ELEGÍA
Ah, si mis días discurrieran
en brazos de la dulce serenidad y el olvido,
libre de las preocupaciones terrenales,
lejos de las agitaciones mundanas,
y, una vez apaciguadas mis fantasías,
pudiera aún apreciar los juegos de la juventud,
entonces sería la alegría mi compañera inseparable,
y estoy seguro de que no buscaría
placeres ni glorias ni alabanzas.
Pero vacío y gris se me antoja el mundo entero,
el amor inocente no seduce ya mi alma:
traiciones ansío y sensaciones nuevas
que puedan reavivar con su mordacidad
mi sangre, apagada por las penas y los sufrimientos
de las pasiones prematuras…