[CAEN RODANDO LAS PERLAS]
Caen rodando las perlas.
Ay, ¿es que se rompió uno de los hilos?
Mas de qué serviría
que volviera a engarzarlas: me faltas,
fuerte hebilla
que las tenía sujetas, tú, amada,
¿no era tiempo?
Como el primer albor espera la mañana,
así te espero yo, pálido como noche consumada;
como un teatro lleno, me fundo en un gran rostro
de manera que nada se me escape
de tu alta entrada central.
Igual que un golfo anhela
en lo abierto y, desde el faro erguido,
lanza espacios lucientes;
como el lecho de un río en el desierto,
para que desde puras montañas lo arrebate,
aún divina, la lluvia;
como el preso de pie que ansia la respuesta
de la única estrella que llega a su inocente
ventana: como uno que arroja sus tibias muletas,
para que alguien las cuelgue del altar
y está tumbado ahí y sin un milagro
no podrá levantarse:
entiéndelo así, si tú no vienes,
serpentea mi camino hacia el fin.
Sólo te anhelo a ti. ¿No debe acaso
la grieta de la acera en su miseria,
cuando siente el impulso de la hierba…,
no debe desear la primavera plena?
Mira: la primavera de la tierra,
¿no precisa la luna
para encontrar su imagen en la charca del pueblo
la gran aparición del astro extraño?
¿Cómo puede ocurrir la menor cosa
si no se mueve toda la plenitud del futuro
—suma de todo el tiempo— a nuestro encuentro?
¿No estás por fin en ella, tú, indecible?
Un poco más y no te sostendré.
Envejezco o los niños me empujan hacia allí.
Venecia, julio 1912 / España, finales de 1912
Ámbito de las Elegías de Duino