El último clavo en el ataúd de Keynes

El último clavo en el ataúd de Keynes

El artículo de Alesina y Ardagna titulado «Large Changes in Fiscal Policy: Taxes versus Spending» viene a actualizar, corrigiéndolo y aumentándolo, su anterior «Tales of Fiscal Adjustment».[431] Como ya hemos tenido oportunidad de señalar en la introducción a los capítulos cuarto, quinto y sexto, Milton Friedman —que siempre es muy útil cuando se necesita una cita jugosa— comentaría en una ocasión que la (¿verdadera?) función de los economistas consistía en acertar a «desarrollar toda una serie de alternativas viables para las políticas en curso, a fin de mantener con vida dichas alternativas y de permitir que se hallaran a la disposición de los gobernantes tan pronto como lo políticamente imposible se convirtiera en una medida políticamente inevitable» —circunstancia que es justamente la que suele darse en los momentos de crisis—.[432] Y Alesina se había dedicado precisamente a conservar la vitalidad de esas ideas a fin de poder proponerlas en una situación de ese tipo. En el mismo instante en el que la crisis de la eurozona comenzaba a adquirir verdadera velocidad, el texto de los «Large Changes in Fiscal Policy» no sólo centraba el foco de la atención de la teoría económica en la consolidación y en el crecimiento, sino que también señalaba —habida cuenta del impacto que había causado la crisis financiera en la economía real— cuáles eran las medidas políticas mejor capacitadas para promover el estímulo fiscal. Estoy seguro de que ya adivinan la respuesta, pero lo cierto es que, de hecho, la verdadera intención de ese trabajo seguía girando en torno al efecto expansivo de los recortes.

Alesina y Ardagna comenzaban su estudio indicando que la meteórica ascensión que había experimentado tanto el endeudamiento como el déficit en todos los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos se debía en buena parte a los «distintos tipos de rescate llevados a cabo en el sector financiero». Fuera como fuese, añadían, la verdad es que «no tenían nada que decir» en relación con esa circunstancia.[433] Lo que sí tenían que hacer notar, en cambio, era que, con independencia de cuál hubiera sido la causa conducente a un desbarajuste de semejante magnitud, la única forma de salir del pozo consistía en recortar las dimensiones del estado. Como ya hicieran en su anterior escrito, Alesina y Ardagna volvían a argumentar en este que «si lo que se desea es estabilizar la deuda y evitar la recesión, el recorte de los gastos es una medida más efectiva que la del incremento de los impuestos».[434] Y pese a haber reconocido en su anterior artículo que las pruebas favorables a este tipo de expansiones impulsadas por las expectativas racionales eran «débiles», ninguno de los dos autores parecerá tener inconveniente alguno en volver a esgrimir ahora esa misma explicación, defendiéndola en toda su potencia y sin ninguna advertencia preventiva respecto de su verdadera capacidad explicativa.

Se pasa así a considerar que los consumidores movidos por las expectativas racionales deducibles de una determinada situación tienden a calcular durante toda la vida su función de consumo sobre la base de la credibilidad que pueda tener la señal que el gobierno venga a emitir en relación con la necesidad de recortar los gastos, dándose asimismo la circunstancia de que se revelan capaces de aplicar después todas esas estimaciones, y con notable precisión, a sus particulares decisiones de gasto privado. En esta nueva versión de los acontecimientos, los tipos de cambio que generan los efectos de riqueza no son ya exógenos a las expectativas racionales, sino que forman parte del mismo mecanismo por el que un llamamiento creíble a la realización de recortes produce todo un conjunto de reducciones en los intereses de las primas de los bonos de deuda, con lo que se abaratan los créditos —circunstancia que determinará a su vez que los consumidores comiencen a realizar gasto en el presente, al acertar a prever racionalmente que ese es justamente el horizonte que habrá de materializarse como una inevitable realidad futura—.[435] De hecho, lo que ahora sucede es que las expectativas vienen a incidir directamente en el mercado laboral, dado que los recortes efectuados en el empleo público presionan a la baja los salarios, lo cual no viene a desembocar en una recesión, como advertían los keynesianos, sino que conduce, antes al contrario, a la generación de unos «beneficios más elevados, así como a un incremento de las inversiones y a una [mayor] competitividad».[436] Las expectativas racionales han pasado a convertirse así en el fundamento de todo lo que ocurre en el ámbito económico. Son ellas las que dictan los resultados, unos resultados que mejoran tanto más cuanto menos haga el gobierno, incluso en un período de crisis. Y son también las expectativas las que vienen a colocar el último clavo en el ataúd de Keynes, dado que ellas son las responsables de que la más contractiva de las circunstancias adquiera características expansivas. En un mundo de ese tipo, las recesiones constituyen la ocasión perfecta para la introducción de recortes, con el claro corolario de que el gasto público será siempre y en todo lugar la política menos acertada de entre todas las posibles.

