[NI SIQUIERA EL AMANTE…]
Ni siquiera el amante os sabría abarcar lo suficiente
con sus ojos, esencias ilimitadas, pues
quién sabría leer en ese rostro
en el que la mirada se deslumbra, da un vuelco.
Con prudencia, el poeta, usando esta o aquella
figura o algún símbolo, os intenta poner de manifiesto.
Va ascendiendo en esferas siguiéndoos la huella,
hasta que se detiene asustado delante de los cielos.
Alcanza al fin a estar muy cerca de vosotros,
cuando se encuentra entonces como en un dulce duelo
sin poder alejarse del camino de un jardín:
rauda la lagartija se ha escondido,
cuando él ha ido a poner sobre el caliente muro de la viña,
casi ceremonioso, sus dos manos vacías.
París, noviembre de 1913