TRES POEMAS DEL CICLO «REFLEJOS»
I
¡Oh hermoso brillo del reflejo tímido!
Como, pues en ningún sitio dura, es capaz de brillar.
La sed que de sí mismas tienen las mujeres
la sacia. Para ellas el mundo está tapiado con espejos.
Caemos en el brillo del espejo
como en algún secreto canal de nuestro ser;
pero ellas allí encuentran su lugar, ellas lo leen.
Ellas deben ser dobles: sólo entonces están completas.
Avanza, amada, frente al cristal claro
a fin de que tú seas y que entre ti y tú misma
la tensión se renueve y la medida
de aquello que en esa tensión es indecible.
Qué rica eres alzada en torno de tu imagen.
Tu sí a ti dicho afirma tu mejilla y tu pelo;
y desbordante de ese recibirte a ti misma,
en la comparación, vacila tu mirada y se oscurece.
Muzot, noviembre de 1924
II
Del cristal de un espejo de nuevo te recoges
y a ti misma te añades;
dispones en ti misma igual que en un jarrón
tus imágenes. Y llamas tú
a ese florecimiento de todos tus reflejos
que un momento con ligereza piensas,
antes de que vencida por su dicha,
como ofrenda a tu cuerpo, los devuelvas.
Muzot, noviembre de 1924
III
Oh al lado de ella y su reflejo
—cual joya en el estuche protector,
durando en ella y dispuesto en la blandura—
el amante descansa:
ora la siente a ella, ora su joya interna…
Él, que no guarda en sí ninguna imagen propia
y que del fondo de sí mismo rebosa
de mundo conocido y soledad.
Muzot, noviembre de 1924