EL PROFETA
Desde el día en que el juez eterno
me otorgó la omnisciencia del profeta,
leo en los ojos de los hombres
páginas de odio y de vicio.
Proclamé las enseñanzas puras
del amor y la verdad,
y todos mis deudos entonces
furiosos me arrojaron piedras.
Sobre mi cabeza cenizas esparzo,
pobre salgo de cualquier ciudad,
y vivo en el desierto, como las aves,
alimentándome de lo que Dios me envía.
Observando los preceptos del Eterno,
sometí a las criaturas de la tierra,
y las estrellas me escuchan,
con el resplandor de sus felices rayos.
Pero, cuando la ciudad rumorosa
atravieso apresurado,
los viejos dicen a los niños
con altiva sonrisa:
«¡Mirad: un ejemplo para vosotros!
Era orgulloso, nos desconocía:
el muy loco quería convencernos
de que Dios hablaba por su boca.
¡Miradlo ahora, niños!
¡Pálido, enjuto, sombrío!
Mirad su pobreza y desnudez
y cómo todos lo desprecian».