NOCHE II
Se apagó el día, y la tiniebla nocturna
cubrió como un sudario la bóveda celeste.
En medio de las sombras giraban y centelleaban
puntos luminosos,
entre los que daba vueltas nuestra tierra,
donde todo dormía, envuelto
en silenciosa quietud. Solo yo velaba,
solo yo… En horrible penumbra,
dividido entre la alegría y el dolor,
el corazón se me encogía, y yo anhelaba
acrecentar ese entusiasmo o esa tristeza
con el recuerdo de la vida muerta:
¡cuánto más fácil lo segundo!…
A occidente un esqueleto inmenso
surgió de las sombrías aguas
y ocultó las estrellas… Los mundos
en su presencia quedaban anulados,
y todo se estremecía bajo su paso.
Solo quedaba la nada tras él.
Ya se acerca el omnipotente gigante
a la esfera terrestre, donde todo dormía.
Nadie se estremeció, solo un mortal
vio lo que Dios no quiera
que ninguna criatura viva vea…
Entonces levantó las huesudas manos
en las que sostenía sendos hombres
temblorosos, ambos de mí conocidos.
Cuando los vi, lloré,
y una extraña voz dijo de pronto: «¡Cobarde!,
hijo del polvo y del olvido, ¿no has sido acaso tú,
atormentado por penas insufribles,
quien me ha llamado? Aquí estoy. ¡Soy la muerte!…
¡Mi reino no tiene confines!…
Mira a estos dos. Los conoces, los apreciabas…
Uno de ellos morirá. Te concedo
determinar la ineluctable suerte…
También tú te perderás en la eternidad
y nunca más volverás a verlos.
Ya sabes: como el tiempo, se desvanece
el hombre y su progenie. Solo Dios es eterno…
¡Decídete, desdichado!»…
Un involuntario temblor
recorrió entonces mi cuerpo. Los dientes,
castañeteando con fuerza, impedían
que las crueles palabras me brotaran del pecho.
Por fin, dominando mi terror,
le grité al esqueleto: «¡Ambos! ¡Ambos!…
¿Separación? ¿Reunión? ¿Para qué?…
Bastante han vivido para prolongar
eternamente su castigo.
¡Ah, llévame también a mí, vil gusano,
y quebranta la tierra toda, nido
de corrupción, locura y llanto!…
Todo nos sustrae con engaño
y nada nos dona más que el nacimiento…
¡Maldito sea su regalo!
Sin él no te conoceríamos
ni tampoco la vana y miserable vida, donde
no hay esperanza, solo miedo por doquier.
¡Sí, acaba con mis amigos! ¡Acaba con ellos!…
Lo único que me hará llorar
es que ya no son niños»…
Y vi cómo sus huesudas manos
machacaban a mis amigos, hasta que desaparecieron.
Ni siquiera quedaron sus espectros o sombras…
La muerte se vistió de nieblas y se dirigió
al norte. ¡Mucho, mucho tiempo, las manos
retorciéndome, tragando lágrimas,
increpé al creador! Tenía miedo de rezar…