ENDIMIÓN
Aún la caza lo habita. Por sus venas,
como de un matorral, la presa irrumpe.
Los valles toman forma. En las aguas del bosque
la cierva se refleja y detrás de ella
se apresura la sangre del durmiente encerrado,
atormentado por el desleimiento brusco y repetido
del confuso alboroto de la caza en el sueño.
Mas la diosa, que, nunca desposada, camina adolescente
encima de las noches de los tiempos,
aquella que en los cielos nunca concernió a nadie,
siendo ella su propio complemento,
se inclinó silenciosa a sus costados
y sus hombros brillaron de repente,
hasta formar la concha del sueño de Endimión.
París, julio de 1909