NARCISO
Así que es esto, pues. Es esto lo que emana mi ser dentro del aire
y en el presentimiento de los bosques;
escapa levemente de mí hasta no ser yo
y brilla, pues no encuentra resistencia ninguna.
Va alzándose sin pausa desde mí.
Y aunque no quiero ir y espero y me resisto,
mis fronteras me urgen,
se precipitan fuera, ya están del otro lado.
Y hasta en el sueño mismo. Ningún nudo nos vale.
Oh centro mío que cede, debilidad del hueso
que deja irse la pulpa de la fruta. Oh fuga, oh flujo, oh vuelo
de cada punto de mi superficie.
Lo que se forma allí y me es semejante
y tremolante asciende en señales llorosas
quizás se ha generado dentro de una mujer,
mas se hacía inalcanzable
cuando yo me batía por devolverlo dentro de su seno.
Ahora yace ahí abierto en el agua indolente y distraída.
Y me está concedido el deslumbrarme al mirarlo con pausa debajo
de mi corona trenzada de rosas.
Allí ya no es amado: en ese fondo
no hay más que indiferencia de derrumbadas piedras.
Puedo ver hasta qué punto soy triste.
¿Era ésa mi imagen a sus ojos?,
¿se elevaba en su sueño hasta tornarse en un dulce temor?
Casi puedo sentirlo,
porque, como me pierdo en mi mirada,
bien podría pensar que soy mortal.
París, abril de 1913
Ámbito de las Elegías de Duino