SE AVECINAN TIEMPOS DE ESFUERZO TRIBUTARIO
SE AVECINAN TIEMPOS DE ESFUERZO TRIBUTARIO
Por consiguiente, si Islandia nos ofrece una lección positiva, ¿qué hacemos a partir de aquí? Teniendo en cuenta cómo acostumbran a estar organizadas las cosas, las opciones que se nos presentan, de ahora en adelante, a las sociedades con elevados niveles de endeudamiento son tan limitadas como generalizadamente malas: hablamos de recurrir a la inflación (que es mala para el capital y para los acreedores), a la deflación (que perjudica a los trabajadores y a los deudores), a la devaluación (dañina para los trabajadores a largo plazo e imposible de realizar en la zona euro) y el impago (con el que todo el mundo sale perdiendo). La condonación de la deuda es una particular forma de morosidad —y de hecho Islandia convirtió este recurso en uno de los elementos integrantes de la estrategia aplicada para despejar su mercado hipotecario—. Estados Unidos podría realmente arreglárselas con una pequeña dosis de esta receta, pero lo cierto es que a menos que uno esté dispuesto a dejar que los bancos vayan a la quiebra, está claro que los acreedores siempre van a ofrecer resistencia ante la eventualidad de una quita. Así las cosas, ¿qué nos queda? Desde luego, más austeridad, tanto a corto como a medio plazo, de eso no hay duda. Sin embargo, las lecciones que obtuvimos a lo largo de la década de 1920 sugieren que dicha austeridad llegará a su fin si ponemos en marcha una de las opciones restantes: la devaluación, la inflación o el impago. ¿Existe alguna senda alternativa y de mayor estabilidad que podamos seguir en el futuro? Pues sí, en efecto, hay dos. Ninguna de ellas va a suscitar el menor entusiasmo, pero lo cierto es que ambas son, como dijo en una ocasión Winston Churchill respecto de la democracia, la peores opciones de que disponemos, con excepción de todas las demás.
A la primera vía que se abre ante nosotros se le suele dar peyorativamente el sobrenombre de represión financiera. Carmen Reinhart y María Belén Sbrancia han debatido recientemente acerca de las potencialidades de este posible cauce.[660] Ambas han llegado a la conclusión, tras examinar varios episodios pretéritos marcados por la existencia de un elevado nivel de endeudamiento, de que la forma en que los estados tienden a reestructurar sus respectivos sistemas financieros en un período de crisis les permite crear una especie de «público cautivo». Se estimula así a los bancos, a los fondos de pensiones y a otros tenedores de títulos de deuda —mediante la introducción de sistemas de control de capitales, el establecimiento de un techo para los tipos de interés y la utilización de otros dispositivos financieros— a comprar y a conservar un gran volumen de obligaciones del estado. Una vez logrado esto, el ejecutivo procede a pagar un tipo de interés nominal reducido por cada bono, gestionando al mismo tiempo un presupuesto cuasiequilibrado y operando con unos índices de inflación positivos pero bajos. Esto viene a determinar que el tipo de interés real de los bonos resulte ser efectivamente negativo, de modo que el valor de la deuda se contrae progresivamente con el paso del tiempo.
La represión financiera consiste básicamente en la aplicación de un impuesto a esos tenedores cautivos de títulos de deuda pública, y es una estrategia que funciona especialmente bien cuando se consigue tener a todos los bancos metidos en el proverbial barril[*] —como sucede cuando se encuentran en una situación que les hace perder dinero y dependen de la financiación que pueda procurarles el estado (que es exactamente lo que está sucediendo en nuestros días)—. Las medidas políticas de este tipo «han desempeñado un papel decisivo en la reducción o la liquidación de los inmensos volúmenes de deuda que se acumularon a lo largo de la segunda guerra mundial».[661] Reinhart y Sbrancia han descubierto que el «impuesto de liquidación» que se generó en su día gracias a la práctica de la represión financiera alcanzó año a año un volumen equivalente —al menos en el caso de la situación en que se vieron tanto Estados Unidos como el Reino Unido tras la segunda guerra mundial— a un 3 o un 4 por 100 del producto interior bruto de esos países.[662] Andando el tiempo, la recaudación de esos fondos podría facilitar una significativa reducción de la deuda, eliminando la necesidad de aplicar las medidas de austeridad durante el período correspondiente al adelanto temporal que esa recaudación hubiera permitido lograr; una austeridad, recordémoslo, que en todo caso tampoco habría de revelarse operativa de continuar llevándose a la práctica, dado que su observancia tiende invariablemente a incrementar la deuda, no a reducirla.
