XXXVIII - Hacia la horca

—PERDONADME, MONSEÑOR —dijo una voz al duque.

Guisa se inclinó ferozmente con el puñal levantado.

—¡Ah! ¿Eres tú? —dijo reconociendo a Bemia—. ¿Qué quieres?

—¿Queréis ahorcar al Anticristo?

—Sí. ¿Qué quieres? ¡Aprisa!

—Quiero la cabeza, pardiez. Me pertenece, como ya sabéis. Vale mil escudos de oro.

—Es justo —contestó Guisa riéndose—. Ahorcaremos el cadáver por los pies.

Bemia se inclinó y con el puñal acabó de separar la cabeza del tronco.

El cuerpo fue cogido por los pies. Dos hombres lo arrastraban tirando cada uno de una pierna, mientras el torso ensangrentado se arrastraba por el barro.

Inmediatamente se organizó una procesión infernal hacia la horca, seguida por veinte mil parisienses que conducía Guisa.

—¡Mata, mata, mata!

—¡Emborrachaos de sangre! —rugía Guisa.

—¡Viva el sostén de la Iglesia! —gritaba la multitud.

Durante el camino mataban, reían y cantaban. El cadáver de Coligny arrastraba por el suelo y así fue como llegaron a las horcas de Montfaucon, en donde muy pronto el cadáver se balanceó por los pies al extremo de una cuerda. Y entonces se elevó en el aire un clamor inmenso que se oyó por todo París.