FRAGMENTO
Tres noches sin dormir, angustiado,
rezando de rodillas. Estepa y cielo
eran mi templo, y un túmulo el altar.
Si los huesos que ocultaba
hubieran podido despertarse,
abrasados por mi lágrima
que atravesó la tierra, se habrían estremecido
los muertos, con un fragor de armaduras.
¿Es posible, Dios mío, que una lágrima, una sola,
fuera el fruto de las tres horribles noches?
No, esa lágrima infernal, sin duda,
era la última; de otro modo tres noches
no la habría esperado. Sangre de hermanos,
sangre de ancianos y de niños pisoteados
sofocaba mi alma, y finalmente
alcanzó el corazón y lo obligó
a romper uno a uno todos sus lazos,
y en venganza transformó todo
lo que en él había semejante al amor.
Aunque no pueda cumplir mi designio,
es grandioso, y con eso me basta.
Mi hora ha llegado, de gloria o de vergüenza:
seré inmortal u olvidado para siempre.
He interrogado a la naturaleza, y ella
me ha recogido en su seno. En el frío bosque,
en la hora terrible de la tormenta,
bebí ambrosía de sus labios hechiceros,
pero el mundo parecía vacío a mis deseos,
carente de cualquier interés.
A las estrellas y la luna volvía los ojos,
aderezo del cielo nocturno.
Pero sentía que no había nacido para ellas.
No amaba el cielo, aunque admiraba
el espacio sin principio ni fin
y envidiaba la suerte del creador.
Pero, una vez perdidas la patria y la libertad,
me encontré de pronto a mí mismo,
y solo en mí hallé la salvación de todo un pueblo.
Y tercamente profundicé
en un solo pensamiento, quizá vano
e inútil para la tierra natal,
pero puro y bello como la esperanza,
sagrado y poderoso como la libertad.