Queda claro, por tanto, que estamos hablando de impuestos, y eso es algo que no le gusta a nadie. No obstante, y teniendo en cuenta que he descubierto hace poco que en 2010 he pagado más impuestos que la compañía General Electric —es verdad, no bromeo, pagué más, y usted también—, me confieso dispuesto a darle una oportunidad a la represión financiera.[663] Sí, en efecto, esa medida vendrá a limitar muy notablemente mis posibilidades de comprar derivados exóticos y negociar con ellos, reduciendo asimismo mi capacidad para participar en los distintos juegos de arbitraje financiero internacional que ofrece el panorama económico, pero ¿saben una cosa? Estoy dispuesto a renunciar a todo eso. Tras haber vivido treinta años viendo cómo todas las ganancias y todos los recortes fiscales iban a parar a manos de las mismas personas que han provocado la burbuja que nos ha estallado en la cara, se acerca la hora de la revancha. Y si esto está llamado a suceder no se debe a que nos hayan convencido los partidarios del movimiento Ocupa Wall Street, ni a causa de nuestras preferencias personales, sino a la circunstancia de que hacerlo así resulta mucho más sencillo y mucho más eficaz que los empeños destinados a vigilar la puesta en práctica de una austeridad claramente contraproducente.
Y ya que hablamos de impuestos, la recaudación que se va a efectuar no va a limitarse a una sofisticada y semioculta liquidación ni se circunscribirá a aplicar la denominada «tasa Tobin»[*] a las transacciones financieras. Hay todavía espacio para que los impuestos que gravan a las personas físicas también puedan aumentar —especialmente en Estados Unidos—. Un reciente análisis del Servicio de Investigación del Congreso estadounidense —que de paso nos da una idea de lo que puede estar pensando ahora mismo el Congreso de Estados Unidos— ha señalado que el tipo marginal máximo que se aplicaba característicamente a los ingresos personales se situaba en Estados Unidos en las décadas de 1940 y 1950 —es decir, en la época dorada del poderío estadounidense— «por encima del 90 por 100», mientras que «el tramo superior del impuesto sobre la renta del capital era del 25 por 100». Entretanto, «la cuota de renta acumulada del 0,1 por 100 de la población —esto es, el integrado por las familias estadounidenses de ingresos más altos— se incrementó igualmente en el período comprendido entre 1945 y 2007, pasando de un 4,2 por 100 a un 12,3 por 100, respectivamente».[664] Esta es una yuxtaposición de observaciones cuando menos interesante. La justificación que se aduce tanto para proceder a estas reducciones como para dar por buenas estas rentas es, por supuesto, el argumento que plantean los defensores del fomento de la oferta, que, como sabemos, sostienen que cuanto más dinero haya en los estratos superiores de la renta tanto más intensos serán la inversión y el crecimiento. Curiosamente, el informe del Servicio de Investigación del Congreso estadounidense concluye que «el resultado del análisis sugiere que los cambios que han venido experimentando a lo largo de los últimos sesenta y cinco años tanto el tipo impositivo marginal máximo sobre la renta de las personas físicas como el tramo tributario superior que grava las rentas del capital no parecen guardar relación con el crecimiento económico».[665] Sin embargo, sí que dan la impresión de hallarse «asociados con la creciente concentración de que se observa en los ingresos».[666] Dado que los gastos de Estados Unidos, en tanto que estado federal, representan el 25 por 100 del producto interior bruto, mientras que la recaudación de impuestos supone únicamente un 18 por 100 del PIB, un observador cínico podría llegar a la conclusión de que la sola circunstancia de que todos esos ingresos estén concentrados en tan pocas manos podría convertir a ese escalón socioeconómico en un buen objetivo para quien desee reducir el déficit presupuestario.