Con el fin de sustentar empíricamente esta nueva argumentación favorable a la idea de una expansión económica impulsada por los efectos de las expectativas racionales, Alesina y Ardagna habrían de examinar las condiciones reinantes en veintiún países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos entre 1970 y 2007, seleccionando de dicha muestra un total de ciento siete episodios de ajustes, tanto positivos como negativos, y fundamentando en ellos su planteamiento. Veintiséis de esos episodios merecen el calificativo de ajustes fiscales expansivos, constatándose además que su ocurrencia se verifica en un conjunto de nueve países. Para hacerse acreedores a dicho calificativo, la deuda de esos países ha de mostrar un perfil descendente durante tres años seguidos, disfrutando asimismo de un crecimiento superior al percentil setenta y cinco de la media del conjunto de las observaciones realizadas.[437] En esta ocasión, como ya vimos que ocurría en la sección dedicada a examinar los efectos de las expectativas racionales, tampoco se realiza ningún aviso formal de que es preciso mantener una actitud prudente en relación con los resultados de este cálculo econométrico, a diferencia de lo que Alesina y Ardagna tuvieron la consideración de hacer en su «Tales of Fiscal Adjustment».

Así las cosas, los recortes generan una expansión y «muestran venir a ejercer en el crecimiento unos efectos muy superiores a los que se consiguen con la procura de un incremento de los ingresos tributarios».[438] En este caso, Alesina y Ardagna llegan incluso al extremo de colar de rondón en su artículo una cuasi-curva de Laffer, un dispositivo estadístico que indica que la introducción de recortes en los gastos (en lugar de en la tributación) produce una mayor recaudación fiscal, mientras que «en los ajustes expansivos los [impuestos] descienden de manera muy significativa».[439] Y lo que todavía resulta más relevante: en los ajustes que finalmente tienen éxito se asiste a una caída de las transferencias relacionadas con el estado del bienestar, mientras que en los ajustes fallidos lo que se observa es un ascenso de esas mismas transferencias. En este sentido, el estado del bienestar ha de desaparecer, porque «resulta muy difícil, cuando no imposible, ordenar adecuadamente las finanzas públicas en períodos de crisis sin resolver antes la cuestión del incremento automático de los derechos sociales».[440] Además, en total y absoluto contraste con lo que piensan los keynesianos, el gasto público provoca un descenso del crecimiento, dado que «el aumento del gasto corriente en un punto porcentual respecto del producto interior bruto aparece asociado a una disminución de setenta y cinco décimas de punto en el crecimiento».[441]

Transcurridos once años desde la publicación original de los «Tales of Fiscal Adjustment», la ambigüedad, las matizaciones y la prudente reserva que tanto habían caracterizado el tono y la intención de ese artículo han desaparecido por completo. En lugar de dos casos positivos, lo que ahora tenemos son veintiséis «episodios». En lugar de hablarse de un efecto «débil» de las expectativas racionales, ahora ocurre todo lo contrario, ya que el conjunto de los sucesos no sólo aparece reducido a dichas expectativas, sino que opera a su través. Y en lugar de que dichas ideas queden simplemente «flotando en el ambiente», como sugiriera en su momento Milton Friedman, lo que ahora se hace es lanzarlas activa y deliberadamente al hirviente debate sobre las políticas por aplicar en Europa, sirviendo así de munición para que los estrategas políticos alemanes y sus aliados del Banco Central Europeo puedan contraatacar a los economistas angloestadounidenses, inesperadamente convertidos por un breve espacio de tiempo al keynesianismo, como ya tuvimos ocasión de explicar pormenorizadamente en el capítulo tres.

