AL ÁNGEL
Alzado candelabro, rotundo sobre el límite y sereno.
La noche se efectúa allá en lo alto:
nosotros tanteamos en lo entenebrecido,
nuestro ser derrochamos junto a tu fundamento.
Ése es nuestro destino: ignorar la salida
de ese desconcertante interno ámbito.
Te apareces encima de cada impedimento nuestro
y lo incendias como a una alta cima.
Tu alegría se alza sobre nuestros dominios
y a nosotros apenas se nos da un sedimento:
como la pura noche de equinoccio,
te yergues dividiendo un día de otro día.
¿Quién sería capaz de administrarte
el mejunje secreto que a nosotros nos turba?
Tú recibes tu gloria de todo lo sublime;
nosotros nos tratamos con lo ínfimo.
Si lloramos, no hacemos más que sensiblerías,
al contemplar estamos a lo sumo despiertos;
nuestra sonrisa no seduce mucho,
y si seduce, entonces, ¿quién la sigue?
(Cualquiera.) Ángel, entonces, ¿deberé lamentarme?,
¿pero cómo haría mío mi lamento?
Ah yo grito, yo bato con dos troncos,
pero no creo que nadie pueda estar escuchándome.
Mi alboroto no alcanzaría eco en ti
si tú no me sintieras tan sólo porque soy.
¡Ilumina, ilumina! Allá entre las estrellas
sea yo más contemplado, porque me desvanezco.
Ronda, enero de 1913