Otro factor que nos empuja a seguir avanzando en esta dirección pasa por el hecho de que algunos de los economistas más serios y más partidarios de la corriente económica actualmente dominante estén empezando a decir cosas que hace muy pocos años sólo habríamos escuchado en boca de un corrillo de contrariados beodos de izquierdas conjurados en un bar de aficionados a la bebida. Es fácil constatar, por ejemplo, que los economistas de ambos lados del Atlántico que se especializan en cuestiones fiscales están empezando a argumentar que la aplicación de una mayor presión fiscal a las personas con mayores ingresos podría costear buena parte de la reducción de la deuda. Según parece, no hay a fin de cuentas ninguna necesidad de adoptar medidas de austeridad. Y dado que los tramos de ingresos máximos son también los que más se han beneficiado de las últimas tres décadas de recortes fiscales, da la impresión de que es sencillamente de justicia incrementar un poquito las cargas fiscales que actualmente soportan. Glenn Hubbard, el exasesor económico del presidente Bush, piensa que la subida de los tramos tributarios superiores jamás conseguirá recaudar lo suficiente como para poder aliviar, siquiera sea mínimamente, la deuda nacional.[667] Además, el que fuera el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos en 2012, Mitt Romney, juzgaba que este tipo de distribución resultaba «antiamericana» —dando muestras con ello de una pasmosa ignorancia respecto de las medidas políticas que aplicara en su día el presidente Dwight Eisenhower (que también era republicano)—.[668] No obstante, hay un gran margen de maniobra para gravar los escalones de renta superiores, debido precisamente a los rescates. Es el colmo de las bendiciones, porque nunca dejaremos de «disfrutarlo». Después del crac bursátil de 1929, tanto la desigualdad de los ingresos como las remuneraciones del sector financiero decrecieron de forma muy marcada en relación con los ingresos ordinarios, pero, en cambio, en la actual crisis no ha sucedido lo mismo, de modo que la modificación al alza de la fiscalidad que grava los tramos más altos de la tributación equivale simplemente a devolver al contribuyente el dinero que se le pidió dedicar en su día al rescate de las entidades financieras. Además, no se trata de una idea que resuene únicamente en los círculos progresistas de Estados Unidos.
En los últimos tiempos, un equipo de economistas alemanes ha calculado que una única exacción al capital del 10 por 100 de todo patrimonio personal neto que supere los 250 000 euros por contribuyente podría recaudar unas cifras próximas al 9 por 100 del producto interior bruto germano. Dicho impuesto vendría a recaer en el 8 por 100 de los alemanes que cuentan con unos ingresos más elevados —8 por 100 que, en conjunto, viene a poseer casi las dos terceras partes de la riqueza nacional de ese país—. Además, al aplicarse a las franjas patrimoniales netas de 500 000 euros (esto es, el 2,3 por 100 de los contribuyentes) y de un millón de euros (el 0,6 por 100 de los ciudadanos), dicho gravamen vendría a recaudar unas cifras de efectivo equivalentes al 6,8 y al 5,6 por 100, respectivamente, del producto interior bruto alemán. Tratándose de impuestos únicos, fundados en la «emergencia provocada por el endeudamiento», hay que concluir que dichas políticas, aun en el caso de incluir en la ecuación «los efectos de las expectativas racionales», no deberían provocar ningún cambio espectacular en la conducta de los inversores, ni generar ninguna huida de capitales —con tal de que el estado se comprometa de forma bien creíble a no exigir su pago más que en una única ocasión—.[669] Y al igual que en Estados Unidos, también en Europa parece haber un amplio margen para el incremento de los impuestos de los estratos de renta superiores, dado que se estima que los ingresos marginales máximos se encuentran, como mínimo, unos veinte puntos porcentuales por debajo del nivel que permitiría al gobierno maximizar su renta fiscal.[670]