Un año después, en abril de 2010, Alberto Alesina presentaba en la reunión del Consejo Europeo de Asuntos Económicos y Financieros, celebrado en esas fechas en Madrid, una versión simplificada de su anterior trabajo con Silvia Ardagna. Comenzó señalando que, a diferencia de las previas situaciones de elevado endeudamiento —como las surgidas a consecuencia de la segunda guerra mundial—, el crecimiento no iba a conseguir ahora la desaparición del enorme montante de deuda acumulado en la eurozona. Antes al contrario, continuaría, la verdadera cuestión es que no hay ninguna alternativa (TINA)[*] a las políticas de ajuste fiscal. Por fortuna, «son muchas las reducciones del déficit presupuestario, incluso drásticas, que se han visto acompañadas e inmediatamente seguidas de un crecimiento sostenido —no de una recesión—, y esto en un plazo de tiempo extremadamente corto» —a condición, claro está, de que las políticas llevadas a cabo hayan resultado creíbles, lo cual significa que han tenido que ser concluyentes y generalizadas—.[442] Lo que vemos por tanto, una vez más, es que las expectativas vinculadas con la posibilidad de un futuro mejor generan un mejor presente, mientras que lo que produce el descenso de las primas de riesgo de las obligaciones del estado es una mayor riqueza —debido, nuevamente, al efecto de las expectativas racionales—.[443] Y si lo expresamos en términos de políticas reales, la cuestión crucial radica en no subir los impuestos y en recortar los derechos sociales.[444] Todas estas conclusiones las conocíamos ya gracias al artículo anterior. Lo que resulta clave aquí es lo que se ha añadido en el nuevo trabajo.

Tomando como fundamento un conjunto de ensayos independientes relativos a la composición de las administraciones públicas y a la toma de decisiones político-económicas, Alesina vendrá a asegurar ante los ministros de Finanzas reunidos en el Consejo Europeo de Asuntos Económicos y Financieros que si avanzan en la dirección que él les está proponiendo y comienzan a recortar sus respectivos presupuestos en plena recesión no sólo habrán de conseguir que las cosas vayan mejor, sino que no perderán por ello sus empleos —es decir, las elecciones—. De hecho, el público les recompensará por su audacia, dado que la introducción de recortes en el estado del bienestar no es algo que se revele no injusto ni evitable. Los recortes son de justicia porque «toda la retórica relativa al inmenso coste social de los ajustes fiscales no sólo resulta absolutamente desproporcionada, sino que hay determinados grupos —y no necesariamente los más desfavorecidos— que suelen emplearla con fines estratégicos al objeto de blindar su propia posición».[445] Además, dichos ajustes resultan inevitables porque tanto el estado del bienestar como sus transferencias de carácter social tienen un coste excesivamente elevado como para poder mantenerlo intacto, de modo que es justamente en esas partidas donde es preciso meter el bisturí a fin de lograr la recuperación del crecimiento y de poder reducir la deuda.[446] Y es preciso recordar, advierte Alesina, que las subidas de impuestos o los aumentos de gasto tienen un efecto diametralmente opuesto.

Como ha mostrado Anis Chowdhury, el análisis de Alesina no sólo habría de aparecer citado en el comunicado final del Consejo Europeo de Asuntos Económicos y Financieros, sino que el mismo Jean Claude Trichet —por entonces presidente del Banco Central Europeo— daría en servirse de sus virtudes para dar cuerpo a su propia retórica. Además, el artículo de Alesina también habría de informar tanto las líneas maestras del presupuesto de emergencia elaborado en 2010 por la Hacienda británica como los fundamentos discursivos de los debates realizados a lo largo de ese mismo año en el seno del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca. Además, como ya señalamos en el capítulo tres, aparecería igualmente transcrito, poco menos que palabra por palabra, en el Monthly Bulletin publicado por el Banco Central Europeo en junio de 2010. Dicho boletín no se limitaría únicamente a citar los dos artículos que Alesina había dado a conocer en los últimos tiempos, sino que habría de fundamentar sus recomendaciones favorables a la introducción de recortes en otras obras relacionadas con dichos trabajos, como los ya citados ensayos de Giavazzi y Pagano, por ejemplo.[447]

Austeridad
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