que se avecinaban.

—Así que ustedes la fabricaron.

Ella era lo que los hijos de sibkos llamaban una réplica, o lo que un lego llamaría un clon. Estaba aterrado. Nos habían enseñado que la reutilización de una marca genética era inmoral. Pero se había hecho.

—Ella no es menos humana que cualquier individuo nacido de mujer.

Tenía razón. Ella era una persona. Mi pavor remitió cuando recordé lo humana que era, y la revelación de aquel hombre, de pronto, dejó de tener importancia para mí. Ella era Maeve, mi Maeve.

—¡Oh!, sé muy bien lo humana que es —respondí.

Schlomo sonrió en actitud comprensiva.

—Sé que lo sabe. Los he visto juntos. Por eso confío en usted. Creo que tiene la fuerza suficiente para saber esto y guardarlo en secreto. Los demás científicos de mi grupo están muertos y yo no viviré para siempre.

—Entonces, ¿el Lobo no lo sabe? ¿No preparó el Juicio en su favor?

—No lo creo. Conocía las puntuaciones preliminares y la vio en la batalla. Debía de saber que era una candidata de primera categoría. No creo que la hubiese dejado competir si hubiera sabido sus orígenes.

—¿Debo decírselo a ella?

—Eso lo dejo en sus manos.

—Schlomo, no me puede cargar con esta responsabilidad.

Pero lo hizo.

En muchos aspectos, estuve agradecido de que las semanas siguientes siguieran siendo muy atareadas para Maeve y para mí. Tenía que revisar un volumen enorme de tráfico de comunicaciones y esos días vi más veces al Capiscol de ComStar que a Maeve. Ella estaba supervisando la reestructuración de las unidades de combate y preparando el terreno para firmar más contratos aparte de los de Alfa y Delta, que no habían participado en las batallas de Outreach. Los Dragones necesitaban ingresos.

Vi a menudo a Jaime Wolf, pero nunca me atreví a sacar el tema de Maeve.

A finales de septiembre, el consejo obligó al Jefe a adoptar una resolución. A pesar de sus objeciones, el nombre Wolf fue añadido a la lista de Nombres de Honor de los Dragones. Él y sus descendientes, por supuesto, conservarían su nombre, pero el consejo quería que se celebrasen competiciones de los segmentos de edades correspondientes a MacKenzie y Alpin y todos los posteriores. El consejo creía que la institucionalización del nombre Wolf ayudaría a cerrar las heridas. Jaime se opuso, pero fue inútil. Se hizo público el anuncio de la competición.

Cuando llegó el día de la competición, yo me hallaba a la salida del Salón del Lobo y veía cómo acudía la gente a presenciar el nombramiento de los competidores. Estaba al lado del Jefe Wolf, que era el sitio que me correspondía. El resto de su personal estaba junto a nosotros. Varios pasos por delante se hallaban los Candidatos de Honor. El Señor de la Sabiduría estaba sobre un podio, vuelto hacia la multitud, mientras leía la declaración que creaba el nuevo Nombre de Honor.

Cuando terminó, Maeve dio un paso adelante desde la primera fila de la multitud y exclamó:

—¡Presento el desafío! ¡Él nombre Wolf será mío!

Se produjo una conmoción cuando Elson se abrió paso. Estaba en el límite máximo del segmento de edad elegible. Lo que dijo me sorprendió. Incluso vi al Lobo arquear una ceja.

—Yo apoyo el desafío de Maeve y me retiro.

Un coro de voces rugió para expresar su conformidad.

El Señor de la Sabiduría hizo sonar la campana para exigir silencio y llamó a los demás competidores. El MechWarrior Jovell dio un paso adelante y gritó:

—¡Me retiro del desafío!

Lydia se adelantó y dijo lo mismo, seguida de Harold, un Elemental de anchos hombros. Uno a uno, todos los competidores se adelantaron, anunciaron su retirada y se reintegraron a la multitud.

El Señor de la Sabiduría esperó durante un minuto muy largo. Corrían rumores entre la asombrada muchedumbre. Un Nombre de Honor nunca se había concedido sin competir.

—Debe finalizar el rito —declaró el Señor de la Sabiduría a Maeve.

—¡Presento el desafío! —gritó ella.

Estaba muy emocionada. Yo sabía cuánto anhelaba conseguir el nombre y cómo se había preparado para luchar por él. Quería luchar para conseguirlo.

Sin embargo, ninguna voz respondió al desafío.

—¡Presento el desafío! —gritó por tercera vez.

De nuevo, nadie habló.

—Que todos sepan que nadie ha respondido a Maeve —dijo el Señor de la Sabiduría.

La llamó al podio. Cuando ella estuvo a su lado, le dijo:

—Maeve, es usted la única contendiente en el segmento de edad de Alpin Wolf. Nadie está dispuesto a oponerse a usted para conseguir el nombre. Usted es Wolf.

Los cánticos y vítores de «¡Wolf!» resonaron por todo Harlech. Maeve estaba estupefacta ante aquella clamorosa aprobación. Yo guardaba silencio. Sólo yo y otra persona sabíamos con cuánta razón la llamaban por ese nombre.

Bajo la dirección del Jefe Jaime Wolf y la general Maeve Wolf, los Dragones hemos reorganizado tanto su estilo de vida como su fuerza militar, aprovechando al máximo lo que hemos aprendido de las luchas internas que estuvieron a punto de destruirnos. Nuestras unidades tienen una fuerza inferior a la indicada en la nueva tabla de organización, porque hemos perdido a muchos que no han podido aceptar el nuevo orden. Su marcha nos ha debilitado, pero es un efecto temporal. Estamos entrenando a nuevos reclutas y criando a nuevos sibkos. Todo se ha hecho de forma detallada y minuciosa para indicar que nos hemos renovado. Los Dragones ya no son sólo mercenarios, ni sólo guerreros: somos una familia. El apodo «Manada de Lobos» se ha popularizado con una rapidez asombrosa, como Maeve había predicho.

Hasta que alcancemos nuestro potencial máximo, seguiremos trabajando con lo que tenemos. ¿Por qué no? Ahora, todos somos veteranos. Los Dragones son más duros y fuertes que nunca. Comenzamos como la mejor unidad que había visto la Esfera Interior, y ahora somos aún mejores. En mi opinión, somos más robustos y diestros que cualquiera de los Clanes. ¿Qué podemos hacer, salvo seguir mejorando?

La Sala de Contratos vuelve a estar abierta, amigos.

La Manada de Lobos busca nuevos talentos.