Peter Diamond, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y Emanuel Saez, de la Universidad de California, en Berkeley, dan un paso más y argumentan que el hecho de gravar al 1 por 100 de la población más acaudalada con impuestos superiores al 80 por 100 de su renta no generaría un descenso de los ingresos públicos, sino todo lo contrario, un incremento de los mismos.[671] Estos autores argumentan de forma explícita que «deberían aplicarse a los individuos con ingresos extremadamente elevados unos tipos impositivos marginales no sólo elevados, sino en progresión creciente».[672] Según sus cálculos, la elevación del promedio tributario con el que actualmente se grava en Estados Unidos la renta del percentil de población con ingresos superiores, haciéndolo pasar del 22,4 por 100 actual (nivel que es el mismo de 2007) a un eventual 43,5 por 100, incrementaría los ingresos públicos en una cantidad equivalente al 3 por 100 del producto interior bruto, cifra que no sólo sería suficiente para cancelar el déficit estructural estadounidense, sino que seguiría dejando en manos de las personas con ingresos superiores un volumen de renta después de impuestos mayor del que habrían tenido en tiempos de Richard Nixon.[673]
Por último, hemos de recordar que también hay calderos de oro en los paraísos fiscales. La sola afluencia de todo ese río de dinero a los más altos estratos de la distribución de ingresos —dinero que ha estado manando además durante los últimos treinta años— ha hecho surgir una verdadera industria destinada a ocultarlo. Por desgracia, lo han escondido a la vista de todos en un puñado de paraísos fiscales como las islas Caimán y Suiza. Si los estados grandes y poderosos se proponen ir en su busca, saben exactamente dónde han de investigar —y eso es justamente lo que han venido haciendo en los últimos tiempos—.[674] De hecho, un nuevo estudio realizado por James Henry, perteneciente a la organización denominada Red para la Justicia Fiscal,[*] estima que en esos paraísos hay un tesoro escondido cuyo montante podría elevarse nada menos que a treinta y dos billones de dólares, cifra que no sólo es más del doble de la deuda nacional íntegra de Estados Unidos, sino que se halla oculta lejos de la metrópoli, sin pagarle impuesto alguno (todo lo cual convierte a estos cofres secretos en un objetivo realmente tentador).[675]
Pensemos en ello un instante. Como intento de solución, la austeridad se ha practicado, y seguirá practicándose —al menos en la eurozona— hasta que sea abandonada o desautorizada en las urnas. No funciona. De hecho, como ya hemos tenido ocasión de exponer repetidas veces, no consigue reducir los niveles de endeudamiento, sino agrandarlos. Por consiguiente, la deuda sigue ahí y es preciso reembolsar su importe o proceder a su condonación. Teniendo en cuenta que el perdón, al margen de los confesionarios, es cosa escasamente probable, y que las demás opciones —esto es, la inflación y el impago— son posibilidades todavía peores que la austeridad, resulta poco menos que inevitable que a lo largo de los próximos años tanto la represión fiscal como el incremento de los impuestos a los tramos de ingresos más altos de la distribución económica se conviertan en parte del paisaje. Las vigentes negociaciones (al menos en el momento en el que escribo estas líneas) que se están llevando a cabo en relación con el incremento de los impuestos y como uno de los elementos destinados a la búsqueda de una solución a la debacle que supondría que Estados Unidos se despeñara por el abismo fiscal que se cierne en el horizonte de 2013 son simplemente el inicio de ese proceso al que apunto. Así es como vamos a batallar con nuestras deudas: mediante los impuestos y no con medidas de austeridad. Y lo vamos a hacer así no porque la austeridad sea injusta, que lo es, ni porque el número de deudores sea superior al de acreedores, que también sucede, ni porque la democracia muestre tendencia a la inflación, cosa que no es cierta, sino porque la austeridad, sencillamente, no funciona.