LOS DONES DEL TÉREK

Ruge el Térek, salvaje y furioso,

entre las moles de las peñas,

como una tempestad su llanto,

y lágrimas sus salpicaduras.

Pero, al discurrir por la estepa,

adopta un aire taimado

y, acariciante y afable,

susurra al mar Caspio:

«¡Ábrete, viejo mar,

y acoge mis olas!

Largo trecho he recorrido

y es hora de descansar.

Nací al pie del Kazbek,

el pecho de las nubes me nutrió,

y nunca dejé de combatir

el ajeno poder del hombre.

El natal Darial donde moran

tus hijos he devastado

por diversión y de guijarros

un rebaño entero he arrastrado».

Inclinado sobre la blanda orilla,

calla el Caspio como dormido,

y de nuevo el Térek le acaricia

con su susurro el oído:

«¡Te he traído un presente!

Y no uno cualquiera: un kabardino

del campo de batalla,

un kabardino audaz.

Con su valiosa cota de mallas

y coderas de acero,

y en ellas escrito en oro

un sagrado versículo del Corán.

Sombrío el arco de las cejas

y la punta del bigote

bañada por el generoso

flujo de la ardiente sangre.

Su ojo abierto e insensible,

lleno aún del odio antiguo,

el secreto tupé enroscado

en la nuca como mechón negro».

Pero, inclinado sobre la blanda orilla,

el Caspio dormita y calla.

Entonces el turbulento Térek

se agita y dice de nuevo:

«Escucha, anciano: ¡es un don inestimable!

¿Qué otro puede comparársele?

Hasta ahora a todo el mundo

lo he ocultado. Te he traído

sobre las olas el cuerpo

de una joven cosaca,

sus hombros de leve bronceado,

sus trenzas de un rubio claro.

Triste es su rostro empañado,

su mirada serena, dulce su sueño,

y en el pecho de la leve herida

corre purpúreo arroyo.

Por la bella joven

uno solo de la aldea

sobre el río no se aflige:

un aguerrido cosaco.

Ha ensillado su caballo moro

y en las montañas, entre las pugnaces

sombras de la noche, bajo el puñal

del malvado checheno perderá la vida».

Calla el Térek airado, y sobre las olas,

blanca como la nieve,

la trenza deshecha,

una cabeza ondeando emerge.

Y el viejo, fascinado por la visión,

se alza poderoso como el huracán,

llenos de húmeda pasión

los ojos azul oscuro.

Y, enfurecido y alegre,

en su abrazo acoge

las veloces ondas

con un susurro de amor.

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