[PALABRAS DEL SEÑOR A JUAN EN PATMOS]
Contémplalo: con tal de que ni un árbol
te pueda distraer,
no hay más que puro espacio en esta isla.
¿Y aves? Más bien estate preparado
a ver leones que vayan por el aire.
Tendrían miedo los árboles
y no quiero que vean.
Pero tú eres quien mira, tú has de percibir,
tú vas a contemplar
cual nunca antes lo hiciera ningún hombre,
tú debes aferrar, asir, leer,
devorar debes tú
aquello que yo parto en dos mitades: el cielo
colmado por los frutos.
Debes arrodillarte alzando la cabeza
y que el zumo gotee sobre tus ojos:
para eso te he buscado.
Tú debes escribir sin siquiera mirar,
porque también para eso estás aquí: para escribir.
La mano izquierda pon a la izquierda
sobre la piedra y la derecha a la derecha,
de tal modo que yo pueda usar ambas manos.
Voy ahora por tanto a revelarme del todo.
Por millones de años debo ya retenerme,
pues más tardan los mundos en ir desvaneciéndose;
ahora debo entregarme a su frialdad
llama a llama en lugar de ser un solo fuego en todos ellos.
Así no estaré más en lo creado:
cuando un hombre comience a presagiarme
entonces me estará ya olvidando la piedra.
Por una vez yo quiero desarmarme delante de tus ojos:
mis mantos y mis ropas imperiales,
mi armadura: todo lo que me ciñe,
quisiera abandonarlo y del alto espadón
que me sostiene el ángel
sustraer el torrente de mi mano derecha.
Mas contempla el sentido de estas vestiduras que me envuelven.
Si nos hicimos ropas tan magníficas,
es por cuanto el desnudo aguarda en lo más hondo.
Siervos tiene Satán que con estacas
abaten lo que crece más delicadamente;
por eso debo yo en primer lugar
reafirmar a los hombres en la imagen percibida.
Mas yo quiero mover mis animales,
porque existe un impulso en mis obras
que anhela cada vez mayor transformación.
Los hombres se sujetan a conceptos
en que elaboran con trabajo un nido;
por un tiempo aún los barcos serán barcos
y una casa ha de ser como las casas
y la silla, la mesa, el armario y el arca
y el sombrero, el abrigo y los zapatos
todos se quedarán como ahora son:
pero mías no son esas formas.
A veces cuando aúllan que estoy lleno de ira,
lanzo, amante, mi prueba
de fuego a la raza posesiva
y degusto alguna de sus cosas
por comprobar si puedo acogerla conmigo:
si arde, es verdadera.
Ah supieran los hombres lo que el alma del ángel arrastra,
para que igual que una catarata
pueda precipitarse por encima de mis más viejas órdenes.
Hace tiempo que habría tomado los camellos
de vuelta y los habría despedazado.
Alimentar las formas no me concierne a mí,
porque yo soy la lluvia de fuego;
mi mirada, dentada como el rayo.
Escúchame, no voy a tolerar que un solo hombre se quede.
Escribe lo siguiente:
que atravesando el polvo de su cuerpo,
arrojaré a los hombres hacia el disco,
hacia la obra o hacia la mujer:
y a las mujeres las quiero como a las hojas.
Tan sólo con el niño hago una pausa,
de manera que todo el tronido disperso
se acumule en su oreja semejante a una concha.
Mira este sitio estrecho y escondido
en que ordeno el tumulto de mis mundos:
procede en él lo que desaparece.
Munich, noviembre de 1915